Los cuentos de Canterbury

Los cuentos de Canterbury Resumen y Análisis “Prólogo del Capellán de monjas”, “El cuento del Capellán de monjas”, “Epílogo al cuento del Capellán de monjas”

Resumen

Prólogo del Capellán de monjas

El Caballero interrumpe al Monje para decirle que no quiere historias de personas que conocieron el éxito y cayeron en desgracia, sino de personas que comenzaron desde abajo y consiguieron prosperar. El Mesonero coincide con él e invita al Monje a que cuente algo más divertido, pero este afirma no desearlo. De ahí que el Mesonero convoque al Capellán de monjas para que siga con un relato que los alegre a todos.

El cuento del Capellán de monjas

Esta es la historia de un gallo llamado Chantecler, perteneciente a una pobre viuda que vive en una choza humilde junto a sus dos hijas. Chantecler es un gallo majestuoso, de hermoso porte, colores y con un canto inigualable. Conviven con él siete gallinas, todas amantes suyas, entre las cuales prefiere a Madame Pertelote.

Un día, Pertelote despierta a Chantecler, debido a que se lamenta entre sueños. El gallo le explica que ha tenido una horrible pesadilla en la que un animal intentaba capturarlo y asesinarlo, y ora al cielo para que le ayude a interpretarla. Pertelote se burla de él y lo trata de cobarde. Argumenta que los sueños son visiones sin sentido causadas por desbalances corporales y le recomienda comer hierbas que le sirvan de laxante.

Chantecler disiente con ella y recrea distintas historias donde los sueños han presagiado eventos futuros: existió un hombre, recuerda, que soñó a un amigo suyo pidiendo socorro antes de ser asesinado y escondido su cadáver en un carro de estiércol. Al despertar, buscó el carro en el pueblo y encontró allí el cuerpo muerto de su amigo. También rememora la historia de los dos hombres que estaban dispuestos a navegar, cuando uno de ellos soñó que si salía al océano moriría ahogado. El otro se rio de su temor y salió a altamar de todos modos, ahogándose cuando su barco se rompió. Además, personajes como Faraón, rey de Egipto y ciertas historias del Antiguo Testamento, como las de José o Daniel, apoyan su postura.

Sin embargo, pronto se desinteresa Chantecler de esta discusión cuando, con el deseo de acostarse con Pertelote, comienza a elogiarla. Tras ello, se dirige hacia el patio para comer maíz con ella y el resto de las gallinas, y acaba pasando un gran día de relaciones sexuales.

Al finalizar marzo, Chantecler se encuentra paseando con sus amantes cuando Maese Russef, “un ladino y mezquino zorro, negro como el carbón” (489), comienza a acecharlos. El gallo se detiene, precavido, al advertir su presencia, pero el astuto zorro le miente, afirmando haber conocido a su madre y a su padre, de quien recuerda su hermoso canto. Luego explica que su padre solía estirar el cuello y ponerse de puntillas antes de cantar, y anima a Chantecler a que haga lo mismo para poder compararlos. Halagado, Chantecler imita el movimiento, entregando su pescuezo para que el vil zorro lo agarre y se lo lleve al bosque para devorarlo.

Tras oír el escándalo de las gallinas, la viuda, sus hijas y otros que se ofrecieron para ayudarlas, corren a socorrer al gallo. Sabiéndose acompañado, Chantecler anima a Maese Russef a insultar a sus perseguidores, pero, cuando el zorro abre la boca para hacerlo, el gallo aprovecha y vuela, a salvo, hasta lo alto de un árbol. Al comprender su error, Russef le pide a Chantecler que baje, puesto que ha malinterpretado sus intenciones. Pero esta vez el gallo no se deja engañar y el zorro, vencido por su propia ingenuidad, maldice “a quien tenga tan poco control de sí mismo que charle cuando debería tener la boca cerrada” (493).

El Capellán de monjas aconseja no tomar a este cuento como una farsa y conservar, más que la historia, la moraleja que ella transmite.

Epílogo al cuento del Capellán de monjas

El Mesonero elogia la historia del Capellán y luego lo halaga por su cuerpo: “Admirad la musculatura de este garboso cura ¡Qué pecho tan ancho y vaya cuello!” (494). Luego, y al igual que como hizo con el Monje, bromea sobre las aptitudes sexuales del narrador: “¡Por mi vida que si fueses laico serías un perfecto jodedor de gallinas!” (494).

Análisis

“El cuento del Capellán de monjas” es uno de los más conocidos y queridos de la selección, y uno cuyo género, tanto en la época de Chaucer como ahora, es reconocible al instante: se trata de una fábula, tipo de composición literaria en la que los personajes suelen ser animales que hablan y se comportan como humanos. Esta clase de narraciones breves incluyen una anécdota aleccionadora para sus personajes, que suele aparecer al final de la historia bajo la fórmula de una moraleja. Es decir, las fábulas tienden a tener una intencionalidad didáctica, pretenden transmitir valores y lecciones de carácter universal. Para cuando Chaucer escribe los Cuentos, este género literario ya data de una larga popularidad, sobre todo gracias a uno de sus máximos exponentes, Esopo, reconocido fabulista de la Antigua Grecia.

Como podemos notar, uno de los elementos claves del género consiste en el borramiento de los límites que diferencian lo animal de lo característicamente humano, algo que el propio narrador señala, hacia el final de su fábula, cuando insta a su auditorio a enfocarse en la moraleja: “Amigos míos, si creéis que esta historia no es más que una farsa que concierne a un gallo y a una gallina, recordad la moraleja” (493). El Mesonero, sin embargo, va un poco más allá con el emparejamiento de estos dos órdenes de existencia cuando, en el epílogo al Capellán, identifica al propio narrador con el lascivo Chantecler: “¡Por mi vida que si fueses laico serías un perfecto jodedor de gallinas! Porque si tienes tanto deseo como poder sexual, necesitarías, ¡seguramente más de siete veces diecisiete! Admirad la musculatura de este garboso cura. ¡Qué pecho tan ancho y vaya cuello!” (494).

La moraleja de la historia, en línea con los cuentos de la Priora, el Mercader y el Fraile, apunta señalar las consecuencias de hablar más de lo debido; algo que muy bien descubre el hambriento zorro: “Que Dios maldiga a quien tenga tan poco control de sí mismo que charle cuando debería tener la boca cerrada” (493). Pero una segunda lección se desprende de esta fábula: aquella que atenta contra los peligros de ser demasiado presumido. Es así que el vanidoso Chantecler casi paga con la vida su excesiva autocomplacencia.

Esta historia es, en varios sentidos, un regreso a lo básico, a la búsqueda de la diversión y los tópicos bajos y vulgares de los primeros cuentos. Comenzamos con una viuda pobre y un rancho polvoriento, escenario muy alejado de las clásicas tragedias de la alta cultura del Monje. Luego, el cuento vuelve a traer a colación el motivo de la analidad: tras la pesadilla de Chantecler, el consejo de la bella Pertelote es que consuma laxantes para purgarse. Ante eso, en la historia que el gallo le cuenta para sostener su punto, el amigo muerto aparece escondido en un carro de estiércol. Por último, la lasciva personalidad del gallo también persigue una finalidad cómica, dotando de una vulgaridad a todo el relato que causa gracia a sus espectadores; tal como celebra el Mesonero: “¡Qué cuento tan divertido este de Chantecler!” (494).

En suma, hay una bondadosa sensación de resguardo en este cuento, que presenta una pausa tanto respecto a las sórdidas tragedias del Monje, como a los relatos que lo suceden.