Resumen
El viejo mago de Gont, Heleth, sale de su casa malhumorado y con los huesos adoloridos por la lluvia. Aunque tiene ganas de lanzar un sortilegio para que salga el sol, y también de maldecir, no lo hace: “Nunca maldecía ―los hombres de poder no maldicen: no es seguro―” (164).
Visita el corral de sus gallinas, que conversan en su lengua, acurrucadas y molestas por la lluvia. Las alimenta, dice unas palabras mágicas para protegerlas de los ácaros, avisa que pronto saldá el sol y vuelve a la casa con unos huevos aún tibios. Antes de entrar, se lamenta de tener que limpiarse los pies para no ensuciar el reluciente piso que le instaló Silencio, su aprendiz, con el objetivo de que deje de vivir sobre la tierra apisonada. Aunque él se resistió, Silencio lo instaló de todos modos: “Estaba satisfecho consigo mismo” (166).
Silencio, un muchacho sumiso y huérfano, llegó a su casa hace años, desde la escuela de Roke, decidido a que él fuera su maestro. Aunque el viejo mago, ya anciano, se resistió, el joven tenía la certeza de que solo él podía enseñarse. Dulse terminó accediendo, pero solo con la condición de que el otro no hiciera ruido. Desde entonces lo llama Silencio.
Aunque no se lo diga, lo cierto es que lo acepta porque considera un desafío enseñarle, ya que al parecer ha sido demasiado para los grandes Maestros de Roke. Si bien el viejo sabe que en “En la oscuridad bajo las aguas todas las islas se tocaban y eran una” (167), hay magia, propia de Gont, que se desconoce en Roke; magia que él mismo ha aprendido de parte de su maestro Ard.
Con el tiempo, el muchacho se empezó a mostrar servicial al extremo, hábil y silencioso. Durante ese periodo, Dulse pensaba mucho sobre las buenas y malas relaciones entre padres e hijos. Recordaba especialmente la imagen de un anciano junto a su hijo, arando juntos la tierra con un buey ciego, una imagen de paternidad y amor que contrastaba con su propia experiencia, ya que él se había peleado irremediablemente con su padre cuando se decidió a aceptar las enseñanzas de Ard.
Una sola vez fue Silencio una verdadera molestia. Dulse intentaba reconstruir mentalmente un antiguo hechizo incompleto y, cuando estaba por dilucidar una palabra clave, Silencio lo interrumpió aconsejándole que adquiriera unas cabras. Dulse, un hombre iracundo, consiguió reprimir su enojo, y durante los días siguientes lo resolvieron juntos: “«Como arar con un buey ciego», dijo Dulse” (172)
Tras recordar su pasado, Dulse vuelve a su presente. Está en la puerta de la casa con los huevos en las manos. Advierte que fue un sonido similar a un trueno lo que lo llevó a pensar en otras épocas; un chasquido como el que sintió hace muchos años, justo antes del terremoto que provocó las fatales inundaciones en el puerto de Gont. Dulse prepara comida, le pide a su báculo que le señale la dirección de la falla y parte inmediatamente hacia allí, no sin antes advertirle a las gallinas que tengan cuidado, puesto que hay un zorro cerca.
Sin estar del todo seguro, recuerda una dirección que le enseñó Ard: “―Si necesitas leer la montaña ―le había dicho su maestro―, ve al Lagunajo Oscuro (...). Desde allí puedes ver los caminos. Necesitas encontrar el centro. Ver por dónde entrar” (175). Tras ello, le enseñó un gran e irreversible sortilegio de transformación. Tras una larga caminata, Dulse llega al Lagunajo, donde se sumerge. En medio de la quietud y el silencio, advierte que las aguas tiemblan una y otra vez. Luego, pregunta cuál es el lugar de la falla, y un pez salta fuera del agua y responde: “―¡Yaved!” (177). Se trata de una de las montañas que circundan el Puerto de Gont, sobre la ciudad. Un terremoto sería una tragedia. Temeroso, Dulse sale del agua e invoca a Silencio.
Silencio se encuentra en el Puerto, hechizando un barco, cuando recibe la llamada de su maestro. Tras avisar en la ciudad para que la gente se resguarde, responde al llamado y envía su espíritu "al Lagunajo Oscuro” (180). Dulse comparte su estrategia: “evitar que la falla se cierre demasiado”. Silencio debe quedarse en la Puerta, como se conoce a los grandes bloques que circundan el Puerto y corren el riesgo de cerrarse por el terremoto. Mientras, Dulse se internará en “el límite interior, en la Montaña. (...) Dentro de ella” (180-181). Dulse confiesa que se trata de magia muy antigua, algo que le enseñó Ard, su maestra, pero que nunca pensó en enseñarle a Silencio. Ahora se arrepiente. Silencio se sorprende de que Ard haya sido mujer, pero Dulse no da demasiadas explicaciones al respecto.
Una vez separados, Dulse pronuncia el hechizo. La transformación comienza y la tierra se abre a su alrededor. Dulse se apura para llegar a Yaved, el punto de la falla. A medida que se vuelve parte de la montaña, siente la fuerza de Silencio, que, desde la Puerta, lo ayuda como “si lo hubiera cogido de la mano” (184). Se lamenta de no haberse despedido, pero ya no hay nada que hacer,
porque ahora estaba en los huesos de la montaña. Conocía las arterias del fuego, y el latido del inmenso corazón. Sabía lo que debía hacer. No fue en la lengua de ningún hombre en la que lo dijo:
―Estate callada, estate tranquila. Así, ahora, así. Aguanta. Así, Así. Podemos estar tranquilos (184).
La ciudad se salva. Todos creen que fue Silencio quien detuvo el terremoto apenas este comenzó, aunque el mago se esfuerza por explicar el modo en que sucedieron las cosas. Cuando finalmente lo dejan tranquilo, se dirige a Yaved. Allí se queja: “―Deberíais habérmelo dicho. Podría haberme despedido” (185), y llora hasta quedarse dormido “sin jergón ni manta entre él y la tierra” (Ibid.).
Al amanecer se dirige hacia la casa de Dulse, donde el huerto se ve rebosante y las gallinas, seguras. Solo falta el gallo. Silencio siente el olor al zorro en el lugar y comprende que ha muerto. Finalmente, decide instalarse en la casa de su maestro.
Análisis
Así como “El descubridor” es una historia que aporta mayor información acerca de la Gran Escuela de Roke, donde se produce una gran parte de los acontecimientos relatados en el resto de las novelas del ciclo de Terramar, “Los huesos de la tierra” también continúa en la misma dirección. En este caso, el relato narra la historia de origen de Ogion ―aquí llamado Silencio―, el primer maestro de Ged, Halcón, protagonista de las tres primeras novelas de la saga. Sin embargo, lo hace haciendo foco en quien fuera su maestro, el viejo Dulse.
Nuevamente, esta conmovedora historia gira en torno al tema central de las relaciones familiares. Cabe mencionar, así y todo, que esta problemática se desarrolla de una manera distinta a la del resto de las historias, ya que se establece en la relación de un discípulo y su maestro; el primero, un mago callado y poderoso, quien ha quedado huérfano de niño a consecuencia de un terremoto; el segundo, un mago sabio y huraño que arrastra como herida haber cortado todo lazo con su padre, quien nunca le perdonó que se hiciera aprendiz de una bruja de montaña: "Él se había peleado con su padre, un hechicero prospector, por haber elegido a Ard como su maestro. Su padre le había dicho a gritos que un alumno de Ard no era hijo suyo, había amamantado su propia ira, había muerto implacable" (166).
De este modo, entre el maestro y su discípulo se establece una relación de padre e hijo que nunca se menciona explícitamente, pero que sí es posible comprender a través de los pensamientos de Dulse, el viejo mago. Vale agregar que este relato tiene una gran presencia del recurso retórico del monólogo indirecto. Esta técnica busca representar los efectos del mundo exterior en la interioridad psíquica de los personajes a partir de la intromisión de sus pensamientos en la voz narrativa en tercera persona. Así, es posible inferir el amor paternal que siente Dulse por su discípulo, aun cuando este no llegue a exteriorizarlo nunca, mediante los recuerdos sobre los vínculos entre padres e hijos que vienen a su mente cuando piensa en Silencio: "Durante aquellos años, pensaba a menudo en padres e hijos. (...) Había visto a hombres golpear a sus hijos, abusar de ellos, molestarlos, y frustrarlos, odiar la muerte que veían en ellos. Había visto el odio en respuesta en los ojos de los hijos, el desprecio cruel. Y al verlo, Dulse sabía por qué nunca había buscado reconciliarse con su padre" (167).
Esta recapitulación mental de Dulse abreva en una última imagen, extremadamente significativa, puesto que simboliza el ideal de unión paternal que tiene el viejo mago:
Había visto a un padre y a un hijo trabajar juntos del amanecer al atardecer, el viejo guiando a un buey ciego, el hombre de edad mediana conduciendo el arado de hoja de cuero, ni una palabra entre ellos. Cuando llegaban a la casa el viejo posaba un momento su mano sobre el hombro del hijo.
Siempre se había acordado de eso (168).
Más adelante, cuando Dulse rememora el momento en que Silencio lo interrumpe al reconstruir un sortilegio, agradece haber tenido la paciencia de no maltratarlo, algo un tanto complicado debido a su carácter irascible. Luego, por fortuna, consiguen resolverlo juntos, y en ese momento la imagen del buey ciego se evoca nuevamente, lo que termina de evidenciar que el maestro quiere al joven como a un hijo: "Después de pasar los días siguientes tratando de recuperar la palabra perdida, había puesto a Silencio a estudiar los Hechizos de Acastan. Finalmente lo resolvieron juntos, un largo y arduo trabajo. «Como arar con un buey ciego», dijo Dulse" (172).
Por su parte, Ogion cuida, quiere y vela por el viejo del mismo modo en que lo haría un hijo, algo que se evidencia en la construcción del piso de madera y en el modo en que llora sobre la tierra cuando comprende que ya no volverá a verlo:
Cuando cayó la noche se acostó en la tierra y le habló:
―Deberíais habérmelo dicho. Podría haberme despedido ―dijo. Y entonces lloró, y sus lágrimas cayeron sobre la tierra entre los tallos de la hierba y formaron pequeñas motas de barro, pequeñas motas engorrosas.
Durmió allí en el suelo, sin jergón ni manta entre él y la tierra (185).
El cuento ilustra, así, algo que ha sido señalado en varias oportunidades por la crítica: que Le Guin no solo dota a sus mundos de magia, sino que aprovecha también la construcción de estos universos ficcionales para señalar las maravillas de nuestro propio mundo. En este caso, estamos ante un cuento que habla sobre la muerte y el duelo. Ahora, si bien es cierto que el viejo mago no muere literalmente, sino que se incorpora en vida a la montaña mediante un hechizo de transformación, también es verdad que esta historia debe interpretarse como una alegoría del carácter cíclico de la naturaleza, la cual precisa de un equilibrio entre la vida y la muerte para preservarse.
Algo de esto sugiere el propio Dulse cuando la proyección de su discípulo intenta ayudarlo a levantarse: “―No sirve de nada ―le dijo el viejo mago, sonriendo―, eres sólo viento y luz del sol. Ahora yo seré tierra y piedra. Será mejor que continúes con lo tuyo (183)”. Pero también se sugiere cuando Ogion, decidido a establecerse en la cabaña de su maestro, comprende que Rey, el gallo predilecto de Dulse, ha sido devorado por un zorro: “«El Rey está muerto», pensó Ogion. «Tal vez un polluelo esté rompiendo el cascarón ahora mismo para ocupar su lugar». Pensó que podía sentir el olorcillo de un zorro desde el huerto que estaba detrás de la casa” (185).
En suma, esta historia presenta el duelo como algo difícil, y la muerte como un acontecimiento siempre inoportuno, aunque necesario para la preservación de la naturaleza. Vale recordar que la obra de Le Guin se encuentra embebida de la tradición filosófica y espiritual del taoísmo, que tuvo como dos de sus principales conceptos el yin y el yang. Significativamente, estas palabras refieren a la ladera soleada y la oscura de una montaña, la cual se entiende como un símbolo de unidad. Dejar de vivir es, como sucede con Dulse, transformarse, reintegrarse a la Tierra, trascender dentro del orden natural de la vida.