Fausto

Fausto Citas y Análisis

Dios: ¿No hay para ti algo bueno en la tierra?

Mefistófeles: No, Señor; encuentro lo de allá deplorable como siempre. Lástima me dan los hombres en sus días de miseria, y hasta se me quitan las ganas de atormentar a esos pobres.

Dios y Mefistófeles, p.12.

En este diálogo entre Dios y Mefistófeles se presenta, desde el inicio de la obra, la visión que el antagonista de la pieza tiene sobre la humanidad. Más adelante en esta escena, Dios permite que Mefistófeles tiente a Fausto, lo cual constituye una clara alusión al Libro de Job del Antiguo Testamento. La apuesta entre Dios y el Diablo nace del intento de Dios de demostrar que parte de la humanidad permanece fiel a la religión y la moralidad, sin importar las circunstancias. Como muestra esta cita, Mefistófeles percibe el mundo terrenal de una manera opuesta: considera que lo que caracteriza a la humanidad es su miseria y su sufrimiento.

Con ardiente afán, ¡ay!, estudié a fondo la filosofía, jurisprudencia, medicina y también, por desgracia, la teología; y heme aquí ahora, pobre loco, tan sabio como antes.

Fausto, p.17.

Estas líneas introducen al personaje protagónico. Encerrado en su estudio, rodeado de libros, Fausto se lamenta de que todo lo que estudió en la vida no lo condujo, sin embargo, a la sabiduría, al conocimiento trascendental del mundo que él anhelaba conseguir. Esta frustración establece la motivación central de la obra: el deseo desesperado de Fausto por trascender y calmar la sensación de vacío en que lo sumergió la erudición.

Este deseo del personaje protagónico responde, a su vez, a una voluntad de Goethe por presentar lo que para él fuera un gran problema de la Ilustración, que empujó a la humanidad a conducirse por vías de un racionalismo estricto en lugar de impulsar la búsqueda de un conocimiento más profundo.

¡Ay, Dios! El arte es largo y breve es nuestra vida.

Wagner, p.23.

Wagner pronuncia esta frase que es una traducción del latín: "ars longa, vita brevis". Este personaje representa la tradición racionalista, y sostiene que todo el conocimiento proviene de las obras clásicas, ya que la vida de uno es demasiado corta para construir sistemas filosóficos nuevos. Fausto representa la posición opuesta, puesto que espera construir una nueva forma de aprender a través de su propia experiencia subjetiva.

Llegó ya el momento de probar con hechos que la dignidad del hombre no cede ante la grandeza de los dioses; hora es ya de no temblar frente a ese antro tenebroso en donde la fantasía se condena a sus propios tormentos; de lanzarse hacia aquel pasaje, alrededor de cuya estrecha boca vomita llamas todo el infierno; de resolverse a dar este paso con faz serena, aun a riesgo de hundirse en la nada.

Fausto, p.27.

Fausto pronuncia estas palabras mientras sostiene una copa de veneno, listo para beberlo y suicidarse. En esta situación queda presentada, desde temprano en la obra, la naturaleza poscristiana de Fausto: el protagonista rechaza las ideas del cielo y el infierno; las considera meras fantasías que la humanidad ha creado para sí misma. En reemplazo de las ideas religiosas, Fausto se aferra a un nihilismo absoluto y niega la idea de existencia después de la muerte.

Soy el espíritu que siempre niega.

Mefistófeles, p.44.

Así se define a sí mismo el personaje de Mefistófeles, el antagonista de la pieza. Mefistófeles encarnaría la tendencia al mal, la voluntad contraria a la divina, en este mundo. Lo que "niega" Mefistófeles es toda posibilidad de virtud, de fe, de sentido, ya que él solo ve la miseria en la humanidad. Como la crítica sostiene, Mefistófeles puede leerse como una parte de la dualidad al interior del hombre moderno: este "espíritu que siempre niega" sería un componente al interior del mismo Fausto, su parte más bien nihilista, materialista, escéptica, pecaminosa.

Si alguna vez me encuentras descansando sobre un lecho ocioso, perezca yo al instante; si alguna vez con halagos mentirosos me atraes, y encuentro satisfacción en mí mismo, si me engañas con placer, ¡que sea aquel mi último día! ¡Esta apuesta te ofrezco!

Fausto, p.53.

En uno de los momentos más críticos de la pieza, Fausto pronuncia estas palabras frente a Mefistófeles, en respuesta a la particular propuesta de este último. Mefistófeles apostó a que Fausto, de su mano, viviría un momento de plenitud que calmaría su desesperación. El protagonista, sin embargo, está seguro de que eso no sucederá. Esto revela el alto grado de desesperación que azota a Fausto, quien se ha convencido de que los esfuerzos humanos no conducen a nada, y que la felicidad no es posible para él. Seguro de que nada tiene que perder, acepta la apuesta de Mefistófeles que lo conducirá a un destino trágico insospechado.

Inútil es que divaguéis de un lado a otro en busca de sabiduría; cada uno aprende sólo aquello que puede aprender; el que sabe aprovechar el momento oportuno, es el verdadero hombre (...). Bastará que tengáis confianza en vos mismo, para que los demás la tengan en vos.

Mefistófeles, p.62.

Mefistófeles le dice estas palabras a un estudiante para tentarlo a abandonar su carrera de erudito. Según este personaje, la cultura y el academicismo solo imponen límites y restricciones morales que llevan a la frustración, a la insatisfacción. Lo que Mefistófeles aconseja es abandonar dichas imposiciones, librarse de la moral y vivir en el libertinaje y el hedonismo.

FAUSTO: Oye: es preciso que me procures esa chica.

MEFISTÓFELES: Veamos, ¿cuál?

FAUSTO: La que acaba de pasar.

MEFISTÓFELES: ¿Aquella? Venía de ver a su confesor, que la ha absuelto de todos sus pecados. Yo me había deslizado muy cerquita del confesionario. Es una criatura muy inocente, que ha ido a confesar por nada. Sobre ella no tengo poder alguno.

Fausto y Mefistófeles, p.87.

Así se presenta al personaje de Margarita, más tarde protagonista de una historia de pasión con Fausto. Mefistófeles señala desde un principio su distancia con la muchacha, que se caracteriza por su bondad, religiosidad y pureza. Es, por lo tanto, un personaje opuesto a Mefistófeles, quien duda de su capacidad de tentar a esa joven tan poco contaminada por el mal. Mefistófeles, a su vez, reconoce el peligro que puede significar Margarita para su pacto con Fausto: de enamorarse de Margarita, el protagonista podría casarse con ella y encaminarse a un camino de moralidad y religiosidad, camino del cual, justamente, él quiere apartar al hombre.

No me interpretes mal, hermosa mía. ¿Quién puede nombrarlo? ¿Y quién puede confesar: "Creo en Él"? (...) Todo cuanto existe ¿no impresiona a tu cabeza y tu corazón y se agita visible e invisible cerca de ti en un eterno misterio? Por grande que sea, llena de esto tu corazón, y cuando, penetrada de tal sentimiento, seas feliz, nómbralo entonces como quieras, llámale Felicidad, Corazón, Amor, Dios. Para ello no tengo nombre; el sentimiento es todo. El nombre no es más que ruido y humo que ofusca la lumbre del cielo.

Fausto, p.118.

El modo en que Fausto se expresa sobre sus creencias religiosas no satisface a Margarita, quien no reconoce en las palabras de su amado el lenguaje devoto de los sacerdotes a los que oye asiduamente.

Lo que expresa Fausto es la idea de que las palabras humanas no pueden realmente expresar la naturaleza de lo divino. El protagonista expone una discordancia entre significante y significado, para él abismal, discordancia que se encuentra en la base de la crisis existencial del personaje. Él ha leído y estudiado todo lo que el lenguaje le acerca, y, sin embargo, no ha encontrado allí una verdadera sabiduría, un conocimiento esencial.

¡En la miseria! ¡En la desesperación! ¡Lastimosamente extraviada largo tiempo en la tierra, y al fin encarcelada! Como una criminal, ¡recluida la dulce e infortunada criatura en una mazmorra para sufrir horribles tormentos!... ¡Hasta ese extremo! ¡Y tú me lo tenías oculto, espíritu traicionero y ruin!

Fausto, p.150.

Las líneas expresan la desesperación de Fausto al enterarse de que, mientras Mefistófeles lo distraía con espectáculos infernales, Margarita sufría todo tipo de desventuras. La muchacha quedó embarazada de Fausto y dio a luz a un hijo ilegítimo por el cual la sociedad la marginó y maltrató. La joven, presa de la desesperación, sacrificó a su niño, y ahora está presa, sentenciada a muerte, enloqueciendo en soledad.

La frase citada trasluce el momento del despertar de Fausto tras el sueño en que lo sumió Mefistófeles. El protagonista se da cuenta de que, por su propia sed de experiencia y sabiduría, ha condenado a un alma inocente, y que su diabólico compañero tiene aún menos compasión de la que él había imaginado.