Julio César comienza en el año 44 a.C., en un momento en que Roma gobernaba territorios que se extendían desde Gran Bretaña, hacia el norte, hasta Persia, en el este. Sin embargo, el éxito militar de Roma había tenido un serio costo para la situación política en la capital, gobernada entonces por un senado dividido. El desorden interno les permitió a los generales militares más exitosos ganar poder. Además, en el Estado había una marcada división de clases y los plebeyos se habían ganado el derecho a elegir representantes, lo que les otorgaba cierto poder político, aunque limitado.
Varios hombres intentaron hacerse cargo del gobierno durante este período tumultuoso, y la mayoría fracasó. Julio César, general romano que se había hecho un nombre gracias a su exitosa campaña en el noroeste de Europa, contaba con gran popularidad entre las clases más pobres de Roma. Poseía estrategia, talento, carisma y ambición, y los partidarios de la república reconocían en él una seria amenaza para la forma de gobierno que defendían. Cuando los intentos legales y militares de detenerlo fracasaron, una conspiración liderada por Cayo Casio y Marco Bruto lo asesinó.
La muerte de César terminó por socavar la institución política que con ella se buscaba defender. Roma pronto se sumergió en una guerra civil, y los ejércitos de los conspiradores fueron derrotados por los del aliado de César, Marco Antonio, y los del heredero de aquel, Octavio. La culminación de estos eventos fue la derrota del senado y la instalación de Octavio como emperador Augusto.
Los contemporáneos de César comprendieron rápidamente la importancia de estos eventos y los documentaron bien. A lo largo de los siglos transcurridos desde entonces, estos acontecimientos han sido discutidos extensamente. Las interpretaciones sobre los hechos son diversas: por ejemplo, Miguel Ángel veía en Bruto un defensor de la libertad humana, mientras que Dante colocó a este y a Casio en el círculo más profundo del infierno en su Divina Comedia. Para Shakespeare, por su parte, este drama histórico presentaba numerosas y conflictivas perspectivas.
La historia de la muerte de César y la agitación política que le siguió fue especialmente importante en la época de Shakespeare. Se cree que la obra fue escrita en 1599. Entonces, Europa era gobernada por monarcas que luchaban entre sí por consolidar su propio poder. En Inglaterra, la monarquía estaba en conflicto con la aristocracia y con los representantes de la Cámara de los Comunes. Dado que la reina Isabel, al frente de la corona en ese momento, no tenía herederos directos, muchos temían que Inglaterra pudiera caer en la guerra civil. El miedo a la censura, además, prevalecía en asuntos relacionados con la política, por lo que, para Shakespeare, la historia de Julio César supuso una forma segura de comentar algunas de las problemáticas de su tiempo.
La fuente principal de Shakespeare para escribir la obra fue la traducción al inglés de Thomas North de las Vidas paralelas de Plutarco, escritas en el siglo I d.C. Como en muchos de sus dramas históricos, el dramaturgo inglés rompe levemente con la precisión histórica en pos del efecto dramático. Por ejemplo, sitúa el triunfo de César sobre los hijos de Pompeyo con la Lupercalia en febrero, mientras que Plutarco indica que la victoria tuvo lugar en octubre. Con este cambio, el asesinato en los Idus de Marzo parece ser una respuesta a la creciente influencia y arrogancia de César. Además, en la versión de Shakespeare, Bruto y Casio huyen de Roma inmediatamente después del discurso de Antonio frente al pueblo romano, a pesar de que Plutarco describe su retirada de la ciudad más de un año después del funeral de César. Estas diferencias logran que las virtudes y los defectos personales de los líderes romanos parezcan mucho más relevantes a la hora de dar forma a la acción de la trama.
Aunque en principio relata la tragedia de Julio César, la obra de Shakespeare se centra en diversos personajes y, mientras que César tiene un protagonismo limitado y una personalidad que no parece del todo digna de su grandeza, Bruto aparece como un personaje mucho más completo y complejo. Es por esto que numerosos críticos entienden que es este último el verdadero protagonista de la obra.
Shakespeare nunca tuvo la intención de que la obra fuera históricamente precisa. De hecho, indicaba que los actores aparecieran en escena con atuendos isabelinos, y colocó en la obra un reloj mecánico, invención medieval que suponía un flagrante anacronismo. Sin embargo, los romanos de Shakespeare comparten una herencia cultural distintiva, que incluye ciertos ideales y supuestos. Cuando Antonio se refiere a Bruto como "el más noble de los romanos", se está refiriendo a una virtud romana específica, asociada con el gobierno republicano que Bruto muere defendiendo. Los protagonistas de la trama nunca son capaces de superar la presión de los valores romanos heredados, en los que confían, y no son, por lo tanto, completamente libres para inventarse a sí mismos.