Resumen
Diamante es hijo de Tuly y Áureo, un opulento y ambicioso comerciante de madera de la ciudad del Claro, al oeste de Havnor. De niño, Diamante demuestra un gran don para la música, algo que su padre desprecia sin miramientos. También demuestra otro don, uno que sí despierta el interés de Áureo: la magia.
Con el tiempo, Diamante comienza a pasar mucho tiempo con Rosaoscura, la hija de Maraña, una bruja de la zona. Mientras, Áureo sigue de cerca sus avances mágicos sin que él se dé cuenta. Para él, el dinero y el nombre son grandes formas del poder, pero la magia es aún más importante. Por ello, si ese es su destino, Diamante debería ir a la Escuela de Roke para volverse un mago y ganar la gloria para su familia.
Lejos de los proyectos de su padre, a Diamante solo le gusta de cantar y pasar el tiempo con Rosaoscura. Sin embargo, ni la música ni la hija de una bruja son adecuados para Áureo: “Aquélla no era vida para el hijo de un comerciante que iba a heredar y administrar las propiedades y los aserraderos y los negocios, y Áureo se lo dijo. «Hijo, se acabó lo de cantar. Debes pensar en ser un hombre»” (132).
De este modo, cuando Diamante llega a la edad del Nombramiento, su padre tiene una conversación con él, en la que le ofrece la oportunidad de irse a estudiar con un mago del pueblo, Cicuta, quien está dispuesto a enseñarle. Asombrado por la propuesta de su padre, de quien pensaba que solo quería que se dedicase a la empresa familiar, Diamante le pide un tiempo para pensarlo. Tras conversarlo seriamente con Rosaoscura en su lugar de encuentro habitual, un claro entre los sauces del bosque, el joven expresa que quiere quedarse con ella, a quien ama. Sin embargo, termina viajando con Cicuta.
Cicuta es un maestro de los nombres, como se llama a aquellos que estudian la Lengua de la Creación. Contra sus expectativas, el período en el que se entrena con él Diamante se la pasa estudiando largas listas con los nombres verdaderos de las cosas, en lugar de hechizos e ilusiones. Cicuta no es malo, pero sí severo e inflexible.
A pesar del arduo aprendizaje, de vez en cuando Diamante tiene algunas horas libres, que aprovecha para salir de la casa e ir al muelle. Tan pronto como se aleja, comienza a pensar en Rosaoscura: “Así que apreciaba sus horas libres como si fueran realmente encuentros con ella” (141). Descubre, entonces, que la ama más que a nada ni a nadie. Muchas veces, incluso, la visualiza en forma tan clara que siente que puede acariciarla realmente, hablarle y oír sus respuestas. Sin embargo, su presencia desaparece por completo al volver a la casa.
Las estaciones se suceden unas a otras, hasta que, al aproximarse el verano, Diamante le pregunta a Cicuta si puede visitar a su familia. El mago le recomienda que no lo haga, y además le dice que su entrenamiento no está funcionando. Aunque sabe que Diamante tiene poder, cree que podrá dominarlo por completo bajo las enseñanzas de los maestros de la escuela de Roke. Lo suyo no es el aprendizaje de la Lengua de la Creación: “Si llegas a ir a Roke, te daré una carta para que te dirijas particularmente al Maestro Invocador” (143).
Diamante duda, y Cicuta le hace entender que sabe que desea a una mujer. Luego le explica que los magos son célibes: “Es el poder que damos por nuestro poder” (145). Aunque hasta ahora consiguió protegerlo de la tentación, si vuelve a casa, no hay nada que pueda hacer para ayudarlo. A pesar de ello, cuando esa tarde Cicuta regresa de sus quehaceres a la casa, advierte que Diamante se ha escapado.
Una noche, Rosaoscura está por dormir cuando oye el sonido de un búho, con el que se llamaban en código con Diamante. Sin embargo, lo desestima, ya que “Durante el invierno se había enviado a él noche tras noche (...). Le había enviado su tacto, su voz, diciendo su nombre, una y otra vez. Se había encontrado con un muro de aire y silencio. No tocaba nada” (147). Sin embargo, el búho vuelve a ulular y ella comprende que Diamante está en la puerta.
Rosaoscura lo hace entrar y se dan un largo abrazo. Diamante explica que se ha escapado para volver con ella. Sin embargo, ella le recrimina que no la haya recordado durante el tiempo que estuvo afuera. Con torpeza, Diamante intenta explicarle que Cicuta quería enviarlo a Roke a aprender la verdadera magia, y que volvió porque sabe que, si se transforma en mago, nunca podrá estar con ella. Rosaoscura se enfurece por insinuar que la magia que aprendieron de niños es menor, por ser brujería, magia de mujer. La discusión escala y Diamante intenta abrazarla, pero ella, furiosa y herida, lo ataca con su magia y lo echa de allí.
Diamante pasa la noche en el claro de los sauces que siempre compartió con Rosaoscura, y a la mañana vuelve a la casa de sus padres. Allí, confiesa que ha escapado y, ante su sorpresa, Áureo se alegra de tenerlo nuevamente junto a él para encargarse del negocio familiar. Por su parte, Diamante acepta la lección: ya no habrá más magia, música ni amor en su vida: “De ahora en adelante podría hablar solamente la lengua del deber: obtener y gastar, inversiones e ingresos, las ganancias y las pérdidas” (152).
Áureo pasa un período de gran felicidad a partir de entonces, con su hijo ayudándolo en el negocio, que no para de prosperar, hasta transformarlos en una familia de gran riqueza. Por su parte, Tuly está feliz de tener a su hijo con ella, pero reconoce que hay una gran tristeza en él. Sin embargo, Áureo hace oídos sordos a sus preocupaciones y sugiere que ya se la pasará la tristeza cuando consiga esposa.
Cuando se acerca el cumpleaños número diecinueve de Diamante, Áureo le insiste con la idea de hacer una gran fiesta. Sin embargo, Diamante no tiene interés en hacerlo, y eso los lleva a discutir. Más tarde, Tuly conversa con su hijo, quien le explica: “―Creía que podía hacerlo todo. Ya sabes, magia, tocar música, ser el hijo de mi padre, amar a Rosa… Pero las cosas no funcionan así. Las cosas no se mezclan” (156). Ante ello, Tuly afirma lo contrario: “¡Todo está vinculado, entrelazado!” (Ibid.).
Finalmente, Diamante deja que su padre celebre la fiesta, una de las mayores vistas en la aldea, repleta de comidas, bebidas, artistas y bandas contratadas. Para entonces, Diamante, que ya es un joven fuerte y apuesto, consigue pasar un buen rato pese a las penas que lo aquejan. En un momento, llega el turno de la banda de Labby, quien dirige una compañía musical en la que Rosaoscura, quien sale con él, toca el pífano. Aunque Diamante intenta disfrutar de la música, pronto comprende que no puede disimular la situación y desaparece.
Cuando la melodía finaliza, se escabulle tras la tarima e invita a Rosaoscura a encontrarse en su lugar en el bosque, el claro entre los sauces. Aprovechando una pelea entre las bandas, Rosaoscura lo sigue hacia allí. De nuevo juntos, en la oscuridad de la noche, Diamante intenta disculparse y explicar su idea de que uno no puede mezclar las cosas: “No van juntos. El dinero y la música” (161). Al igual que Tuly, Rosaoscura sostiene lo contrario. Finalmente, Diamante le pregunta si escaparía con él, y ella accede.
Los años siguientes a la huida de Diamante, el negocio de Áureo prospera como nunca, y este se hace inmensamente rico. Sin embargo, nunca perdona a su hijo, y el hecho de saber que se ha vuelto un “músico errante” (162) lo llena de vergüenza y dolor. A escondidas de él, Tuly sigue los progresos de su hijo, quien poco a poco se transforma en un artista reconocido. Una vez, aprovechando un viaje de Áureo, ella se dirige con Maraña hasta la Colina del Este, donde ven un concierto de Diamante y Rosaoscura. También ven a la pequeña Tuly, hija de ambos, sentada en el regazo de su madre.
Análisis
En “Rosaoscura y Diamante” volvemos a encontrarnos con una historia claramente identificable dentro del género de relatos de iniciación o formación, un género literario de larga tradición que retrata el paso de la niñez a la vida adulta. El contenido de esta obras suele girar en torno al desarrollo moral, psicológico y social de un personaje que se encuentra en la dolorosa tarea de tener que descubrir su propia identidad en un mundo adulto en el que, muchas veces, no ve reflejados sus propios valores y sentimientos.
Como es de esperar, los conflictos familiares tienden a estar ampliamente tematizados en estas historias, debido a que sus protagonistas se ven obligados a elegir entre seguir los mandatos familiares o hacer su propio recorrido vital. “Rosaoscura y Diamante” no es la excepción, algo que es fácil de comprobar en el arco narrativo de Diamante, quien se ve en la disyuntiva de optar entre dos caminos: el del deseo, compuesto por su amor a Rosaoscura y a la música, o el del deber, encarnado por las figuras del mago Cicuta y de su padre, Áureo. Así debe de interpretarse su frustración cuando vuelve resignado al hogar tras haberse peleado con Rosaoscura: "Podía hablar su lengua únicamente con Rosaoscura. Y la había perdido, la había dejado ir. El corazón doble no tiene una lengua verdadera. De ahora en adelante podría hablar solamente la lengua del deber: obtener y gastar, inversiones e ingresos, las ganancias y las pérdidas" (152).
Sin embargo, es usual que los relatos de formación presenten una oposición que no se da en términos de exclusión, sino de fusión, de síntesis. Este es el principal aprendizaje que debe atravesar Diamante a lo largo de la historia, cuando comprende que vale la pena intentar conjugar deseo y deber, sustento material y realización personal. Para ello, el consejo de los personajes femeninos tiene una relevancia central, tal como lo ilustra la conversación que Diamante tiene con su madre, luego de la discusión con Áureo:
―Creía que podía hacerlo todo. Ya sabes, magia, tocar música, ser el hijo de mi padre, amar a Rosa… Pero las cosas no funcionan así. Las cosas no se mezclan.
―Sí se mezclan, claro que sí ―le dijo Tuly― ¡Todo está vinculado, entrelazado! (156).
Algo similar encontramos en la conversación que tiene con Rosaoscura antes de que escapen juntos:
―Renuncié a todo aquello, Rosaoscura. (...) Uno tiene que tener un único corazón.
―No veo por qué ―le contestó ella―. Mi madre puede curar una fiebre y ayudar a un niño a nacer y encontrar un anillo perdido, tal vez eso no sea nada comparado con lo que pueden hacer los magos y los señores de dragones, pero no es que no sea nada, de todas formas. Y no renunció a nada por ello. El hecho de tenerme a mí no la detuvo. ¡Ella me tuvo para aprender a hacerlo! (...) ¿Por qué debes dejar de hacer una cosa para poder hacer otra? (161).
En contraste ―y esto es algo que se repite en el resto de los relatos―, pareciera que es una codicia propiamente masculina la que lleva a los hombres a reprimir no solo los deseos ajenos, sino también los propios. Así, Le Guin no opone, como es usual en la narrativa de fantasía, el bien al mal, sino la humildad a la codicia y a la sed de poder. En este punto, aunque resulta evidente que ni Áureo ni Cicuta son personajes malvados, sí se vuelven capaces de producir daño a causa de su incapacidad para comprender las decisiones, necesidades e intereses ajenos, todo como consecuencia de su propia ambición de dinero, en el primer caso, y de poder, en el segundo.
Así se explica, por ejemplo, el voto de castidad al que se somete a sí mismo Cicuta: “Es el poder que damos por nuestro poder” (145). Cicuta, además, arrastra a Diamante a este voto sin el consentimiento de este, al hechizarlo para que olvide a Rosaoscura, acto que luego justifica, en la carta que le hace llegar cuando el otro escapa, del siguiente modo: “«El verdadero arte requiere de un solo corazón». (...) La runa estaba firmada con la runa de Cicuta, que tenía dos significados: el árbol de cicuta y el sufrimiento” (151).
Con Áureo sucede algo similar. A pesar de que el hombre ama a su hijo y quiere su bienestar, es su propia obsesión con el dinero, el poder y el renombre la que lo lleva a perder, en definitiva, el vínculo con su hijo:
Durante los años que siguieron a la marcha de Diamante, Áureo (...) se hizo inmensamente rico. No perdonó a su hijo. Hubiera sido un final feliz, pero él no lo quiso así. Irse de aquella manera, sin una palabra, la noche de la Fiesta de su Nombre, irse con la muchacha bruja, dejando todo el trabajo honesto sin hacer, para convertirse en un músico errante, en un arpa vibrando y cantando y sonriendo por unas monedas. Para Áureo no había en eso nada más que vergüenza y dolor y furia. Y ésa fue su tragedia (163).
Significativamente, del mismo modo en el que la historia presenta un paralelismo entre el amor que Diamante siente por Rosaoscura y el que siente por la música, algo similar sucede en torno a ambas figuras paternales, Áureo y Cicuta. No es casual, entonces, que tanto su aprendizaje junto al mago como su trabajo junto a su padre se vinculen, cada uno a su modo, con listas interminables. Con Cicuta se dedica a memorizar “largas, largas listas de palabras, palabras de poder en la Lengua de la Creación. Plantas y partes de plantas, y animales y partes de animales (...). Las palabras nunca tenían sentido, nunca formaban oraciones, sólo listas. Largas, largas listas” (139). Por su parte, las listas que estudia con su padre son las del negocio aserradero: “Observó las páginas. Largas, largas listas de nombres y números, deudas y crédito, ganancias y pérdidas” (155).
Para finalizar, cabe dar cuenta del elemento de misoginia que subyace a la resistencia de ambos personajes a la elección amorosa de Diamante. En el caso de Áureo, su propio machismo lo lleva a ignorar las preocupaciones de Tuly respecto a la tristeza que ella percibe en su hijo: “Áureo dejó de escuchar. Las madres nacieron para preocuparse por sus hijos, y las mujeres nacieron para no estar nunca contentas” (153). El hecho de que Rosaoscura sea una joven bruja no es menor en Terramar, mundo en el que la magia de las mujeres es vista con desconfianza, como bien puede apreciarse en las quejas de Rosaoscura cuando se siente menospreciada por Diamante: "―No. No son las Altas Artes. No es la Lengua Verdadera. Un mago no debe ensuciar su labios con palabras comunes. «Débil como magia de mujer, maligno como magia de mujer», ¿crees que no sé lo que dice? Así que, ¿por qué has vuelto?" (149).
No es casual, en esta línea, que la autora aproveche la construcción de sus mundos ficcionales para denunciar los distintos sistemas de opresión que rigen en la sociedad. De un modo similar, Le Guin, que fue una gran crítica del racismo estructural estadounidense, subvierte el estereotipo del héroe de piel blanca, ampliamente extendido en la literatura de fantasía, al utilizar protagonistas de piel negra o morena. En esta historia, tanto Diamante como Rosaoscura ejemplifican esta sutil pero eficaz crítica a los ideales de belleza hegemónicos: "Rosa tenía la piel muy oscura, una matar de cabellos enmarañados, una boca fina y un rostro atento, serio. Sus pies, sus piernas, y sus manos estaban desnudos y sucios, su falda y su chaqueta eran vergonzosas. Los dedos de sus pies, aunque sucios, eran delicados y elegantes, y un collar de amatistas brillaba bajo la rasgada chaqueta sin botones" (136).