Resumen
A la tarde
En un dormitorio pequeño y ordenado, Margarita se trenza el cabello y piensa en el hombre al que conoció en la calle ese día. Está segura de que él es de una familia noble y está impresionada por su audacia.
Mefistófeles y Fausto entran en el dormitorio de la muchacha mientras ella no está. Fausto, junto a la cama de ella, poetiza sobre el amor que le produce esa muchacha. Cuando Mefistófeles advierte que la chica se aproxima, le entrega una cajita de regalo y Fausto la deja en el armario de Margarita.
Cuando Margarita entra en su dormitorio, siente un escalofrío recorrer su espalda. Canta una rima mientras se desviste. La rima trata sobre un "rey en Thule" que recibió una copa de oro de manos de su esposa moribunda. Cuando el rey estaba por morir, se dispuso a regalar todas sus tierras y posesiones excepto la copa. En su cena final, el rey bebió su última copa de vino tinto y arrojó la copa al mar, pero no se dio cuenta de la tristeza que lo invadiría al ver que la copa se alejaba y se hundía.
Margarita encuentra en su armario la pequeña caja de regalo. La abre: adentro hay joyas muy costosas. Está emocionada y desea poder quedarse con ese regalo.
Un paseo
Mefistófeles, molesto, le cuenta a Fausto que las joyas que le dieron a Margarita terminaron en manos de un sacerdote. Cuando la chica le mostró las joyas a su madre, esta la obligó a llevárselas al sacerdote y ofrecérselas como regalo a la Santísima Virgen. El sacerdote aceptó las joyas, diciéndole a las mujeres que solo la iglesia puede tomar tales posesiones malditas. Fausto, inquieto, le pide a Mefistófeles otro regalo para la muchacha.
La casa de la vecina
La vecina de Margarita, Marta, llora porque su esposo vaga por la tierra dejándola a ella y a sus hijos solos en la pobreza. Le preocupa, además, que él pueda estar muerto.
Margarita entra y le cuenta a Marta que encontró otra cajita de joyas en su armario. Marta le aconseja no contárselo a su madre. Margarita se prueba las joyas y lamenta no poder usarlas en el exterior, pero Marta le dice que pronto inventarán una excusa para su madre.
Mefistófeles toca la puerta y Marta lo cree un caballero extranjero. Él, tras halagar a las muchachas para ganarse su confianza, les dice que trae malas noticias. Según dice, el marido de Marta murió: fue enterrado en San Antonio de Padua y no dejó ni un regalo ni riquezas para su esposa e hijos.
Mefistófeles intenta convencer a Marta de que se case o tenga algún amante, pero ella se resiste, así que él cuenta más detalles sobre su esposo fallecido, quien supuestamente le habría echado la culpa a su mujer por todos sus males. Estas palabras enfurecen a Marta, quien le pide a Mefistófeles que traiga algún otro testigo de la muerte de su esposo para constatar la legalidad de los hechos. Mefistófeles promete regresar con un caballero que atestigüe, y los tres arreglan encontrarse esa noche en el jardín.
Una calle
Mefistófeles le explica a Fausto su plan para volver a ver a Margarita en el jardín esa noche: debe decirle a Marta que su esposo está muerto y enterrado en Padua. Fausto quiere viajar para ver el cuerpo del muerto, y cuando Mefistófeles le dice que solo debe decir que eso sucedió, Fausto se niega a mentir sobre un asunto tan importante. Mefistófeles se burla de él, le recuerda su deseo por Margarita y lo convence de mentir para conseguir lo que busca.
Un jardín
Esa noche, Fausto y Mefistófeles entran en el jardín de Marta para atestiguar la muerte de su esposo. Mefistófeles camina con Marta mientras Fausto colma a Margarita de halagos y palabras de amor. Margarita cuenta sobre su familia: su padre murió y su hermano es un soldado en la guerra. Tuvo una hermanita que también murió. El hogar lo conforman ella y su madre.
Margarita comienza a deshojar una margarita al canto de “me ama / no me ama”. El último pétalo es "él me ama", y Fausto, eufórico, se ofrece a entregarse por completo a ella hasta la eternidad. Se dan la mano y Margarita sale corriendo. El cielo comienza a oscurecerse y Mefistófeles le dice a Fausto que deben irse.
Un pequeño pabellón del jardín
Margarita entra corriendo en la casa de Marta y se esconde detrás de una puerta. Fausto la encuentra, la atrapa y la besa. Ella le confiesa que lo ama. Mefistófeles toca a la puerta y dice a Fausto que deben irse. Él y Margarita se despiden. Cuando la muchacha vuelve a estar sola, se maravilla de lo inteligente que es Fausto, y le asombra que se interese en una chica simple como ella.
Una selva con una cueva
Fausto, solo en una cueva, suspira pensando en Margarita. Está cansado de Mefistófeles, pero este lo encuentra y, tras una larga conversación, lo convence de ir a buscar a Margarita y acostarse con ella.
Cuarto de Margarita
Margarita hace girar hilo en una rueda mientras canta una canción sobre cómo extraña a su amado.
Análisis
Las escenas presentan al personaje de Margarita, una muchacha campesina que irradia paz y armonía, y que representa la bondad, la simpleza y la pureza. El personaje, que caerá en manos de Fausto, es irreprochable desde el punto de vista moral. La joven contrasta, entonces, con la nueva versión de Fausto, con ese hombre libertino, libre de miramientos morales, en el que el protagonista se ha convertido. Es cierto que, sin embargo, el personaje de Fausto aún está en transformación: todavía es capaz de conmoverse, de reordenar su comportamiento en virtud de su sensibilidad. Esto se demuestra, por ejemplo, cuando Fausto se adentra en la habitación de Margarita. Está decidido a acostarse con ella, pero una vez allí, una sensación de pureza lo envuelve, algo sagrado lo conmueve, y queda inmerso en pensamientos de amor.
En contraposición a esto, vemos el caso de Mefistófeles, que no solo no se deja conmover por la pureza y religiosidad de la muchacha, si no que eso, justamente, le produce disgusto. A Margarita también Mefistófeles le produce disgusto y una profunda desconfianza. Ella puede sentir la maldad en él, al igual que él puede apreciar el aura de moralidad inmaculada en la muchacha y encontrarla repugnante. El Mal y el Bien se presentan en esta obra encarnados en estos personajes.
La madre de Margarita y el sacerdote funcionan como representaciones cómicas de estereotipos religiosos, el de la santa viuda y el de la corrupción eclesiástica. La madre quiere evitar cualquier atisbo de corrupción, de riqueza, cuestiones que para su visión religiosa implican caer en la tentación. El sacerdote, que debería tener las mismas pretensiones, insinúa sutilmente que la iglesia aprovechará mejor la riqueza de las joyas que la mujer que las encontró y se apropia de ellas, dejando en evidencia una no correspondencia entre los valores que la Iglesia profesa ante sus fieles y lo que demuestran los representantes eclesiásticos en su accionar. Estos personajes habrían resultado familiares para una audiencia alemana que vivió la pérdida de poder de la Iglesia Católica tras la Reforma protestante.
En la escena de la calle, Fausto comienza a reconocer el costo de su apuesta con el Diablo. Insiste en ver el lugar donde falleció el esposo de Marta, lo cual solo causa gracia a Mefistófeles, y resulta un tanto irónico para el espectador/ lector: si el protagonista fuera tan íntegro éticamente, no habría hecho un pacto con el Diablo. Mefistófeles sabe esto; sabe que Fausto no es muy difícil de doblegar. Entonces plantea una ecuación: mentir equivale a conseguir a Margarita y decir la verdad implica perderla. El protagonista no duda más de un segundo antes de volver a elegir el camino del pecado.
La escena de Fausto y Margarita caminando mientras ella deshoja la margarita jugando a “me ama / no me ama” es interesante en términos simbólicos. Por un lado, la flor es una representación de esa joven con el mismo nombre, y la acción que la chica realiza con ella funciona como un indicio de lo que sucederá después: quedará deshojada, desflorada, mutilada, tras el juego del amor con Fausto. En este sentido, en el camino de Margarita a su trágico destino, vemos aquí el inicio, el primer paso que resultará en su caída. Deshojando la margarita, dejándose seducir por un hombre soltero, de otra clase social y de otro nivel cultural, Margarita está dando los primeros pasos fuera de su esfera de moralidad y pureza.
El encuentro entre Fausto y Margarita que tiene lugar en la cabaña de verano representa un encuentro de dos mundos. Así como una cabaña de verano, en la cultura de Goethe, es un lugar de retiro en el que la cultura y la naturaleza se encuentran, también en esta escena el mundo culto, complejo y perturbado de Fausto se encuentra con el mundo doméstico y natural de Margarita. En su intercambio de amor, Fausto ve por primera vez un significado en la vida más allá de su propio egoísmo. Sin embargo, en ese mismo instante, Mefistófeles parece romperlo. Fausto llega a asomarse a esa vida que podría tener, de amor, simpleza, bondad y felicidad, pero esta ya no lo alcanzará jamás.
La escena en el bosque, en la caverna, es un punto de inflexión en la obra: la introspección de Fausto será determinante para la acción del resto de la obra, en tanto vemos cómo el personaje comienza a desmoronarse, está en un principio de caída. En esta escena, Fausto se ha retirado porque teme que la apuesta que ha hecho con el Diablo acabe destruyendo a Margarita y lo que él siente por ella. Ahora el protagonista sabe que el amor es un sentimiento de reciprocidad entre él, otra persona y el mundo entero, y que a través del amor puede participar de la vida del mundo. Pero ahora está atrapado en este pacto, no puede volver atrás y no sabe cómo seguir adelante. Cuando aparece Mefistófeles, Fausto evita hablar de Margarita, para que el Diablo no destruya sus sentimientos por ella ni la integridad de la muchacha. Pero el protagonista no puede salir de la trampa en que se metió voluntariamente, y que ahora hace peligrar vidas ajenas. Todo en esta escena presagia el sacrificio de Margarita y la culpa que Fausto sentirá más adelante.