No hay duda que así, varonilmente desaliñado, húmeda la piel de transpiración ligera, terciada la escopeta al hombro, era un cacho de buen mozo.
Una de las grandes virtudes de Emilia Pardo Bazán es haber sido una adelantada a su época en materia de género. En Los Pazos de Ulloa no solo vemos un feminismo de avanzada que critica sin piedad la misoginia reinante en España a fines del siglo XIX, sino que también nos encontramos con un tipo de escritura atrevido e impúdico, que sigue la línea del naturalismo, pero se desvía en gran medida de lo que se esperaba de una escritora de la época.
Esa osadía y atrevimiento se ve con claridad en esta cita. Describir al marqués como "un cacho de buen mozo", en lugar de describirlo refinadamente como, por ejemplo, "un hombre de buen porte", marca el posicionamiento de Pardo Bazán. Demuestra que poco le importa el decoro que se impone a las mujeres escritoras de su época, y mucho le importa escribir como le place escribir. Cabe destacar que Pardo Bazán fue echada del partido carlista y reprobada públicamente en una iglesia en La Coruña por su escritura impúdica. Por supuesto, ninguno de estos hechos la refrenó de seguir escribiendo a su manera.
La aldea, cuando se cría uno en ella y no sale de allí jamás, envilece, empobrece y embrutece.
Frente al tópico bucólico e idealizado de la vida campesina que dominó la literatura romántica, Pardo Bazán presenta un campo rústico sin belleza alguna, un paisaje en ruinas en el que la naturaleza venció a los hombres y los sometió a su ley salvaje. Esta fusión entre el carácter de la naturaleza y los personajes es característica del naturalismo. Dentro de esta corriente estética, en la que se inscribe la novela, se le otorga una enorme importancia a los espacios. Se considera que los lugares en los que los personajes nacen, se crían y viven determinan en gran medida su carácter e, incluso, su destino. Eso es lo que nos dice en la cita, con pesimismo, don Manuel Pardo de la Lage.
El tío Gabriel me lo decía mil veces: las personas decentes, en las poblaciones, no se distinguen de los zapateros…
De la mano de don Pedro, los lectores nos adentramos en la vida urbana de la capital de Galicia. Podría esperarse que la ciudad, en contraposición al campo, fuera presentada por Pardo Bazán como un lugar civilizado y digno. Pues no. Así como el campo de Los Pazos de Ulloa es rústico sin ser bonito, y salvaje sin bucolismo alguno, la gran ciudad es un lugar sucio y húmedo sin virtud alguna. ¿Y qué decir de las personas citadinas? Tal como lo expresa en la cita don Pedro, las personas de la ciudad no le guardan respeto a nadie. Es cierto que, en el caso del marqués, bien ganado se tiene que no se le presente respeto alguno, pero el asunto va más allá de él. Santiago de Compostela es presentado por Pardo Bazán como un gran cambalache donde, como dice el tango, todo se ha mezclado y da lo mismo ser cura, marqués, zapatero o ladrón.
¡Vale más ir a presidio que llevar esta vida!
Una de las características del naturalismo que Pardo Bazán toma al pie de la letra es su pesimismo. En Los Pazos de Ulloa no hay ningún personaje feliz, ni siquiera parcialmente. Desde el principio hasta el final, absolutamente todos los personajes son infelices. Sabel es golpeada, el marqués no se contenta con nada, Julián es incapaz de compartir la fe católica, Nucha se casa con un hombre a quien no quiere y tiene una hija a la que ni siquiera puede amamantar. El campo es un lugar hostil, la ciudad también. Para vivir así, entonces, tal como dice don Pedro, es mejor estar preso y no tener aspiración alguna que encontrarse día a día con los sinsabores de la mezquina existencia.
La prenda más esencial en la mujer es la honestidad y el recato.
Julián es el único personaje masculino de la novela que muestra algún tipo de comprensión y benevolencia hacia las mujeres. Sin embargo, tal como lo muestra esta cita, él también considera que ellas deben ser lo que los hombres de la época esperan que sean: virtuosas, honestas y recatadas. Ni siquiera el protagonista de la novela se exime de esta visión machista imperante en la sociedad española de fines del siglo XIX que nos presenta Emilia Pardo Bazán.
Pedro figuraba entre los que no juzgan limpia ya a la que tuvo amorosos tratos, aun en la más honesta y lícita forma, con otro que con su marido. Aun las ojeadas en calles y paseos eran pecados gordos. Entendía don Pedro el honor conyugal a la manera calderoniana, española neta, indulgentísima para el esposo e implacable para la esposa.
De todos los personajes machistas de la novela, el marqués es el peor. Viviendo en concubinato con Sabel, y teniendo incluso un hijo no reconocido con ella, Don Pedro no admite en las mujeres la más mínima falta, e incluso considera condenables diversiones tan inocentes como salir a pasear y mirarse con algún pretendiente.
El narrador define esa actitud de Pedro como algo muy típico de España y la califica de "calderoniana", en alusión a los dramas de Calderón de la Barca en los que el esposo, por meras sospechas, era capaz de asesinar a su esposa para lavar su honor.
En las ciudades pequeñas, donde ningún suceso se olvida ni borra, donde gira perpetuamente la conversación sobre los mismos asuntos, donde se abulta lo nimio, y lo grave adquiere proporciones épicas, a menudo tiene una muchacha perdida la fama antes que la honra, y ligerezas insignificantes, glosadas y censuradas años y años, llevan a su autora con palma al sepulcro.
Generalmente, el narrador de Los Pazos de Ulloa no expresa sus propios pensamientos, sino que se focaliza y narra desde la perspectiva de uno u otro personaje a través del uso del discurso indirecto libre. En esta cita, sin embargo, nos brinda su propia mirada sobre el machismo imperante en las ciudades. Esta mirada, sin dudas, se condice con el pensamiento de la autora, una feminista ferviente que vivió en carne propia la maledicencia de los hombres (fue, incluso, reprendida públicamente en una iglesia) y que, a lo largo de toda su vida, levantó la voz en pos de defender a las mujeres y denunciar el machismo reinante.
Parecíale a Julián que Nucha era ni más ni menos que el tipo ideal de la bíblica Esposa.
¿Está Julián enamorado de Nucha? A lo largo de la novela, el párroco tiene ciertos pensamientos que parecerían indicar que sí. Su amor hacia Nucha no es, por supuesto, carnal, sino platónico. En ningún momento piensa en la esposa del marqués desde un punto de vista sexual, sino que, tal como se ve en la cita, idealiza religiosamente a Nucha. ¿Pero la desea? ¿Qué sucedería si llegara a fugarse con ella, tal como lo planea al final de la novela?
Esta es una de las tensiones románticas que atraviesan la obra. Pese a que Los Pazos de Ulloa es una novela de claro sesgo naturalista, Pardo Bazán vive en una época en la que el romanticismo aún lanza sus últimos estertores, y no puede evitar caer en algunos de sus tópicos.
Traía de la mano una muchachona color de tierra, un castillo de carne: el tipo clásico de la vaca humana.
La animalización de los personajes es un recurso característico del naturalismo, que aparece una y otra vez en Los Pazos de Ulloa. Consiste en otorgarle facultades animales a las personas o, tal como sucede en la cita, compararlas directamente con estos. Emilia Pardo Bazán utiliza este recurso para exagerar alguna de las cualidades de sus personajes y también para resaltar el modo negativo en que las mujeres son percibidas por los hombres.
Su temperamento linfático no poseía el secreto de ciertas saludables reacciones, con las cuales se desecha todo vano miedo, todo fantasma de la imaginación.
Otro recurso característico del naturalismo que se destaca en Los Pazos de Ulloa es la construcción de los personajes mediante datos fisiológicos. En esta cita, el narrador hace referencia al párroco. De él se nos dice varias veces que posee un temperamento linfático. Su cobardía y su tendencia a exaltarse dependen, precisamente, de dicho temperamento. El destino de Julián está totalmente determinado por su fisiología. No importa cuáles sean sus deseos, sus creencias o sus intenciones, el cura se verá limitado a hacer solamente lo que su fisiología le permita. Y eso, como se ve a lo largo de toda la novela, es poco y nada.