Resumen
Tomo II, Capítulo XII
Julián regresa a los Pazos con la finalidad de preparar el hogar para la llegada de los recién casados. Para su sorpresa, Primitivo se muestra sumamente amable y receptivo con él. Le informa con detalle de lo que ha acontecido en los últimos meses, e incluso, cuando Julián le dice que Sabel y Perucho se tienen que marchar porque los señores traerán a una cocinera de la ciudad, no pone ninguna objeción, y le responde que la joven está en trámites para casarse con el gaitero de Naya.
Con el paso de los días, Julián advierte que la amabilidad y la comprensión de Primitivo son una simple fachada. Cada vez que Julián le pregunta por el casamiento de Sabel y su consiguiente partida de la casa, el mayordomo se hace el desentendido. Le echa la culpa al gaitero, al que, en teoría, le faltan algunos papeles. Sin embargo, afirma que la situación está a punto de resolverse.
El párroco comienza a desesperarse. De ninguna manera pueden llegar el marqués y su esposa a un hogar en el que aún vive la amante del marqués. Va a Naya para preguntarle a Eugenio qué papeles le faltan al gaitero. Sin embargo, el párroco de Naya no le presta atención alguna. Está muy preocupado porque, según los periódicos, el ejército se ha sublevado, y la reina Isabel II ha sido desterrada a Francia.
Tomo II, Capítulo XIII
Don Pedro está cada vez más incómodo en Santiago de Compostela. La ciudad no le gusta y le molesta vivir en la casa de su suegro. A menudo discute con don Manuel, sobre todo de política. Este es conservador y don Pedro, para llevarle la contra, se pone del lado de los revolucionarios. Don Pedro tampoco la pasa bien en el casino. Siente que allí es uno más. No es tratado con el respeto y la reverencia con los que se lo trata en los Pazos.
Una madrugada, don Pedro pierde la paciencia con su suegro y decide volver anticipadamente a su hogar. Está lloviendo torrencialmente, pero no le importa. Sube en un carruaje junto a su esposa y parten rumbo a Cebre. Allí, los está esperando Primitivo con caballos para que ambos continúen el viaje hasta los Pazos. Don Pedro se enoja con el mayordomo porque debería haber llevado una mula para que su mujer cabalgue con mayor facilidad. Nucha dice que ella sabe ir a caballo, pero prefiere no hacerlo en su condición. Se descubre entonces que Nucha está embarazada. Pedro rebosa de felicidad.
Tomo II, Capítulo XIV
Julián le informa a Pedro que Sabel pronto se casará con el gaitero de Naya. El marqués no cree que eso sea posible. Da por hecho que Primitivo lo impedirá.
Por otra parte, Pedro está convencido de que su futuro hijo será varón. Julián se siente orgulloso de haber unido al marqués con Nucha, a quien considera un ser tan puro como la Virgen María. De hecho, le cuesta imaginarse que tuvo relaciones sexuales.
A los pocos días, la cocinera que llegó desde Santiago de Compostela renuncia. Le parece imposible trabajar en medio de tanta rusticidad. Sabel retoma el puesto de cocinera.
Primitivo y su hija siguen siendo amables y dóciles. Perucho, además, está como desaparecido. Julián teme lo que pueda llegar a pasar cuando Nucha lo conozca. Esto sucede una tarde en la que la esposa del marqués va junto al párroco al gallinero. A Nucha le parece raro que, habiendo tantas gallinas, se colecten tan pocos huevos. En el gallinero, encuentran a Perucho robándose, precisamente, los huevos. Nucha encuentra encantador al chiquillo. Julián le explica que es el hijo de Sabel, y agrega que no se sabe quién es el padre. La esposa del marqués compra ropa para Perucho y se hace cargo de que el niño vaya a la escuela.
Tomo II, Capítulo XV
Don Pedro y Nucha hacen visitas a las personas más relevantes de los alrededores. En primer lugar, van a la casa del Juez de Cebre; luego, visitan al arcipreste de Loiro, y, por último, van a la casa de Ramón Limioso, un viejo terrateniente. La visita a Limioso cautiva a Nucha. Don Ramón vive en una mansión totalmente derruida. Él y su familia mantienen las viejas costumbres gallegas, que la esposa del marqués creía totalmente extintas.
Tomo II, Capítulo XVI
Nucha comienza sus trabajos de parto. El marqués envía a Primitivo a buscar a Máximo Juncal, el médico eminente de la zona. El mayordomo tarda más de lo previsto. Julián y Pedro temen por la salud de Nucha.
Finalmente, Primitivo y el médico llegan al mediodía siguiente. El médico dice que ni él ni sus criados escucharon golpear la puerta por la noche, y solo encontraron a Primitivo al amanecer. De todos modos, están a tiempo. Aún falta para que Nucha dé a luz.
Máximo Juncal afirma que la esposa del marqués, señorita refinada de la ciudad (y, por lo tanto, de contextura débil), será incapaz de amamantar al bebé. Don Pedro sale de inmediato a buscar a la hija de un casero suyo, quien acaba de parir y es una mujer portentosa que podrá hacer de nodriza.
El médico se lamenta ante Julián del autoritarismo que tienen los señores como el marqués. Creen que pueden hacer lo que quieren, dice, con la gente que trabaja para ellos. Luego, Juncal intenta que el párroco le dé su opinión sobre la revolución que se vive en el país, pero Julián dice que él no tiene opinión política y esquiva, una y otra vez, las provocaciones anticlericales del médico.
Tomo II, Capítulo XVII
Llega la noche y Nucha sigue sin dar a luz. La situación se vuelve preocupante. Julián se encierra a rezar de hinojos hasta que se hace de día. Entonces entra Primitivo y le informa que Nucha ha dado a luz una niña. Julián se levanta y, por la emoción y el mareo, se desmaya.
Don Pedro está sumamente contrariado. Él quería un varón. Le pregunta a Juncal cuándo podrá quedar embarazada nuevamente su mujer. Este le responde que, por ahora, es imposible, ya que Nucha ha quedado muy débil.
Tomo II, Capítulo XVIII
Tal como ha dicho el médico, Nucha pasa los siguientes días al borde de la muerte. La nodriza, que es una mujer sumamente rústica, se encarga de amamantar y cuidar al bebé. Nucha, de a poco, va mejorando. Detesta que la beba se encuentre en las torpes manos de la nodriza. Julián pasa mucho tiempo con ella, en la habitación, conversando. El párroco siente un gran amor por la recién nacida.
Por su parte, don Pedro vuelve a pasar su tiempo de cacería en cacería y no presta atención alguna a su mujer ni a su hija. Mientras tanto, las visitas del médico a la casa continúan. Cada vez que puede, Juncal le habla de política a Julián. Se explaya a favor de la revolución y en contra del clero, pero el capellán no reacciona a sus provocaciones.
Una mañana, Julián despierta antes de lo que suele hacerlo y va a la cocina a calentarse una taza de chocolate. Descubre, entonces, a Sabel saliendo en paños menores de la habitación en la que duerme el marqués.
Análisis
Entre el final del primer tomo y el comienzo del segundo no hay saltos temporales. El segundo tomo retoma la historia en mitad del nudo, donde había quedado al final del primero. El nudo de la novela puede dividirse, entonces, en dos partes: por un lado, la estancia en Santiago de Compostela, que sucede en el primer tomo de la obra (cuando Pedro conoce a sus primas y termina casándose con Nucha); y por otro lado, el regreso a los Pazos, que sucede ya en el comienzo del segundo tomo, y que aquí analizaremos.
Julián Álvarez fue a Santiago de Compostela con la misión de casar al marqués. Lo logró. Ahora, debe encargarse de que el matrimonio que ha conformado viva bajo la ley de Dios. El párroco, entonces, regresa a los Pazos antes que don Pedro y Nucha con una clara misión: sacar a Primitivo y Sabel de la casa. Resulta una misión imposible.
Tal como se ha insinuado en el primer tomo, Primitivo es mucho más que el mayordomo de la casa. En estos primeros capítulos del segundo tomo, la figura de Primitivo comienza a tener cada vez mayor relevancia. Julián, con su acostumbrada inocencia, cree que podrá despedirlo a él, y también a su hija, ya que, en definitiva, estaría despidiendo al mayordomo y la criada. Pues no. Así como don Pedro actúa como marqués sin tener ningún título, Primitivo actúa como amo y señor de los Pazos, y es efectivamente tratado por todo el mundo con respeto y miedo. Por su parte, Sabel es, en teoría, la cocinera de los Pazos. Pues no. Sabel es la hija de Primitivo y la amante del marqués. En los Pazos de Ulloa no valen los títulos ni las formalidades. Eso puede dejarse para la vida citadina. En la vida rural, es el día a día lo que dictamina quién es quién. Julián Álvarez será un seminarista excelso, pero en la cotidianeidad de los Pazos es un inútil y, por ende, su título no le valdrá de nada a la hora de intentar ejercer poder sobre Primitivo.
¿Qué hace entonces el párroco para intentar poner orden al hogar antes de que lleguen los recién casados? Recurre a la persona en la que más confía. Eugenio de Naya es un capellán que, a diferencia de Julián, conoce cómo es la vida rural y, a diferencia de los otros párrocos de la zona, aún no está perdido en el alcohol y la vulgaridad. Eugenio, sin embargo, no podrá ayudarlo. Apenas escuchará el angustiado relato de Julián sobre lo que sucede con Primitivo y Sabel. Esos son problemas nimios en comparación con lo que acaba de suceder y atrapa toda la atención de Eugenio: “La marina se había sublevado, echando del trono a la reina, y ésta se encontraba ya en Francia, y se constituía un gobierno provisional, y se contaba de una batalla reñidísima en el puente de Alcolea, y el ejército se adhería, y el diablo y su madre…” (128) [1].
A partir de este momento, la trama de Los Pazos de Ulloa comienza a entrecruzarse con la trama política que atraviesa España. Este entrecruzamiento entre ficción y realidad, llevado a cabo con maestría por Pardo Bazán, es uno de los grandes distintivos de la obra. Los Pazos de Ulloa, además de ser una gran novela de ficción, tiene la virtud de retratar los truculentos cambios políticos que vive España a finales de la década de 1860.
El acontecimiento al que se alude en la cita, y que da inicio a este entrecruzamiento, es la revolución de 1868, conocida como “La Gloriosa”. Esta revolución nace como un levantamiento de la marina en contra de Isabel II, cuyo reinado se encuentra sumamente debilitado por la crisis económica, la pérdida de un gran número de colonias (sobre todo en Sudamérica) y las malas cosechas. Los militares sublevados se enfrentan a las tropas realistas, que se mantienen fieles a su autoridad en la batalla del puente de Alcolea. Los rebeldes ganan dicha batalla y terminan con el reinado de Isabel II, quien debe exiliarse en Francia.
Después de la revolución, el gobierno provisional convoca cortes constituyentes, que preparan y aprueban la Constitución de 1869. El nuevo programa democrático defiende el sufragio universal masculino y la libertad religiosa. Por su parte, los monárquicos contrarrevolucionarios se alinean dentro del carlismo, un movimiento político tradicionalista surgido a mitad del siglo XIX que se opone al liberalismo, el parlamentarismo y el secularismo. España queda partida ideológicamente en dos.
En Los Pazos de Ulloa, a partir del anuncio de Eugenio en el capítulo XII, el caos político y la división ideológica van ganando cada vez más lugar. Hasta el capítulo XII, la novela se centra exclusivamente en la historia de sus personajes principales: Julián, el marqués y Nucha. A partir de aquí, Pardo Bazán desarrolla una subtrama política que va cobrando cada vez más importancia. La política nacional, lentamente, va invadiendo la intimidad de los personajes. La esfera pública, lentamente, va adentrándose en la esfera privada.
De hecho, ya en el capítulo XIII la cuestión política tuerce el rumbo de los personajes. Julián y el marqués habían planeado que los recién casados volverían a los Pazos una vez que el capellán hubiera arreglado la situación de Primitivo y Sabel. Sin embargo, en el capítulo XIII, el narrador nos cuenta que el marqués ha decidido acelerar su vuelta al hogar porque se hartó de discutir con su tío (y ahora también suegro), Manuel de la Lage. ¿De qué discutían? De diferentes cuestiones, pero sobre todo de política:
Los altercados de don Pedro con su tío iban agriándose, y vino a envenenarlos la discusión política, que enzarza más que ninguna otra, especialmente a los que discuten por impresión, sin ideas fijas y razonadas. Fuerza es confesar que el marqués estaba en este caso. Don Manuel no era ningún lince, pero afiliado platónicamente desde muchos años atrás al partido moderado puro, hecho a leer periódicos, conocía la rutina; y había tomado tan a contrapelo el chasco de González Bravo [2] y la marcha de Isabel II, que se disparaba, poniéndose a dos dedos de ahogarse, cuando el sobrino, por molestarle, le contradecía, disculpaba a los revolucionarios, repetía las enormidades que la prensa y las lenguas de entonces propalaban contra la majestad caída, y aparentaba creerlas como artículo de fe (131).
El marqués y Nucha vuelven a los Pazos. Apenas llegan, Nucha le cuenta a don Pedro que está embarazada. En el capítulo XIV, entonces, la trama vuelve a centrarse en la esfera de lo privado. El lector pone su atención en saber qué pasará con Nucha: ¿descubrirá la relación del marqués con Sabel?, ¿sabrá que Perucho es su hijo ilegítimo? El capítulo XV, sin embargo, vuelve a trasladarnos a la esfera de lo público. El marqués y su esposa visitan a las personas más importantes de la zona, entre los que se encuentra el señor Limioso y el arcipreste de Loiro. El decadente noble y el poderoso arcipreste pondrán sobre la mesa el asunto político nuevamente. Así, de manera casi alternada, Pardo Bazán va hilando y tensionando las dos subtramas que componen su novela. El embarazo de Nucha se irá complicando, a la par que la situación política española atravesará cada vez más la vida de los personajes.
He aquí la aparición de un personaje crucial: Máximo Juncal, el médico de Nucha. Las complicaciones en el embarazo de la mujer del marqués traen como consecuencia colateral la irrupción de la esfera de lo público en lo privado. A través de la figura de Juncal, Pardo Bazán cruza con más ahínco las dos subtramas. Juncal entra a los Pazos no solo como médico, sino también como pensador liberal y defensor de los revolucionarios. Se encarga de instalar la cuestión política puertas para adentro. Una y otra vez intenta discutir con Julián, acusándolo de ser carlista, como lo son todos los curas. El párroco le dirá que él no tiene pensamiento político alguno, y que no quiere entrar en discusiones ni estar en medio de conflictos que nada tienen que ver con él. Imposible: Juncal entra en la novela para dejar en claro que los acontecimientos políticos que sacuden a España implican a todos y cada uno de los españoles. La subtrama privada de la novela ya depende de la subtrama pública.
[1] El tiempo interno de la novela tiene un error. En el capítulo IV se dice que nos encontramos en el invierno de 1866 a 1867. A partir de ese capítulo, vemos la vida de Julián en los Pazos durante ese invierno y la primavera de 1867. Don Pedro y el capellán se van a Santiago en una fecha indeterminada de esa primavera, pero sabemos que el marqués se casa con Nucha hacia fines del mes de agosto. Julián vuelve a los Pazos a los pocos días de haberse celebrado la boda. Por lo tanto, este capítulo en el que Julián va a pedirle ayuda a Eugenio debería estar situado en septiembre de 1867 y no de 1868, año en el que estalla la revolución.
[2] Luis González Bravo era el presidente establecido por la monarquía en 1868, previo al estallido de la revolución. Su política dictatorial e ineficaz propició la sublevación de los revolucionarios.