Mamá Elena, aterrada de ser asesinada por Tita, se envenena accidentalmente.
En la novela, Mamá Elena está convencida de que su hija envenena los platos porque quiere matarla y así poder casarse con Pedro. Sin embargo, ella es la única que siente un gusto amargo en la comida, ya que los otros comensales sólo elogian las habilidades culinarias de Tita. Cuando muere, descubren en su habitación botellas de brebajes vomitivos y concluyen que el consumo excesivo de estas bebidas condujo a su deceso.
Tita, la perfecta criadora, tiene prohibido tener hijos.
A lo largo de los capítulos, el personaje de Tita cumple con los modelos necesarios para ser la mujer perfecta: maneja la cocina a su gusto y se encarga de los hijos de su hermana Rosaura en todo lo referido a alimentación y cuidado, precisamente porque la mujer es incapaz de hacerlo de manera adecuada. En este sentido, la prohibición de Mamá Elena opera como una ironía, ya que la condena a la protagonista a desarrollar estas tareas para otras personas, incapaz de construir su propio linaje familiar.
El amor entre Tita y Pedro los conduce a la muerte.
Desde el primer capítulo, el lector sabe que Tita y Pedro no pueden estar juntos por la ridícula tradición da la familia De la Garza. Sin embargo, con el paso de los años, los personajes crean formas de seguir en contacto; desde el plan del muchacho de casarse con Rosaura para estar cerca de Tita hasta los encuentros sexuales a escondidas de todos en el cuarto de trastos. Sin embargo, cuando finalmente pueden vivir su amor sin limitaciones ni censuras, la pasión que sienten es tan desmedida que mueren abrasados producto del fuego nacido entre ambos. En este sentido, es una ironía que aquello que fue el motor de su existencia los conduzca finalmente a la muerte.