“Aquí me tienes, ya acabando estas páginas que te dirijo y sin haber oído el trueno aniquilador de ninguna explosión” (183) (Metáfora)
El epílogo realiza un gesto similar al del “Aviso antipedagógico” que abría el ensayo. Savater enfatiza en que su ensayo no solo no ofrece instrucciones ni soluciones, ni tampoco un recorrido por la historia de la filosofía, sino que, además, ni siquiera es un libro de ética verdaderamente importante. Con la metáfora de la explosión, el narrador busca aludir al carácter un tanto intrascendente de su ensayo: su libro no es, para la historia del pensamiento o de la filosofía, un verdadero hito desestabilizador, ni un quiebre; ni siquiera es algo realmente sonoro o relampagueante en el cielo del pensamiento.
“(...) lo que puede enseñarse le viene muy bien a quien tiene condiciones, pero al ‘sordo’ de nacimiento son cosas que le aburren” (187) (Metáfora)
Savater recurre a otra metáfora para equiparar una capacidad física con una mental: el “sordo” no sería quien efectivamente no puede oír sonido alguno, sino aquel que se niega a escuchar sobre ética o filosofía. Savater cree imposible que su contenido logre llegar a esas personas: el mensaje solo puede ser oído por quien se dispone a oírlo.
“He intentado enseñarte formas de andar, pero ni yo ni nadie tiene derecho a llevarte en hombros” (p188) (Metáfora)
Mediante la metáfora de un padre que enseña a un niño a caminar, pero se niega a cargarlo sobre sus hombros, el narrador enfatiza en un aspecto fundamental de su posicionamiento ético: cada quien debe pensar por sí mismo, desarrollar un criterio y un "saber vivir" que le permita hacer buen uso de su libertad y de su vida en cada decisión que toma. Para eso, es fundamental que cada quien pueda prescindir de una autoridad moral para decidir sobre sus comportamientos. Eso implica ser adulto: caminar por uno mismo y reconocer, también, la responsabilidad que otorga la libertad.