Resumen
Las alegres palabras entre el Mesonero y el Monje
El Mesonero vuelve a intervenir para expresar que desearía que su esposa se pareciera a Prudencia. Lejos de ello, es la primera que lo manda a vengarse ante cualquier ofensa y lo trata de cobarde si llega a preferir otra alternativa antes que la violencia.
Tras ello, indica que es el turno del Monje, con quien bromea refiriéndose a su belleza y estatura. El Monje toma bien sus bromas y explica que va a contar una historia sobre San Eduardo, pero antes relatará algunas tragedias, historias de personas que estuvieron en lo alto y luego cayeron en la miseria.
El cuento del Monje
La primera historia del Monje es la de Lucifer, un bello ángel que, “a causa de su pecado, cayó desde su alta posición hasta el Infierno” (461).
Sigue la historia de Adán que, por desobedecer a Dios y comer del fruto prohibido en el Paraíso, pierde todo lo que le había sido regalado.
Sansón, por su parte, tiene un largo cabello que le provee de una fuerza insuperable capaz de permitirle acabar con todos sus enemigos. Sin embargo, un día su esposa lo traiciona al contarle su secreto a sus enemigos. Los hombres lo capturan, le cortan el pelo, le sacan sus ojos y lo encadenan en un templo para reírse a costa suya. Sansón consigue derribar el templo, muriendo él y sus enemigos bajo los escombros.
Hércules es “el más grande de los conquistadores” (463), un héroe capaz de acabar con las bestias mitológicas más monstruosas y de realizar las proezas más extraordinarias. Pese a ello, cae en desgracia cuando su malvada amante Deyanira le regala “una vistosa camisa (...) que había sido envenenada con tanto ingenio que antes de transcurrido medio día de llevarla puesta la carne empezó a desprendérsele de los huesos” (464). Hércules decide quemarse a sí mismo antes que morir envenenado.
Nabucodonosor, poderoso rey de Babilonia, resulta castigado por su orgullo y cae en una locura tan fuerte que termina comportándose como un animal. Años después, Dios lo libera de ella. A Baltasar, su hijo, Dios lo castiga por adorar a ídolos falsos. Durante una fiesta, Baltasar profana vasos sagrados para beber vino y, tras desoír las advertencias de sus allegados, acaba siendo asesinado esa misma noche.
A Zenobia, la reina de Palmira, “nadie la sobrepasaba en fortaleza, linaje y otros nobles atributos”. Aunque es una gran guerrera y conquistadora que “desde su infancia evitaba las tareas femeninas” (467), finalmente se ve obligada a casarse con Odenato, con quien termina teniendo un feliz matrimonio. Pese a ello, con la muerte de su esposo, es derrotada por los romanos.
Pedro, rey de España, muere a manos de su traicionero hermano, quien luego lo sucede en el trono.
A Pedro, rey de Chipre y conquistador de Alejandría, sus propios vasallos lo asesinan por envidia.
Bernabé, rey de Lombardía, termina traicionado por su sobrino por motivos que el Monje desconoce.
Ugolino, conde de Pisa, fue acusado en falso por un obispo llamado Rogelio y condenado a morir de hambre junto a sus tres hijos en una torre.
Nerón, un “emperador tan perverso como el peor diablo en el pozo más recóndito del Infierno” (472) comete tantas atrocidades que se gana el odio de su pueblo: incendia Roma, comete incesto con su hermana, fraticidio con su hermano y manda a abrir a su madre “para contemplar el lugar donde había sido concebido” (Ídem). También obliga a Séneca, tutor de su infancia, a que se suicide. Nerón elige matarse a sí mismo antes de que las turbas furiosas lo hagan pagar sus crímenes.
Holofernes, el capitán “más omnipotente en el campo de batalla” (474), pierde la cabeza a manos de Judit, quien lo ataca mientras duerme.
Por atacar a los judíos, Dios castiga también al rey Antíoco, quien muere al pie de una montaña luego de que se le infecte el cuerpo de gusanos repugnantes.
Alejandro Magno, quien “conquistó a todo el mundo por la fuerza” (476), acaba envenenado por los suyos.
Julio César resulta traicionado por Bruto Casio, quien lo apuñala en múltiples lugares junto a sus secuaces.
Por último, Creso, quien fuera rey de Lidia por un tiempo, se salva gracias a un diluvio de morir en la hoguera, pero no hace caso a los consejos de su sabia hija y muere luego en la horca.
Análisis
El Monje proporciona una de las primeras definiciones conocidas de la tragedia en la literatura inglesa. Sin embargo, su concepción no proviene de la tradición clásica ni es la más extendida en la actualidad, sino que tiene su origen en el poeta latino Boecio, quien la presenta como un recordatorio de la mutabilidad de la vida misma; de la actividad de la voluble Fortuna, deidad femenina que ataba los destinos de los hombres a una rueda, haciéndolos girar y llevándolos a la cima o a la miseria. En este sentido, “El cuento del Monje” no es más que una serie ejemplos boecianos de los terribles destinos que pueden aguardarles a las personas, sin importar sus triunfos o lo noble de su cuna: “A guisa de tragedia, lamentaré las desgracias de los que cayeron, desde su alta posición, a la irremediable adversidad, pues es bien cierto que, cuando la diosa fortuna decide abandonarnos, nadie puede disuadirla. Que nadie confíe ciegamente en la prosperidad, sino que tome ejemplo de estos antiguos y verdaderos ejemplos” (461).
Aunque el relato del Monje puede haber sido fascinante para la audiencia medieval de Chaucer, muchos de los cuales probablemente desconocieran sus clásicas historias, no suscita demasiada atención por parte de los lectores y críticos modernos, familiarizados ya con la mayoría de estos personajes históricos. Sus tragedias provienen de las más diversas fuentes, sean bíblicas, clásicas, históricas o incluso de la tradición folclórica oral y de la memoria colectiva reciente.
Entre los pocos análisis que piensan la historia del Monje dentro del funcionamiento de los cuentos en el marco o contexto de la peregrinación, la especialista Louise Fradenburg argumenta de manera persuasiva que el Monje ocupa el lugar del peregrino aguafiestas. Este personaje arrastra con una pulsión de miseria y muerte dentro del entorno festivo del concurso que propone el Mesonero. De hecho, el propio Monje anuncia que tiene unas cien tragedias en su haber, número que compite con la cantidad de historias que el Mesonero planifica contar a lo largo de la peregrinación –aunque, como bien sabemos, dicho plan no llega a concretarse–. En cierto punto, pareciera como si este personaje se dispusiera a convertir su relato en las Tragedias de Canterbury, destinadas, al revés del juego del Mesonero, a entristecer progresivamente la peregrinación.
Irónicamente, sus cuentos de muerte y miseria contrastan considerablemente con el retrato que sobre él realiza el Mesonero, quien lo presenta como un hombre con grandes dotes para la reproducción: “¿Y qué puedo decir de vuestra corpulencia y tez? Un hombre de pelo en pecho, claro. Le pido a Dios que confunda al que os hizo entrar en religión. Seguro que habríais sido un buen jodedor de gallinas. Si tuvierais tanta licencia como potencia para dedicaros al placer de procrear habríais engendrado muchas criaturas” (459).
No es de extrañar, entonces, que el Caballero considere oportuno interrumpirlo para elevar los ánimos, más aún si consideramos que el Monje cuenta historias acerca de la caída de personajes de alto estatus. Esto compete, por supuesto, al Caballero, el peregrino de mayor rango de la comitiva.