Desde la definición realizada por Tzvetan Todorov en su Introducción a la literatura fantástica, la comprensión y los límites del género fantástico han sido objeto de innumerables debates entre los críticos, los escritores y el público. Así, pese a la gran popularidad del término, se vuelve evidente que la literatura fantástica muchas veces tiene un alcance tan abarcativo como poco específico.
Al día de hoy, entran dentro de sus márgenes el terror, el horror, la literatura gótica y la ciencia ficción, entre otros, y llega a incluir a autoras y autores tan disímiles como Edgar Allan Poe, Mary Shelley, Jorge Luis Borges, Stephen King, Horacio Quiroga, Philip K. Dick y Gabriel García Márquez, entre una larga lista de otros. Por supuesto, Ursula K. Le Guin también ha sido ubicada dentro de esta lista. Así las cosas, la literatura fantástica parece englobar toda literatura que no se considere realista, es decir, aquella literatura que construye una realidad identificable con la de los lectores, con sus reglas y coherencia interna, aunque sea en un momento histórico pasado.
Vale, por lo tanto, una breve aproximación al género, a algunas de sus definiciones más difundidas y aceptadas, y a las distintas tradiciones literarias que, por diversos motivos, modos y características, se acercan, alimentan o se desprenden de él.
Para Todorov, el género se define por el efecto que evoca en el lector la presencia de elementos sobrenaturales, mágicos o imaginarios que irrumpen de manera realista en la narrativa, y que a menudo generan una sensación de extrañeza o ambigüedad en el lector. Esta ambigüedad o vacilación de sentido se debe a que hay elementos suficientes para afirmar que existe tanto una explicación natural como una sobrenatural de los acontecimientos narrados: “Lo fantástico ocupa el tiempo de esta incertidumbre (...), es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural” (1980: 15).
De este modo, la obra fantástica, en su expresión más pura, presenta esta ambigüedad de sentido hasta el límite, sin resolverla en ningún sentido: “La ambigüedad subsiste hasta el fin de la aventura: ¿realidad o sueño?: ¿verdad o ilusión?” (1980: 15). Ahora bien, en caso de que la obra presente elementos que desambigüen su sentido para una explicación natural, estaríamos ante una obra extraña. Por el contrario, si la explicación sobrenatural se volviera evidente, estaríamos ante una historia maravillosa.
El género fantástico, a su vez, ha sido diferenciado, muchas veces, del término fantasy ―también conocido como “relato de fantasía” o “alta fantasía”―, en tanto el segundo se considera un subgénero del primero, en el que lo sobrenatural está integrado y naturalizado dentro del mundo ficcional. Así, mientras el fantasy presenta un mundo ficcional coherente en el que los elementos mágicos son aceptados como normales, en el fantástico estos elementos irrumpen en el mundo real y pueden no tener una explicación clara o coherente, lo cual genera desconcierto y el ya mencionado efecto de ambigüedad. El fantasy, en este punto, está estrechamente vinculado con otras narraciones de larga data en la tradición cultural, como el mito, los relatos populares y maravillosos, los cuentos de hadas y las fábulas.
Otra acepción de buena acogida es la de la escritora y teórica Rosemary Jackson, quien define el fantasy como un “modo” literario que engloba varios géneros, desde los tradicionales cuentos de hadas hasta el policial negro. Para ella, lo característico del género es que viola los límites, las normas y las convenciones utilizadas para representar lo real. Es por eso, argumenta, que el fantasy tiene un gran potencial de “subversión” de las convenciones y normas asociadas al poder. En este punto, cobra una nueva luz el uso que hace Le Guin de su narrativa para cuestionar el racismo y el machismo imperante en la sociedad de Terramar, proyectándose luego hacia la realidad de los lectores.
Vale mencionar que, al día de hoy, la etiqueta más aceptada para la tradición literaria en la que se inscribe la saga de Terramar de Ursula Le Guin es la de fantasy o alta fantasía. Sin embargo, una aproximación a la historia de los géneros literarios siempre resulta productiva, no tanto para restringir un modo de lectura o interpretación determinado, sino para ampliar la cantidad de herramientas y conocimientos teóricos con los que estudiar la pluralidad de escuelas, géneros y tradiciones que pueden confluir en la obra de un autor.