Resumen
Tomo II, Capítulo XIX
Julián decide, nuevamente, abandonar los Pazos. Llega incluso a hacer las maletas. Sin embargo, al final se arrepiente. Su amor por Nucha y la pequeña beba lo retienen en la casa. Tiene miedo de lo que les pueda pasar si él se marcha.
Una de esas noches, el párroco va a la cocina y se encuentra a Sabia echándole los naipes a Sabel. Julián cree entender que la anciana profetiza simbólicamente la muerte de Nucha y la continuidad de la relación entre Pedro y la criada. Horrorizado, el párroco vuelve a su habitación e intenta concentrarse en la lectura. Sin embargo, un terrible grito de mujer retumba en el cuarto. Julián baja las escaleras corriendo, convencido de que el vaticinio de Sabia se ha vuelto realidad. Encuentra al marqués y a su esposa en el pasillo. El grito de Nucha se debe solamente a la presencia de una araña en la pared. El marqués reniega de la fragilidad citadina de su esposa. Julián, avergonzado, vuelve a su cuarto e intenta dormir. Tiene pesadillas a lo largo de toda la noche.
Tomo II, Capítulo XX
Julián despierta. El cielo está cubierto de nubes negras. Visita a Nucha y a la niña en su cuarto. La esposa del marqués le dice que tiene miedo de lo que puedan hacerle a ella y a su pequeña hija. Además, la casa le da pavor, más en los días en los que el clima está así de oscuro.
En un rapto de coraje, Nucha decide vencer sus miedos e ir al sótano de la casa a buscar unas sábanas. Le pide a Julián que la acompañe. El capellán accede. Ambos cruzan oscuros salones y descienden por estrechas escaleras hasta llegar al sótano. Nada malo sucede, pero al regresar a su habitación, la marquesa sufre un terrible ataque de nervios. Por unos instantes, incluso, llega a perder la cordura.
Tomo II, Capítulo XXI
Don Pedro organiza una jornada de caza junto al juez de Cebre, Primitivo, Don Ramón Limioso, el cura de Boán, don Eugenio de Naya y un cazador furtivo apodado Bico de Rato (que, en portugués, significa “hocico de ratón”). La noche previa a la cacería, Julián cena con los cazadores y se divierte con sus exageradas historias. Los cazadores entonces lo invitan a cazar junto a ellos, y no aceptan un “no” como respuesta.
Tomo II, Capítulo XXII
A la mañana siguiente, salen a cazar. Le dan una escopeta y un perro a Julián. El capellán nunca ha cazado en su vida. Entonces, le dan algunos consejos. El párroco se interna en las montañas. El perro le marca tres veces el lugar donde están las perdices, pero ninguna de las tres Julián da en el blanco.
A la noche van a cazar liebres. Aparece una liebre hembra. No le disparan. Deciden seguirla, pues saben que donde haya una liebre hembra, habrá muchas liebres machos para cazar.
Tomo II, Capítulo XXIII
Perucho siente una gran fascinación por la pequeña beba, y ella siente una gran fascinación por Perucho. Nucha, entonces, los deja pasar tiempo juntos, maravillada de la relación que tienen los niños.
Una tarde, Julián entra en el cuarto y encuentra a Nucha bañando a ambos niños en una misma palangana. La esposa del marqués, de manera inocente, le comenta al capellán que la beba y Perucho parecen hermanos. La cara que pone Julián le demuestra a Nucha que su inocente comentario es, en realidad, una terrible verdad. El párroco intenta disuadirla, pero ella no le cree. Echa a Perucho del cuarto y le prohíbe volver a acercarse a la beba.
Luego, Nucha le pide a Julián que le exija al marqués que eche a Sabel y Primitivo de la casa. El capellán le responde que ha intentado esto numerosas ocasiones, pero no lo ha logrado. La esposa del marqués asegura, entonces, que ella se encargará de echar a la criada y a su padre de la casa.
Tomo II, Capítulo XXIV
Se aproximan las elecciones para escoger gobernador en Cebre. El caos político que reina en España llega entonces hasta los Pazos de Ulloa y sus alrededores. El narrador advierte que la lucha ideológica que se libra en las grandes ciudades españolas se convierte, al llegar a Cebre, en una mera lucha de intereses personales. El enfrentamiento entre la monarquía absolutista y la monarquía democrática que se vive a nivel nacional es en Cebre un enfrentamiento entre dos caciques: el carlista Barbacana y el liberal Trampeta. El candidato de Trampeta es el vigente gobernador de Cebre, que busca su reelección. Barbacana, con el apoyo del arcipreste de Loiro, el cura de Boán, don Ramón Limioso y Primitivo, coloca como candidato al marqués de Ulloa. Don Pedro no tiene verdaderos ideales políticos, pero su orgullo y su vanidad lo hacen aceptar la candidatura.
El marqués comienza a recibir visitas diariamente. La casa se revoluciona. Primitivo se ocupa de conseguir el apoyo de los arrendatarios y jornaleros sobre los que tiene influencia. En una de sus visitas, el arcipreste de Loiro advierte que la capilla de Ulloa está derruida, y le sugiere al marqués que invierta en su reparación. Don Pedro obedece. Cuando la capilla queda terminada, Julián y Nucha, que cada vez parece más triste, se encargan de los ornamentos interiores, como la ropa de los santos y la limpieza del templo.
Una tarde, en medio de estas tareas, el párroco advierte que la esposa del marqués tiene moretones en los brazos. Recuerda con horror aquella violenta escena en la que don Pedro molió a golpes a Sabel. Está por preguntarle a Nucha por el origen de esas marcas, pero justo llega el marqués a la capilla.
Tomo II, Capítulo XXV
Trampeta se entrevista con el gobernador. Está inquieto por las elecciones. Le pide dinero para comprar algunos votos. Parece que el marqués de Ulloa tiene mucho apoyo, y no va a ser nada fácil derrotarlo en los comicios. Es cierto que no tiene solvencia económica para sustentar la campaña, pero, según Trampeta, es Primitivo quien lo está ayudando financieramente. El gobernador le pregunta a Trampeta de dónde sacó el dinero Primitivo si, en teoría, es solamente el mayordomo de los Pazos. El cacique le explica que Primitivo le viene robando al marqués de Ulloa desde hace años, aprovechándose de la informal administración de los Pazos. El dinero robado, además, lo ha dado a préstamo con un alto interés a diferentes arrendatarios de la comarca. El gobernador se sorprende de lo poderoso que es el “mayordomo” de los Pazos de Ulloa.
Por otra parte, el arcipreste de Loiro se encuentra con Naya en el camino que dirige a la casa del marqués. Conversan mientras cabalgan, pese a las dificultades que impone el feroz viento. Naya le comenta al arcipreste que, a su parecer, la elección está muy complicada para el marqués por varias razones. Por un lado, se rumorea que Primitivo va a traicionarlo. Por otro lado, gran parte de los vecinos de Cebre no ve con buenos ojos la relación pecaminosa que don Pedro mantiene con Sabel. Por último, se comenta que Nucha mantiene una relación extramatrimonial con Julián.
Tomo II, Capítulo XXVI
El párroco comienza a sentirse vigilado por Primitivo. Cada vez está más incómodo en la casa. Solo se siente a gusto en el cuarto de Nucha, con ella y la beba. Llega el día de las elecciones. Todo indica que, gracias a la influencia de Primitivo y Barbacana, don Pedro será elegido como gobernador. Trampeta, entonces, lleva a cabo maniobras fraudulentas, tales como cambiar urnas. Gracias a estas maniobras, el vigente gobernador, candidato de Trampeta, es reelecto.
Barbacana, el cura de Naya, el Arcipreste de Loiro, el cura de Boán, don Ramón Limioso y el Tuerto de Castrodorna (un famoso matón servil a Barbacana) se reúnen en casa del cacique. Están convencidos de que el fracaso electoral se debió a la traición de Primitivo. De repente, se comienzan a escuchar cantos provenientes de la calle. Un grupo de partidarios de Trampeta se han reunido frente a la casa de Barbacana y, a través de cánticos, amenazan con matarlo. El cacique advierte que muchos de ellos están sumamente ebrios. Él y sus seguidores (todos excepto el arcipreste, que tiene una edad avanzada) salen armados con bastones y palos, y ahuyentan a los borrachos con cómica facilidad.
La reunión se termina. Todos se dirigen a sus casas riéndose de lo que ha acontecido. Barbacana se queda junto al Tuerto tramando algo.
Análisis
Aquí llegamos al final del nudo, y quedamos a las puertas del desenlace. Entre el capítulo XIX y el XXIII, el narrador dedica toda su atención a lo que sucede en la vida privada de los protagonistas. El marqués ha regresado a sus jaranas de siempre, dejando solas a su esposa y la beba. Nucha descubre que Perucho es hijo de su esposo y, por lo tanto, que este mantiene relaciones extramatrimoniales con Sabel. Desde su lugar de mujer de la casa, por supuesto, no puede hacer nada. Como hemos visto previamente, las mujeres en Los Pazos de Ulloa no tienen ningún poder.
El temor de que Primitivo decida matarla a ella y a la beba para que su nieto, Perucho, se convierta en el único heredero de los Pazos se instala definitivamente en Nucha. Hay un solo hombre en el que ella confía, pero este es cobarde e incapaz: Julián Álvarez. El capellán tiembla de miedo ante las predicciones que hace una ignorante anciana con los naipes. Tiembla de miedo porque tiene pesadillas. Los hombres lo llevan a cazar y tiembla de miedo al tener una escopeta en sus manos. A lo largo de la novela, se dice varias veces que Julián Álvarez es afeminado. Lo dice el narrador y lo comentan diferentes personajes. Más allá de la malicia que el comentario contiene, lo cierto es que el protagonista de la novela, afeminado o no, tiene el mismo poder que las demás mujeres de la obra: ninguno.
En estos cuatro capítulos, en que el narrador deja descansar la esfera política y se centra en la parte privada, entran en la novela diferentes elementos que, más que pertenecer al naturalismo, pertenecen al romanticismo clásico: hermanos que se reconocen instintivamente como tales (Perucho y la hija de Nucha); descubrimientos truculentos de infidelidades y relaciones pecaminosas; un hombre malvado, Primitivo, que conjura un plan para matar a los bondadosos y quedarse con el dinero… Estos elementos no vinculan estéticamente a Los Pazos de Ulloa con la novelística de Zola, sino que hacen pensar más bien en novelas de Alejandro Dumas, como El conde de Montecristo. Al respecto, he aquí una interesante observación de Blanco Amor, plasmada en su artículo “Romanticismo y espíritu de clase en Los Pazos de Ulloa”: “Todos hemos leído que la condesa Pardo Bazán introdujo el naturalismo en España. Ella también lo creyó y se dedicó a predicar con el ejemplo: escribir novelas naturalistas. Noveló creyendo que estaba en la más pura ortodoxia naturalista. Pero en medio de lo que ella consideraba una fría exposición zolesca, se le escapaban escenas de tono sentimental, plañideras y suspirantes. La condesa era, en realidad, una posromántica situada entre dos edades literarias: el romanticismo muerto y el naturalismo agonizante” (1962, 8).
Además del romanticismo, cabe destacar que Los Pazos de Ulloa presenta varios elementos típicos de la novela gótica. De hecho, la hacienda del marqués en los Pazos se asemeja mucho a los icónicos castillos de este tipo de novelas. El miedo de Julián y Nucha a los recovecos de la hacienda responde a ese goticismo. Veamos, por ejemplo, este fragmento de la pesadilla que tiene el párroco en el capítulo XIX: “Empezó a soñar con los Pazos (…). El huerto con bojes y estanque era ahora ancho y profundo foso, las macizas murallas se poblaban de saeteras, se coronaban de almenas; el portalón se volvía puente levadizo, con cadenas rechinantes; en suma, era un castillote feudal, hecho y derecho” (185).
En definitiva, si bien Los Pazos de Ulloa es una novela predominantemente naturalista, no hay que olvidar que esta fue escrita a fines del siglo XIX, en un momento en que diferentes corrientes estéticas se cruzaban. El romanticismo, el realismo, el gótico, el naturalismo y hasta el modernismo convivían. De manera consciente o no, Pardo Bazán supo tomar diferentes elementos de cada corriente estética para enriquecer su obra.
Decíamos previamente que el narrador se dedica desde el capítulo XIX hasta el XXIII a detallar lo que sucede en la esfera de lo privado, dejando “descansar” la parte política. Al final del capítulo XXIII, la tensión en la historia de Nucha llega a su punto más álgido. La mujer del marqués descubre que Perucho es hermano de su hija, y decide dar punto final a la pecaminosa historia que vive don Pedro frente a sus propias narices. Determinada a hacerse valer como marquesa y esposa, quiere echar a Sabel, a Primitivo y a Perucho de la casa. Por primera vez en toda la novela, parece que un personaje femenino podrá hacerse valer y cambiar su destino trágico de mujer. Pues no. La esfera pública se interpone rotundamente en el camino de liberación de Nucha: “Poco después sufrió una metamorfosis el vivir entumecido y soñoliento de los Pazos. Entró allí cierta hechicera más poderosa que la señora María la Sabia: la política” (211).
En el capítulo XXIV, antes de que Nucha llegue a actuar, el marqués es elegido por el cacique carlista Barbacana como su candidato a gobernador de Cebre. La casa de los Pazos se llena de visitas: miembros de la curia, nobles de la zona, políticos locales. Nucha no tiene lugar para exponer sus quejas ni demandas. Lo privado queda suspendido. Lo público invade todo y, al pasar, deja abierta una puerta esperanzadora: si el marqués gana las elecciones, deberá irse de los Pazos junto a su familia y vivir en Cebre. Podrán dejar atrás a Sabel, Perucho y Primitivo, y vivir decentemente. Tal vez, lo que Nucha no pudo resolver dentro de su casa puede resolverlo una fuerza exterior…
En los capítulos XXIV, XXV y XXVI, la política domina el centro de la narración. Julián y Nucha quedan a la espera de lo que pasará en los comicios. El párroco descubre que el marqués golpea a su esposa, pero su cobardía le impide hacer algo al respecto. La salvación de Nucha, de existir, no vendrá de la mano de la religión ni de la moral, sino de la política. Pero acaso ¿se puede confiar en la política? El narrador reflexiona al respecto:
La política, si tal nombre merece el enredijo de intrigas y miserias que en las aldeas lo recibe. Por todas partes cubre el manto de la política intereses egoístas y bastardos, apostasías y vilezas; pero, al menos, en las capitales populosas, la superficie, el aspecto, y a veces los empeños de la lid, presentan carácter de grandiosidad. (…) En el campo, ni aun por hipocresía o histrionismo se aparenta el menor propósito elevado y general. Las ideas no entran en juego, sino solamente las personas, y en el terreno más mezquino: rencores, odios, rencillas, lucro miserable, vanidad microbiológica. Un combate naval en una charca (211).
No, no se puede confiar en la política. Y menos aún en la politiquería que rige las zonas rurales. En materia política, Pardo Bazán sí hace una diferencia entre lo que sucede en el campo y lo que sucede en las ciudades. En las grandes urbes, el enfrentamiento entre los liberales, que proponen una monarquía democrática, y los carlistas, que pugnan por el regreso de la reina al poder, es realmente ideológico. En Cebre, por el contrario, dicho enfrentamiento es una mera pugna basada en intereses personales. Hay dos caciques, uno “liberal”, Trampeta, y uno “carlista”, Barbacana, pero ni a uno ni al otro lo mueven sus ideales (de allí el uso de las comillas). Sus filiaciones políticas son solamente una excusa para intentar hacerse con el poder. En este punto, es interesante destacar que Pardo Bazán era una ferviente carlista, pero su filiación política no le impidió ser sumamente crítica con los personajes carlistas que aparecen en su obra, tales como el cacique Barbacana, Ramón Limioso y el Arcipreste de Loiro.
La crítica al caciquismo es muy importante en Los Pazos de Ulloa. Una de las consecuencias inesperadas de la revolución de 1868 fue el crecimiento de la influencia de los caciques. Estos eran delegados políticos que detentaban el poder de manera clientelar en las zonas rurales. Entre otras cosas, los caciques controlaban el voto de aquellos con los que mantenían negocios (sobre todo, pequeños arrendantarios) y el campesinado. Todo esto aparece representado con maestría en Los Pazos de Ulloa a través de las figuras de Trampeta, Barbacana, y también de Primitivo, aunque, en teoría, este último no sea un cacique.
El “mayordomo” es un personaje fundamental de la obra. Primitivo es el verdadero amo de los Pazos de Ulloa. Durante décadas, ha engañado al marqués de Ulloa y le ha robado su dinero para dominar a los campesinos y los arrendatarios de la zona. ¿Cómo? Utilizando ese dinero para otorgarles préstamos a los unos y los otros con intereses altísimos. A diferencia de los otros caciques, Primitivo no es instruido ni pertenece a la clase señorial. Tampoco pertenece al campesinado, pues tiene dinero. Entonces, se ubica en un punto intermedio entre ambas clases y, desde allí, les roba a unos y otros. Sus manejos turbios llegan incluso hasta las elecciones, en las que manifiesta apoyar al marqués pero, por lo bajo, lleva a cabo intrigas y negociados para hacerlo perder. Primitivo es, en definitiva, un capataz que actúa como cacique. Pero no es un cacique. Trampeta y Barbacana son hombres con formación y nombre. Trampeta es secretario del ayuntamiento de Cebre y Barbacana es abogado. Primitivo, pese a lo que ha logrado con su astucia y temeridad, sigue siendo un advenedizo del campesinado, y su intento de convertirse en cacique, tal como veremos más adelante, terminará por costarle la vida.
Otro actor importante dentro de la trama política, sobre todo en la llegada de las elecciones, es la curia. Todos los curas de la zona (excepto Julián, que no le presta atención a la política) y el Arcipreste de Loiro se alinean detrás de Barbacana, el cacique carlista. Son monárquicos y conservadores. Tal como dice Máximo Juncal sardónicamente: “Todos los pájaros de pluma negra vuelan hacia atrás" (159). Ahora bien, la curia de Los Pazos de Ulloa, al igual que los caciques y los nobles (como el marqués o Ramón Limioso), no tiene una verdadera ideología. Son ignorantes y corruptos, e intervienen en política en pos de mantener su poder. Recordemos que los liberales que iniciaron la revolución de 1868 defendían la libertad religiosa y esto, por supuesto, atentaba contra los intereses del clero. Así, vemos que no hay nada de espiritual en la posición política de los representantes de la Iglesia.
Sea como fuere, ni la iglesia ni la aristocracia podrán conseguir que el marqués de Ulloa sea electo gobernador. Es tiempo de dominio liberal. Llevando a cabo un fraude electoral, Trampeta logrará que el gobernador vigente sea reelecto. Esta derrota de don Pedro en las urnas no solo decretará la pérdida del poder por parte de los carlistas, sino también el final de las esperanzas de Nucha y Julián. Ahora, el marqués no se mudará a Cebre con su familia, sino que seguirá viviendo allí, en la pecaminosa hacienda de los Pazos, con Sabel y el bastardo Perucho.
Así se llega al fin del nudo de Los Pazos de Ulloa. La política ha determinado totalmente las posibilidades de los personajes. El destino de Nucha y Julián no ha dependido de ellos, sino de su entorno. En definitiva, el naturalismo zolesco se ha impuesto por sobre la idea del libre albedrío que Pardo Bazán pretendía esbozar.