Resumen
Prólogo del Fraile
El Fraile elogia el cuento de la Comadre y, de acuerdo con su promesa, anuncia que contará su historia acerca de un alguacil. Explica que no quiere que nadie se sienta ofendido, pero es conocido que “no se puede decir nada bueno” (231). Ante ello, el Mesonero lo reprende por sus palabras y el Alguacil advierte que va a vengarse cuando llegue su turno.
El cuento del Fraile
Cuenta la historia de un alguacil que trabaja para un arcediano, quien lleva a cabo las leyes de la Iglesia contra la fornicación, la brujería y la lascivia, entre otros. No hay “rufián más astuto en toda Inglaterra” (233) que este alguacil, quien es un experto en descubrir pecadores, pero aprovecha sus habilidades para sus propios intereses.
En este punto, el Alguacil interrumpe la historia para quejarse y el Fraile aduce que no tiene miedo de él, ya que los alguaciles “no tienen jurisdicción sobre los frailes” (234). El Mesonero se enfada con ambos y los manda a callar para que la historia continúe.
El alguacil del cuento solo persigue a las personas que tienen dinero para pagar sus deudas a la Iglesia y se queda con la mitad de lo que les cobra. Además, conoce a varias prostitutas que trabajan de espías para él y le avisan quiénes infringen la ley, para que de ese modo él pueda ir y cobrarles.
Un día, este hombre va a “requerir en citación (...) a una viuda, con la idea de robarle con una excusa cualquiera” (235). En el camino se encuentra con un granjero bien vestido, con quien entabla una conversación. El alguacil confiesa su profesión y sus malas acciones, y el granjero acepta presentar las mismas características. Habiendo generado un buen vínculo, ambos hombres juran colaborar juntos como hermanos y socios. Además, el granjero le ofrece hospitalidad al alguacil y le informa que, aunque vive lejos, tiene varias riquezas en su hogar, y está dispuesto a compartirlas con él.
Ambos continúan su viaje juntos y, mientras conversan, admiten que se ganan la vida a base de engaños y extorsiones. Habiéndose ganado el interés del alguacil, el granjero le confiesa que, en realidad, él mismo es un diablo. En realidad, él asume una forma humana cuando está en la tierra, lugar al que acude a veces, cuando trabaja como instrumento de Dios.
Lejos de asustarse, el alguacil y el demonio siguen caminando hasta que, en la entrada de un pueblo, se encuentran con un carretero cuyo carro, cargado de heno, está atascado en el barro: “¡Qué el diablo se lo lleve todo: caballos, carro y heno!”, maldice el carretero, y el alguacil le pide al diablo que se quede con todas sus pertenencias. Sin embargo, el diablo le aclara que el carretero no está siendo literal. De hecho, luego el pobre hombre comienza a rezar y su carro se desatasca milagrosamente.
Entonces, el alguacil sugiere que sigan camino para llegar a la casa de la viuda que originalmente quiso estafar. Al llegar, la presiona “para que se presente en el tribunal, aunque (...) no tiene vicios” (239). Ante ello, la viuda afirma que está enferma y no puede viajar hasta allí, por lo que el alguacil le asegura que puede excomulgarla por doce peniques. La pobre mujer afirma que es una suma demasiado grande y que ella está libre de pecados, a lo que el alguacil le pide que le entregue su sartén nueva como multa por haber hecho de su marido “un cornudo”. Enfurecida, la mujer exclama: “¡Que el negro y maligno diablo te lleve, a ti y a mi sartén!”. Habiéndolo maldicho sinceramente, el demonio toma al alguacil y lo lleva “en cuerpo y alma” al infierno, “a ocupar el lugar destinado a los alguaciles” (240).
Análisis
La misma relación de interpelación y respuesta que ya vimos en los cuentos del Administrador y el Molinero, quienes aprovechan sus historias para atacarse mutuamente, volvemos a encontrarla en los cuentos del Alguacil y del Fraile. Probablemente, estos dos personajes hayan sido fácilmente reconocibles para los receptores de las historias de Chaucer, ya que la figura del clérigo rapaz e hipócrita era, en gran medida, una figura común para la Inglaterra medieval.
Los cuentos del Administrador y del Fraile parecen existir con un solo propósito: la humillación y degradación de los miembros de una determinada profesión. Es así que esta historia se inicia exponiendo los medios a través de los cuales los alguaciles chantajean y extorsionan a las personas. Sin embargo, el relato no ataca el sistema eclesiástico que permite que esto suceda, ni señala los beneficios que obtiene de ello, sino que apunta a los hombres que lo representan y saben cómo explotarlo.
Sin embargo, “El cuento del Fraile” supera al del Administrador en el enconamiento respecto a su personaje principal: si bien Smikin, el chantajista molinero del Administrador, es un personaje completamente inmoral, al menos posee un nombre propio que lo singulariza respecto a otras personas de su profesión. En cambio, el protagonista del Fraile es un personaje impersonal que cobra un carácter universalizante respecto a todos los alguaciles y el destino que merecen.
Cuando el alguacil se encuentra con el diablo, no se sorprende ni siente miedo. Por el contrario, lo considera inmediatamente como un colega de valores similares, intenta imitarlo e, incluso, siente la tentación de robarle. Es, en este sentido, un personaje plano, sin conflictos ni contradicciones respecto a sus propios defectos morales.
En este sentido, el alguacil reproduce la valoración negativa que intenta transmitir el Fraile, narrador que tiene una opinión más alta del diablo que del propio alguacil. De hecho, cuando los dos personajes están por despedirse, el diablo le ofrece lo que puede interpretarse como una oportunidad de redención: “Me gustaría acompañaros hasta el momento en que me abandonéis” (238). Aquí, el ‘abandono’ puede comprenderse como un abandono del mal camino, oportunidad que el alguacil desaprovecha cuando insiste en ir con el diablo a la casa de la viuda para chantajearla.
Para finalizar, cabe mencionar la interesante caracterización que recibe el diablo, en la medida rompe con ciertas ideas contemporáneas respecto a lo que uno podría llegar a esperar en un personaje de este tipo. En este cuento, este demonio opera menos como una fuerza que intenta tentar al protagonista y llevarlo por el mal camino que como un personaje que le ofrece la posibilidad de redimirse y, cuando falla en su empresa, lo castiga en términos de representante de la voluntad divina: “A veces, somos instrumentos de Dios y, cuando a Él le place, somos ejecutores de sus órdenes sobre sus criaturas, de diversos modos y formas” (237). Esto se presenta como un ejemplo del carácter histórico de la cosmovisión cristiana –y religiosa en general–, en la medida en que no presenta una visión estática del mundo y el orden divino, sino una capaz de fluctuar con el tiempo.