Los pazos de Ulloa

Los pazos de Ulloa Temas

El caciquismo

Una de las grandes virtudes de Los Pazos de Ulloa se encuentra en el modo en que retrata los manejos políticos que eran frecuentes en España a fines del siglo XIX. El caciquismo es un claro ejemplo al respecto.

Una de las consecuencias inesperadas de la revolución de 1868 fue el crecimiento de la influencia de los caciques. Estos eran delegados políticos que detentaban el poder de manera clientelar en las zonas rurales. Entre otras cosas, los caciques controlaban el voto de aquellos con los que mantenían negocios.

En Los Pazos de Ulloa aparecen dos caciques: Trampeta, el cacique liberal, y Barbacana, el cacique carlista. Ni el uno ni el otro tienen verdaderas creencias políticas; ambos se escudan en sus respectivos partidos para hacer sus negociados. Barbacana escoge al marqués de Ulloa como su candidato para gobernar porque es un hombre influenciable que cuenta con el apoyo económico de Primitivo. El candidato de Trampeta, sin embargo, derrotará al marqués en las elecciones gracias a una maniobra fraudulenta del cacique. La derrota de don Pedro tendrá una influencia directa en el desenlace de la trama.

Así, Pardo Bazán introduce al caciquismo en la trama de su novela y lo señala como uno de los grandes males políticos de su época.

El machismo

Los Pazos de Ulloa es considerada una novela feminista de avanzada. Antes de que los primeros movimientos feministas llegaran a España, Pardo Bazán escribe una obra en la que retrata a la perfección el sometimiento que padecen las mujeres de su época. Sabel, Nucha y Rita (las tres mujeres más importantes de la obra) son muy diferentes entre sí, pero algo las iguala y las termina definiendo: su sometimiento inevitable al designio de los hombres.

En Los Pazos de Ulloa no hay ninguna mujer que pueda hacer lo que dispone su voluntad. Rita pretende ser libre y sensual, y aun así desea ser escogida como esposa. No obstante, el marqués la tachará por supuesta inmoralidad. Sabel, que es una pobre criada valorada por la sensualidad de su cuerpo, no puede disfrutar de su sexualidad libremente porque el marqués quiere que solo esté con él, aunque no considera casarse con ella. Nucha, por su parte, no pretende casarse, sino que quiere vivir una vida devota a Dios, pero el marqués se casará con ella. Destinos parecidos atraviesan a los otros personajes femeninos menores que aparecen en la obra, como Manolita y Carmen.

En la enumeración hemos visto que quien suele ejercer el poder masculino de someter es el marqués. Claramente, don Pedro es el más machista de los machistas, pero no es el único. Así como todas las mujeres de la novela son sometidas, todos los hombres son opresores o potenciales opresores: el marqués, Primitivo, don Manuel Pardo de la Lage, e incluso el bondadoso, cobarde y humilde párroco don Julián, quien entre otras cosas dice que Sabel es "una mala hembra, no más púdica que las vacas" (67), y considera que "la prenda más esencial en la mujer es la honestidad y el recato" (106).

Monarquía vs. liberalismo

En el capítulo XII, con el anuncio de Eugenio de Naya de que la reina Isabel II ha sido depuesta por la revolución liberal, la política irrumpe abruptamente en Los Pazos de Ulloa. La crisis histórica que vive España a finales de la década de 1860 se hace parte de la trama literaria.

El conflicto entre los monárquicos (también llamados "carlistas") y los liberales se representa en la novela de dos formas: por un lado, las elecciones de gobernador de Cebre nos muestran las sucias tretas que llevan a cabo los liberales y los monárquicos para obtener el poder; por otro lado, la pugna ideológica aparece a través de las discusiones constantes que se dan entre los personajes representativos de uno y otro bando. El representante más importante de los liberales es Máximo Juncal, el médico de Nucha, mientras que Ramón Limioso, don Manuel Pardo de la Lage y el Arcipreste de Loiro son los personajes monárquicos más destacados. Ni Julián ni Nucha ni el marqués (pese a ser candidato a gobernador) tienen ideología alguna. Sin embargo, esta pugna terminará siendo crucial para el desenlace de sus historias personales.

Para finalizar, es importante dejar en claro que Pardo Bazán, pese a ser una ferviente carlista, no le otorga a su obra ningún sesgo ideológico. Es decir, Los Pazos de Ulloa no aboga ni por los monárquicos ni por los liberales. Más bien se distancia de ambos y, con su pesimismo naturalista, los critica y ridiculiza.

La diferencia de clases sociales

La diferencia de clases sociales es un tema central en Los Pazos de Ulloa. Pardo Bazán representa la sociedad gallega de la segunda mitad del siglo XIX como una profundamente polarizada y desigual.

En uno de los extremos de esta polarización se encuentra la aristocracia decadente (representada por el marqués de Ulloa y Ramón Limioso), y del otro lado está el campesinado (representado por Sabel, la nodriza y los peones del marqués). Entre ambas clases sociales existe una desigualdad inmensa. De hecho, los aristócratas tratan a los campesinos que viven en sus tierras como si fueran sus esclavos. Esto se ve con claridad cuando el marqués manda a buscar a la hija de uno de sus peones para que amamante a su pequeña beba. La nodriza (que, en realidad, no es nodriza, sino que forzadamente tomará este lugar) debe cumplir con el pedido. Tal como si el marqués fuera su amo, no puede decirle que no. La relación entre Sabel y don Pedro también puede enmarcarse bajo la lógica de amo y esclavo. Sabel ha de servir sexualmente al marqués sin tener derecho a reclamar nada, ni siquiera que este reconozca ser el padre de su hijo.

En medio de estos dos polos, Pardo Bazán presenta a algunos personajes de la nueva burguesía, como el médico Máximo Juncal, representante, a su vez, del pensamiento liberal que toma el poder de España a fines de la década de 1860. A diferencia de los aristócratas decadentes, Juncal tiene un pensamiento más pragmático y acorde a los nuevos tiempos.

Para terminar, es importante destacar que, si bien la visión de los aristócratas en la novela es sumamente crítica, Pardo Bazán no romantiza a los pobres. La autora no realiza una oposición binaria de ricos-malos vs. pobres-buenos. Los campesinos son representados como personas ignorantes y de costumbres bárbaras. Como hemos dicho varias veces a lo largo de la guía, en Los Pazos de Ulloa nadie se salva de la pluma mordaz y naturalista de Pardo Bazán.

Campo y ciudad

La tensión entre el campo y la ciudad atraviesa Los Pazos de Ulloa. Los personajes nacidos y criados en Santiago de Compostela, capital de Galicia, desprecian la vida rural y a sus habitantes. En contrapartida, los personajes nacidos y criados en el campo desprecian la vida urbana y a los citadinos.

En Los Pazos de Ulloa no hay un espacio idealizado. Pardo Bazán no cae en la dicotomía civilización-barbarie, típica de fin del siglo XIX. En su novela, la ciudad es un lugar sucio, húmedo y banal, mientras que el campo se erige como un lugar rústico, salvaje y para nada bucólico.

Esta oposición entre campo y ciudad se radicaliza por la fusión que se da entre los personajes y los espacios en los que habitan. A la usanza del naturalismo, en Los Pazos de Ulloa, los personajes citadinos, como Julián Álvarez y Nucha, son delicados e inútiles como la vida en la ciudad, mientras los personajes rurales, como el marqués y Primitivo, son tan montaraces como el mismo monte.

Así, la tensión entre campo y ciudad no consiste únicamente en el enfrentamiento entre dos modos de vivir, sino entre dos formas de ser. ¿Es alguna mejor que la otra? Lamentablemente, no. En la España de la segunda mitad del siglo XIX no hay espacio que esté a salvo del caos y la decadencia.

La iglesia

Pese a ser sumamente religiosa, en Los Pazos de Ulloa Pardo Bazán brinda una mirada muy crítica de la iglesia española. La autora nos presenta una institución que, lejos de ser un ejemplo de moralidad y espiritualidad, está obsesionada por detentar el poder y enfocada en gozar de los placeres terrenales.

El clero de Los Pazos de Ulloa está conformado por un grupo de curas ignorantes, corruptos, chismosos, lascivos, glotones y bebedores que están más al servicio de la aristocracia que de la gente del pueblo. Excepto Julián (que no le presta atención alguna a la política), los curas son monárquicos y conservadores. Esta filiación ideológica no se sustenta en verdaderos ideales, sino que la curia interviene en política (ayudando al cacique conservador Barbacana) con el objetivo de mantener su poder en la zona.

El personaje de Julián Álvarez se distingue de este grupo de curas, aunque tampoco termina siendo mucho mejor que ellos. El protagonista de la novela cree genuinamente en Dios y en el bien, pero su cobardía y su sumisión lo hacen cómplice de todas las injusticias que suceden a su alrededor. Pese a sus buenas intenciones, el capellán no es capaz de ayudar a Sabel, a Perucho ni a Nucha. Tal como la iglesia católica de su tiempo, Julián Álvarez solo es capaz de ayudarse a sí mismo, acatar las órdenes de los poderosos y colaborar con la decadencia española.

El amor

¿Hay amor en Los Pazos de Ulloa? Pese a la crueldad, la ignorancia, la brutalidad y el egoísmo que rigen la mayor parte de las acciones de los personajes, también hay amor en la novela de Pardo Bazán.

Solo tres personajes son capaces de tener un sentimiento puro por el prójimo: Julián, Nucha y Perucho. El amor de Julián por Nucha es puramente platónico. Hay algunas pistas que nos permiten pensar que el capellán no solo quiere a la mujer del marqués, sino que está enamorado de ella. El paralelismo que establece entre Nucha y la Virgen María deja en claro que este amor de ninguna manera es carnal, e innegablemente es inmenso.

Por su parte, Nucha siente un gran amor por su hija. Este amor maternal destaca en una novela en la que ni padres ni madres sienten apego alguno por sus hijos. Los otros padres que aparecen en la obra son Primitivo, que maltrata a su hija Sabel; la misma Sabel, que descuida totalmente a Perucho; y el marqués, que considera al hijo que tiene con la criada como un perro más de la casa.

Perucho, justamente, es el otro personaje capaz de sentir amor. El hijo bastardo del marqués tiene devoción por la hija de Nucha. El lector sabe que este amor es fraternal. Perucho, sin embargo, desconoce que es hijo de don Pedro y, por lo tanto, hermano de su hija. En La madre naturaleza, segunda parte de la obra, este sentimiento crecerá, y fatalmente se volverá un amor conyugal e incestuoso.

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