Resumen
Prólogo al cuento del Administrador
Aunque la compañía se ríe de la historia del Molinero, el Administrador se ofende por ella, debido a que él mismo es carpintero. El Administrador afirma que, a pesar de su edad, sigue siendo un hombre astuto, y que bajo las “cenizas” de su vejez “se esconden rescoldos ardientes” (151). El Mesonero interrumpe su amargo monólogo y lo insta a que cuente su historia. El Administrador promete responder al Molinero con su historia, con el objeto de dejarlo en ridículo.
El cuento del Administrador
Cerca de Cambridge vive Smikin el Fanfarrón, un molinero rico con grandes capacidades para la gaita, la pesca y la lucha. Es un hombre peligroso que siempre anda armado y un ladrón deshonesto que suele estafar con la molienda del maíz a las personas, e incluso a la universidad King's Hall. Su esposa es una mujer de familia noble, “orgullosa y atrevida como una urraca” (154), con quien tiene una hija de veinte años y un niño de solo unos meses.
Cansado de que lo estafe con las moliendas, el director de King's Hall les permite a los estudiantes Juan y Alano que lleven el maíz al molino de Smikin, ya que están decididos a no permitir que les robe nuevamente dándoles menos harina.
Los jóvenes, que se creen muy astutos, se presentan en el molino diciendo que quieren ver cómo es el proceso de la molienda para que Smikin no pueda engañarlos. Sin embargo, Smikin sale sigilosamente del molino y libera al caballo de los estudiantes, que sale disparado hacia los pantanos.
Con el maíz molido y metido en sacos, Juan y Alano salen del molino, solo para descubrir que su caballo no está. En ese momento, la esposa de Smikin les avisa que se ha ido al pantano junto a un grupo de yeguas, y los dos estudiantes no tienen más alternativa que salir a buscarlo, dejando las bolsas de harina a la merced del estafador. Liberado de la presencia de los jóvenes, Smikin cambia el contenido de dos bolsas de harina y le dice “a su mujer que con ellas hiciese un pastel” (157).
Tras pasar todo el día intentando capturar su caballo, Juan y Alano regresan por la noche al molino y le ruegan a Smikin que los ayude. El molinero bromea sobre la situación de los jóvenes, pero les permite pasar la noche en su casa a cambio de dinero.
Smikin les prepara a los jóvenes las camas en su propia habitación, compartida con su esposa y sus dos hijos. Luego “Cenaron, charlaron, estuvieron de parranda y bebieron toda la cerveza que les vino la gana” (158). Finalmente se acuestan y tanto Smikin como su familia se duermen rápidamente.
Desvelado por los ronquidos, Alano se queja de su suerte con Juan y resuelve tener sexo con la hija del molinero en venganza por el maíz que le robó su padre. Aunque Juan le aconseja no hacerlo, Alano no le hace caso. Por suerte para él, la hija del molinero lo acepta y terminan compartiendo la noche.
Solo en su cama, Juan siente envidia por su amigo y decide divertirse él también. Para ello, saca la cuna del bebé del pie de la cama del molinero y la coloca a los pies de la suya. Al rato, la esposa del molinero se despierta para ir al baño y, al volver, confunde la cama de Juan con la suya debido a la posición de la cuna. Juan aprovecha y juntos pasan una deliciosa noche.
Al amanecer, la hija ya se ha enamorado de Alano y le confiesa la ubicación del pastel que Smikin mandó a hacer con su harina. Alano intenta despertar a su amigo, pero se termina acostando en la cama del molinero, también confundido por la posición de la cuna. Pensando que habla con Juan, confiesa que ha pasado la noche junto a su hija. Smikin lo oye, lo golpea y empiezan a pelear, hasta que tropieza y cae de espaldas sobre su esposa, que duerme en la cama. La mujer comienza a gritar, despertando con ello a Juan. Luego toma un palo y golpea a su esposo en la cabeza, tras confundirlo con Alano en la oscuridad. Tras ello, los amigos le dan una golpiza a Smikin y huyen con la harina y el pastel.
Con esto finaliza el cuento del Administrador, quien lo ofrece como una respuesta al cuento del Molinero, recordando el proverbio: “Quien a hierro mata, a hierro muere” (162).
Análisis
La crítica tiende a establecer una identidad temática en los tres primeros Cuentos de Canterbury: del mismo modo en que “El cuento del Caballero” se reproduce cómicamente en “El cuento del Molinero”, en la medida en que trata sobre dos hombres enamorados de una misma mujer, “El cuento del Administrador” vuelve a poner el foco en las triangulaciones románticas, la infidelidad y las relaciones conyugales.
Desde una perspectiva contemporánea, este relato nos sirve también para hacernos una idea del modo en que la sexualidad y el cuerpo femeninos –no solo de las esposas, como en el caso de la historia del Molinero, sino también de las hijas y parientes más distantes, como lo ilustran el caso de Teseo y en este cuento– se presentaba objetivado y como un territorio de disputa entre los distintos hombres.
Está claro, desde el momento en que el Administrador da cuenta de su enojo en el “Prólogo”, que poco tiene que ver su cuento, pese a las similitudes temáticas, con la alegría y el interés cómico de la narración del Molinero. En efecto, no encontramos en su historia ni la calidez ni el buen humor que caracteriza al cuento anterior. Sin embargo, el especialista Larry Benson asegura que ambos cuentos se basan directamente en fabliaux franceses. La diferencia en el tono de los relatos, en este sentido, debe comprenderse en función de la incorporación de los mismos dentro de la estructura de relato marco/enmarcado que caracteriza Los cuentos de Canterbury: si la historia del Administrador es menos jocosa que la del Molinero, esto se debe al carácter predominante de la personalidad del narrador. En este caso, la de un personaje furioso que busca venganza debido a lo que considera una afrenta personal: “Es algo legítimo: donde las dan las toman” (152).
Este tipo de reinterpretaciones deliberadas, por parte de Chaucer, de las narraciones tradicionales de su época, es uno de los motivos por el cual los Cuentos de Canterbury han adquirido el estatus de clásicos de la literatura universal, puesto que presentan un uso consciente y deliberado de la materia narrativa inaudito para la literatura de su momento. En este caso, el mismo es realizado por el autor en vistas de los objetivos dramáticos con los que confeccionó la obra. Debemos recordar en este punto que los Cuentos fueron escritos con el objetivo de ser representados ante el público. La toma de la palabra de los distintos personajes –así también como sus disputas– eran actuados por distintos personajes ante un auditorio.
Una última mención merece en esta historia el tema de la justicia: ¿Hasta qué punto Smikin es merecedor de su castigo? ¿Hasta qué punto su sufrimiento es divertido, justo y necesario, y hasta qué punto ha ido demasiado lejos? Consideremos, en este punto, que Smikin termina golpeado por su esposa al final de la historia y luego por los estudiantes, que le siguen pegando incluso cuando está inconsciente. Para el Administrador, la respuesta acerca de lo justo es clara: “Quien a hierro mata, a hierro muere” (162). En otras palabras: los engañadores serán engañados y la gente mala no debe esperar cosas buenas. Sin embargo, esta noción simplista de la justicia –sea terrenal o divina, individual o judicial– no se desarrolla de manera uniforme, como veremos, a lo largo de los distintos Cuentos de Canterbury.