Resumen
Tomo I, Capítulo I
El capellán monta a caballo a través del camino que va de Santiago de Compostela a Orense. Su destino es los Pazos de Ulloa, la casa rural del marqués de Ulloa. El camino es sumamente rústico. El capellán teme caerse del caballo y, además, se encuentra algo perdido. Pide indicaciones a los pueblerinos que se cruza ocasionalmente, pero estos le dan referencias imprecisas. En un momento, el capellán pasa frente a una gran cruz negra. Se pone a rezar de inmediato, a sabiendas de que allí ha de haber muerto un hombre de manera trágica.
El capellán continúa cabalgando infructuosamente hasta que unos disparos lo sobresaltan. Divisa a tres cazadores. Les pregunta si está yendo en dirección correcta hacia los Pazos de Ulloa. Entonces, uno de ellos advierte que el forastero es el capellán que su tío de la Lage envió para ayudar en los Pazos. Este cazador es don Pedro Moscoso de la Lage, marqués de Ulloa. Quienes lo acompañan en la cacería son Primitivo y el abad de Ulloa. El capellán le entrega una carta al marqués. A través de esta misiva, conocemos su nombre: Julián Álvarez. Los cuatro hombres se encaminan a la casa del marqués.
Tomo I, Capítulo II
Llegan de noche. Los recibe la criada, Sabel, hija de Primitivo, quien los conduce a la cocina. Allí hay una anciana llamada Sabia que, al verlos llegar, se escabulle. Jugando en el piso con los perros está el pequeño hijo de Sabel: Perucho, un niño de cinco o seis años. Está sucio.
Tras la cena, Primitivo trae unas botellas de vino. Julián se excusa: no le gusta beber. Los demás hombres se burlan de él y beben copiosamente. Perucho les pide vino y el marqués le da de beber. Julián, tímidamente, dice que eso no es bueno para el niño, pero es ignorado. El marqués y Primitivo le siguen dando vino a Perucho hasta que este se desmaya. El abad de Ulloa se retira rumbo a su casa. Está sumamente ebrio y es probable que se caiga del caballo y duerma en el camino. Julián es conducido a su cuarto por Sabel. Allí, reza y se acuesta a dormir.
Tomo I, Capítulo III
Julián despierta. Mira su cuarto y luego observa a través de la ventana. Advierte que otrora la casa y sus alrededores fueron lujosos, aunque ahora están muy venidos a menos. Entra Sabel con el desayuno. A la luz del día, Julián advierte que es una muchacha sensual, y de inmediato siente rechazo hacia ella. Le pide que limpie su cuarto. La criada le dice que el abad de Ulloa, quien antes ocupaba esa habitación, nunca reclamaba limpieza. De hecho, aún siguen allí, juntando polvo, varias de sus pertenencias.
Julián sale de la casa en busca del marqués. Pasean por el terreno. Finalmente, el marqués le muestra el cuartucho húmedo y caótico en donde se encuentran los archivos de los Pazos de Ulloa.
Tomo I, Capítulo IV
Julián intenta darle orden al archivo. Advierte que la administración económica es sumamente informal. Los gastos y los haberes están anotados con abreviaciones o palabras sueltas que hacen incomprensibles sus procedencias. Julián siente muche lástima por el estado administrativo de los Pazos de Ulloa.
Aquí, el narrador cuenta la historia del marqués. Don Pedro Moscoso de Cabreira y Pardo de la Lage queda huérfano de su padre, Alberto Moscoso, siendo niño. Apenas muere Alberto Moscoso, Gabriel Pardo de la Lage, hermano menor de la viuda, doña Micaela Pardo de la Lage, se muda junto a ella y el pequeño Pedro. En teoría, esta mudanza tiene como finalidad ayudar a la viuda, pero, en la práctica, Gabriel va a vivir allí para tomar control de los Pazos y de la renta que dejó su finado cuñado. Con suma astucia, Gabriel le va quitando el dinero a la viuda. Esta solamente se las arregla para esconder algunas monedas de oro. Fray Venancio, quien otrora ayudaba a Alberto Moscoso a administrar los Pazos, está viejo y es bruto. Gabriel lo manipula a su antojo con facilidad.
Mientras tanto, Gabriel también se encarga de educar a su modo al pequeño Pedro. Lo lleva a cazar, a ferias y a fiestas. Una tarde, mientras Gabriel y Pedro están en uno de estos paseos de jarana, unos enmascarados entran a robar en los Pazos. La viuda y Fray Venancio no tienen quién los defienda, pues Gabriel se llevó consigo también al mozo de cuadra y al criado. Los enmascarados le exigen a la viuda que les entregue las monedas de oro, e incluso la tajean con un cuchillo. Ella cede ante la violencia y les da su pequeño tesoro. Fray Venancio muere poco días después del asalto, víctima de la conmoción. Doña Micaela muere unos meses más tarde. Gabriel, entonces, instala en los Pazos a Primitivo, con quien solía ir a cazar. La hija de Primitivo, Sabel, ingresa a la casa en función de criada.
Un tiempo después, Gabriel se enferma de gota y decide irse a vivir a Cebre. Allí se casa en secreto con la hija del carcelero, y ellos tienen tres hijos. Antes de morir, realiza su testamento: lega los Pazos de Ulloa a sus hijos, y no le deja nada a Pedro.
De vuelta en el presente de la historia, Julián encuentra un documento revelador: la casa del marqués está hipotecada. A través de ese mismo documento, Julián descubre que el marqués de Ulloa no es el verdadero marqués de Ulloa, sino que Alberto Moscoso se apropió de la hacienda de manera ilegal. El narrador nos cuenta entonces que el verdadero marqués de Ulloa vive en Madrid y tiene muchísimos títulos nobiliarios. Poco y nada le importa ese terruño hostil. La población de los Pazos y los pueblos aledaños sabe que don Pedro Moscoso no es el marqués legítimo, pero tampoco le dan importancia al asunto.
Tomo I, Capítulo V
Julián acepta su incapacidad para ordenar el archivo y decide dedicar parte de su tiempo a educar a Perucho. Esta tarea tampoco le da buenos resultados: Perucho se la pasa haciendo travesuras mientras él se propone enseñarle el abecedario, y no aprende nada.
Sabel entra en el cuarto de Julián reiteradas veces, con la excusa de poner orden, y constantemente se le insinúa. El párroco la rechaza, asqueado, y finalmente le prohíbe la entrada a su dormitorio.
Tomo I, Capítulo VI
Julián asiste a una celebración religiosa en Naya, un pueblo cercano a los Pazos. Don Eugenio, el párroco de Naya, es prácticamente la única persona de la zona que le agrada a Julián. En la celebración también se encuentra Sabel, que baila con varios hombres. Julián come y bebe junto a otros párrocos y hombres importantes de la zona. El alcohol pone verborrágicos a los comensales, y se generan algunas discusiones. Máximo Juncal, el médico, de ideología liberal y progresista, lanza críticas contra el clero y la monarquía. Los párrocos se enzarzan contra él y, luego, comienzan una discusión entre ellos acerca del libre albedrío. Finalmente, las aguas se calman. Todos se ponen a mirar cómo baila Sabel y le lanzan comentarios indirectos a Julián, sugiriendo que él tiene relaciones con la criada. Este se indigna y se levanta de la mesa.
Don Eugenio acompaña a Julián en un paseo. Lo tranquiliza, argumentando que las bromas que le hicieron son meras chanzas y que, evidentemente, Sabel no va a engañar a Pedro en su propia casa y con el párroco. Julián se asombra. No tenía sospecha alguna de esta unión carnal y pecaminosa entre el marqués y la criada, y menos sospechaba aún que Perucho era fruto de dicha unión. Eugenio se sorprende, a su vez, de la ingenuidad de Julián.
Análisis
Antes de entrar en el análisis específico de estos primeros capítulos, es importante enmarcar la obra dentro de la corriente literaria que la define y le brinda sus fundamentos estéticos: el naturalismo.
A mediados del siglo XIX, Claude Bernard crea la fisiología moderna. Instaura en la medicina el método experimental y describe los procesos vitales de los individuos en base a sus condiciones físicas innatas y las reacciones químicas de cada organismo. En la década de 1870, Émile Zola traslada esta concepción de la medicina a la literatura fundando el denominado “naturalismo literario”. Frente al idealismo de la literatura romántica precedente, el naturalismo se propone demostrar que la trayectoria de los individuos está determinada por fuerzas ajenas a su voluntad. La herencia fisiológica, el medio ambiente y las circunstancias históricas determinan de modo inapelable la trayectoria vital de los personajes de Zola. El libre albedrío y la libertad no existen. Los individuos simplemente hacen lo que están predeterminados a hacer.
En uno de sus viajes a Francia, Emilia Pardo Bazán conoce el naturalismo de Zola y siente una atracción inmediata por esta corriente literaria. Pardo Bazán, sin embargo, es muy católica, y la idea del determinismo choca con su férrea creencia en el libre albedrío. En 1882, bajo el título de La cuestión palpitante, la autora reúne una serie de artículos en los que reflexiona sobre el naturalismo de Zola, elogiando algunas de sus innovaciones literarias, pero criticando el determinismo fatalista. La autora se propone, entonces, desarrollar un naturalismo a la española, al que denomina “naturalismo católico”. Su idea es tomar los recursos principales de la corriente francesa, pero incluir la noción de libre albedrío, que permitiría que sus personajes no vivan atados a una fatalidad, sino que tengan la posibilidad de elegir sus destinos.
En Los Pazos de Ulloa, paradójicamente, Pardo Bazán fracasa al plasmar su idea del "naturalismo católico", y, sin embargo, la calidad de la obra no se ve para nada afectada por ello. Como veremos a lo largo de este análisis, en Los Pazos de Ulloa el determinismo es absoluto. Pardo Bazán no logra evitar el fatalismo de Zola, pero esto le juega a favor. Es difícil (y casi un sinsentido) imaginar cómo sería la obra si los personajes dispusieran de libre albedrío, pero sí se puede afirmar que la novela, tal y como la escribió Pardo Bazán, es magistral. De hecho, es considerada por la crítica, de manera unánime, la obra más importante del naturalismo español.
Ahora sí podemos adentrarnos en el análisis específico de estos primeros capítulos, que, desde el punto de vista argumental, funcionan como introducción de la obra. En estos seis capítulos iniciales, los lectores acompañaremos a Julián Álvarez, el protagonista de la novela, en su llegada a los Pazos de Ulloa y, junto a él, conoceremos a los principales personajes de la obra y a su otro gran protagonista: el paisaje rural de Galicia.
Como puede verse en esta introducción, Pardo Bazán fusiona a los personajes con los espacios a los que estos pertenecen, sean rurales o urbanos. Mientras que Julián Álvarez trae consigo la delicadeza de la ciudad, los personajes de los Pazos llevan el paisaje rural en la sangre. Primitivo, Sabel, el marqués y Perucho son tan montaraces como el mismo monte. Afín a la estética naturalista, Pardo Bazán presenta el espacio rural como una fuerza natural que determina la existencia y el destino de sus personajes. Esta virulencia del paisaje aparece ya en la primera escena, en la que vemos al protagonista de la obra, con su fragilidad urbana, adentrándose en territorio rural: “Iba el jinete colorado, no como un pimiento, sino como una fresa, encendimiento propio de personas linfáticas. Por ser joven y de miembros delicados, y por no tener pelo de barba, pareciera un niño, a no desmentir la presunción sus trazas sacerdotales” (33).
El ecosistema rústico de los Pazos se presenta como el primer obstáculo que Julián Álvarez debe enfrentar. El párroco, que, a la usanza del naturalismo, es descrito por un término fisiológico (“linfático”), a duras penas logra mantenerse sobre su caballo mientras recorre el escarpado y agreste camino hacia la casa del marqués. Entonces, en contraposición a su delicadeza, aparecen Primitivo, don Pedro y el abad de Ulloa. Estos tres hombres, que han vivido toda su vida en medio de la naturaleza, presentan una destreza y un vigor tan salvaje como el del terreno que los rodea. Abordan a Julián y, pese a darle la bienvenida e indicarle cómo llegar a los Pazos, lo hacen sentir minúsculo, impotente, amenazado. El obstáculo del párroco ahora es doble: ya no se trata únicamente del territorio rústico, sino también de los hombres rústicos que pertenecen a él, y con los que deberá lidiar.
Una de las características más usuales del naturalismo consiste en el uso de personajes arquetípicos, que representan a determinado estrato o grupo social. En este caso, por ejemplo, Primitivo (cuyo nombre remite, no casualmente, al costado más salvaje del entorno rural) se erige como representante de la clase social baja del ámbito rural; el marqués de Ulloa representa la aristocracia rural; y el abad de Ulloa, el clero rural. A través de estos tres personajes arquetípicos, Pardo Bazán refleja todas las clases de la sociedad rural gallega de finales del siglo XIX. En la cúspide están los señores, como el marqués de Ulloa, herederos de una nobleza vinculada a la tierra que hace ya tiempo que ha caído en decadencia, pero que ellos se empeñan en mantener, aunque sea solo en apariencia. El clero está conformado por un grupo de curas chismosos, glotones y bebedores como el abad de Ulloa, que están más al servicio de la aristocracia que de la gente del pueblo. Y la masa popular está constituida por criados y arrendatarios, ignorantes y supersticiosos, entre los que se destaca el capataz, quien ejerce su autoridad como si fuera el señor, pero sin serlo. Tal es el caso de Primitivo.
Uno de los principios básicos del naturalismo consiste en intentar reproducir la realidad con total imparcialidad, de una forma rigurosa, haciendo de la literatura un documento social. La autora aplica este principio de manera inexorable, sin romantizar el paisaje bucólico rural ni idealizar a ninguno de sus personajes. Ni los nobles, ni los religiosos, ni los políticos, ni los trabajadores rurales, ni los hombres de ciencia, ni las personas citadinas, ni los conservadores, ni los progresistas se salvan de la crudeza de la pluma de Pardo Bazán. ¿Y el protagonista de la novela? ¿Qué sucede con Julián Álvarez?
El humilde párroco no es ningún ser excepcional. En cierto modo, es casi un antihéroe. De hecho, carece de las cualidades que durante siglos han distinguido a los héroes de novela: no es valiente, no es bello, no es fuerte ni tiene talento alguno. Tal vez lo único que puede destacarse de Julián Álvarez es su pureza y su inocencia. El párroco se adentra en los Pazos con la misma ignorancia con las que se adentra el lector. Este desconocimiento es sumamente útil a fines narrativos, ya que permite que los lectores descubran el mundo de la novela junto a su protagonista.
Por otro lado, cabe destacar que esta inocencia de Julián Álvarez permite considerar Los Pazos de Ulloa una novela de aprendizaje. A lo largo de los capítulos, el párroco se va enfrentando a sucesivas dificultades que le enseñan a entender el mundo que lo rodea y a formar su propio carácter. Este proceso de maduración convertirá al joven inocente que llega a los Pazos en un adulto experimentado y curtido en el dolor.
La objetividad mordaz y anti idealista con la que Pardo Bazán delinea a sus personajes también recae sobre el paisaje de la novela. La mayor parte de la acción de la obra se desarrolla en los Pazos de Ulloa. Un pazo es una casa solariega gallega de tipo señorial, asociada a la pequeña hidalguía y vinculada con la actividad agrícola y ganadera. Los Pazos de Ulloa están en una zona montañosa del interior de Galicia. Esta zona, que en algún momento de la historia supo ser refinada, ahora es un terreno hostil, rudo como los hidalgos que la detentan, decadente como la España de fines del siglo XIX:
Aquella vasta extensión de terreno debía de haber sido en otro tiempo cultivada con primor y engalanada con los adornos de la jardinería simétrica y geométrica cuya moda nos vino de Francia. De todo lo cual apenas quedaban vestigios: las armas de la casa, trazadas con mirto en el suelo, eran ahora intrincado matorral de bojes, donde ni la vista más lince distinguiría rastro de los lobos, pinos, torres almenadas, roeles y otros emblemas que campeaban en el preclaro blasón de los Ulloas (…). El borde de piedra del estanque estaba semiderruido, y las gruesas bolas de granito que lo guarnecían andaban rodando por la hierba, verdosas de musgo, esparcidas aquí y acullá como gigantescos proyectiles en algún desierto campo de batalla. Obstruido por el limo, el estanque parecía charca fangosa… (51-52)
Cabe destacar que, dejando de lado Santiago de Compostela, las referencias topográficas de la novela son imprecisas, cuando no ficticias, y no se corresponden con ningún ámbito geográfico concreto. Así, por ejemplo, Ulloa es una comarca que se ubica en el suroeste de la provincia de Lugo; sin embargo, la actividad política que se lleva a cabo con ocasión de las elecciones parece vincular la comarca en que se desarrolla la acción con la provincia de Orense. En la obra, los Pazos de Ulloa pertenecen a la villa de Cebre, pero no existe en Galicia ningún lugar con ese nombre, y el más parecido, Cecebre, es una parroquia de La Coruña.
En todo caso, frente al tópico bucólico e idealizado de la vida campesina, típico del romanticismo, Pardo Bazán presenta un paisaje en ruinas, en el que la naturaleza venció a los hombres y los sometió a su ley salvaje. En su primera noche en los Pazos, Julián recuerda la frase que le dijo Manuel Pardo de la Lage al enviarlo allí: “La aldea, cuando se cría uno en ella y no sale de allí jamás, envilece, empobrece y embrutece” (47).
En estos primeros seis capítulos introductorios asistimos a la lucha de Julián Álvarez contra este embrutecimiento. La borrachera de Perucho, la paliza de don Pedro a Sabel y el intento de esta de seducirlo son algunas de las situaciones que ponen a prueba el débil carácter del párroco. Finalmente, el descubrimiento de que Perucho es un hijo bastardo de don Pedro terminará por derrotar a Julián, lo expulsará de los Pazos y lo devolverá a donde pertenece: la ciudad de Santiago de Compostela. Sin embargo, el párroco no se irá solo, pues don Pedro viajará con él. Este viaje a la capital de Galicia dará inicio al nudo de la obra.