Resumen
Escena 1
Próspero finalmente tiene todo bajo control: Ariel ha capturado a Alonso, Sebastian y Antonio, quienes esperan el juicio del mago. Próspero toma la decisión de no apelar a la venganza, con un discurso que significa también su renuncia a la magia. Mientras habla, los acusados y los otros nobles se encuentran parados dentro de su círculo mágico, y lo escuchan atrapados por su encantamiento. Próspero acusa a Alonso de haber sido cruel con él, y los responsabiliza a él y a Sebastian por haber participado en el crimen de su hermano. Anuncia también que Ariel será liberado después de que los allí presentes sean llevados de regreso a Nápoles. El espíritu entonces canta una canción de felicidad. Alonso y Próspero se reconcilian después de que el primero declare su remordimiento y se arrepienta del mal que le ha hecho. Próspero recupera su ducado y decide perdonar a Antonio y a Sebastian, quizás a regañadientes, puesto que los llama “malvados” y expresa sus reservas sobre dejarlos libres.
Después de que Alonso manifiesta su desesperanza por la muerte de su hijo, descubre que este se encuentra vivo, y ambos vuelven a encontrarse. Se anuncia el compromiso de Ferdinand y Miranda, que es aprobado enfrente de todos tanto por Alonso como por Próspero. Gonzalo se alegra de que en este viaje se haya hecho semejante alianza, de que los presentes hayan hecho las paces y de que el rencor que había entre ellos haya desaparecido. Áriel ha preparado la embarcación para su partida, y el contramaestre vuelve a aparecer, contándole a todos lo que ha pasado con los marineros durante la tempestad.
Cáliban le pide perdón a Próspero por haber tomado al tonto de Stefano como su maestro. Próspero, por fin, reconoce a Cáliban y lo toma como suyo. El plan de Stefano, Trínculo y Cáliban es puesto a la luz frente a todo el grupo, e inmediatamente se los perdona. Próspero los invita a todos a pasar una última noche en la isla dentro de su morada, donde les contará la historia de cómo él y Miranda sobrevivieron, y les promete que cuando emprendan el regreso contarán con un mar calmo y vientos favorables.
Epílogo
La obra termina con Próspero dirigiéndose a la audiencia. Les dice a los espectadores que son ellos los que decidirán su suerte: si lo abandonan en la isla o le permiten volver a Nápoles. Esto lo podrán hacer con la magia del aplauso. Él ya no tiene espíritus que lo obedezcan y artes para encantar, y depende de que la audiencia lo libere del hechizo.
Análisis
En el original en inglés, las palabras de Próspero sugieren una metáfora relacionada con la alquimia. Dice que su proyecto está llegando finalmente a su clímax (gather to a head, en la traducción: “llegando […] a su fin” V.1. 1), como si fuera un líquido a punto de ebullición. La palabra “proyecto” (project; “obra” en la traducción), aquí utilizada, también alude a una suerte de experimento científico. Con sus ominosos estudios de magia y sus poderes extraños, Próspero es una figura que recuerda al alquímico, aunque sus experimentos se relacionan más con la naturaleza humana que con la metalurgia.
En este Acto también aparecen alusiones a la literatura clásica, en particular a Ovidio. El discurso de Próspero que comienza en el verso 33 es similar al que pronuncia Medea en el libro VII de La Metamorfosis. Asimismo, el lenguaje de Shakespeare es parecido en su sintaxis y en su tono al de Ovidio.
En los discursos de Próspero aparecen también algunas alusiones interesantes al folclore inglés. Una de ellas es la de los “cercos de hierba amarga” (37), pequeños círculos de hierba producidos por las danzas de las hadas, según la imaginación folclórica. Asimismo, los supuestos “hongos nocturnos” (39) que aparecen de repente también son signos de las actividades nocturnas de las hadas, y el “toque de queda” que menciona Próspero es aquel que marca el momento en el que los espíritus aprovechaban para vagar libremente y en el que las hadas y otras criaturas, de acuerdo con esta creencia, realizan sus travesuras.
Cuando Próspero confronta a Alonso, a Sebastian y a Antonio, utiliza una metáfora del océano para describir el modo gradual en que los hechizó y cómo lentamente volverán a la razón. Para Próspero, el entendimiento es como un mar que esclarece la confusión como si limpiara una orilla de su cobertura “infecta y fangosa” (82). Mientras Próspero habla, todavía se encuentran bajo su hechizo, pero de a poco les llega la comprensión, al igual que el mar se acerca con la marea. Este momento de transición también marca una instancia que confunde los límites entre la realidad y la ficción.
La sorpresa de que Ferdinand está vivo es anticipada por una declaración de Alonso, que luego de escuchar que Próspero ha perdido a su hija, exclama este deseo: “¡Oh, Dios! ¡Estuvieran ambos en Nápoles, vivos, y allí de Nápoles fueran rey y reina!” (152-153). Tal vez es demasiado evidente que esta declaración anticipa la revelación de que Ferdinand y Miranda están en verdad vivos y que como se han comprometido podrán ser herederos del reino. No obstante, esta anticipación cumple una función, ya vista en el Acto 1: muestra que los deseos urgentes de los personajes son cumplidos al instante por la propia economía de la trama. La unión de Ferdinand y Miranda es un ejemplo claro de matrimonio político, puesto al servicio de cimentar uniones entre antiguos enemigos, como en este caso, y de legitimar su poder. Eran, asimismo, muy frecuentes en Inglaterra en la época de la obra, como se ve en los partidos propuestos por Isabel para unirse con la realeza francesa y española, y en las alianzas estratégicas que forjó Jacobo I con los matrimonios de sus hijos.
Ferdinand y Miranda aparecen jugando al ajedrez. Como metáfora, la acción de estos personajes reduce las disputas políticas de sus padres a un juego. El ajedrez representa alegóricamente las disputas políticas; en este caso, se pone en juego por analogía el reino que Miranda y Ferdinand reciben en herencia. Aunque en este Acto se confirme la unión de los amantes, la discusión sobre el juego de ajedrez podría ser un augurio de que algún movimiento político se avecina en su futuro. Bromeando, Miranda acusa a Ferdinand de hacer trampa, imputación sin fundamento que recuerda la falsa acusación que Próspero dirige a Ferdinand en el Acto I. Pero Miranda admite que será cómplice de cualquier engaño que Ferdinand llegase a cometer: “Por veinte reinos [harías trampas], y aun así, juego honesto me pareciera” (177-178). Este comentario pronostica que la misma ambición, el mismo engaño y la misma lucha que marcaron las vidas de sus padres estarán también presentes en las suyas. De esta manera, una vez más se pone en abismo el conflicto principal del drama, mediante unas líneas que sugieren un desorden futuro.
En cuanto a la famosa exclamación de Miranda, “¡Oh mundo nuevo y espléndido, qué bellas son tus gentes!” (186-187), no debería ser tomada como alegre si se tiene en cuenta el contexto en el que se inscribe. La declaración viene apenas diez líneas después de los comentarios en broma que le hizo a Ferdinand sobre sus aspiraciones políticas, y si tenemos en cuenta los tonos y las formas típicas de Miranda, una expresión de asombro como aquella estaría fuera de lugar. Pudo haber sido impulsada, simplemente, por la reunión entre Alonso y su hijo. Es un comentario fuera de lugar, insustancial y sin preparación en la trama, por lo que es poco probable que Miranda, con esto, esté proponiendo una imagen positiva del nuevo mundo. Además, la respuesta de Próspero, “Todo es nuevo para ti” (188), parece ser más una corrección a la suposición de su hija que una afirmación redundante y prosaica. El tono y el significado de las palabras de Miranda son mucho menos directos de lo que sugiere cuando son sacadas de contexto.
No debemos entregarnos a la evaluación típicamente optimista de la situación que Gonzalo realiza en el cierre de la obra, cuando dice que en esta isla Ferdinand encontró esposa, Próspero recuperó su ducado y todos se encontraron a sí mismos (214-215). Convenientemente, omite en este discurso el destino de Cáliban, o el hecho de que Sebastian y Antonio carecen de salvación. En este sentido, vemos cómo el proceso de anagnórisis afecta a varios personajes de la obra, transformando su identidad, pero no a todos.
Como en otras comedias de Shakespeare, género al que esta obra pertenece a medias, la resolución del conflicto deja cabos sueltos. Se puede establecer un paralelismo en la falta de cierre con Trabajos de amor perdidos, en la cual las damas de Francia prometen, al final de la obra, abandonar por un año cualquier discusión sobre matrimonio, y con Noche de reyes, en la que la unión de Orsino y Viola es pospuesta en el final de forma indefinida. Se dirá que las comedias de Shakespeare tienen finales felices, pero sus conclusiones son raramente simples en sus implicaciones, o armónicos en significado y tono, aún menos que en tragedias como Hamlet.
En este último acto, se vuelve a establecer una relación entre Próspero y Sycorax a partir de la figura de Medea. La bruja Sycorax, a quien Próspero menciona siempre con desprecio a pesar de su parecido, está inspirada en la representación ovidiana de Medea. En este Acto, Próspero realiza una afirmación bastante extraña: dice que es capaz de levantar a los muertos de su tumba. Con esto, se hace eco de los poderes que pretende Medea en La Metamorfosis. Dicha afirmación parece incluirse solamente para identificar más a Próspero con la figura de Medea y, por tanto, con la propia Sycorax.
Medea y Sycorax representan el lado oscuro de la magia, que también está presente en Próspero, quien la utiliza con propósitos egoístas y cuestionables. En Próspero es difícil separar la magia buena de la mala: incluso él mismo tiene opiniones encontradas sobre sus propios poderes. Próspero reconoce que su fascinación por la magia le costó su ducado y que casi lo lleva a perder el control. Por lo tanto, sabe que no puede mantener al mismo tiempo sus prácticas mágicas y su rol como hombre de acción en el mundo real. En este sentido, decide abandonar la magia y aceptar a Cáliban, en quien se encarna su enfrentamiento con Sycorax: “a este engendro de tinieblas por mío lo tengo yo” (278-279), dice, y con estas palabras le da fin al conflicto con este personaje.
El contramaestre llega y cuenta cuál fue el extraño destino de los marineros y del barco, con imágenes sonoras notablemente vívidas. Luego, Próspero decide dar cuenta de los métodos y de los dispositivos de su magia. Estos dos actos de revelación hacen que la magia se eche a perder: los poderes de Próspero no resisten ser revelados. El mago le promete a Alonso que le mostrará los trucos de su magia, en un acto final de resignación. Este es un modo posible de entender el cierre de la obra como un quiebre en las expectativas de la ficción: al revelarse los misterios, se termina la representación.
En cuanto a Cáliban, el isleño no recibe reparos por los males que le han infligido, y los sentimientos nobles y poéticos que había mostrado durante el transcurso de la obra, especialmente en su bello discurso sobre la isla, no reaparecen en el final. “Cuán hermoso veo a mi amo” (265), dice, revelándose como un sirviente nato. Cáliban le pide disculpas a Próspero por haber tomado al tonto y ebrio de Stefano como amo y acepta con más voluntad que nunca someterse de nuevo a su yugo. El complot de asesinato mal orquestado de Trínculo y Stefano solo produce risas entre los presentes, mientras Próspero no muestra signos de tratar a Cáliban de otra forma que no sea con velado desprecio. Si bien al final acepta a Cáliban, todavía dice que “su deformación atañe a sus maneras así como a su forma” (295-296), manteniendo su superioridad civilizada sobre este nativo. Reconocer a Cáliban y despreciar sus formas de ser son dos puntos de vista contradictorios presentes en el drama.
Un motivo importante que atraviesa toda la obra es el del perdón versus la venganza. Próspero produce la tempestad por un deseo de venganza, pero hacia el final de la obra decide perdonar a quienes cometieron crímenes en su contra. Declara este cambio con estas palabras: “más mérito hay en la virtud que en la venganza” (27-28). Próspero abandona el enojo y el resentimiento que marcaron su tono durante toda la obra, especialmente en la Escena 2 del primer Acto. En el proceso de anagnórisis, los culpables se muestran arrepentidos, aunque no todos lo están: Alonso pide perdón, pero Antonio, quien tiene más que lamentar, no expresa remordimiento. La identidad de los personajes se ve afectada por los eventos de la trama, a excepción de los personajes verdaderamente bajos de la obra: los hermanos usurpadores.
La cadena de perdones queda inconclusa, si bien Próspero, en un momento de ironía, determina que se ha llegado a un cierre. A lo largo de la obra, Próspero dirige una cantidad desproporcionada de culpa hacia Alonso, lo que lo habilita a capturar a su hijo Ferdinand y a atenuar el castigo de su hermano Antonio por usurpar el ducado. Alonso muestra que está verdaderamente arrepentido, le pide a Próspero que perdone sus errores y consigue reconciliarse con él, mostrando voluntad para la reconciliación. Es irónico que Próspero solo acuse a Antonio por su conspiración regicida y no por expropiarle el ducado y mandar a asesinarlo, especialmente considerando que el complot para asesinar al rey fue orquestado por el mismo Próspero a través de Ariel. En el final del último Acto parece que Próspero ha olvidado su principal motivación para generar la tempestad: reencontrarse con Alonso, con sus acompañantes y con su hermano, a quien dirige su ira casi exclusivamente en el Acto 1.
En lo que respecta a Antonio y Sebastian, ellos no se ven satisfactoriamente redimidos al final de la obra. El perdón de Próspero, si bien es abiertamente declarado al principio, está casi rescindido cuando se dirige a este par. Su tono, previamente conciliador, se vuelve amenazante, mientras dice que si quisiera podría “probar que [son] traidores” (130-131). Incluso sostiene que “no podría llamar hermano” a Antonio “sin infectar [su] boca” (134), frase que a duras penas podría ser considerada como una expresión de perdón. Sin embargo, en una extraña paradoja de sentimiento, completa la frase con estas palabras: “te perdono todas tus faltas” (135), le dice, aproximando el insulto y la amenaza hacia una posible absolución. Sebastian retorna a su sarcasmo característico, llamando la supervivencia de Ferdinand “portentoso milagro” (180), y su tono desinteresado da una prueba adicional, no solo de que Sebastian no se arrepiente de ningún error, sino también de que su carácter no ha sido perturbado por los eventos de la obra.
En el final, el tema de la legitimidad política se resuelve por la expropiación del dominio al usurpador, aunque esto no se dilucida en el caso de Cáliban. Próspero obtiene de nuevo su ducado y consigue un matrimonio ventajoso para su hija. De esta manera, con los objetivos de Próspero conquistados y la restauración del orden original, la obra termina.
Sin embargo, en las líneas rimadas del epílogo Próspero quiebra la cuarta pared y se dirige hacia la audiencia asumiendo, de este modo, su rol como personaje dentro de una ficción, para decirle al público que son ellos los que tiene control sobre su destino, y los que deben perdonarlo por sus acciones. En esta instancia, que revela un mundo más grande que rodea la obra, la audiencia recrea el rol del autor, aquel que el propio Próspero encarna, a su vez, en el interior de la representación. Ninguna otra obra de Shakespeare cuenta con este tipo de final tan inconcluso, que no obstante es completamente apropiado, ya que cierra la obra con una nueva puesta en abismo. El epílogo es la última instancia límite entre la realidad y la ficción, y una última puesta en escena del tema del teatro dentro del teatro.