Resumen
Prólogo en el teatro
Antes de que empiece el drama, el Director de teatro, el Poeta Dramático y el Comediante discuten. El Director se preocupa por realizar una obra al mismo tiempo fresca que significativa, una obra con mucha acción para que la platea se llene y quede boquiabierta. Al Poeta dramático, en cambio, no le agrada la multitud, contraria a la intimidad del espíritu, de donde nace una obra trascendente. El Comediante encuentra ridículo hablar de posteridad; lo importante es divertir a los contemporáneos. El Director comienza a dar indicaciones para representar una obra donde se vaya desde el cielo al infierno pasando por la Tierra.
Prólogo en el cielo
El Señor dialoga con sus cuatro sirvientes: Rafael, Gabriel, Miguel y Mefistófeles. Rafael, Gabriel y Miguel son ángeles del cielo y alaban la creación del Señor. Rafael alaba el sol, Gabriel alaba la tierra, los ríos y el mar, y Miguel elogia las tormentas.
Mefistófeles no alaba al Señor por su creación. Él observa, más que nada, la miseria de la vida humana. El Señor, que no entiende por qué Mefistófeles solo ve lo malo del mundo, habla sobre Fausto como un hombre que, a pesar de no ser un siervo dedicado, al final será claro en su servicio al Señor. Mefistófeles le apuesta lo contrario. El Señor acepta la apuesta y dice que, mientras Fausto viva, Mefistófeles puede conducirlo por su camino, ya que, de todos modos, él confía en que Fausto acabará demostrando ser un verdadero servidor del bien y de la gloria.
La noche
Fausto está sentado en su escritorio al anochecer. Se lamenta por todo lo que sabe y, sin embargo, no puede saber. Es un maestro en filosofía, derecho, medicina y teología, entre otras cuestiones, y, sin embargo, aunque es más inteligente que todos sus estudiantes y los otros grandes maestros de la época, lo único que le ha dado su conocimiento es la certeza de que no podemos saber realmente nada, y esto le entristece. Fausto incluso recurrió a la magia en busca de adquirir alguna sabiduría secreta. Pasó noches enteras estudiando, leyendo, y ahora lamenta no poder ser libre, no poder confundirse con la naturaleza. Maldice la habitación en la que se sienta y los libros que lo rodean. Intenta instar a su alma a abandonar su trabajo, dejar el volumen de los escritos de Nostradamus que tiene frente a él. Anhela salir a la naturaleza y sentirse vivo.
Abre el libro frente a él y ve el signo del Espíritu de la Tierra. De pronto se siente poderoso y le pide al Espíritu de la Tierra que se le revele. Entonces aparece el Espíritu, quien le reclama a Fausto que lo haya hecho salir de su esfera, y luego habla sobre las maravillosas experiencias de ser un Espíritu, experiencia de la que Fausto no goza.
Tocan la puerta y Wagner, compañero de estudios de Fausto, entra en camisón. Escuchó la conversación entre Fausto y el Espíritu y pensó que esas palabras podrían ayudarle en su trabajo. Fausto se burla de él; le advierte que, sin ebullición, en su alma nunca producirá nada que conmueva un corazón ajeno. Wagner enfatiza en la importancia del conocimiento de épocas anteriores, pero estas, para Fausto, no son más que trozos de pensamiento desmenuzados. Wagner sostiene que todo conocimiento hace avanzar a la sociedad. Fausto niega que todo conocimiento tenga sentido.
Cuando Wagner sale, Fausto vuelve a su abatimiento, molesto porque, tras estar tan cerca del Espíritu, ahora puede comprender la pequeñez de su propio ser. Ruega volver a estar cerca de la divinidad, ya que la naturaleza ha optado por no revelarse a él a través de los instrumentos de la ciencia o el aprendizaje de épocas pasadas.
De repente, lo ilumina una idea: el suicidio. Observa un veneno y comienza a sentir que la oscuridad desaparece de su alma. Vuelve a ver visiones de la grandeza de la naturaleza. Siente que ese es el momento, que debe enfrentarse a la muerte con valentía.
Mientras se lleva la copa de veneno a los labios, el Coro de Ángeles entra repentinamente en la habitación anunciando la resurrección de Cristo y la alegría de los hombres. Fausto suelta la copa.
Análisis
La primera parte del Fausto, a ser analizada en esta guía, está estructurada de manera relativamente convencional, y suele dividirse en tres partes. La primera está configurada por el "Prólogo en el teatro" y el "Prólogo en el cielo", los cuales funcionan como una especie de introducción. A esto le sigue lo que la crítica ha denominado “la tragedia del erudito”, donde se describe la desesperación de Fausto en relación al saber, la ciencia, el conocimiento, y el consecuente pacto con Mefistófeles. El tercer componente es el que se conoce como “la tragedia de Margarita” o “la tragedia de la inocencia seducida”.
La puerta de entrada al drama de Fausto son, entonces, dos prólogos: uno en el teatro y otro en el cielo. Esto es interesante en tanto Goethe ya inicia su obra planteando una suerte de correlación entre la situación teatral y la religiosa, ya plantea un paralelismo entre ambos escenarios que da a entender, de algún modo, que ningún sistema de valores excede del todo la esfera de la ficción.
Observando ambos prólogos, podríamos interpretar que el Dios del "Prólogo en el cielo" sería como un director de teatro que intenta decidir qué hacer con su obra, tal como se observa en el "Prólogo en el teatro". Ambos prólogos coinciden también en que exhiben opiniones contrastantes sobre un mismo tema. En el caso del "Prólogo en el teatro", el Director, el Poeta dramático y el Comediante difieren en qué es lo más importante a la hora de representar. El "Prólogo en el cielo", por su parte, ofrece visiones contrastantes sobre el mundo terrenal. En principio, los ángeles alaban la creación de Dios, pintando escenas de las poderosas fuerzas de la naturaleza y las formas en que reflejan la benevolencia y la gloria divinas. Cada ángel alude a un proceso cíclico particular de la Tierra: el sol, la noche y el día, y el poder y la calma del clima. Todos estos connotan la integridad de la creación de Dios y de Dios mismo. Y a ellos se contrapone la visión diferente de Mefistófeles, cuya opinión no se da sobre la naturaleza en términos de ciclos o elementos naturales, sino sobre la humanidad. Al mirar el mundo, Mefistófeles no encuentra belleza y bondad, sino la miseria de la vida humana.
Más allá de las coincidencias, los dos prólogos iniciales se diferencian en cuanto a su relevancia para la trama. Mientras que el "Prólogo en el teatro" simplemente pareciera recordar al lector o espectador de la pieza que todo lo que va a ver es una ficción, pensada y elaborada para producir efectos en él, en el "Prólogo en el cielo" se establece el conflicto global de la obra. Este último nace de una apuesta entre Dios y Mefistófeles, apuesta con la que intentan resolver o poner fin a un desacuerdo fundamental. Este desacuerdo se basa en que, para el Creador, la humanidad trascenderá la maldad del mundo y será fiel a su Señor, mientras que Mefistófeles sugiere lo opuesto. El protagonista de la obra, Fausto, aparece presentado por primera vez en boca del Señor como ejemplo, justamente, de esta fe que él tiene en los hombres. Pero en ese mismo instante, Mefistófeles se muestra escéptico de que Fausto sea tan buen siervo de Dios, ofreciendo así un perfil distinto sobre el héroe de la pieza.
Esta discusión, que culmina con la apuesta entre Dios y Mefistófeles por el alma de Fausto, constituye un relato alternativo de una historia bíblica, la del Libro de Job en el Antiguo Testamento. En el relato bíblico, Satanás hace una apuesta con Dios sobre su siervo Job: Satanás está seguro de que puede hacer que Job maldiga a Dios, pero Dios tiene fe en que Job le será leal. Satanás entonces destruye todo en la vida de Job, tomando sus posesiones, su familia y su salud, buscando que el hombre pierda la fe y maldiga a su Creador. Job, sin embargo, no maldice a Dios, y al final recibe la doble bendición divina. Tanto en la historia bíblica como en el comienzo de Fausto, entonces, se establece una apuesta entre Dios y el Diablo, y en ambos casos el Diablo busca extraer el alma al mortal desviándolo del camino de la fe. Pero, a diferencia de Job, Fausto no es una víctima. Es, por el contrario, un agente activo de su destino.
Al igual que en la historia de Job, el tema principal de Fausto yace en la reflexión sobre las características esenciales de la naturaleza humana y la relación del hombre con la divinidad. El "Prólogo en el cielo" tiene lugar fuera del ámbito de la naturaleza humana, lo que sugiere que los poderes superiores son los responsables últimos de la salvación o condenación de las almas humanas. Sin embargo, a lo largo de la obra, las luchas al interior de Fausto, entre su deseo de poder y conocimiento y su voluntad por perseguir una mejor versión de sí constituyen quizás una de las mayores tensiones de la obra.
Con el "Prólogo en el cielo", Goethe también plantea la cuestión de la humanidad de Dios. A diferencia del Dios omnipotente y omnisciente más propio del calvinismo y la Reforma protestante, la figura divina en Goethe muestra características muy humanas. El Creador debe tener su propia fe en la humanidad para poder hacer la apuesta con Mefistófeles, quien incluso dice que disfruta conversar con Dios debido a su humanidad.
El Prólogo también presenta, para los eruditos de la época, cierto simbolismo político. Según esta lectura, el "Prólogo en el cielo" es menos una declaración teológica de la relación de Dios con el hombre que una alegoría política. La corte feudal, sobre la que reina un Dios benévolo, es un tema básico en el drama del Renacimiento, y Goethe parece tomar prestados esos temas. En clave alegórica, en esta escena, Dios sería el rey y Mefistófeles, en lugar de una poderosa criatura malvada, sería más bien un bufón de la corte destinado a entretener tanto a la audiencia como a su Majestad.
En “Noche” comienza el drama de Fausto y se exponen los temas y motivos de la obra. El símbolo más importante de esta escena está dado por el marco temporal en el que se desarrolla. La noche no es una noche cualquiera, sino la víspera de la mañana de Pascua, la celebración más importante del año en el calendario cristiano. La noche anterior a la Pascua, así como la víspera de la Navidad, poseen una fuerza simbólica en términos bíblicos: se trata del momento oscuro de la humanidad, previo a la aparición del salvador Jesús. En esta escena, presenciamos justamente cómo Fausto se enfrenta a la desesperación, se hunde en la depresión y casi decide suicidarse. Irónicamente, sin embargo, será el diablo, en lugar de Jesús, quien aparezca para salvarlo.
Este escenario, donde Fausto está solo en su escritorio debatiendo y peleando con un oscuro espíritu interior, es una variación ilustrada del folclore popular. Los historiadores describen de manera similar el derrotero de personajes históricos como Martín Lutero, el gran reformador protestante del siglo XVI, quien habría llegado a su gran iluminación espiritual solo después de atravesar largos períodos de reflexiones tumultuosas en la oscura soledad de su escritorio. Algunos relatos incluso describen a Lutero teniendo intensas discusiones con el diablo. También René Descartes llegó a importantes intuiciones filosóficas a través de su deliberación interna, estando solo entre sus libros. Esta imagen, del hombre pensante y solitario debatiendo con su propia consciencia, es uno de los sellos distintivos de la narrativa de la Ilustración, tradición a la que Goethe alude con su Fausto, más visiblemente en estas escenas de deliberación interna del protagonista.
Esta primera escena de la obra también presenta al lector el trágico padecimiento de Fausto. De alguna manera, estamos ante una obra de la tradición romántica, donde el protagonista anhela desesperadamente alcanzar un universo espiritual y natural que concibe separado del mundo terrenal, de la vida cotidiana que le hace sufrir. El lector también puede ver los comienzos nacientes de una voluntad de poder nietzscheana en el deseo de Fausto, no solo de trascender el mundo "real", sino también de gobernar o dominar el mundo más espiritual y natural. En la raíz de la tensión en el carácter de Fausto se encuentra este conflicto entre el deseo de trascender el mundo “real”, terrenal, pero sin renunciar a los deseos terrenales. En sus parlamentos puede verse esta contradicción interna.
Fausto anhela despojarse de las emociones violentas que agitan su alma y unirse al mundo natural. La lucha interna de Fausto es un elemento muy propio del Sturm und Drang (“tormenta e ímpetu” en español), movimiento literario y filosófico alemán del cual Goethe fue uno de los mayores exponentes. Esta escuela, que también tuvo sus manifestaciones en la música y las artes visuales, se desarrolló en Alemania durante la segunda mitad del siglo XVIII, y se caracterizó por ahondar en la libertad de expresión, la subjetividad individual y, en particular, los extremos de la emoción, en contraposición a las limitaciones impuestas por el racionalismo de la Ilustración. El Sturm und Drang reaccionó al objetivismo y racionalismo extremos que caracterizaron el pensamiento de la Ilustración temprana en Europa, buscando formas de expresar las turbulentas emociones internas de la experiencia humana. Se considera que el Sturm und Drang fue el movimiento precursor del romanticismo alemán. La crítica considera que varios elementos de las obras de este período pueden leerse como expresiones románticas tempranas. Una de esas obras es, precisamente, el Fausto de Goethe.
El intento de suicidio de Fausto es una bifurcación en el camino del personaje. Goethe hace una de las preguntas filosóficas y existenciales claves con las que lidia la filosofía moderna: por qué la vida es mejor que la no vida. O, tal cómo lo que perturbaba al Hamlet de Shakespeare: ¿ser o no ser?. Fausto llega a creer que la muerte es su mejor opción porque, al pensar en ella, logra sentir que la conexión con la naturaleza se vuelve posible, que el mundo natural se abre ante él. El erudito logra identificarse con la Tierra cuando se piensa a sí mismo muerto, puesto que así su propio cuerpo y su alma volverían al mundo natural. No obstante, Fausto finalmente encuentra esto, también, insatisfactorio, porque la muerte implica perder su yo, cuestión que preocupaba a los filósofos y artistas europeos de la época de Goethe. De suicidarse, Fausto volvería al mundo natural, pero no se convertiría en el amo del mundo ni de sí mismo, porque ya no existiría, no sería un “sí mismo”, sino algo disuelto en la naturaleza.
El Coro de Ángeles llega a la escena tanto para anunciar el amanecer de la mañana de Pascua, representación de la vida nueva y la resurrección, como para detener la muerte de Fausto. Irónicamente, sin embargo, la nueva vida que recibirá Fausto no es una vida cristiana. El protagonista de esta obra está dispuesto a dar su vida porque ya no cree en las consecuencias del pecado y de la muerte, y esta falta de fe impregnará sus acciones futuras y definirá su destino y el de quienes lo rodean.