Fausto

Fausto Resumen y Análisis Gabinete de estudio (I-II)

Resumen

Gabinete de estudio (I)

Fausto regresa a su estudio acompañado por el perro negro. Está eufórico por su día en la naturaleza y siente que el amor divino rodea a la humanidad, pero la noche oscurece y también lo hace el corazón del protagonista. Toma entonces el Libro de Juan del Nuevo Testamento y comienza a traducirlo. Siente que “En el principio era la Palabra” (p.41) no es la traducción correcta. Se siente inspirado y corrige: “En el principio era el Sentido” (p.41), y luego, “En el principio era la Fuerza” (p.41), antes de decidirse, finalmente, por "En el principio era la acción" (p.42).

El perro que entró en la casa con Fausto cambia de forma, y el protagonista oye a un grupo de espíritus que empieza a hablar en la habitación. Fausto intenta usar un hechizo para confrontar a cuatro espíritus de los cuales alguno, según él cree, está dentro del perro, pero no funciona. Hace entonces la señal de la cruz mientras observa cómo el perro se hincha y se convierte en Mefistófeles.

Mefistófeles se presenta a sí mismo como “una parte de aquel poder que siempre quiere el mal y siempre produce el bien”, “el espíritu que siempre niega” y como “una parte de las Tinieblas, de las cuales nació la Luz” (p.44). Fausto dice que él nunca se dejaría caer ante las fuerzas de la oscuridad. Mefistófeles decide irse, pero no lo logra, a causa de un signo de la Cábala que está mal dibujado en el umbral de la casa.

Fausto, entonces, le dice que se quede y realice algunos trucos. Mefistófeles accede y llama a los Espíritus, que cantan una canción, envolviendo a Fausto en un suave éxtasis que lo deja dormido.

Mefistófeles logra arreglar el signo de la Cábala y sale de la casa. Fausto se despierta y se siente engañado, aunque tampoco puede afirmar si la escena anterior fue real o un sueño. Fausto invoca el nombre de Cristo buscando que el espíritu maligno se revele. Una niebla desciende sobre la habitación y, tras ella, Mefistófeles aparece, personificado como un erudito viajero.

Gabinete de estudio (II)

Fausto escucha un golpe en su puerta e insta al visitante a entrar, pero Mefistófeles, desde afuera, le dice que debe decir "Adelante" tres veces. Una vez dentro, Mefistófeles le promete a Fausto ahuyentar sus penas, y le ordena vestirse con su mejor ropa para que puedan salir al mundo en busca de placer. Fausto se resiste: sabe que incluso en el mayor de los placeres sentirá el dolor de su inactividad, porque no encuentra a Dios y está hundido en una profunda depresión.

El Coro de los Espíritus, invisible para Fausto, comienza a cantar una canción: dice que llevarán los fragmentos de su mundo destrozado al vacío y lo incitan a construir un mundo más brillante. Mefistófeles le ruega a Fausto que escuche sus consejos. Le promete que saldrá de la depresión si viaja a su lado, que vislumbrará secretos del mundo que aún no conoce. Fausto pregunta qué ganará Mefistófeles a cambio de eso, porque sabe que las criaturas infernales no suelen hacer nada por los otros. Mefistófeles le promete ser su sirviente y esclavo si Fausto hace lo mismo por él en el más allá. A Fausto no le preocupa lo que suceda en el más allá. Mefistófeles está complacido con esta respuesta y lo anima a arriesgarse y comprometer su vida con él a cambio de ver lo que ningún hombre ha visto antes.

Sin embargo, Fausto duda de que el Diablo pueda mostrarle algo de verdadera importancia, algo más que placeres que no lo saciarán, honores que no duran, falso amor. Pero Mefistófeles lo convence de que se contentará en el ocio. Saldan la apuesta.

Mefistófeles le hace firmar a Fausto un documento legal para sellar su destino, lo que el protagonista encuentra divertido. Luego, tras oír a Fausto hablar sobre sus deseos, Mefistófeles confiesa que nunca había visto a un hombre con tantas pasiones, y que quizás se sienta decepcionado por lo que encontrará. Sin embargo, Fausto quiere emprender el viaje junto a él. Mefistófeles insiste: quizás a Fausto le convenga la compañía de un poeta con quien compartir pasiones. Pero Fausto dice que ninguna satisfacción le trajo el intelecto humano, y que sabe que su única salvación vendrá por medios sobrenaturales. Mefistófeles cede, le afirma que verá y sentirá todos los placeres que desea, y le ordena salir del estudio. Fausto debe primero tratar con un alumno que vino a preparar una lección. Mefistófeles le dice que se ocupará del niño y se viste de erudito.

Cuando Fausto se va, Mefistófeles confiesa en soledad su plan secreto. Dice que arrastrará a Fausto a la mediocridad, a los bajos placeres, y que este quedará satisfecho, y luego perecerá miserablemente.

El Estudiante entra y le habla a Mefistófeles creyéndolo Fausto, y confiesa que el estudio le parece frío y poco alegre. Mefistófeles le dice que siente eso simplemente porque no está aclimatado a la vida académica, y que si pone todas sus energías en sus estudios, pronto encontrará su lugar. Luego, Mefistófeles le da un discurso sobre los rigores de la formación académica. No obstante, tras discutir con el joven acerca de sus intereses en diversos campos, Mefistófeles vuelve a tomar su apariencia original y convence al Estudiante de entregarse a los placeres, a las palabras antiguas y a la tentación. Entra Fausto, y la escena termina con ambos saliendo de la habitación en un aire de fuego que los saca de la Tierra.

Análisis

La escena del gabinete de estudio funciona como un microcosmos de toda la obra, fundamentalmente por el arco que traza el protagonista en ella. En principio, la escena introduce a Fausto en su estudio, leyendo las obras más importantes de la cultura universal, acción que lo deja insatisfecho en lo relativo a su sed de sabiduría, conocimiento, entendimiento. Luego de esto, Fausto se encuentra con una fuerza sobrenatural, con la que hace un pacto. Por último, la escena deja al protagonista descontento, con la sensación de que ha sido engañado y que está siendo víctima de una gran pérdida.

Es posible entonces leer en esta escena un microcosmos de toda la obra, puesto que el arco narrativo propuesto en el resto de las escenas parece encapsulado en esta porción del drama. Al mismo tiempo, la crítica señala que en esta escena se cifra, a su vez, un símbolo de la transformación de la humanidad desde los inicios del cristianismo hasta la era de la Ilustración. Para esta lectura, identifican el inicio de la escena, en que Fausto se aleja de la experiencia en sí misma para intentar aprehenderla leyendo textos bíblicos, como un símbolo del principio de la era cristiana, en la que los hombres se entregaron a las Sagradas Escrituras para encontrar significación a sus vidas.

La crítica lee también en clave simbólica la insatisfacción de Fausto respecto de las palabras bíblicas y su esfuerzo por encontrar una traducción (y por ende un sentido) satisfactoria. En esto, la lectura crítica encuentra un símbolo de la transformación del hombre y su relación con el cristianismo en la modernidad: en esta época, occidente intentó resignificar o reformular la religión a la imagen de la humanidad moderna. Fausto representaría a las grandes mentes de la época ilustrada que revisaron los escritos bíblicos e intentaron volver a hacerlos relevantes dentro de su contemporaneidad. En el fracaso de Fausto, en su insatisfacción al traducir las palabras bíblicas, se cifraría la imposibilidad de conservar un significado original en el proceso de traducción de un texto. Con todo esto, además, Goethe podría estar refiriendo explícitamente a una disciplina de crítica bíblica que se había introducido en la cultura intelectual alemana de su época, y a cual el autor ya había satirizado en obras previas.

Para continuar con la lectura simbólica, debemos decir que la crítica también repara en el rol del Diablo en la experiencia del protagonista. En cierto sentido, Goethe daría a entender que el progreso mismo de la humanidad no se daría sino a través de un pacto con el Diablo. Así como Fausto apostará su alma para salir de la angustia y la insatisfacción, movido por su sed de sabiduría y de tener experiencias nuevas, la humanidad habría hecho pactos y sacrificios homologables para llegar a la modernidad en que se encuentra.

Otra cuestión a destacar es que las búsquedas intelectuales de Fausto siempre se ven interrumpidas por la aparición de espíritus que proponen abrirle nuevas puertas de experiencia y aprendizaje. Esto presenta una temática recurrente en varias obras célebres de la filosofía alemana de la época, de las cuales La Fenomenología del Espíritu de Hegel es quizás el ejemplo más conocido. Es preciso señalar que, en estas obras, el término “espíritu” es utilizado para referir a la conciencia humana, y que Goethe lo emplea aquí para presentar entidades externas a los hombres. Sin embargo, no debe perderse de vista esta asociación con el espíritu de dichos textos filosóficos: en Fausto, la separación de entidades pareciera darse en beneficio de la dramatización de un conflicto que bien puede pensarse, igualmente, como interno al protagonista. Los Espíritus de diversas naturalezas que se manifiestan en la obra, así como Mefistófeles, pueden pensarse como fuerzas en conflicto al interior de la mente de Fausto. Gran parte de la crítica considera, de hecho, a Fausto y a Mefistófeles como dos aspectos del carácter dual de lo humano.

En esta escena, Mefistófeles es un perro negro antes de adquirir forma humana. La crítica señala que Goethe estaría representando con esta forma perruna la decadencia de los símbolos de la cristiandad en su época. Por otro lado, en relación a las formas en que se manifiesta Mefistófeles, no debemos perder de vista que, en un principio, se presenta como el Espíritu de la Naturaleza. De esta manera, el Espíritu de la Naturaleza y las fuerzas demoníacas estarían íntimamente relacionadas, lo cual da a entender que no se puede adorar la naturaleza sin pactar con el Infierno.

La escena siguiente, también en el gabinete de estudio, es la más crucial de la obra, ya que en ella tiene lugar el trato de Fausto con Mefistófeles por su propia alma. Según la crítica, en esta escena, Fausto hace una importante transición en términos simbólicos, ya que pasa de ser un hombre cristiano del Renacimiento a un hombre poscristiano del mundo moderno, transición que habría hecho la humanidad para llegar a la modernidad.

Es importante tener en cuenta que Fausto no hace un trato con el diablo en el sentido de que cada uno obtendrá algo del otro, sino que hace una apuesta. La apuesta es que el Diablo lo acompañará por el mundo para producirle un momento de gran satisfacción. Si Fausto logra experimentar esto, tendrá que convertirse en el compañero del Diablo por el resto de la eternidad. Lo que Fausto apuesta aquí deja en evidencia su estado de desesperación. En cierto modo, el protagonista sufre su incapacidad de fusionarse con el mundo como si se tratara de un propio infierno personal, por lo que, en cierto modo, sea cual sea el resultado de la apuesta, él está condenado.

El uso del número tres es notable en esta escena. El tres es un número de importancia en la tradición cristiana, donde simboliza la Santísima Trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Mefistófeles debe preguntar tres veces si puede entrar al estudio de Fausto, y en una parte de la escena, Mefistófeles también se ve obligado a pedirle a Fausto tres veces su alma. Esto último, según la crítica, funciona como una alusión a una traición bíblica, la de Pedro a Jesús en los relatos de los Evangelios.

El evento final de esta escena, la conversación de Mefistófeles con el estudiante, es la primera de tres escenas sucesivas destinadas a brindar un alivio cómico después de la intensidad y desesperación en que se envolvían los comienzos de la obra. En cierto nivel, esta escena es una parodia de la cultura académica en la época de Goethe. El estudiante llega, ansioso por aprender de un superior intelectual, solo para darse cuenta gradualmente de que el superior intelectual no está contento con sus propias actividades académicas. En otro nivel, la escena muestra cuán fácil resulta al Diablo ejercer su poder sobre los intelectuales. Después de solo una breve conversación, el niño está convencido de abandonar sus estudios para entregarse a placeres terrenales. El estudiante es fácilmente persuadido por Mefistófeles; el joven comienza a descreer del sentido de las actividades académicas para pasar a desconfiar entonces de la estructura moral y social de su época. Esto pone en escena la insatisfacción que parece asociarse inevitablemente a la erudición, en tanto los sujetos que se abocan a ella no hacen sino anhelar una conexión más natural con el mundo.