Resumen
El cuento del Marino
En Saint Denis vive un “comerciante muy acaudalado” con una esposa “de gran belleza, muy sociable y alegre” (387). Su casa suele estar abierta a los invitados, entre quien destaca, por la regularidad de sus visitas, Juan, un “apuesto monje de agradable rostro” con quien el comerciante ha alcanzado una “amistosa intimidad” (388).
Un día, el comerciante debe ir a Brujas por negocios, así que invita a Juan a su casa para divertirse junto a él hasta entonces. Los amigos pasan dos días de placer, banquetes y bebidas. Al tercer día, y antes de partir a Brujas, el mercader se despierta temprano para hacer el balance de cuentas en su despacho. Juan también madruga y se dirige al jardín a orar. Eventualmente, aparece la esposa del mercader y se pone a conversar con él. El monje le pregunta, en broma, si acaso durmió mal por pasarse la noche teniendo relaciones con su marido, pero ella le confiesa que ya no siente atracción sexual por él.
Ante ello, ambos comienzan a “abrir sus corazones el uno al otro, con total libertad” (390). Juan le confiesa que no quiere al mercader, sino que busca su amistad para estar cerca de ella, ya que la ama. Por su parte, ella explica que detesta a su marido, “que es el peor hombre que haya vivido jamás desde que el mundo es mundo” (Ídem), y además es un tacaño. Finalmente, la mujer le pide cien francos prestados, que necesita para pagar una deuda con un mercader, a riesgo de comprometer su honor si no lo hace. El hombre promete ayudarla y, antes de irse, la besa apasionadamente.
Esa noche, los tres vuelven a cenar juntos. Tras ello, Juan lleva a su amigo a un lado y le pide prestados cien francos, que el comerciante le da generosamente. Luego, el monje regresa a su hogar y el comerciante se dirige a Brujas para hacer sus negocios.
El domingo siguiente, Juan regresa a Saint Denis, afeitado y muy emprolijado, y acuerda con la esposa del mercader tener sexo con ella a cambio de los cien francos. Ella accede. Juntos pasan una noche apasionada y el monje se retira a la mañana.
Cuando el mercader vuelve a su hogar, pone al tanto a su mujer de sus transacciones en Brujas y luego se dirige a la ciudad, donde visita a Juan. El monje lo agasaja con cordialidad y le avisa que le ha dejado los cien francos que le prestó a su esposa. El comerciante vuelve alegre a su hogar, donde pasa una apasionada noche junto a ella.
Por la mañana vuelven a “jugar en forma libidinosa” (395), hasta que, al detenerse para descansar, él le recrimina no haberle avisado que Juan había devuelto el dinero. Lejos de acobardarse, la mujer responde audazmente que creía que Juan se lo había dado como un regalo de parte suya. Invirtiendo la recriminación, la mujer se queja de que él debería dejarla gastar dinero en lo que quisiera, ya que ella aporta a su manera: “No pienso pagarte si no es en la cama” (396). Sin otra cosa que hacer, él la perdona.
El Marino termina su historia con un deseo: “Que Dios haga que nuestras cuentas cuadren al final de nuestros días” (396).
Siguen las alegres palabras entre el Mesonero, el Marino y la Priora
El Mesonero felicita al Marino y maldice al monje: “¡Por San Agustín! No déis cobijo a monjes en vuestra casa” (397). Luego, “con modales de doncella” (Ídem), invita a la Priora a continuar con su relato. Ella accede con gusto.
Análisis
A pesar de su brevedad, “El cuento del Marino” interroga y complejiza varias cuestiones planteadas en relatos anteriores. Después de las tramas más sórdidas de las historias del Médico y el Bulero, el Marino regresa a la estructura del fabliau, contando una historia de truco o trampa relativamente simple.
Este cuento continúa la idea, planteada previamente por la Comadre de Bath, de que el dinero, el sexo y las mujeres están estrechamente interconectados. De hecho, resulta interesante que, en las primeras líneas que pronuncia, el Marino se refiera a sí mismo en femenino: “Al pobre marido siempre le toca rascarse el bolsillo. Para su propio prestigio debe adornarnos a nosotras, las mujeres” (387). Los especialistas han argumentado que este cuento estaba destinado a ser reproducido por la boca de la Comadre antes de que se compusiera la versión que tenemos actualmente.
En efecto, los temas y el tono de la historia hacen que suene bastante probable un relato de esta índole en boca de la dama. Al final, cuando el Mesonero concluye que el monje engañó tanto al comerciante como a su esposa, parece no haber comprendido quién es el vencedor al final de la historia: resulta evidente que el comerciante no lo es, ya que, aunque ha obtenido grandes ganancias por sus negocios, termina la historia con los cuernos puestos. El monje, es cierto, consiguió los favores sexuales de la esposa, saliendo impune de su treta y sin perder la amistad del comerciante. Sin embargo, su triunfo no se compara con el de ella, quien no solo ha disfrutado del sexo con el monje, sino también con su marido y, además, termina con cien francos a su favor y el reconocimiento de su esposo respecto al valor material de acostarse con ella.
Al igual que la Comadre de Bath, esta mujer ha aprendido a darse cuenta del valor de su atractivo sexual y, por más que a los lectores modernos esta conciencia nos parezca incómodamente cercana a la prostitución, confirma la opinión de la Comadre respecto al hecho de que es mejor sacarle provecho a su cuerpo antes que ofrecerlo sin nada a cambio. En todo caso, en la sociedad patriarcal en la que se enmarca la historia, cualquier herramienta de negociación con la que cuenten estas mujeres debe ser utilizada para sacar provecho de los hombres.
Tal como analizamos en “El cuento del Magistrado”, el cuerpo femenino aparece representado en esta historia como un bien comercial más –algo que, lamentablemente, aún podemos decir de nuestra contemporaneidad–. Sin embargo, y a diferencia de la Constanza de “El cuento del Magistrado”, lo que la esposa del mercader y la Comadre de Bath se dan cuenta es de que pueden sacarle un provecho personal a ello: si los cuerpos de las mujeres son valiosos, parecen decir estas mujeres, ¿por qué no somos nosotras las que nos beneficiamos de ellos?