Anieb (Imágenes visuales)
En “El descubridor”, Nutria, el protagonista, resulta esclavizado y lo llevan a unas minas de cinabrio, un poderoso metal anhelado por un peligroso mago, Gelluk. Eventualmente, el mago lo lleva a recorrer las minas, y pasan por un sector donde el metal se destila. Allí, Nutria llega a ver a una esclava agonizante y consumida por los vapores venenosos que despide el proceso de destilado. La imagen se graba con fuerza en su mente, y más tarde la recrea vívidamente en su habitación:
De él emergió algo, cada vez más cerca, cada vez más claro, la imagen que había visto allí abajo en la mina, en sombras pero sin embargo distinguible: la esclava en la bóveda más alta de la torre, aquella mujer con los pechos vacíos y los ojos enconados, que escupía la saliva de su boca envenenada y se secaba la boca, y se quedaba allí de pie, esperando la muerte. Ella lo había mirado (...).
Veía los delgados brazos, las hinchadas articulaciones de sus codos y sus muñecas, la infantil nuca de su cuello (36).
Rosaoscura (Imágenes visuales)
Ursula Le Guin fue una gran crítica del racismo estructural estadounidense y, al igual que con otras problemáticas sociales y políticas, entramó estas posiciones dentro de sus universos ficcionales. En el caso de la saga de Terramar, la autora subvierte el estereotipo del héroe de piel blanca al utilizar protagonistas de piel negra o morena. Al mismo tiempo, discute con el ideal de belleza hegemónico, que tiende a mostrar a las personas blancas, de ojos claros y cabello lacio y rubio como lo bello, subordinando al resto de las corporalidades a él.
En “En Rosaoscura y Diamante”, tanto el protagonista como su amada ilustran estas posiciones de Le Guin. Veamos cómo se describe a Rosaoscura, una humilde bruja de bosque:
Rosa tenía la piel muy oscura, una mata de cabellos enmarañados, una boca fina y un rostro atento, serio. Sus pies, sus piernas, y sus manos estaban desnudos y sucios, su falda y su chaqueta eran vergonzosas. Los dedos de sus pies, aunque sucios, eran delicados y elegantes, y un collar de amatistas brillaba bajo la rasgada chaqueta sin botones (136).
La tierra (Imágenes táctiles)
Tal como analizamos en el tema “La naturaleza”, la cosmovisión que rige el universo ficcional de Terramar le da un lugar central a la naturaleza. Las brujas y los magos del Archipiélago se reconocen como una extensión de ella y tienen una íntima relación con su entorno natural, el cual consideran como una fuente sagrada de magia.
En “Los huesos de la tierra”, Dulse es un viejo mago de montaña, y el cuento establece un constante paralelismo entre él y la tierra en la que vive, y con la cual se termina fusionando. Esto se sugiere en el relato mediante distintas imágenes sensoriales, entre las que destacan las táctiles. En un principio, el mago se molesta por la humedad que le hace doler los huesos: "Cuando era pequeño le gustaba caminar sobre el barro. Recordaba cómo disfrutaba del frío que subía por entre sus dedos. Todavía le gustaba ir descalzo, pero ya no disfrutaba del barro; era pegajoso" (164).
Más adelante, comprende que algo anda mal en la montaña y vuelve a pararse en el lodo, descalzo, con la intención de estudiarla: "Bajó el peldaño que separaba el suelo de madera de su casa de la tierra y posó los pies sobre ésta para poder sentir el suelo con los nervios de las plantas de los pies, pero el barro babeaba y ensuciaba cualquier mensaje que la tierra pudiera tener para él" (173).
Al final del cuento, cuando se transforma en la montaña para detener el terremoto, la conversión se describe recurriendo a más imágenes sensoriales:
Allí dentro supo que debía darse prisa, que los huesos de la tierra le dolían al moverse, y que debía convertirse en ellos para guiarlos, pero no pudo ir menos lento. En él yacía el aturdimiento de cualquier transformación. En sus días había sido zorro, y topo, y dragón volador, y sabía lo que era cambiar de ser. Pero esto era distinto, este lento agrandamiento. «Me estoy ampliando», pensó (183).
Irian (Imágenes visuales)
Tal como se evidencia al final de la historia, Irian, la protagonista de “Dragónvolador”, es mitad humana y mitad dragón. Sin embargo, esta dualidad se sugiere constantemente a lo largo de la historia, sobre todo mediante imágenes visuales que acompañan las descripciones que se hacen de ella. Cuando Marfil la ve por primera vez, por ejemplo, destaca su cuerpo de gran tamaño y su ferocidad: “Era muy alta, estaba furiosa, de grandes manos y pies y boca y nariz y ojos, y una cabeza de cabellos enmarañados y polvorientos” (233). Algo similar sucede cuando sueña que tiene relaciones sexuales con ella, pero en estos casos las descripciones se vuelven más confusas, en consonancia con su carácter onírico:
A veces ella lo asustaba, y él se lo tomaba a mal. Cuando soñaba con ella, ella nunca se rendía ante él, sino que él se rendía ante una dulzura feroz y destructora, hundiéndose en un abrazo aniquilador; eran sueños en los que ella era algo que iba más allá de toda comprensión y él no era nada. Despertaba de aquellos sueños avergonzado. A la luz del día, cuando la veía grande, con las manos sucias, hablando como una palurda, como una simplona, él recuperaba su superioridad (243).