La profesora de Lengua y Literatura: Melena Maravilla
Lo primero que hace Melinda al conocer a sus profesores es ponerles apodos en base a alguna característica física. Aquí, tras describir a la profesora de Lengua y Literatura a través de varias imágenes visuales, decide apodarla "Melena Maravilla": "Mi profesora de Lengua y Literatura no tiene cara. Tiene un pelo despeinado, en hebras, que le cae sobre los hombros. El pelo es negro desde la raya hasta las orejas y luego naranja fluorescente hasta las puntas encrespadas. No me decido si hizo algo para que su peluquero se ensañara con ella, o si está metamorfoseándose en una mariposa monarca. Le digo Melena Maravilla" (p. 7).
La piecita abandonada de limpieza
Melinda describe la piecita abandonada a través de varias imágenes visuales que demuestran que es un lugar sucio y deteriorado. No obstante, en lugar de serle hostil, este espacio le parece adecuado para convertirse en su refugio, dado que se trata de un espacio vacío para una chica atravesada por el vacío: "La pared de atrás tiene estantes llenos de libros de texto cubiertos de polvo y unas botellas de blanqueador. Detrás de una colección de mopas y escobillones asoman un sillón manchado y un escritorio de otra época. Hay un espejo roto inclinado sobre un lavabo lleno de cucarachas muertas hechas croché con telarañas. Las canillas están tan oxidadas que no giran" (p. 28).
El árbol cubista de Melinda
La creación del árbol cubista es un paso crucial en el proceso de sanación de Melinda. Al plasmar su fragmentación interior en una forma artística, la protagonista de la novela comienza a reconocer y aceptar la complejidad de sus emociones. El árbol cubista, que aparece descrito en la cita a través de una imagen visual, funciona como una representación visual de su trauma: "Esbozo un árbol cubista con cientos de rectángulos estrechos que forman las ramas. Parecen casilleros, cajas, esquirlas de vidrio, labios con hojas marrones triangulares" (p. 129).
Melinda en los espejos
He aquí otro párrafo cargado de imágenes visuales y ligado a la fragmentación emocional de Melinda:
Acomodo el espejo para poder ver los reflejos de los reflejos, kilómetros y kilómetros de mí y mis nuevos jeans. Me pongo el pelo detrás de las orejas. Debería habérmelo lavado. Tengo la cara sucia. Me acerco al espejo. Me miran ojos y más ojos y más ojos. ¿Estoy en algún lado allí dentro? Miles de ojos parpadean. Nada de maquillaje. Ojeras. Acerco más las caras laterales hasta quedar inmersa en el espejo y bloquear el resto de la tienda (p. 135).
El espejo, que tradicionalmente funciona como símbolo de la identidad y la introspección, es en esta escena una metáfora de la fragmentación que experimenta Melinda. La multiplicidad de reflejos representa la dificultad que tiene para reconstruir su imagen personal tras lo que le sucedió en la fiesta de agosto. La protagonista de la novela se ve a sí misma como un conjunto de fragmentos que no conforman una unidad. Melinda está rota por dentro.