La ética
El tema principal de Ética para Amador es, claramente, la ética. Este concepto es desarrollado durante todo el ensayo, y Savater esboza definiciones en varios momentos. Una primera definición propone que la ética es saber vivir, o el arte de vivir. Es un saber que, sin embargo, carece de instructivo, de reglas, de leyes universales. Es un saber que cada uno debe construir.
Savater parece posicionarse, de un modo que se repetirá a lo largo del libro, contra una suerte de sentido común que asocia la ética a un puritanismo moral. La ética no es cuestión de reglas, un manual de instrucciones restrictivo. Principalmente, porque su base es la libertad, y, segundo, porque no hay un manual de instrucciones ético aplicable a cualquier situación y a cualquier persona en todo momento. Todo lo contrario. La ética, insistirá Savater, se trata más bien de identificar qué conviene y qué no, para nosotros mismos y nuestra vida en sociedad.
Para eso hay que intentar pensar dos veces qué se va a hacer, preguntarse por qué uno realmente hace algo. Por qué hago algo que me mandan si lo considero malo, por qué actúo de determinada manera solo porque los demás así lo hacen, o por qué me dejo llevar por un capricho propio si luego resulta inconveniente para mí mismo. Puede haber órdenes, costumbres y caprichos que sean motivos adecuados para obrar, pero no siempre. Nunca una acción es buena solo por ser una orden, una costumbre o un capricho. Hay cosas que tengo que razonar, examinar por mí mismo.
Savater insiste en que ser adulto, en términos éticos, es ser capaz de inventar, en cierto modo, la propia vida, y no simplemente vivir la que otros han inventado para uno. La ética de un hombre libre nada tiene que ver con los castigos ni con los premios repartidos por la autoridad que sea, ya sea humana o divina.
Por todo esto, Savater acaba diciendo que la ética se trata, en realidad, de hacer lo que uno quiera. Pero ese hacer lo que uno quiera no debe confundirse con lo que podemos desear en determinado momento. Lo que hay que identificar es qué queremos realmente para nuestra vida, entendiendo que en cada acto, en cada decisión, nos estamos moldeando y definiendo a nosotros mismos.
La libertad
Otro tema central del libro es el de la libertad. Savater establece la libertad como una condición ineludible del ser humano, una condición que nos diferencia de otras especies.
En esta distinción, Savater incorpora el concepto de “programación”: los animales están programados naturalmente para actuar como actúan, y no pueden salirse demasiado de esa programación. Los humanos también cargan consigo una base de programación, que es más bien cultural y que establece en nosotros ciertas tradiciones, fidelidades y costumbres. Sin embargo, tienen la opción de no obedecer a ninguna de ellas. Es esto a lo que Savater refiere con “libertad” y es eso mismo lo que nos distingue de los animales o las termitas.
Savater aclara dos cosas en torno a la “libertad”. La primera: no somos libres de elegir lo que nos pasa, sino libres para responder a lo que nos pasa de tal o cual modo. La segunda: ser libres para intentar algo no tiene nada que ver con lograr ese algo. Libertad no es omnipotencia; hay cosas que no dependen de nuestra voluntad.
El autor registra que hay gente que tiene mucha más conciencia de lo que limita su libertad que de su libertad misma. Estas personas parecen quejarse, pero en realidad están muy satisfechas de saber que no son libres. Porque si uno no es libre, tampoco es culpable de lo que le ocurra. No obstante, el narrador asegura que todos en el fondo sabemos que somos libres.
Libertad es decidir, pero también darnos cuenta de que estamos decidiendo, dice Savater, estableciendo así un vínculo inseparable entre conciencia y libertad. Lo opuesto es “dejarse llevar”. Para eso hay que intentar pensar dos veces qué se va a hacer; preguntarse por qué uno realmente hace algo.
No somos libres de no ser libres, afirma Savater. No tenemos más remedio que serlo.
Las relaciones humanas
La ética se trata de cómo vivir bien entre las personas. Lo que hace humana la vida es justamente estar en compañía de humanos; ser humano consiste principalmente en tener relaciones con otros seres humanos. Contrario a otros animales, que ya nacen sabiendo cómo ser lo que son, las personas somos personas porque los demás nos ayudan a serlo.
Las relaciones humanas son, entonces, un tema esencial en el ensayo. Savater explicita conceptos fundamentales, como que el ser humano no es solo una realidad biológica sino también cultural, y que, por ende, se desarrolla gracias a una cultura y un lenguaje que le permiten comunicarse con otros y hacerse a sí mismo en esa comunicación. En la cultura y la civilización es esencial la imitación. Si no fuésemos así, cada hombre debería siempre inventar todo desde cero. Por eso es tan importante el ejemplo que damos a nuestros congéneres sociales: en la mayoría de los casos, nos tratarán como se vean tratados. Quienes se comportan de manera hostil y despiadada, en general, es porque han recibido ese trato. Cuanto más feliz se sienta alguien, menos tenderá a hacer sentir mal a los demás. Por ende, lo mejor es quizás intentar generar felicidad en el prójimo, en lugar de hacerlos desgraciados y, por ende, propensos al mal.
Savater insiste en que la buena vida humana es buena vida entre seres humanos o, de lo contrario, puede que sea vida, pero no será ni buena ni humana. Así, es imposible, para las personas, una felicidad individual: quien usa a los demás o procura tratarlos como objetos sufre luego las consecuencias de esa infelicidad, de la falta de amor y de relación humana, porque los humanos nos humanizamos unos a otros.
La moral
Un tema ligado estrechamente a la ética es el de la moral, y Savater se detiene en este tema en un apartado del ensayo.
Lo primero que hace es distinguir ese concepto del de la ética. La moral es el conjunto de comportamientos y normas que solemos aceptar como válidas, mientras que ética es la reflexión sobre por qué los consideramos válidos, y la comparación con otras morales que tienen personas diferentes.
Savater, al hablar de moral, hace una distinción entre el origen etimológico de la palabra, que tiene que ver con las costumbres y las órdenes, y lo que realmente implica emplear bien la libertad, que sería lo verdaderamente relevante. Para ello, hace gran hincapié en que la ética de un hombre libre nada tiene que ver con los castigos ni los premios repartidos por la autoridad que sea, humana o divina. En este sentido, vemos cómo Savater iguala en términos jerárquicos a la religión y a la ley, y así profundiza en un sentido que caracteriza su postura filosófica: no es digno de un hombre libre recurrir a ningún tipo de autoridad como justificación de sus actos.
El autor se detiene en lo que considera ser "moralmente bueno", y define este concepto por su negativa: lo opuesto es ser un imbécil. La imbecilidad, en términos morales, se identifica con aquellos que precisan constantemente de un bastón en donde apoyarse, puesto que no pueden pensar ni reflexionar por sí mismos.
Lo contrario de ser moralmente imbécil es tener conciencia. Para lograr conciencia hacen falta algunas cualidades innatas y algunos requisitos sociales y económicos. Lo importante es saber que no todo da igual, porque queremos vivir humanamente bien; estar dispuestos a fijarnos en si lo que hacemos corresponde a lo que de verdad queremos o no; ir desarrollando el buen gusto moral, de tal modo que ciertas cosas nos repugnan de inmediato; y, por último, renunciar a buscar coartadas que disimulen que somos libres y responsables de las consecuencias de nuestros actos.
El puritanismo
Savater aborda el tema del puritanismo con el objetivo de remarcar lo que él considera una confusión o inversión de valores.
El autor pone sobre la mesa la asociación que existe socialmente entre la moral y la sexualidad en términos peyorativos: cuando se habla de que algo es “inmoral”, dice el autor, en la mayoría de los casos se está aludiendo a algo de la esfera de la sexualidad. Sin embargo, afirma Savater, en el sexo no hay nada más “inmoral” que en otros ámbitos de la vida, si las personas involucradas están de acuerdo con lo que está sucediendo en el encuentro, y este no daña a ninguno.
Los puritanos juzgan el darle “mucha importancia” a la actividad sexual como algo que “animaliza” a los hombres, pero, en realidad, cuanto más se separa el sexo de la procreación, menos animal y más humano resulta. El que está realmente “mal”, según Savater, es quien cree que hay algo malo en disfrutar, quienes consideran malo el placer. En este sentido, Savater adhiere a una corriente de pensamiento nietzscheana (de Frederick Nietzsche, filósofo alemán del siglo XIX), que justamente denunciaba un error en la jerarquía de valores del cristianismo puritano.
Lo que se esconde en la obsesión sobre la “inmoralidad” sexual, dice Savater, es el miedo al placer. Eso es una preocupación social histórica porque el placer distrae más de la cuenta. Por otro lado, dice, hay quienes solo disfrutan no dejando disfrutar. Tienen tanto miedo a que el placer les resulte irresistible que la angustia los convierte en calumniadores profesionales del placer.
El ensayo busca remarcar, en torno a este tema, que nada es malo solo por el hecho de que te genere placer hacerlo. El puritano es el que asegura que la señal de que algo es bueno consiste en que no nos gusta hacerlo, el que sostiene que es más meritorio sufrir que gozar. Los puritanos se consideran la gente más moral del mundo, dice el autor, pero su actitud es la más opuesta a la ética.
Para el narrador, es importante no avergonzarse de lo que genera placer al cuerpo y al alma. Hay que disfrutar, usar los placeres sin abusar de ellos, sin permitir que ninguno de ellos borre la posibilidad de los otros. Cuando usas un placer, enriqueces tu vida. Cuando abusas de él, la empobreces, y solo te gusta ese placer para escapar de la vida. Lo máximo que nos puede dar la vida es alegría, y lo que no nos conduce a la alegría es un camino equivocado. La alegría es un “sí” espontáneo a la vida, a lo que somos, a lo que sentimos ser. El placer es deseable cuando sabemos ponerlo al servicio de la alegría, pero no cuando la enturbia o compromete. El límite negativo del placer no es el dolor ni la muerte, sino la alegría: cuando empezamos a perderla por determinado placer, este ya no nos conviene.
Política y ética
El último capítulo del libro se dedica a la política y a su relación con la ética. La ética, dice, es el arte de elegir lo que más nos conviene y vivir lo mejor posible; el objetivo de la política, por su parte, es el de organizar lo mejor posible la convivencia social, de modo que cada cual pueda elegir lo que le conviene. Cualquiera que tenga la preocupación ética de vivir bien no puede desentenderse olímpicamente de la política.
De todos modos, al introducir este tema, Savater profundiza en las diferencias entre una disciplina y la otra. La ética se ocupa de lo que uno mismo hace con su libertad, mientras que la política intenta coordinar de la manera más provechosa para el conjunto lo que muchos hacen con sus libertades. En la ética, lo importante es querer bien. Para la política, lo que cuentan son los resultados de las acciones.
Savater también analiza las implicancias entre una y otra. La ética parte de la libertad, así que la política debería respetar las libertades lo máximo posible, aunque no deje de insistir en las responsabilidades sociales de cada cual. Por otro lado, la política debería fomentar la justicia, que para la ética es un principio básico de la vida buena: es poder ponernos en el lugar de los demás, considerar los intereses ajenos como si fueran propios, y los propios como si fueran de otro.
La única razón para limitar la libertad de un miembro de la sociedad, dice Savater, es impedir que trate a otro como si no fuera una persona. Esto implica cuidar la dignidad, que también es un precepto de la ética: es la condición que puede exigir cada humano para ser tratado como semejante a los demás, sea cual fuere su sexo, etnia, ideas o gustos.
En torno a este tema, Savater también da su opinión sobre la guerra: es el mayor fracaso del intento de “buena vida” entre los hombres. Tomarse al otro en serio es reconocer su dignidad y simpatizar con sus dolores.
Una comunidad política deseable, afirma el autor, tiene que garantizar dentro de lo posible la asistencia comunitaria a los que sufren, pero sosteniendo la libertad y la dignidad de las personas, procurando remediar realmente las carencias y no perpetuarlas bajo anestesia en nombre de una “compasión” autoritaria. Las exigencias mínimas que debe cumplir la sociedad política en una democracia moderna se llaman derechos humanos.
La vida y la muerte
Savater se posiciona, en el libro, en relación con e tema de la muerte. Según él, ser conscientes de que moriremos no debería quitarle sentido a la vida, sino todo lo contrario. En contraposición a posturas religiosas que promueven el sacrificio en la vida en pos de compensaciones en una vida posterior a la muerte, el ensayista hace énfasis en que lo que debe preocuparnos o interesarnos no es si hay vida después de la muerte, sino que haya vida antes, y que dicha vida sea buena, y no simple supervivencia o miedo constante a morir.