El desorden y el cuestionamiento de las jerarquías sociales
El principal conflicto de La tempestad tiene que ver con la ruptura de las jerarquías estamentales y la desestabilización del orden social. El caos inicial repercute en la cosmovisión isabelina sobre la armonía del mundo, que imagina una correspondencia jerárquica entre el macrocosmos –lo que sucede en el plano superior o espiritual– y el microcosmos –lo que sucede en el plano inferior o material. Se espera, entonces, que al final de la obra la armonía del mundo sea restablecida.
La tormenta de la primera escena, y el relato de Próspero en la segunda, anuncian un estado de desorden que se relaciona, principalmente, con la usurpación del ducado de Milán por parte de Antonio. Sin embargo, este desorden se replica en otras instancias, dado que Próspero también se apropia del dominio de la isla, que le pertenece por herencia a Cáliban. Desde un punto de vista de época, la obra de Shakespeare realiza un comentario sobre la inestabilidad política de los reinos, que deben enfrentar amenazas externas –como la de Próspero sobre la isla– y amenazas internas –como la de Antonio, hermano de Próspero, sobre el ducado de Milán.
Es una constante en el teatro de Shakespeare la inevitabilidad del cambio. Al caos le sucede el surgimiento de un nuevo orden, superación del anterior, como cuando, en el final de Hamlet, después de la muerte del legítimo heredero del trono, se anuncia el inicio de una nueva dinastía, la de Fortimbrás. En cambio, en La tempestad Próspero recupera su poder original y anticipa que volverá a Milán, de modo que la restauración del orden perturbado vuelve a dejar todo en su lugar, como se encontraba antes del conflicto. No obstante, y dado que en el epílogo Próspero deja su destino a manos del público, podríamos sugerir que esta restauración del orden social no se cumple dentro de la obra, que concluye en una suerte de final abierto.
La legitimidad política
La obra reflexiona acerca de cuáles son las fuentes de poder y qué determina la legitimidad política. Este tipo de reflexiones plantea, en varios casos, puntos en contradicción difíciles de resolver. Próspero, por ejemplo, considera que el poder de su hermano no es legítimo porque fue conseguido mediante la traición. No obstante, reconoce su responsabilidad en haber perdido el ducado, dado que se encontraba distraído con sus estudios mágicos. En otra arista del planteo, el poder que tiene Próspero sobre la isla no se fundamenta en ningún derecho estamental ni hereditario, sino en la opresión que ejerce sobre Cáliban y Ariel con la ayuda de sus poderes sobrenaturales. Esto se contrapone con lo anterior, dado que, en un caso, la magia es el factor que deslegitima el poder de Próspero por sobre el ducado, y en el otro caso es la razón por la cual Próspero tiene dominio sobre la isla.
En la legitimidad política también se juega la cuestión de la lealtad: es importante en la lógica del orden estamental que los personajes respeten su lugar y se sometan a quienes se encuentran por encima de ellos en la jerarquía social. La cadena de traiciones que empieza antes de la obra con la usurpación de Antonio, y que se continúa con los planes de asesinato de Antonio y Sebastian, por un lado, y de Cáliban, Stefano y Trínculo, por otro, ponen de manifiesto que el origen del caos se encuentra en estas formas corrompidas de intentar obtener el poder. Asimismo, otra forma de consolidar y legitimar el poder político se da a través de la unión matrimonial entre Ferdinand y Miranda, con la cual Próspero se asegura una alianza con el Rey que le permita conservar, a futuro, el ducado que antes ha descuidado.
El colonialismo
El personaje de Cáliban introduce en La tempestad el tema del colonialismo, de importancia en el contexto renacentista de la obra, que con el “descubrimiento” del Nuevo Mundo empieza a elaborar diferentes modos de comprender y de relacionarse con las regiones desconocidas y sus nativos. El desprecio con el que los personajes de la obra tratan a Cáliban revela una relación de dominación, sostenida en las características monstruosas del personaje, donde el otro, el distinto por su origen y por su raza, es puesto del lado de la naturaleza salvaje y de la falta de civilización. Esta discriminación parece justificar que el personaje sea sometido a ser esclavo de Próspero.
Próspero ha intentado ejercer su poder sobre Cáliban no solo a través de la opresión, sino también a través de la palabra: Próspero y Miranda le enseñan a Cáliban a hablar, intentan imponer su cultura sobre el isleño, pero solo consiguen que Cáliban los confronte diciendo que ha aprendido a hablar para maldecirlos. Este acto de rebeldía nos muestra que Próspero ha fracasado en su intento de civilizar a Cáliban. Además, el comportamiento de Cáliban sugiere que el personaje comprende la injusticia de su situación. Si se piensa a La tempestad desde una crítica a las expectativas de dominación colonial, es la imposición de una cultura ajena al nativo lo que produce su monstruosidad, y no la condición en apariencia “salvaje” del personaje.
Identidad y anagnórisis
Próspero manipula los acontecimientos de la obra con hilos invisibles, manteniendo oculta su identidad. Los personajes se ven envueltos en engaños y confabulaciones gracias a la influencia de un espíritu mágico que nadie puede ver y que moviliza sus pensamientos y sus acciones. Esta situación plantea un problema respecto a la identidad de los agentes del drama, que a medida que avanza la obra pasarán por un proceso de anagnórisis, transición que va del ocultamiento al reconocimiento. En el final de la obra, Próspero revela que fue él quien causó la tempestad, mientras el Rey Alonso reconoce su error y busca reconciliarse con el mago. No obstante, no todos los personajes transitan este camino de revelación y reconocimiento. Antonio y Sebastian, por ejemplo, no muestran ningún aprendizaje de todo lo sucedido.
Por otra parte, el mismo accionar de Próspero, que oculta sus propósitos ulteriores, pone de manifiesto que es difícil determinar quiénes son los buenos y quiénes son los malos en la obra. Esto también genera confusión en torno a la identidad de los personajes. Por ejemplo, el “salvaje” Cáliban no está completamente despojado de elementos virtuosos, y Próspero tiene muchas semejanzas con la bruja Sycorax, a quien él mismo reprueba. El problema de la identidad y de la anagnórisis, de esta manera, no se resuelve de forma lineal; en algunos casos, queda abierto a la ambigüedad y a la libre interpretación.
Puestas en abismo
La tempestad está compuesta de referencias múltiples, de correspondencias y de paralelismos que hacen que la obra funcione como una caja china, que replica en distintos planos las mismas situaciones de conflicto. Por ejemplo, sabemos que antes de los acontecimientos que suceden en la isla hubo un plan de asesinato contra Próspero, orquestado por Antonio y con participación del Rey Alonso. Dentro de la trama, este plan vuelve a aparecer en manos de Antonio y Sebastian para quedarse con la corona. La confabulación es a continuación replicada en el complot de Cáliban, Stefano y Trínculo contra Próspero en clave grotesca. Otras correspondencias se ven en la situación de cautiverio de Ariel y Cáliban, en los paralelismos entre Próspero y Sycorax y en las referencias intertextuales a otras obras, como La Eneida y La Metamorfosis. La cuestión del teatro dentro del teatro es otra forma de la puesta en abismo, cuya centralidad en La tempestad lo convierte en un tema aparte.
El teatro dentro del teatro
Con sus manipulaciones, el personaje de Próspero cumple la función del autor, el dramaturgo o el director de escena de la obra desde su interior. El momento más evidente de este rol sucede cuando Próspero ordena la puesta en escena de una mascarada de compromiso, teatro dentro del teatro que establece paralelismos con lo que sucede en la trama principal. Esta puesta en abismo de la representación es una nota dominante del teatro de Shakespeare, pero en La tempestad toma una dimensión particularmente especial porque atraviesa toda la estructura dramática, dado que todo lo que sucede en la historia se ve afectado por la orquestación de su protagonista. De esta manera, varios comentaristas sostienen que Próspero encarna al propio autor desde adentro de la representación, hipótesis que se sostiene en el hecho de que La tempestad fue la última obra que Shakespeare escribió solo, por lo que ha sido leída con frecuencia como un testamento poético.
Realidad y ficción
Las referencias metateatrales arriba mencionadas también son índice de que en la obra se tornan borrosos los límites entre la realidad y la ficción. Próspero conduce los eventos de la trama pero también se deja llevar por la fascinación de su propia magia, al punto de perder la noción de la realidad; llega incluso a decir que “estamos hechos de la misma materia que los sueños” (IV.1. 157-158), como si toda la vida fuese una ficción teatral. Si bien es un tópico de raigambre medieval, el theatrum mundi (el mundo es teatro) toma un lugar central en la época de Shakespeare, anticipando la transición de la cosmovisión renacentista hacia la barroca, en la cual se concibe la vida y la realidad como un sueño o una representación.
Asimismo, la confusión entre lo onírico y lo real se puede relacionar con el restablecimiento del orden social. Desde esta lectura, nada de lo que sucede en la obra es más que un sueño; cuando termine, todo volverá a su lugar. En el epílogo, Próspero anuncia que abandonará la magia, lo que puede ser leído simbólicamente como el abandono de la ficción. Pero este anuncio se hace dentro de un espacio híbrido que se ubica en un lugar límite, entre el adentro y el afuera de la representación. En este sentido, el epílogo sigue manteniendo la confusión entre lo real y lo ficticio: ¿quién se dirige al público; el personaje de Próspero o el actor que hace de Próspero?