Los cuentos de Canterbury

Los cuentos de Canterbury Resumen y Análisis “Prólogo del Criado del Canónigo”, “El cuento del Criado del Canónigo”

Resumen

Prólogo del Criado del Canónigo

Cinco millas después del cuento de la Segunda monja, dos hombres alcanzan a los peregrinos. Llegan a toda prisa y con sus caballos agotados y transpirados. Se trata de un Canónigo y su Criado, quienes los saludan con cortesía y solicitan que los dejen sumarse a la compañía.

El grupo acepta y el Mesonero le pregunta al Canónigo si tiene una historia para contar. Su criado toma la palabra, explica que el Canónigo es un hombre ilustre y de grandes conocimientos sobre las artes secretas, al punto en que podría agarrar el camino “hasta la ciudad de Canterbury y pavimentarlo todo de oro y plata” (512). Ante el asombro del Mesonero, que no entiende por qué un hombre de tal capacidad viste tan humildemente, el Criado aclara que el Canónigo considera un vicio el vestir ostentoso. También revela que, últimamente, han estado huyendo debido a que el Canónigo pide préstamos a las personas, asegurando ganancias gracias a sus conocimientos sobre la alquimia, pero termina escapando al fracasar en sus experimentos.

En ese momento, el Canónigo oye las indiscreciones de su criado y lo intenta silenciar, pero, como el Mesonero alienta al Criado a seguir hablando, el Canónigo decide huir. Ante ello, el Criado decide contar todo lo que sabe.

El cuento del Criado del Canónigo

Primera parte

Aunque ha vivido siete años junto al Canónigo, que es un alquimista, el Criado asegura que no comprende nada de esa ciencia. Sus años junto a él lo han dejado pobre, lo mismo que le pasaría a cualquiera que intente aprender los fundamentos de esas extrañas ciencias. Además, de tanto soplar el fuego se ha vuelto pálido y ciego. Con la intención de reproducir metales preciosos en el laboratorio, han perdido todo el oro invertido y arrastrado consigo a quienes osaron escucharlos: “Todo nuestro afán y sus correspondientes horas perdidas son inútiles. También todo nuestro capital queda volatilizado” (516).

El Criado describe cuáles son los materiales con los que trabaja un alquimista, que “son los cuatro cuerpos volátiles y los siete sólidos”. Sin embargo, poco importa este conocimiento, porque “quien se introduzca en esta condenada ciencia (...) perderá cada penique” (517). Aun así, muchos se interesan en la alquimia en la búsqueda de “la piedra filosofal o el elixir”, pero terminan sumergidos en una “búsqueda inacabable” (518).

Segunda parte

El Criado cuenta la historia de un particular canónigo: “En todo el ancho mundo no hay nadie que le llegue a la suela del zapato como timador” (520). Pese a ello, las personas caminan largas millas para conocerlo. En este punto, el narrador señala que sus críticas no intentan representar a todos los canónigos: al igual que con Judas, el hecho de que un apóstol sea un traidor no los vuelve traidores a todos.

Un día, este canónigo visita a un buen sacerdote en Londres, a quien le ruega que le preste dinero. El sacerdote accede y tres días después, el canónigo paga su deuda. Complacido por el hecho de que haya cumplido con su palabra, el sacerdote expresa su confianza en el canónigo, quien aprovecha para prometerle que le enseñará sus habilidades alquímicas: “Ya que habéis sido tan generoso y amable, a cambio, os revelaré, en secreto, algo que conozco” (522).

Es así que el canónigo manda al sacerdote a llevarle azogue, carbones y un crisol. Tras poner el crisol al fuego, le hace creer, por medio de distintos engaños, que ha podido crear una barra de plata por medio de sus conocimientos secretos. El sacerdote queda asombrado por la demostración, pero el canónigo se arriesga aún más y le pide que lleve nuevos elementos, repitiendo su engaño para producir más y más plata.

Deseoso de aprender tales habilidades, el sacerdote le suplica al mentiroso canónigo que le transmita sus enseñanzas, a lo que el hombre accede a venderle su fórmula por una gran cantidad de dinero. Aunque la transacción se completa, “el sacerdote jamás volvió a ponerle la vista encima desde aquel día”, ya que, como era esperable, “toda la operación no fue sino un fraude y un engaño” (528).

Tras ello, el Criado aconseja a los presentes: “Si os habéis metido en la alquimia, seguid mi consejo: dejadla correr antes de perderlo todo” (529).

Análisis

La historia de la Segunda monja apenas ha terminado cuando estos dos nuevos personajes alcanzan al grupo. El sudor y la espuma que exudan ellos y sus caballos son la prueba de su prisa, algo que resulta sospechoso desde un primer momento: “Sólo los facinerosos y los cobardes huyen” (Guardia Massó, 2020: 51).

La llegada del Canónigo y su Criado es un evento tan inusual, particularmente en este punto de los Cuentos de Canterbury, que el compilador del manuscrito Hengwrt, uno de los más aceptados por la crítica, lo omitió deliberadamente del conjunto. Por otra parte, muchos críticos han señalado la curiosa coincidencia de que este cuento, que tiene a la transmutación y el cambio de la materia como tópico central, posea un carácter tan disruptivo y transformador respecto a la estructura total de los Cuentos de Canterbury.

El Canónigo es, en sí, un hombre dedicado a la alquimia, práctica protocientífica de larga data, en la historia oriental y occidental, que combinaba elementos y saberes que hoy día se han diversificado a través de distintas disciplinas científicas, como la química, la física, la metalúrgica y la medicina. A su vez, integraba también saberes de otras prácticas espirituales o pseudocientíficas, como la astrología o la meditación.

Con el paso de los años, la alquimia fue evolucionando hasta convertirse en la actual química, tal como la conocemos en la época moderna. De hecho, varios de sus conocimientos, sustancias y procesos sirvieron de base fundamental para el desarrollo de las industrias químicas y metalúrgicas. En “El cuento del Criado del Canónigo”, por ejemplo, el narrador menciona “los cuatro cuerpos volátiles y siete sólidos” sobre los que trabaja su maestro, y la descripción que hace sobre ellos ha sido considerada como un antecedente de la actual tabla periódica: “El primero volátil se denomina plata viva (o azogue); el segundo, oropimente; el tercero, sal amoniaco; y el cuarto, azufre. Los siete cuerpos sólidos son: el oro, que corresponde al Sol; la plata, a la Luna; el hierro, a Marte; la plata viva, a Mercurio; el plomo, a Saturno; el estaño, a Júpiter; y el cobre, a Venus” (517).

En épocas de Chaucer, existía la creencia de que los alquimistas tenían la fórmula para la multiplicación de los metales preciosos, así como para la creación de la piedra filosofal. Según las creencias, este objeto permitiría alcanzar la inmortalidad y también transformar el plomo y otros elementos de la naturaleza en oro. Sin embargo, es esta misma creencia la que, según confiesa el Criado del Canónigo, había llevado a una cantidad innumerable de personas –inclusive él mismo– a la miseria absoluta.

La historia del Criado, en este sentido, sirve para prevenir contra la avaricia que lleva a los hombres a creer en estas quimeras, volviendo a poner al dinero como uno de los más grandes causantes de la miseria humana: “Me he quedado sin recursos. Además, para colmo, estoy tan endeudado por el oro que he pedido prestado que, mientras viva, no alcanzaré a pagarlo” (515).

Cabe mencionar, por último, que, en tanto partícipes de una disciplina ligada a lo espiritual, los alquimistas debían aprender transmutar su propia alma antes de convertir la materia. En el relato del Criado, esta práctica produce cambios sobre sus propios cuerpos; huellas que se asemejan a las transformaciones que atraviesan los materiales con los que trabajan. La imagen del Canónigo cuando llega donde los peregrinos resulta ilustrativa de ello: “Era digno de ver de qué forma sudaba: su frente goteaba como un alambique lleno de llantén y cañarroya” (512). Es decir, se parece a uno de los artefactos utilizados por los alquimistas para destilar líquidos. Algo similar sucede con el rostro del Criado, que queda blanco y casi ciego por la cercanía al fuego y a los tóxicos vapores del oficio: “Mi rostro era blanco y lozano; ahora, es plomizo y marchito” (515).