Los cuentos de Canterbury

Los cuentos de Canterbury Resumen y Análisis “Palabras del Mesonero al Médico y al Bulero”, “Prólogo del Bulero”, “El cuento del Bulero”

Resumen

Palabras del Mesonero al Médico y al Bulero

El Mesonero maldice y se lamenta profundamente por la suerte de la pobre Virginia, al tiempo que reflexiona acerca de que los dones a veces terminan resultando terribles para las personas que los poseen. Luego le pide un cuento divertido al Bulero para cambiar con el ánimo triste. Sin embargo, el resto de la compañía lo contradice y pide una historia con contenido moral.

Prólogo del Bulero

El Bulero se dirige a la concurrencia y explica que, cuando predica en las iglesias, su tema predilecto es siempre el mismo: “La avaricia es la causa de todos los vicios”.

Tras predicar, el Bulero muestra sus “bulas papales (...) y los relicarios, rebosantes de huesos y trozos de telas” (369), que les hace creer a la congregación que son reliquias sagradas con propiedades mágicas. Entonces invita a cualquiera que haya pecado a recibir la absolución de la Iglesia, siempre y cuando tenga dinero para pagarla. Su “único objetivo es el provecho económico”, aclarao, no corregir el pecado: le importa “un bledo que, cuando mueran, se condenen” (370). Muchas veces, incluso, aprovecha sus predicaciones para insinuar indirectas a aquellos que le caen mal o lo han ofendido de un modo u otro. En esos momentos, escupe “veneno con la apariencia de santidad, piedad y verdad” (371).

A pesar de que la avaricia es su mayor vicio, el hecho de conocer perfectamente este pecado le permite ser bueno disuadiendo a las personas de cometerlo. En ese sentido, realiza una buena acción, aunque no sea su intención hacerlo. La historia que cuenta a continuación la suele utilizar en sus predicaciones.

El cuento del Bulero

En Flandes hay “una pandilla de jóvenes entregados a toda clase de disipación” (372), como prostíbulos, tabernas y apuestas. En este punto, el Bulero aprovecha para prevenir contra la gula, el juego, los placeres de la carne, las blasfemias e insultos: vicios que tienen graves consecuencias sobre el comportamiento de las personas.

Un día, los tres jóvenes se embriagan en una taberna cuando ven que, en el exterior, trasladan un cadáver en su tumba. Uno de ellos manda a su sirviente para que averigüe qué sucede, y así se enteran de que se trata de un anciano que ha sido asesinado por un ladrón misterioso llamado Muerte. Este peligroso criminal ha matado a muchas personas durante ese año. En ese momento, los tres pactan encontrar y asesinar al malhechor, y salen de la taberna.

Los jóvenes no llegan a recorrer ni media milla cuando interceptan a un anciano pobre que los saluda con cortesía. Uno de ellos le habla de muy mala manera, preguntándole por qué sigue vivo siendo tan viejo. El pobre hombre se defiende diciendo que nadie le quiso cambiar su ancianidad por juventud y que, aunque desearía morir, aún no le llegó el turno. Aprovechando el comentario, otro de los jóvenes le pide información acerca del paradero de Muerte y lo amenaza con hacerle pagar caro si no se las ofrece. El anciano responde que se encuentra subiendo por la carretera, esperando bajo un árbol.

Los hombres corren hacia el lugar, donde encuentran, bajo el árbol, “un montón de florines de oro, recién acuñados y redondos, con un peso aproximado de doscientos kilos” (379). Feliz, uno de ellos explica que la fortuna les ha dado la posibilidad de vivir felices con el tesoro. Sin embargo, es imposible cargar con tanto oro sin que nadie se dé cuenta, por lo que echan suertes para decidir quién irá al pueblo a buscar pan y vino mientras los otros dos se quedan aguardando. De este modo, por la noche, podrán llevarse el oro sin que los adviertan y los consideren ladrones. El más joven termina siendo elegido.

Tan pronto se dirige a la ciudad, los otros dos conspiran para apuñalarlo a su regreso y dividir el oro entre ellos. Mientras tanto, él compra veneno en un boticario para contaminar el vino, envenenarlos y quedarse el oro para sí. Es así que, a su retorno, los otros lo terminan apuñalando, solo para morir envenenados más tarde.

El Bulero termina su cuento con un breve sermón acerca del pecado de la avaricia, y luego pide una colaboración a los presentes a cambio de la absolución papal: “Por mi santo poder yo os absuelvo y os dejo limpios y puros como el día en que nacisteis, pero sólo a los que presentan ofrendas” (382). Propone entonces empezar por el Mesonero, “pues es el que más hundido está en el pecado” (Ídem). Ante ello, el Mesonero lo acusa de ser capaz de hacerlo besar sus calzones jurando que son “la reliquia de un santo, aunque los hubieseis ensuciado con vuestro culo” (Ídem). El Bulero queda tan enfurecido con la respuesta que no puede omitir palabra, pero el Caballero termina intercediendo y los hace hacer las paces.

Análisis

En los últimos años, el Bulero se ha convertido en uno de los peregrinos de Canterbury más discutidos por la crítica. Su relato opera como un ejemplo de la contradicción que la estructura de los propios Cuentos de Canterbury puede explotar con tanta facilidad. Esto es posible porque, desde el momento en que Chaucer admite que va a reproducir las historias tal y como fueron contadas por los peregrinos, se permite transmitir críticas a las distintas instituciones y profesiones de su época sin comprometer su propia opinión en ello.

Así, el Bulero encarna una contradicción en la medida en que pronuncia palabras que no tienen absolutamente ninguna correlación con sus acciones. Su historia está completamente en desacuerdo con su comportamiento: alerta contra las consecuencias del pecado de la avaricia mientras que él, al mismo tiempo, acepta sin ningún tipo de pruritos su propio comportamiento avaricioso.

Este comportamiento, a su vez, se refleja en su propia identidad: su voz dulce “como una campana” (369) es blasfema y mentirosa, y su aspecto femenino lo hace parecer, para Chaucer, como “castrado o un invertido” (83). En este punto, la referencia a la posible homosexualidad de este personaje es interpretada como una contradicción –una ‘inversión’– de acuerdo a los estándares homofóbicos del sentido común de la época. En suma, todo en el Bulero sugiere contradicción e inconsistencia entre lo que se muestra y lo que se es, lo que se pregona y lo que se practica.

En tiempos de Chaucer, un bulero era un funcionario dependiente del Papa que entregaba las bulas papales, exenciones que ofrecía la institución eclesiástica a cambio de dinero y que eximían a los pecadores de la práctica de la penitencia. La entrega de las bulas papales era bastante criticada en la época, debido a que impulsaba ciertas prácticas cuestionables que el Bulero de Chaucer encarna a la perfección: “Mi único objetivo es el provecho económico. Me importa un bledo que, cuando mueran, se condenen” (370).

Así y todo, este personaje es un gran predicador, y su figura ilustra la irónica hipocresía de lograr convencer a los pecadores contra la avaricia, aun cuando lo hace impulsado por su propia codicia: “Aunque caigo en este pecado, conozco el modo de convertir a los demás y hacer que se arrepientan de ella. Aunque no sea este mi principal objetivo. Predico sólo por dinero. Creo que con eso ya basta” (371).

Su cuento es la clara demostración de cómo la avaricia puede conducir a la desgracia: los tres amigos ladrones terminan asesinándose mutuamente a causa de la codicia. En este sentido, la imaginería del cuento mismo sugiere en sí un aura mortífera. La historia y el prólogo están sembrados de muerte: el Bulero vende “relicarios rebosantes de huesos” (369) a los crédulos fieles, que los aceptan como reliquias milagrosas. "Muerte" es también el nombre del asesino desconocido. Ese sujeto misterioso que los tres amigos buscan con la creencia de que es un hombre, en realidad se trata de la personificación de la muerte misma. Por último, un cadáver anónimo los impulsa a buscar al asesino, y un anciano seco y consumido les indica el árbol donde encuentran el oro.

Hacia el final de los Cuentos de Canterbury, el Párroco dará cuenta de cómo ciertos pecados capitales, como la avaricia, la gula y la lujuria, se orientan a satisfacer el placer mundano en detrimento del bien espiritual. El dinero, en este punto, puede enriquecer el cuerpo, pero a costa de una letal pobreza de alma.