Resumen
Prólogo del Párroco
A punto de llegar a destino, el Mesonero le pide al Párroco que cuente su historia. El hombre responde que no contará “ningún cuento ficticio”, ya que “Pablo riñe a los que se apartan de la verdad y cuentan fábulas y otras tonterías” (548).
El cuento del Párroco
Primera parte de la penitencia
El cuento del Párroco no es una historia, sino un largo sermón acerca del tema de la penitencia.
En un principio, define las tres etapas de “una penitencia verdadera y perfecta”: “La contrición de corazón, la confesión oral y la reparación [o satisfacción]” (552). Estas tienen el objetivo de purgar a las personas de sus “pecados de pensamiento”, “palabras ofensivas” y “acciones pecaminosas” (Ídem).
La contrición consiste en “el dolor sincero de los propios pecados, acompañado del firme propósito de confesarse, hacer penitencia y no reincidir jamás en ellos” (554). Se produce por seis motivos: la vergüenza y el dolor del recuerdo del pecado; el hecho de que “el pecado esclaviza al hombre” (555); el temor al día del Juicio y “las horribles penas del Infierno” (556); el recuerdo doloroso del bien perdido por pecar; el sufrimiento que Jesucristo “padeció a causa de nuestros pecados” (563); y la espera del perdón, la gracia divina y “la gloria del cielo con la cual Dios recompensa el bien obrar” (565).
Segunda parte de la penitencia
La confesión consiste en la sincera y exhaustiva revelación del pecado al sacerdote. El Párroco explica que “Hay dos clases de pecados: mortal y venial” (571). El venial es menor y más nimio; el mortal, más grave y ofende más a Jesucristo.
Tercera parte de la penitencia
Ahora “es necesario enumerar los siete pecados mortales”, también llamados “capitales, pues son la fuente y el origen de los demás pecados” (573 y 574).
La soberbia, el primero, es un pecado que puede asumir muchas formas, como la desobediencia “de Dios, de los superiores o del director espiritual” (574), la altanería o el orgullo. Se deriva de los privilegios que ofrece la Naturaleza –como la salud, la belleza y la cordura–, la Fortuna –como la riqueza y la función social– y la Gracia –como la sabiduría, la bondad y la capacidad de soportar la tentación–.
Le sigue la envidia, “según escribe San Agustín, «el dolor por la prosperidad y la alegría por el mal ajeno»” (581). Este pecado produce malicia, calumnias y difamación.
Tras él viene la ira, pecado en el que “se originan hediondos engendros” (586) como el odio, la discordia, la guerra y los ataques de furia y homicidios, entre otros.
Sigue la pereza o acidia, pecado que toma al corazón del hombre y “lo torna pesado, malhumorado, e incómodo” (596 y 597). Produce languidez, indecisión, temor, desesperanza, holgazanería y tristeza.
La avaricia o codicia es, según “Juan Pablo, «la raíz de todos los males»” (602), ya que domina al hombre que, tras no encontrar consuelo divino, busca satisfacción en lo mundano. Entre quienes cometen este pecado se encuentran los avaros, los jugadores, los ladrones e inescrupulosos mercaderes y “los que abruman a la gente con impuestos, tributos y pagos” (603).
La gula “consiste en el apetito desmesurado o en el deseo incontrolado de comer y beber” (608). Es un terrible pecado que, como bien ilustra la historia de Adán y Eva, “corrompió a todo el universo” (609).
El último pecado es la lujuria: inseparable del pecado de la gula, por este mal “Dios anegó el universo con el Diluvio”. La lujuria comprende al adulterio, al deseo por “la mujer del prójimo” (611), el sexo fuera del matrimonio, quitarle la virginidad a una doncella, el incesto, la homosexualidad y la prostitución, entre otros.
Tras hacer una descripción de los pecados capitales, el Párroco explica las condiciones que debe cumplir la confesión oral para que el sacerdote establezca la penitencia. Entre ellas, el pecador debe confesar si hubo cómplices que intervinieron en la realización del pecado, la recurrencia, el modo en que se realizó, la causa y la tentación. La confesión debe, además, realizarse con vergüenza, humildad, arrepentimiento, sumisión, prontitud, por propia iniciativa y completa honestidad.
Tras ello, el sacerdote puede establecer distintas penitencias para que cumpla el pecador, que “generalmente consisten en las obras de caridad y los castigos corporales” (627). Las primeras son las limosnas y ofrecimientos de los bienes propios a los necesitados o a la Iglesia. La segunda consiste en oraciones, vigilias, ayunos y formas de disciplinamiento como “golpes en el pecho, flagelaciones, arrodillarse” (629), etcétera.
La despedida del autor
En primera persona, el autor le ruega a todo el que lea este tratado que agradezca a Jesucristo, si lo han encontrado de su gusto, o que, en caso de que desagrade, que sea atribuido a su propia ignorancia, no así a su voluntad, ya que lo habría hecho mejor en caso de tener la astucia suficiente. Luego, pide perdón por obras que considera pecaminosas y agradece a Dios por aquellas “de moralidad y devoción”. Finalmente, expresa un último deseo: “Ojalá pueda ser uno de los que se salven el día del Juicio Final” (633).
Análisis
Uno de los aspectos de los Cuentos de Canterbury que más cuestionamientos ha suscitado en la crítica es, justamente, el modo en que esta selección finaliza. A lo largo de sus diversas obras –e incluso dentro de esta misma selección, como en los relatos del Monje y de Sir Topacio–, Chaucer ha demostrado una y otra vez que sabe cómo crear un final falso, engañoso o en apariencia interrumpido. Esto ha llevado a muchos críticos a considerar la posibilidad de que el autor no haya querido terminar realmente su proyecto aquí, sino que este fuera otro de sus finales falsos.
Esta idea se sustenta, en parte, en el plan esbozado por el Mesonero en el “Prólogo general”, cuando anuncia la realización de un torneo de ciento veinte cuentos: cuatro por cada uno de los treinta peregrinos; dos de ida y dos de vuelta. Ello supone una diferencia importante respecto a los veinticuatro que componen esta selección (veinticinco, si contamos el “Prólogo general”). Entonces bien, ¿es este final inacabado parte de una planificación deliberada de Geoffrey Chaucer? Lo cierto es que Los Cuentos de Canterbury finalizan en forma contundente, con un tono decididamente religioso: primero, con el extensísimo sermón del párroco y, luego, con la despedida, escrita y firmada por el propio Chaucer. La pregunta, como podemos imaginar, aún causa distintas controversias.
Con el sermón del Párroco, la peregrinación se encuentra llegando a su meta. Este es un territorio santo, la entrada de Canterbury, donde yace el santo martirizado Tomás Beckett. Tal como menciona Guardia Massó, “Atrás quedan todas las veleidades y desórdenes (...). Como al final de la vida, conviene preparar la entrada en Canterbury, la Jerusalén celestial” (2020: 58). Si en los cuentos anteriores se han tratado la mayoría de los pecados y puntos de la debilidad humana –la avaricia, la lujuria, la gula y la ira, entre otros–, resulta absolutamente lógico que este último ‘cuento’ se presente como un tratado completo y sistematizado de los pecados capitales, contrapunto eclesiástico de todo lo anteriormente narrado.
“La despedida del autor” merece una consideración aparte: al parecer, Chaucer podría haber muerto alrededor del 1400, mientras que la escritura de los Cuentos de Canterbury data de un periodo que va del 1387 al 1400. Estos datos llevan a muchos críticos a considerar la posibilidad de que Chaucer estuviera muriendo al momento de completar esta obra. Al no poder terminar el trabajo, o por alguna otra razón, los críticos sopesan la posibilidad de que haya sentido la necesidad de retractarse ya que, como vimos, creía que muchas de sus obras lo habían acercado demasiado al pecado: “Os pido humildemente, por el amor de Dios, que recéis por mí, para que Cristo tenga piedad de mí y me perdone mis culpas, particularmente mis traducciones y escritos de obras de vanidad humana, de las cuales me descargo en esta retracción” (632). En esta línea interpretativa, Chaucer habría terminado su proyecto antes de que se completara el plan del Mesonero, concluyendo con un sermón piadoso y, luego, con una retractación: así nadie podría acusar a los Cuentos de Canterbury de ser blasfemos.
¿Estamos, entonces, ante una confesión en el lecho de muerte? Cabe mencionar que el verdadero nombre de “La despedida del autor” es, en inglés, “Chaucer 's Retraction”. Una retractación es un género literario en sí y una forma bastante habitual de terminar obras religiosas en el medioevo. Hasta donde se sabe, el origen de este género se remonta a las Retractationes, un libro autobiográfico de San Agustín en el que sometía sus obras pasadas a una suerte de examen de conciencia expiatorio. Si consideramos que Chaucer hace en su “Despedida” algo similar, ya que cuestiona no solo los Cuentos de Canterbury, sino también varias de sus traducciones y obras, su asimilación con el género de las retracciones podría ser adecuada.
En todo caso, solo una cosa es segura: dar cuenta de la complejidad de este final es un esfuerzo adecuado y consecuente a la difícil tarea de interpretar los Cuentos de Canterbury como un todo.