Resumen
Antes de comenzar su relato, el narrador reconoce ser una persona nerviosa y de sentidos muy agudos, pero advierte que no por ello se lo debe confundir con un loco. Prueba de esto, alega, es la calma con la que puede contar su historia.
Su relato comienza con la referencia a un anciano a quien el narrador le guarda afecto y con el que tiene buen trato, pero que es portador de un detalle físico que le resulta extremadamente perturbador e insoportable: un ojo azul pálido similar al de un buitre. Tal es el horror que le produce, que se obsesiona con la idea de asesinarlo solo para no tener que volver a ver su defecto.
Si bien el relator reconoce que esta obsesión parece un indicio de locura, alega que la prudencia y el cuidado con el que se conduce prueban lo contrario. Durante toda la semana en la que planifica al crimen es muy bondadoso con el anciano, pero cada medianoche se escabulle en su habitación para iluminarle el ojo con una linterna. Sin embargo, al encontrarlo cerrado se retira sin hacerle daño: no es al hombre al que quiere dar muerte sino a su ojo de buitre. Por la mañana, vuelve al cuarto y le pregunta cordialmente cómo ha pasado la noche para evitar, de ese modo, sospechas sobre sus intenciones.
La octava noche, retorna como es costumbre a la habitación cuando, accidentalmente, despierta al anciano. Durante una hora permanece en las sombras esperando que el viejo vuelva a dormirse, pero el hombre siente la presencia de alguien, por lo que permanece en la cama sin conciliar el sueño. Finalmente, llega el momento en que el narrador le ilumina el ojo con la lámpara y lo encuentra completamente abierto. La horrible visión crispa sus nervios y empieza a oír el sonido del corazón del viejo, lo que atribuye a la agudeza de sus sentidos. Siente que sus latidos resuenan como un tambor de guerra y, temeroso de que algún vecino se percate de ellos, se lanza al ataque. El anciano alcanza a pegar un grito antes de que el narrador lo arroje al piso y le coloque la pesada cama encima. Cuando su corazón deja de latir, el protagonista le desmembra el cuerpo y lo esconde cuidadosamente debajo de unos tablones en el piso del cuarto, orgulloso de la pulcritud de su labor criminal.
Al terminar su tarea, alguien golpea la puerta: es la policía, que se presenta a investigar, pues un vecino reportó haber oído un ruido sospechoso. El protagonista explica que fueron ruidos que él mismo realizó entre sueños y les ofrece recorrer la casa, confiado en que no podrán descubrirlo. Tan seguro se encuentra que los invita a conversar en el dormitorio donde cometió el crimen. Una vez allí, les ofrece sillas y coloca la suya encima de los tablones donde está escondido el cadáver del anciano.
Debido a la confiada actitud del narrador, los policías se convencen de que nada malo ha sucedido y se quedan platicando. Sin embargo, pasan los minutos y el narrador empieza a desear que se retiren, ya que le duele la cabeza y un sonido suena cada vez más y más intenso en sus oídos: uno similar al latir del corazón del anciano. Los perturbadores latidos siguen aumentando y el narrador descree que los policías no puedan escucharlo. La paranoia lo invade y se autoconvence de que los hombres simulan no oírlo para burlarse de él. Finalmente, la situación le resulta insoportable y confiesa su crimen a los policías.
Análisis
Una de las primeras cosas con las que nos enfrentamos al ingresar a la lectura de “El corazón revelador”, también conocido como "El corazón delator", es a la presencia de un protagonista que ilustra por completo la figura del narrador no fiable. Tenemos aquí a un personaje del que no podemos esperar que transmita una verdad objetiva sobre los acontecimientos que narra, pero que, sin embargo, constituye nuestra única entrada a los hechos de la historia. Pese a ello, esta característica no le impide al narrador insistir sobre su propia cordura antes de ofrecer absurdas justificaciones sobre los motivos que lo llevan al crimen. De este modo, Poe construye un relato cuyo efecto final presenta un profundo sentido irónico, producto de la discordancia entre las conductas irracionales del protagonista y la percepción que tiene de sí como un hombre psicológicamente confiable.
Ahora bien, a diferencia de la negación rotunda acerca de la posibilidad de padecer algún tipo de desorden mental, el narrador confiesa haber caído preso de una obsesión que lo arrastró al asesinato: la presencia del ojo pálido del anciano. Profundamente perturbado, nuestro protagonista nos confiesa: “Decidí terminar con la vida del viejo y así librarme del ojo para siempre” (684). Sin embargo, la obsesión no culmina con la muerte del viejo sino que encuentra otro objeto en que fijarse: los latidos que cree escuchar en el escondite donde metió el cadáver. De este modo, así como la primera obsesión lo arroja al crimen, la segunda lo arrastra a la confesión.
Cabe mencionar que la presencia del ojo -primer desencadenante de la obsesión del narrador- es un motivo recurrente en varios de los cuentos de Poe, tales como “Ligeia”, “El gato negro” y “Morella”. La importancia de este motivo en los relatos encuentra su inspiración en la antigua superstición del mal de ojo, que considera que la mirada de ciertas personas tienen el poder de causarle daño o mala suerte a la persona en la que se posa. Como buen cuento fantástico, el “El corazón revelador” permite tanto una lectura realista -que todo sea producto de la locura del narrador-, como una lectura maravillosa. Si nos inclinamos por esta segunda lectura, es posible aceptar tanto algún carácter sobrenatural en el ojo del anciano, como el sonido de su corazón una vez muerto.
Al igual que lo que sucede en “El pozo y el péndulo” y en “La máscara de la Muerte Roja”, el tópico de la muerte viene acompañado en este cuento con la figura simbólica del reloj, que la presenta en relación a su inevitabilidad. Así, “un sonido grave, apagado, veloz, como el tictac de un reloj envuelto en algodón” (687) perturba y enloquece al narrador hasta el límite en que exclama: “¡La hora del viejo había llegado!” (687), y lo asesina. Luego, el mismo sonido obsesiona a nuestro protagonista hasta que le confiesa, a los gritos, su crimen a la policía. El motivo del reloj o del péndulo representa aquí, nuevamente, la cuenta regresiva que nos acerca, segundo a segundo, hacia la fatalidad o la muerte.
Por último, cabe mencionar la importancia del tema del crimen en este relato. Al igual que lo que sucede en el caso de “El gato negro”, el delito se presenta en primera persona por un narrador que intenta justificar sus malas acciones. Sin embargo, ambos cuentos se diferencian en que el narrador de “El gato negro” es consciente de la degradación psíquica que lo lleva a cometer el asesinato, mientras que nuestro protagonista presenta su crimen como un proceso razonado y coherente, lo que, considerando que este es motivado por una obsesión explícitamente inexplicable, constituye una gran ironía.