Los cuentos de Canterbury

Los cuentos de Canterbury Ironía

“El Cuento del Bulero” previene contra las consecuencias de la avaricia, pero él mismo es el más codicioso de todos (Ironía situacional).

Un bulero es un funcionario eclesiástico que entrega perdones papales de la iglesia a cambio de dinero, eximiendo así a los pecadores de la práctica de la penitencia. Sin embargo, al Bulero de Chaucer poco le importa el alma de los pecadores: “Mi único objetivo es el provecho económico. Me importa un bledo que, cuando mueran, se condenen” (370). Por eso, la historia que cuenta, que previene contra el peligro de ser codicioso, se torna irónica e hipócrita en sus labios; algo que bien advierte el Mesonero: “¿Dar dinero? Vos me haríais besar vuestros calzones y juraríais que eran la reliquia de un santo, aunque lo hubieseis ensuciado con vuestro culo” (382).

El aspecto del Monje sugiere una gran potencia sexual. Pese a ello, debe respetar sus votos de castidad (Ironía situacional).

Antes de que el Monje cuente su historia, el Mesonero comienza a bromear con él, señalando con ironía cómo su aspecto viril y sexual contradice por completo su función eclesiástica: “¿Qué decir de vuestra corpulencia y tez? Un hombre de pelo en pecho, claro. Le pido a Dios que confunda a quien os hizo entrar en religión. Seguro que habríais sido un buen jodedor de gallinas. Si tuvierais tantas licencia como potencia para dedicaros al placer de procrear habríais engendrado muchas criaturas” (459). Para el Mesonero, existe una clara ironía entre las dotes sexuales del Monje y su obediencia al voto de castidad.

Chaucer, quien debería ser el más virtuoso narrador, decepciona a todos peregrinos con la mediocre historia de Sir Topacio (Ironía situacional).

Cuando llega el turno de que Chaucer hable, todos –peregrinos y lectores– esperamos con ansias la historia de quien parece ser el más formado en artes narrativas. Incluso hemos sido testigos de cómo el Administrador lo alaba en el prólogo a su cuento, cuando, luego de alabarlo, se excusa de antemano por su propia historia: “¿Qué voy a hacer yo con mi cuento? (...) me importa un comino si, en comparación con Chaucer, salgo mal parado” (171). Sin embargo, pronto advertimos la ironía de que Chaucer se presente a sí mismo como alguien que a duras penas puede narrar algo aceptable. De hecho, sus propios personajes lo terminan silenciando con violencia. Basta ver como lo interrumpe el Mesonero: “¡Basta por Dios! Me estás cansando con este parloteo” (413).

El Mesonero dice bromear acerca las dotes culinarias del Cocinero, pero sus chistes no encierran más que verdades (Ironía verbal).

Cuando llega el turno del Cocinero, el Mesonero le pide que cuente una historia de calidad, aludiendo a que sus comidas distan mucho de serlo. Primero señala que ha “rebajado la salsa de muchos estofados”, luego que vende pasteles “doblemente recalentados y enfriados”, que sus “viejos gansos rellenos” intoxican a la gente y “muchas moscas andan sueltas” (163) en su cocina. Tras ello, se desmiente a sí mismo diciendo que todo es una broma, solo para acotar luego, con ironía, exactamente lo contrario: “De broma se pueden decir muchas verdades” (164).

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