Antes de la época de Shakespeare y durante su niñez, las compañías de actores realizaban sus funciones en cualquier espacio abierto disponible, en vestíbulos, dentro de las cortes o en las plazas públicas. Esto cambió en 1574, cuando Shakespeare tenía 10 años, debido a una ley aprobada por el Consejo Común, que exigía que las obras y los teatros de Londres tuvieran licencia. En 1576, el actor y futuro miembro de los hombres de Lord Chamberlain, James Burbage, construyó el primer teatro permanente, de nombre El Teatro (The Theater), en las afueras de Londres. A este le siguieron numerosos establecimientos teatrales, incluyendo el Teatro del Globo (Globe Theater), en el cual se estrenaron la mayoría de las obras de Shakespeare.
Los teatros isabelinos fueron generalmente construidos siguiendo el diseño del teatro de Burbage. Hechos en madera, estos teatros constaban de tres niveles de asientos dispuestos en forma circular, con el escenario colocado a un lado del círculo. Los asientos y parte del escenario tenían techo, pero gran parte del escenario principal y el área en el centro del círculo estaban a cielo abierto. Alrededor de 1500 espectadores podían pagar más para sentarse en el área techada, mientras otros 800 pagaban menos para estar parados frente a escena en la zona descubierta. El escenario también estaba dividido en tres niveles: un área principal con puertas traseras y cortinas de fondo para las “escenas de descubrimiento”; otra superior con cubierta llamada “paraíso” para las escenas de balcón: y un área debajo, el “infierno”, a la que se accedía por una puerta trampa del escenario. Los vestuarios se colocaban detrás de escena pero no había cortina al frente del escenario, lo que significaba que las escenas debían fluir una detrás de la otra y que los “cuerpos muertos”, si los hubiera, debían ser arrastrados fuera de escena.
Las funciones tenían lugar durante el día para aprovechar la luz natural que entraba por la zona destechada, en el centro del teatro. Como no había cambios de iluminación, y se contaba con poca escenografía y utilería, la audiencia disponía de las líneas de los actores y de las direcciones escénicas para reponer momentos del día, clima, ubicación en tiempo y espacio y estados de ánimo de las escenas. Las obras de Shakespeare se caracterizan por proveer esta información de forma magistral. Por ejemplo, en Hamlet, con las primeras diez líneas del diálogo la audiencia aprendía dónde transcurría la escena (“¿Fue tranquila la guardia?” I.1. 9), qué momento del día era (“Acaban de dar las doce” 6), cuál el clima (“Hace un frío de muerte” 7), y en qué disposición anímica se encontraban los personajes (“mi corazón ya no lo soporta más” 8).
Una diferencia importante entre las obras escritas en la época de Shakespeare y las que se escriben hoy es que las obras isabelinas se publicaban después de ser representadas, a veces de forma póstuma, y constituían en muchos sentidos un registro de lo que había sucedido en escena durante las funciones, en vez de direcciones de lo que debía suceder. En ese entonces los actores tenían mucha más libertad que ahora, puesto que se les permitía que sugieran cambios escénicos y de diálogo en sus actuaciones. En Hamlet se representa esta situación de época en una parte de la trama, en la que el protagonista agrega una escena a la actuación de una obra con el fin de atrapar al asesino de su padre.
Las obras de Shakespeare eran publicadas en varios formatos y con distintos grados de fidelidad durante su tiempo. Las discrepancias entra las distintas versiones que por entonces circulaban hace que sea difícil realizar ediciones autorizadas de sus obras. Los textos podían aparecer publicados en amplias antologías denominadas Folios –el Primer Folio de Shakespeare contiene 36 de sus obras– o en publicaciones en Cuartos. Los Folios se llamaban así por la forma en que su papel se doblaba por la mitad para formar dos páginas. Sus pliegues se cosían para formar un gran volumen. Los Cuartos, en cambio, eran de una dimensión más pequeña y contenían una sola obra; su papel era doblado dos veces para formar cuatro páginas. En general, los primeros Folios eran de mejor calidad que los Cuartos, por lo que las obras impresas en este formato son más fáciles de editar que las otras.
Si el lenguaje y las referencias clásicas pueden parecer arcaicos para un lector moderno, para el público isabelino eran muy comunes. Dirigidas a espectadores que provenían de diferentes clases sociales, las obras de Shakespeare buscaban interpelar todo tipo de sensibilidades, atrayendo a estratos superiores con relatos sobre reyes y reinas, y a estratos inferiores con las torpezas de payasos y sirvientes. Incluso sus obras más trágicas cuentan con personajes bufones que comentan los eventos de la obra y que proveen alivio cómico. La audiencia podía reconocer las numerosas referencias a la literatura y la mitología clásicas del teatro shakesperiano, puesto que dichas historias eran parte del conocimiento compartido del período. En este sentido, las obras de Shakespeare no solo conseguían apelar a todo el espectro social a través de estos relatos y temáticas de común conocimiento, sino que también funcionaban como nivelador social que expandía el vocabulario de su público. Muchas de las palabras y frases que utilizamos hoy en día, como “asombro” (amazement), “en mi ojo interno” (in my mind’s eye), y “la leche de la bondad humana” (the milk of human kindness) fueron acuñadas por primera vez por Shakespeare. Sus obras contienen más cantidad de palabras, en variedad y en número, que cualquier otra obra en idioma inglés, lo que muestra que Shakespeare era ágil en innovación, poseía un amplio vocabulario y estaba interesado en componer nuevas frases y nuevas palabras.