La tempestad

La tempestad Resumen y Análisis del Acto III

Resumen

Escena 1

Aparece Ferdinand cargando un tronco. Ha sido forzado por Próspero a tomar el lugar de Cáliban como sirviente. A Ferdinand no le agrada su nuevo amo, pero acepta someterse a este sacrificio en beneficio de su amada. Aunque se conocen hace apenas unas horas, Ferdinand y Miranda se expresan mutuamente su amor y sus deseos de casarse.

Escena 2

Stefano, Trínculo y Cáiban beben. El mayordomo y el bufón insultan a Cáliban, quien solo protesta por los comentarios de Trínculo, mientras intenta que Stefano lo defienda. Cáliban les cuenta sobre la tiranía de su antiguo amo, Próspero, y su deseo de deshacerse de él para siempre. Entonces Ariel entra en escena para generar discordia entre estos personajes, y consigue que Cáliban fabrique un plan para asesinar a Próspero. Cáliban promete a Stefano que podrá ser el nuevo soberano de la isla y él su sirviente, si logra que Próspero sea asesinado. También asegura que Stefano podrá quedarse con Miranda si el plan resulta exitoso. Ariel se retira para contarle a Próspero lo que acaba de suceder.

Escena 3

Alonso, Adrian, Francisco, Sebastian, Antonio y Gonzalo todavía deambulan por la isla. El Rey de Nápoles ha perdido la esperanza de encontrar vivo a su hijo Ferdinand. Antonio y Sebastian resuelven llevar a cabo su plan de asesinato esa misma noche, pero su conspiración es interrumpida por Próspero, que envía con sus espíritus un enorme banquete; él también llega, pero invisible. Todos están asombrados pero desconfían si deben animarse a comer. Cuando están por hacerlo, entra Ariel y pronuncia un discurso en el que se adjudica el naufragio y anuncia la venganza de Próspero. Luego, hace desaparecer el banquete. Alonso reconoce en las palabras de Ariel la pluma de Próspero, y entonces él, Antonio y Sebastian empiezan a sentirse culpables, al pensar que Próspero está vivo y tan cerca de ellos.

Análisis

Próspero le quita a Ferdinand sus privilegios de rango, como lo había hecho con Cáliban al convertirlo en su esclavo. En este caso, la acción de Próspero podría no parecer justa. De todos modos, Ferdinand, al igual que Cáliban, acepta la sumisión y, al hacerlo, avala su poder. Esta cuestión resalta el tema de si la obediencia voluntaria es fuente legítima del poder. El tono de Próspero en este acto, mientras habla de Ferdinand, consiste en una curiosa mezcla de afecto y de distancia: se refiere al hijo del Rey como un “pobre gusano” –poor worm, en la traducción: “pobre criatura” (III.1. 32)–, calificativo que, en este contexto, puede ser tomado como muestra de cariño. No obstante, el gusano es usualmente utilizado como símbolo de corrupción y lujuria. Esta connotación aparece, por ejemplo, en el Acto 2, Escena 4 de Noche de Reyes. En este caso, el significado simbólico anticipa las advertencias que Próspero dirige a Ferdinand y a su hija, cuando les dice que deben esperar hasta la ceremonia de casamiento para consumar su amor. Esta desconfianza recuerda la acusación de traición y de mala fe que dirige a Ferdinand en el Acto I.

En el discurso que pronuncia en este acto sobre Miranda, Ferdinand emplea la paradoja y la exageración, entre otros elementos, para enfatizar su pasión. “La dama a la que sirvo da vida a lo marchito y en placer convierte mis esfuerzos” (III.1. 5-6), dice utilizando una paradoja con la cual comunica cuán mágico y maravilloso es su amor, que convierte el disgusto en placer. Al comparar a Miranda con su padre, Ferdinand afirma que aquella es más gentil que Próspero, de quien dice que “es áspero y lleno está de rudeza” (8-9). Aún así, declara con exageración que sería capaz de cargar “algunos miles de estos troncos” (10) para su severo capataz, solo para rendir honor a la dulzura de Miranda. Esta hipérbole busca demostrar todo lo que haría por Miranda. Aún más, Ferdinan sostiene que preferiría “estallar” sus fibras y “quebrar” su espalda antes que verla trabajar, aunque su labor no sea tan dura como para causar estas heridas.

Miranda y Ferdinand pronuncian palabras de compromiso: el hijo del Rey declara que la ama, estima y honra, y Miranda le ofrece a cambio su “pureza” (modesty), refiriéndose a su virginidad. Se toman las manos en señal de unión matrimonial y Miranda declara a Ferdinand su esposo. Esta demostración de amor es dramáticamente agradable, pero pone de manifiesto que no saben nada el uno sobre el otro, y dado que se conocen hace pocas horas, el sentimiento parece apresurado y un poco sonso.

En esta escena los enamorados hablan con un tono poético, romántico y poco realista, similar al que emplean Romeo y Julieta en la obra homónima de Shakespeare. En estas dos parejas aparecen los mismos elementos de hipérbole, paradoja, contraste, comparación y elevadas declaraciones de amor. Ferdinand desliza frases convencionales y pulidas cuando habla de una mujer que apenas conoce, como cuando le dice que “la noche se torna alborada cuando estáis junto a mí” (33-34), a pesar de que no han pasado ninguna noche juntos. El amor de Ferdinand y Miranda es del mismo tipo de atracción física que atrapa a Romeo y Julieta, aunque el amor de estos últimos no estuvo influenciado por un espíritu como Ariel. A pesar de que Ferdinand apenas conoce a Miranda, declara que ella fue “creada sin par”, y que en ella “habita la perfección que no alcanzan otras criaturas” (47-48). El ánimo y los sentimientos de estas líneas son muy diferentes a los que aparecen antes en escena, y dan prueba de que son guiados por una suerte de amor ciego de juventud, idealista e ingenuo.

El lenguaje que se utiliza en esta parte de la obra se vuelve claramente sexual. La virginal Miranda muestra su amplio conocimiento, aunque encubierto, sobre el deseo y la política sexual. Ella explica la urgencia de su amor por Ferdinand cuando dice que “cuanto más quiero que permanezca oculto más, y mayor, se muestra” (80-81), otorgando entre líneas la imagen de un embarazo oculto, que coincide con el incremento de su declarado deseo. Miranda “tem[e] ofrecer[le] lo que ard[e] por entregar[le]” (77-78), revelando la lujuria detrás de su apariencia virginal. Ella también entiende que el matrimonio presume el intercambio sexual, y que su virginidad, la “única joya de [su] dote” (53-54), es el principal tesoro que ella tiene para atraer a su amado. Miranda puede parecer joven y aislada, pero esta escena demuestra que tiene más conocimientos mundanos de lo que uno esperaría, considerando que se ha criado en una isla remota. Estas expresiones de amor son importantes también dentro del tema de la legitimidad política, porque aseguran la alianza entre Próspero y Alonso a través de sus respectivos hijos.

En la escena 2, Cáliban es todavía visto como un sirviente-monstruo, a pesar de haber dado muestras de su humanidad. Aunque Stefano y Trínculo sean posiblemente menos inteligentes que Cáliban, aún así lo tratan como si no fuera humano, debido a su condición de nativo isleño y al color de su piel. El hecho de que Cáliban tolere estos menosprecios evidencia que él acepta su inferioridad y la autoridad de Stefano sobre él. En esta escena, Cáliban pierde la actitud rebelde e independiente que había mostrado anteriormente y se reduce, repentinamente, a la sumisión. Esto se torna evidente cuando pregunta si puede lamer los zapatos de Stefano. De la misma manera, la inteligencia que Cáliban parece poseer en el Acto 1 desaparece por completo en esta parte. Aquí, Cáliban es otra vez representado como un sirviente nato en su condición indígena, otro reflejo del colonialismo y de los prejuicios de la época que Shakespeare utiliza para formar el carácter de este personaje. Pero estos parámetros moldean de forma errática la personalidad y los motivos del personaje. Cuando hace su primera aparición, Cáliban es poco afable con su captor y evidencia poder de pensamiento, pero luego, inesperadamente, se convierte en un sirviente adulador, ciego e irracional, que se niega incluso a pensar por sí mismo.

Es interesante notar que Cáliban muestra inteligencia y sentimientos elevados en sus palabras mucho más que en sus actos. Así lo muestra en el discurso que dirige a Trínculo y a Stefano en esta escena. A partir de la línea 50, Cáliban comienza un discurso cuya cadencia, en la versión original en inglés, se aproxima a los ritmos del verso blanco. Más adelante, en las líneas 146-154, este supuesto hombre salvaje exhibe una gran destreza poética para describir. No obstante, debe notarse que Ariel también aparece justo antes de la línea 50, lo que tal vez signifique que Cáliban solo está diciendo las palabras que Próspero ha escrito para él (ver sección 'Citas'). Próspero quiere que Cáliban intente asesinarlo, para que se confirme su visión de Cáliban como un salvaje cruel y feroz. Es difícil saber si el plan de asesinato de Cáliban es producto de su aversión hacia Próspero, o si surge de la influencia de Ariel, quien se encuentra presente durante todo el discurso conspirativo del personaje. Esta indeterminación puede relacionarse con el tema de la realidad y la ficción, puesto que la causa del complot se presta a ambigüedad: ¿es por arte de magia o por rebeldía?.

En la Escena 3, se hace presente una magia encantadora en el banquete que los espíritus de Próspero preparan para Alonso y sus acompañantes. El despliegue mágico no parece tener mucho sentido. Tal vez, su función es poner el foco en las palabras de Ariel cuando este aparece, o quizás sirve para calmar a los presentes por un instante y conseguir que dichas palabras tengan un mayor impacto. También puede ser un estratagema de Próspero, que busca mantenerlos callados sobre los asuntos de la isla, para que los “patanes en tierra [sonrían] incrédulos” si alguna vez se animaran a contar esta historia (III.3. 28). En efecto, el espectáculo produce que Sebastian y Antonio abandonen su distanciamiento burlón y tomen acción al declarar, tal vez con sarcasmo, que ahora están dispuestos a creer en otros seres mágicos legendarios, como en el unicornio o el fénix.

Acaso Gonzalo sea el único personaje de la obra que no manifiesta desprecio hacia los nativos de la isla. Si bien los describe como seres de forma monstruosa, Gonzalo es más abierto en su evaluación de los nativos de lo que sugiere esta descripción. De ellos dice que “tienen modales más gentiles y afables que muchos de los hombres de nuestra especie” (III.3. 33-34), remarcando la nobleza que estos “salvajes”, como Cáliban, son capaces de manifestar. La cuestión de la mirada colonial sobre los nativos es un tema importante de la obra, y el tratamiento que Shakespeare realiza de Cáliban está marcado por los prejuicios de la época. Lo que es extraño del comentario de Gonzalo es que mueve a Próspero a decir que el consejero, con sus palabras, muestra que es un “noble anciano”, sin rechazar por eso su propia visión negativa de los nativos. Que Gonzalo sea considerado bueno por esto, a pesar de las opiniones contrarias de muchos de los personajes de la obra, plantea una ironía difícil de resolver.

Otro paralelismo con La Eneida aparece en este acto: en la obra de Virgilio, se prepara un banquete para Eneas y su grupo, pero unas harpías lo hacen desaparecer de repente para darle al héroe una terrible profecía. Algo similar sucede en La tempestad, con la desaparición del banquete y con Ariel que, como una harpía, desciende sobre ellos para pronunciar un solemne discurso (III.3. 55-84). Las palabras de este espíritu también recuerdan el tono y la sintaxis del lenguaje de La Eneida. Aún así, el discurso es obra de Próspero, del que toma crédito en las líneas 87-88.

Ariel declara que Alonso y sus hermanos no merecen vivir, por las conspiraciones que realizaron en la isla, a pesar de que son Ariel y Próspero quienes fomentan estos planes de asesinato con sus trampas. Esto también es paralelo a lo que cuenta Próspero en su historia, en la cual confiesa que fueron sus acciones las que causaron la corrupción de Antonio. Otra vez, Próspero da pie al tema del teatro dentro del teatro, al mostrar que cumple el rol del autor desde el interior de la obra.

En la Escena 3, el lenguaje de Alonso cambia y se vuelve más cargado de imágenes y metáforas. Antes, en el acto anterior, había hablado poco y breve. Ahora, de las líneas 98 a 104, habla de “el trueno, profunda y terrible trompeta de órgano, [que] con voz grave pregonaba [su] crimen” (III.3. 99-101), convirtiendo así los sonidos de los vientos y de las aguas en recuerdos de su culpa. Estas imágenes visuales y sonoras son muy poéticas y mucho más emotivas que sus entrecortadas respuestas anteriores. El remordimiento de Alonso transforma la identidad del personaje y le da mayor densidad poética, al mismo tiempo que lo acerca al momento de anagnórisis y restauración del orden.

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