Resumen
La historia comienza con un análisis del narrador acerca de las facultades que poseen las personas con una mente analítica. Según él, este tipo de inteligencia se diferencia de la mera concentración. Para esclarecer su punto de vista, el narrador realiza una comparación entre el juego de ajedrez y el de damas. El buen jugador de ajedrez, dice, solo necesita de la concentración y el cálculo. El de damas, por el contrario, necesita una verdadera estrategia, ya que, al tener un número reducido de movimientos, el jugador debe tener la capacidad de leer y anticipar lo que su adversario piensa, a modo de lograr manipularlo y orientar sus acciones para su propio provecho. Las facultades del hombre analítico implican, además, una parte importante de imaginación, tal como lo ilustra la historia que va a contar a continuación.
El relato que elige para explicitar su punto de vista tiene como protagonista a su amigo, Monsieur C. Auguste Dupin, un ilustre caballero francés del que se hizo íntimo amigo luego de conocerlo por casualidad en una librería. Ese día, el narrador quedó impactado por la inteligencia, las lecturas y la imaginación de Dupin. Luego, debido a sus afinidades intelectuales y a que la situación económica del joven no era buena, lo invita a vivir consigo. A partir de entonces, los amigos conviven en reclusión, donde comparten la afición a las lecturas y se desentienden de la vida social.
Como Dupin disfruta más la noche que el día, es común que los amigos pasen las horas de luz en la casa, a oscuras, y al atardecer salgan juntos a caminar, mientras observan la ciudad de noche. Durante esos paseos, el narrador admira las aptitudes analíticas de su amigo y su capacidad para adivinarle los pensamientos. En una ocasión, Dupin lo sorprende al responder una pregunta que el narrador no había formulado. Como queda estupefacto, Dupin le explica que llegó a esa conclusión deduciendo el recorrido de sus pensamientos a partir de su lenguaje corporal y del recuerdo de antiguas conversaciones juntos.
Al poco tiempo de este episodio, a los amigos les llama la atención una noticia del diario Gazette des Tribunaux que relata los hechos de un violento crimen: ese mismo día, a la tres de la mañana, un grupo de vecinos de la Rue Morgue llamó a la policía por unos “alaridos espantosos” (479) que se oían en una de las casas de la zona, donde vivían Madame L'Espanaye y su hija, Camille. Luego de forzar la puerta, dos gendarmes, junto a unos diez vecinos, ingresaron en el hospedaje. Aunque ya no se oían los alaridos, una discusión en uno de los pisos superiores les hizo subir a ver qué sucedía. Sin embargo, la habitación de la que provenían estaba cerrada por dentro, así que tuvieron que forzar la puerta e ingresaron, solo para darse cuenta de que era un completo desastre.
Entre el desorden encontraron una navaja llena de sangre, mechones de pelo gris, cuatro mil francos de oro y otras joyas preciosas. Sin embargo, el verdadero horror se presentó en cuanto revisaron la chimenea: el cuerpo muerto de Camille había sido introducido a la fuerza, con tal presión que hizo falta la ayuda de varios de los presentes para sacarla. Luego de revisar el resto del lugar, encontraron el cuerpo decapitado de su madre, Madame L'Espanaye, en el patio posterior de la casa. El cuerpo llevaba varias marcas y lesiones, como si la hubieran golpeado con un objeto muy pesado.
Al día siguiente, Dupin y su amigo vuelven a leer el diario, que ofrece el testimonio de varios implicados. Entre la información obtenida se concluyen varias cuestiones: la anciana y su hija se llevaban bien, tenían algún dinero ahorrado y vivían una vida de retiro, sin recibir muchas visitas ni tener sirvientes. Las mujeres estaban allí hacía más de seis años y no tenían otra familia salvo ellas mismas. Una de las últimas personas en verlas fue Adolphe le Bon, un empleado del banco donde Madame L'Espanaye guardaba su dinero, que se había acercado a la casa a llevarles los cuatro mil francos que encontraron en la habitación. Entre los testigos que ingresaron a la casa el día del asesinato, todos coincidieron en que una de las voces que provenían de la habitación correspondían a la de un hombre francés y otra, más aguda y extraña, a la de alguien que hablaba en otro idioma. Aunque nadie puede confirmar el acento de la segunda voz, todos están de acuerdo en que era extranjero. Finalmente, pese a no tener pruebas que lo justifique, la policía arresta a Adolphe Le Bon, el empleado bancario.
Dupin, que se encuentra interesado en el tema, le propone al narrador ir a la Rue Morgue a investigar la escena del crimen. Dice que le debe un favor a Adolphe Le Bon y que conoce al Prefecto de la Policía, por lo que no le va a costar conseguir un permiso para revisar el sitio. Al llegar al lugar, Dupin revisa toda la casa, los cuerpos de las víctimas y las zonas aledañas del vecindario. Al salir, ya de noche, se detienen en una de las oficinas de redacción del periódico y luego vuelven a su casa.
A la mañana siguiente, Dupin le dice al narrador que descubrió quién era el asesino y que el motivo por el cual la policía no pudo resolver el crimen es porque se fijan demasiado en el asesinato, en lugar de aquellos elementos que vuelven peculiar el caso en concreto. Luego se propone contarle como llegó a la solución del misterio, pero antes le da un arma y le dice que puede que un hombre llegue a la casa y que, de ser así, será necesario que lo apresen.
Dicho esto, comienza a explicar que una de las cosas que le llamó la atención fue que todos los testigos coincidieran en que una de las voces era de un francés, pero aunque todos eran de diferentes nacionalidades, ninguno pudo reconocer en la segunda voz alguna palabras distinguibles. Por otro lado, Dupin señala que la policía descartó la posibilidad de que los asesinos hayan huído a través de las ventanas de la habitación, porque parecían estar bloqueadas por clavos. Sin embargo, al revisar el cuarto descubrió que tenían un mecanismo con resorte que permitía que se traben al cerrarse. Este hecho hacía posible que los asesinos se hubieran escapado por ahí, trabándose la ventana al salir. Esta hipótesis ofrece una respuesta ante el misterio de que la habitación pareciera herméticamente cerrada.
Lo siguiente a descubrir, considerando que la puerta de entrada estaba cerrada con llave, es el modo en que los intrusos podrían haber ingresado. Si bien la policía cree que nadie podría haber escalado la pared, Dupin sostiene que alguien con buenas aptitudes físicas sería capaz de haber trepado a un pararrayos cercano al patio trasero para saltar desde allí hacia la ventana.
Queda, por otro lado, el asunto del motivo o móvil del asesinato. Sobre esto, Dupin sostiene que no hubo intereses económicos, ya que no parece faltar nada en la habitación. Sin embargo, le llama la atención lo violento de los asesinatos: que hayan podido meter el cuerpo de Camille con tanta fuerza en la chimenea y arrancarle la cabeza a la Madame L'Espanaye con solo un golpe de navaja. Estas cuestiones, sumadas al hecho de que los testigos no lograran identificar la voz del segundo sujeto, además de un mechón de pelo de aspecto animal que encontró en la mano del cadáver de Madame L'Espanaye, le hacen sospechar a Dupin que el responsable de los asesinatos pueda no ser humano.
Para probar su hipótesis, Dupin le revela al narrador un dibujo que hizo de los moretones y las marcas de las uñas en la garganta de Camille. Estas indican la presencia de una mano demasiado grande para ser de un hombre pero que coincide, sin embargo, con la de un orangután. Un animal de esas dimensiones tendría la brutalidad y la fuerza para cometer un asesinato de esas características, además de la agilidad para saltar desde pararrayos hacia la habitación. De haber sido este el caso, la voz francesa debe ser del dueño del animal, quien, horrorizado por los actos de la bestia, huyó de la escena del crimen y lo dejó solo.
Por último, mientras recorría el patio trasero de la casa encontró una cinta con nudo marinero enganchada en la base del pararrayos, lo cual le hace suponer que el dueño del animal es un marinero francés. Debido a estas sospechas, y luego de revisar la escena del crimen, Dupin publicó un anuncio en el periódico donde dice haber capturado un orangután y pide una pequeña recompensa por su devolución.
Justo cuando termina su explicación, alguien toca la puerta y, tal como predijo, se trata de un marinero francés que pregunta por el animal. En ese momento, Dupin cierra la puerta y saca su pistola mientras le exige al hombre que diga la verdad sobre las muertes en la Rue Morgue. Aunque le dice que lo considera inocente, quiere que confiese para que Le Bon no sea acusado falsamente de asesinato.
Sin poder escapar de la situación, el marinero admite haber capturado el orangután en una expedición en Borneo para traerlo luego a París, donde lo mantenía en su casa hasta poder venderlo. Pero una noche el animal se liberó y, como tenía tendencias imitativas, tomó una navaja de su amo para simular que se afeitaba. El marinero trató de apresar nuevamente al animal, lo que provocó que se escapara por una ventana. Luego lo persiguió por la calle hasta que llegaron a la Rue Morgue, donde el orangután entró en la casa desde el pararrayos, tal como supuso Dupin.
Una vez en la habitación, el orangután agarró a Madame L'Espanaye por el pelo y se puso a simular que la afeitaba. La pequeña Camille se desmayó del miedo y los gritos de su madre enfurecieron al animal, que le cortó la garganta y luego estranguló a la niña. En ese momento, el orangután advirtió que su dueño lo observaba desde la ventana y se dio cuenta de que sería castigado. Dominado por los nervios, destrozó toda la habitación e intentó esconder su desastre metiendo al cadáver de Camille por la chimenea y tirando a su madre por la ventana. El marinero, horrorizado, escapó de la escena del crimen y, posteriormente, el simio hizo lo mismo.
Luego de la confesión, Dupin consigue que liberen a Le Bon. El marinero consigue recuperar al orangután y lo vende a un zoológico. El Prefecto de Policía, avergonzado por su ineptitud a la hora de resolver el caso, le pide a Dupin que ya no se meta en sus asuntos. Sin embargo, lejos de preocuparse, Dupin ironiza sobre él diciendo que lo aprecia por “la magnífica habilidad con la que ha sabido obtener su reputación de genio” (512).
Análisis
Este relato es el primero de tres cuentos detectivescos -junto a “La carta sustraída” y “El misterio de Marie Roget”- con los Poe que inaugura una de las formas más populares de entretenimiento en la literatura: los cuentos policiales o relatos de raciocinio. Se trata de historias en las que los temas desarrollados se articulan en torno a un crimen que solo puede ser resuelto por un personaje de inteligencia excepcional, en este caso, el detective Monsieur C. Auguste Dupin.
A diferencia de otros cuentos en los que la presencia del crimen es un tema central -como “El corazón revelador” y “El gato negro”-, los relatos de raciocinio de Poe no son narrados por un criminal que busca confesarse, sino por un narrador testigo que acompaña al investigador en todo el proceso detectivesco.
Cabe destacar que la aparición de esta faceta literaria en Poe coincide con un aumento en los crímenes urbanos que empieza a producirse en Europa y América a comienzos del siglo XIX. Este incremento delictivo condujo a una mayor atención de la población en los asuntos policiales a través de su difusión por los nuevos periódicos sensacionalistas. Poe, quien tenía buen olfato para detectar el tipo de literatura que podía venderse, dedujo que esta clase de historias atraería el interés morboso del público lector y se aplicó a la escritura de estos cuentos. En este sentido, cabe mencionar la importante presencia que tiene el periódico en “Los crímenes de la Rue Morgue”, donde Dupin y el narrador se enteran de los violentos asesinatos a través de la Gazette des Tribunaux.
En este punto, la presencia del tópico del crimen se relaciona en forma estrecha con otro de los temas centrales de Poe: la muerte. En “Los asesinatos de la Rue Morgue”, Poe no repara en utilizar imágenes repletas de detalles morbosos y sangrientos para dar a la escena del crimen el mayor realismo posible: el cadáver de Madame L’Espanaye aparece decapitado en el patio trasero de la casa con el cuerpo “espantosamente magullado y descolorido” y sus huesos “destrozados”(487). A su hija, Mademoiselle L’Espanaye, tiene que sacarla entre varios de la chimenea debido a la presión con la que introdujeron su cuerpo. Una vez fuera, se encuentran con que su “cara estaba terriblemente pálida, y los globos de los ojos salidos de las órbitas” (487).
Ahora bien, al hacer que el conflicto de su relato gire en torno a la resolución de un misterioso asesinato, Poe aprovecha para desarrollar sus ideas en torno al tema del poder analítico. Cuando el detective Dupin -quien encarna el poder de la razón y la capacidad analítica- se enfrenta a este crimen en apariencia imposible de resolver y sale victorioso, el triunfo de su investigación representa de forma alegórica el triunfo de la razón sobre lo irracional. En este sentido, no es casualidad que el autor de los violentos y misteriosos asesinatos sea un salvaje orangután que, aunque imite a los humanos, carece de lenguaje y capacidad de raciocinio. Mediante el uso de estos dos personajes, Dupin y el simio, Poe realza esta oposición entre lo irracional y lo racional sobre la que alegoriza en el relato.
El crítico Costa Picazo sostiene que Poe construye a los tres personajes encargados de resolver el misterio -Dupin, el Prefecto de Policía, el narrador- a partir de una “clasificación tripartita”. Esta constituye la fórmula clásica de los policiales, que impulsa al lector identificarse con el narrador, de inteligencia común y principal interlocutor del protagonista; a admirar al detective, de inteligencia superior, creativo y analítico; y reírse del policía, personaje de inteligencia inferior y motivo de burla para el detective y su compañero.
De este modo, la diferencia entre el intelecto el Prefecto y el detective Dupin consiste en que el primero solo tiene la habilidad recopilar datos, pero no la imaginación para analizarlos y combinarlos, ni la capacidad empática para ponerse en el lugar de los criminales. Dupin, por el contrario, es creativo y “se adentra en el espíritu de su adversario” (470), por lo que puede llegar a conclusiones inaccesibles mediante el simple cálculo. El narrador da cuenta de esta capacidad del detective mediante una metáfora, cuando dice que a él muchos hombres se le presentan con “una ventana abierta en el pecho” (475). La imagen, en este sentido, representa la facultad de ver a través de las apariencias y la exterioridad de las personas y las cosas.