Resumen
En la isla de Semel, al sur del volcán Andanden, se extiende un inmenso pantano rodeado de ríos y tierras fértiles alimentadas por las cenizas. Esas tierras suelen utilizarse para la pastura del ganado y reciben pocas visitas. Sin embargo, en una helada noche de invierno, Irioth, un viajero extraviado y agotado por el frío y el esfuerzo, camina por los cañaverales en busca de la aldea. Eventualmente, siente la presencia de una vaquilla y la llama en el “Habla Antigua, en la Lengua de la Creación” (187). Luego le pide guía para llegar a alguna granja cercana.
Tras una larga caminata, llegan a la granja de Regalo, una mujer viuda que piensa que es Baya, su hermano alcohólico, el que la llama desde la puerta. Aunque está lejos de la aldea, la mujer le ofrece una habitación para que pase la noche, un fuego y algo de sopa para secarse y quitarse el frío. El misterioso hombre acepta con gusto y humildad, pero Regalo advierte que miente al decir su nombre. Cuando le pregunta sobre el motivo de su visita, él afirma que es curandero, y que ha ido hacia allí porque sabe de una peste que diezma al ganado.
El curandero despierta creyendo que se encuentra en la Casa Grande, pero luego recuerda que está en la casa de Regalo. La mujer lo recibe cálidamente con un desayuno humilde, y él comprende que se halla en una buena casa. Cuando le pregunta si puede quedarse un poco más allí, la mujer le pide, no sin vergüenza, una pequeña paga. Él le ofrece una moneda de oro que a ella le resulta demasiado, por lo que acuerda que le pagará cuando cobre por sus trabajos con el ganado. El curandero pasa el resto del día recomponiéndose, dormitando frente al fuego con el gato de la casa y pensando en que allí está a salvo.
Los días se suceden y Regalo piensa que el hombre está loco. Sin embargo, no desconfía de él; lo compadece profundamente. Finalmente, llega el momento en que él parte a buscar a los ganaderos de la aldea para ayudar con la peste, y sale, aún cojeando y un poco maltrecho: “A ella se le partía el corazón al verlo así” (196).
Vuelve esa noche, más agotado que antes, después de haberse adentrado en el helado prado para curar a las bestias. La mujer le ofrece un baño y se sorprende al ver que, después de dárselo, él limpia y ordena todo. Además, nota que es realmente efectivo al ayudarla con el cuidado de las vacas, de las que saca la leche para el queso: “―Les habla y juraría que ellas lo entienden. Y esa vaquilla lo sigue como un perrito” (197). También los ganaderos comienzan a apreciarlo, pero más por desesperación que por otra cosa, ya que la mitad de los animales han muerto por la peste.
Una mañana, el curandero parte con un burdégano a atender los animales de Aliso, un importante ganadero del lugar, en un viaje que demora varios días. Dos vaqueros lo acompañan y, aunque se desprecian mutuamente, deben compartir espacio y tiempo debido a que las hogueras son débiles y hace mucho frío: “Estaba contento de no ser uno de ellos, de que ellos no quisieran hablarle. Tenía miedo de hacerles daño” (199). A diferencia, está a gusto con los animales, que “le dejaban caminar entre ellos” (200) y confían en él, aunque solo hayan recibido maltrato de los hombres. Sin embargo, la plaga está muy extendida en esa zona. Cuando no fuera demasiado tarde, “caminaría hacia la bestia y posaría sus manos sobre ella hasta sentirlas frías, como si el arroyo de una montaña pasara a través de ellas” (Ibid.). Seis días pasa viviendo allí entre los animales, e incluso consigue que los hombres se vayan para aprovechar más las provisiones
A su regreso, terriblemente cansado, recibe el cuidado y los retos maternales de Regalo, quien intenta protegerlo de los abusos de los hombres: “Era sabia y bondadosa. ¿Por qué había vivido durante tanto tiempo entre aquellos que no eran bondadosos?” (203). Cuando va a buscar su paga donde Aliso, este intenta regatearle el dinero, y luego pretende que vaya a curar a sus caballos. Irioth afirma que tiene que salvar a los animales de otro ganadero, pero Aliso le avisa que otro curandero se está encargando de ello. La noticia preocupa profundamente a Irioth, que decide ir a ver si se trata de un verdadero curandero o de alguien con malas intenciones.
Cuando llega, le ofrece sus servicios al ganadero, San, quien los desprecia y le dice que otro curandero se encarga de ello. El hechicero se hace presente, e Irioth advierte que no tiene mucho poder. “Pero los celos que en él había eran como un fuego amenazador” (204). Aunque Irioth intenta ser conciliador, la insolencia interior del hechicero lo altera, y no puede evitar comenzar a maldecirlo: “Y el hombre, tembloroso, se encogió, acurrucándose para esconderse, marchitándose, lanzando un gemido agudo y chillón” (205). Sin embargo, Irioth consigue reprimirlas. “No sucedió nada malo, pero el fuego ardió en sus manos, le quemó los ojos cuando intentó esconderlos entre las manos, le quemó la lengua cuando trató de hablar” (Ibid.).
Durante un largo tiempo, Irioth permanece inconsciente en el suelo, sin que nadie se atreva a tocarlo, mientras los rumores sobre su maldad se expanden por toda la aldea. El otro hechicero, habiéndose recuperado, exige que se deshagan de él y se retira del lugar. Solo Regalo se atreve a ayudarlo. De nuevo en casa, Regalo oye que Irioth, extenuado y entre sueños febriles, la llama por su nombre verdadero, “Emer” (207). Ello la asusta terriblemente. A la mañana siguiente, Regalo discute con su hermano, quien, tras haber vuelto borracho la noche anterior, le exige que eche a Irioth de su hogar. Luego, Regalo se dirige a la aldea para limpiar su nombre entre la gente.
Tres días después, otro viajero con aspecto mago se presenta en la aldea. Nadie quiere recibirlo, y lo terminan enviando a la casa de Regalo: “―Enviadlo a la lechería ―dijo uno de los vaqueros de Aliso―. Regalo acepta lo que sea” (211). El hombre llega a la casa de Regalo, quien se resiste a aceptarlo, ya que su casa está llena, pero él se ofrece a quedarse en el establo. La mujer acepta y lo hace entrar a la casa para darle calor y alimento. Luego, explica el motivo por el cual Irioth se encuentra enfermo, y lo defiende. El extraño, que se hace llamar Halcón, escucha con atención, y luego pregunta. “―Señora ―dijo Halcón―, ¿puedo contaros una historia?” (213). La mujer accede, y Halcón comienza a contarle la historia de Irioth.
Irioth demuestra su poder de niño, cuando se hace evidente que puede hacer un gran mal si se asusta. Por tal motivo, los magos de su tierra de origen lo mantienen mucho tiempo encerrado o lo mandan a los establos, ya que “sabía manejar a los animales, y se tranquilizaba cuando estaba con los caballos” (215). Sin embargo, luego de un altercado particularmente violento, deciden enviarlo a la isla de Roke, donde se encuentra la escuela de hechicería. Allí, los Maestros lo ayudan a dominar su ira. Tienen algo de éxito, aunque el niño siente una gran rivalidad por todo aquel que consiga dominar un poder que él no.
Con el tiempo, Irioth se inclina hacia los poderes de invocación, la magia más difícil y peligrosa, puesto que “Invocar a un hombre vivo es tener poder absoluto sobre él, sobre su cuerpo y sobre su mente” (216). Eventualmente, su poder alcanza y supera al de los Maestros, se aísla de entre los suyos, y su codicia y rivalidad lo llevan a invocar a otros magos poderosos, "a aquellos cuyos poderes le daban celos. Cuando acudieron a él les quito sus poderes y los cogió para sí, dejándolos en silencio. No podrían decir lo que les había sucedido, ni qué les había pasado a sus poderes. No lo sabían" (217).
Eventualmente, Halcón, junto al Maestro Invocador, logra vencerlo. Sin embargo, Irioth consigue escapar luego de transformarse. Halcón lo ha estado buscando desde entonces.
Tras contar su historia, Halcón llama a Irioth, quien se presenta “con los ojos oscuros llenos de sueño y de aturdimiento y de dolor” (219), y le pide que le quite su nombre verdadero, puesto que solo “significa dolor. Odio, orgullo, codicia” (Ibid.). Halcón se niega a hacerlo y le pide que vuelva a Roke con él, pero Irioth está arrepentido y avergonzado, y prefiere quedarse allí, donde puede ayudar a los animales y evitar dañar a los demás. Halcón comprende su sinceridad y su arrepentimiento, y le pregunta a Regalo si ella está conforme con que se quede allí. Ella lo afirma y explica que su presencia es necesaria, y que será aceptado por sus servicios. Halcón accede y, tras unas palabras de cariño, deja la casa de vuelta al establo.
De nuevo a solas, Regalo le dice a Irioth que su nombre verdadero es hermoso. Él le devuelve el cumplido.
Análisis
“En el gran pantano” es un cuento acerca del perdón y la redención, y transmite una mirada esperanzadora en lo que se refiere a los profundos cambios morales que pueden experimentar las personas. Su protagonista, Irioth, es un poderoso mago que tuvo un violento pasado en la Gran Escuela de magia de Roke, un escenario central en toda la saga de Terramar de Le Guin. Tras hacer mucho daño y escapar por poco, llega a las tierras ganaderas de Semel, donde intenta dejar su historia atrás mientras ayuda a combatir una terrible peste que está acabando con la vida de los animales.
Aunque su remordimiento es sincero y pronto consigue, con la colaboración de la bondadosa campesina Regalo, ayudar a curar a una gran cantidad de animales, tiempo después el Archimago de Roke, Halcón, lo busca para evitar que siga haciendo daño. Sin embargo, el Archimago termina aceptando su arrepentimiento, y lo deja con la promesa de informar sobre su transformación en la isla: “―Le diré que los cambios en la vida de un hombre pueden ir más allá de todas las artes que nosotros conocemos, y de toda nuestra sabiduría” (220).
Este cuento, por lo tanto, vuelve a poner en escena la centralidad del tópico del viaje, lo que lo acerca parcialmente al género narrativo del relato de aventuras. En este tipo de relatos, tal como señalamos en el tema “Los viajes”, la culminación del viaje coincide con una transformación psicológica y moral del personaje. Es por eso que se puede hablar de un viaje externo ―aquí, de Roke a Semel― que se presenta en la historia como el símbolo de un viaje interno, de un cambio de valores. Elizabeth Cummins, especialista en la obra de Le Guin, afirma, en este sentido, que “Las experiencias de formación representadas en cada una de las novelas de Terramar encarnan viajes que son a la vez físicos y psicológicos” (2022).
La transformación que atraviesa Irioth trae a colación otro de los temas centrales de los Cuentos, el de “La humildad y la codicia”. Debido, en parte, a su dolorosa infancia, el gran poder que posee Irioth solo parece igualarse a su gran codicia y a su resentimiento. De ahí que le pida a Halcón, hacia el final del cuento, que le quite su nombre y, con él, su poder, ya que solo “significa dolor. Odio, orgullo, codicia” (219). Sin embargo, Halcón se resiste a ese castigo. Lo que Irioth necesita, en verdad, es una lección de humildad: abandonar su destino de grandeza en Roke y optar por utilizar su poder en Semel, una tierra campesina perdida y abandonada donde su presencia es realmente necesaria. Su recorrido, así, tiene que ver con un aprender a ser humilde.
La presencia de los animales tiene mucho que ver con este aprendizaje. Vinculada al tópico de “La naturaleza”, el motivo de los animales cobra probablemente más relevancia en este cuento que en ningún otro de la selección. Los animales son una encarnación de la humildad, la espontaneidad y la simpleza, y su presencia contrasta profundamente con la complejidad y la codicia que encarnan las personas, sobre todo los hombres. Irioth, que destaca por su talento para curarlos y hablar con ellos, encuentra en los animales una compañía genuina que contrasta, en gran medida, con los celos y el rechazo que le producen los hombres:
A él le parecía extraño que no tuvieran paciencia con los animales, a los que trataban como cosas, manejándolos como una viga de madera empuja troncos en un río, simplemente por la fuerza.
No tenían paciencia tampoco con él, siempre le decían que se apurara y que terminara con su trabajo; ni con ellos mismos, ni con sus propias vidas. Cuando hablaban entre ellos era siempre sobre lo que iban a hacer en el pueblo, en Oraby, cuando les pagaran (199).
Este paralelismo entre la incomprensión que vive Irioth desde niño y la que experimentan los animales es incluso señalada por Regalo, quien siente un cariño inmediato por el mago, pese a su carácter extraño: “Pensó que había bondad en él, por como hablaba de los animales. (...) Él mismo era como un animal, una silenciosa y lastimada criatura que necesitaba protección pero no podría pedirla” (191). Ella misma, con su humildad, su generosidad y su carácter desprejuiciado, es comparada con un gato por Irioth, quien rápidamente le toma afecto por ello: "Ella era como un animal, como un gato, lo evaluaba pero no lo juzgaba. Había un gato, uno grande y gris, sentado sobre sus cuatro patas sobre el hogar, mirando fijamente los carbones. Irioth aceptó el tazón y la cuchara que ella le alcanzara y se sentó en el banco. El gato saltó a su lado y ronroneó" (193).
En secciones anteriores señalamos el modo en que Le Guin toma distancia de aquellas obras del fantasy en las que los protagonistas son grandes reyes, príncipes o nobles caballeros, para darle valor a las experiencias de campesinos, artesanos y personas “comunes”. Así, la autora transmite la idea de que la heroicidad no es una cuestión de linaje, sino que, muchas veces, se encuentra en las pequeñas elecciones y acciones cotidianas. Así, no son las grandes proezas aquellas sobre las que gira la trama de esta historia, sino los pequeños gestos y acciones: la generosidad y la laboriosidad de una viuda campesina como Regalo, el arrepentimiento y la transformación de Irioth, la mera existencia por fuera de la codicia humana de los animales, y el perdón de Halcón, sobre el final del relato.
Cabe decir, para finalizar, que el Archimago de Roke, Halcón, es nada más y nada menos que Ged, el protagonista de las primeras tres novelas del ciclo de Terramar, Un mago de Terramar, Las tumbas de Atuan y La costa más lejana, además de aparecer en otras novelas de la saga. Estas novelas, publicadas entre fines de los años 60 y comienzos de los 70, fueron, en parte, las que le dieron la fama de la que hoy goza la autora. En todas ellas, los temas del viaje, la formación moral, la naturaleza, la humildad y la codicia ocupan un lugar protagónico.