Ética para amador

Ética para amador Resumen y Análisis Capítulo 8-9, Epílogo

Resumen

Capítulo 8: Tanto gusto

En general, cuando la gente habla de “moral” y, sobre todo, de “inmoralidad”, se está refiriendo a algo sexual. Algunos creen que la moral se trata de juzgar la sexualidad de las personas. Pero en el sexo no hay nada más “inmoral” que en otros ámbitos de la vida, si las personas involucradas están de acuerdo con lo que está sucediendo en el encuentro y eso no daña a ninguno. El que está realmente “mal” es quien cree que hay algo malo en disfrutar. No tenemos un cuerpo, somos un cuerpo, y su satisfacción y bienestar hacen a nuestra buena vida.

Una función del sexo es la procreación, pero la experiencia sexual no se limita a eso. Hay quienes juzgan el darle “mucha importancia” a la actividad sexual como algo que “animaliza” a los hombres, pero, en realidad, cuanto más se separa el sexo de la procreación, menos animal y más humano resulta.

Lo que se esconde en la obsesión sobre la “inmoralidad” sexual es el miedo al placer. Esto es una preocupación social histórica, porque el placer distrae más de la cuenta. Por otro lado, hay quienes solo disfrutan no dejando disfrutar. Tienen tanto miedo a que el placer les resulte irresistible que la angustia los convierte en calumniadores profesionales del placer. Nada es malo solo por el hecho de que te genere placer hacerlo. El puritano es el que asegura que la señal de que algo es bueno consiste en que no nos gusta hacerlo, el que sostiene que es más meritorio sufrir que gozar. Los puritanos se consideran la gente más moral del mundo, pero su actitud es la más opuesta a la ética. Para el narrador es importante no avergonzarse de lo que genera placer al cuerpo y al alma. Hay que disfrutar, usar los placeres sin abusar de ellos, sin permitir que ninguno de ellos borre la posibilidad de los otros. Cuando usas un placer, enriqueces tu vida. Cuando abusas de él, la empobreces, y solo disfrutas ese placer para escapar de la vida.

Lo máximo que nos puede dar la vida es alegría, y lo que no nos conduce a la alegría es un camino equivocado. La alegría es un “sí” espontáneo a la vida, a lo que somos, a lo que sentimos ser. El placer es deseable cuando sabemos ponerlo al servicio de la alegría, pero no cuando la enturbia o compromete. El límite negativo del placer no es el dolor ni la muerte, sino la alegría: cuando empezamos a perderla por determinado placer, este ya no nos conviene.

El arte de poner el placer al servicio de la alegría se le llama templanza. Hoy no está de moda; se la quiere sustituir por la abstinencia radical o la prohibición policíaca. La templanza es amistad inteligente con lo que nos hace disfrutar.

Capítulo 9: Elecciones generales

La ética es para intentar mejorarse a uno mismo, no para reprender al prójimo. Hay quienes despotrican contra los políticos (y contra muchos otros colectivos de personas), pero la verdad es que los políticos se parecen bastante a aquellos a quienes representan.

Savater habla de la relación entre ética y política. La ética es el arte de elegir lo que más nos conviene y vivir lo mejor posible; el objetivo de la política es el de organizar lo mejor posible la convivencia social, de modo que cada cual pueda elegir lo que le conviene. Cualquiera que tenga la preocupación ética de vivir bien no puede desentenderse olímpicamente de la política. Igual, son distintas. La ética se ocupa de lo que uno mismo hace con su libertad, mientras que la política intenta coordinar de la manera más provechosa para el conjunto lo que muchos hacen con sus libertades. En la ética, lo importante es querer bien. Para la política, lo que cuentan son los resultados de las acciones.

La ética no puede esperar a la política. La ética parte de la libertad, así que la política debería respetar las libertades lo máximo posible, aunque no deje de insistir en las responsabilidades sociales de cada cual. Un principio básico de la vida buena es poder ponernos en el lugar de los demás, considerar los intereses ajenos como si fueran propios, y los propios como si fueran de otro. Esta virtud se llama justicia. La política debe fomentar la justicia entre los miembros de la sociedad. La única razón para limitar la libertad de un miembro de la sociedad es impedir que trate a otro como si no fuera una persona. A la condición que puede exigir cada humano para ser tratado como semejante a los demás, sea cual fuere su sexo, etnia, ideas o gustos, se llama dignidad. Todos tenemos dignidad y no precio; todos somos insustituibles, no intercambiables como objetos. La guerra es el mayor fracaso del intento de “buena vida” entre los hombres. Tomarse al otro en serio es reconocer su dignidad y simpatizar con sus dolores. Una comunidad política deseable tiene que garantizar, dentro de lo posible, la asistencia comunitaria a los que sufren, pero sosteniendo la libertad y la dignidad de las personas, o sea, procurando remediar realmente las carencias y no perpetuarlas bajo anestesia en nombre de una “compasión” autoritaria. Las exigencias mínimas que debe cumplir la sociedad política en una democracia moderna se llaman derechos humanos.

Muchos de los problemas que se presentan a los millones de personas que habitan el planeta solo pueden ser resueltos de forma global. El actual estado de fragmentación política mundial no hace sino perpetuar los sufrimientos y miserias de gran parte de la población, y entorpecer las soluciones que se proponen. Es favorable la organización de los hombres de acuerdo a su pertenencia a la humanidad, y no de acuerdo a su pertenencia a tribus. Son aborrecibles las doctrinas que enfrentan a unas personas contra otras, como el racismo, los nacionalismos feroces o las ideologías fanáticas, ya sean religiosas o civiles.

Epílogo: Tendrás que pensártelo

El narrador advierte al hijo que no se tome el libro demasiado en serio, pues no se trata de un verdadero libro de ética. Agrega que todo lo que dice se lo debe a otros filósofos que escribieron antes. Su única recomendación es vivir con la pregunta “¿cómo vivir del mejor modo posible?” (184). Afirma que solo es bueno quien siente una antipatía activa por la muerte. No le interesa si hay vida después de la muerte, si no que haya vida antes.

Savater no ha intentado responder la pregunta de cómo vivir del mejor modo posible en el libro, sino que trató de que el lector comprendiera la pregunta. La respuesta la debe buscar cada uno. Vivir no es una ciencia exacta, sino un arte. El vivir bien es distinto para cada quien. Por eso, él no da instrucciones sobre cuestiones concretas. Hay que buscar y pensar por uno mismo, en una libertad sin trampas, responsablemente. Elegir lo que abre y no lo que encierra.


Análisis

En los últimos capítulos del libro, Savater aborda dos temáticas muy importantes ligadas a la ética y la moral: la sexualidad y la política. En cuanto a la sexualidad, el autor realiza un movimiento ya repetido a lo largo del ensayo, que es el de recuperar lo que parece ser el “sentido común” en torno a un tema, el lugar que este suele tener en la discusión pública, para luego discutir con ese concepto o desentrañarlo. Lo que hace Savater es poner sobre la mesa la asociación que existe socialmente entre la moral y la sexualidad en términos peyorativos: cuando se habla de que algo es “inmoral”, dice el autor, en la mayoría de los casos se está aludiendo a algo de la esfera de la sexualidad. Sin embargo, afirma Savater, en el sexo no hay nada más “inmoral” que en otros ámbitos de la vida; quienes piensan eso, en general, consideran mal el placer.

En este sentido, Savater adhiere a una corriente de pensamiento nietzscheana. Frederick Nietzsche, filósofo alemán del siglo XIX, denunciaba un error en la jerarquía de valores del cristianismo puritano. El importante aporte de Nietzsche al pensamiento occidental residió principalmente en su crítica de la cultura, la religión y la filosofía occidental. Dicha crítica, desarrollada en libros como Genealogía de la moral, se basaba en ofrecer una genealogía de los conceptos bases de las distintas instituciones antes mencionadas, y en el análisis de las actitudes morales (positivas y negativas) hacia la vida.

Es esa la línea de pensamiento que retoma Savater cuando, en su ensayo, critica el puritanismo moral y explica que ”no solo es que ‘tenemos’ un cuerpo, como se suele decir (casi con resignación), sino que somos un cuerpo, sin cuya satisfacción y bienestar no hay vida buena que valga” (149). El autor de Ética para Amador se posiciona así en contra de teorías filosóficas racionalistas, que establecen una división en el humano en términos de cuerpo y razón, y sitúan el “bien” y la “virtud” del lado de esta última. Savater se posiciona no solo contra esa jerarquía de valores, sino también contra la división misma: no es que somos mente y poseemos un cuerpo, sino que somos, también, ese cuerpo, y negarse al placer del cuerpo es ir en contra de uno mismo.

El otro tema relevante que toma hacia el final del ensayo es, dijimos, el de la política en su relación con la ética. Lo que hace Savater es enfocarse en la diferencia entre ambos conceptos, y para tal fin recurre a un elemento simbólico: el del semáforo y el comportamiento de los hombres frente a sus señales:

Tomemos un caso trivial: el respeto a las indicaciones de los semáforos. Desde el punto de vista moral, lo positivo es querer respetar la luz roja (comprendiendo su utilidad general, poniéndose en el lugar de otras personas que pueden resultar dañadas si yo infrinjo la norma, etc); pero si el asunto se considera políticamente, lo que importa es que nadie se salte los semáforos, aunque no sea más que por miedo a la multa o a la cárcel. (170)

El ejemplo ilustra el punto clave que Savater procura destacar. Tanto la ética como la política pueden estar de acuerdo en el carácter positivo o negativo de una acción en sí de un individuo en un entramado social. Sin embargo, mientras la ética repara en las intención y la voluntad del individuo al realizar tal o cual acción en determinada circunstancia, la política no se detiene necesariamente en eso. “Para el político, todos lo que respetan la luz roja son igualmente ‘buenos’, lo hagan por miedo, por rutina, por superstición o por convencimiento racional de que debe ser respetada”, dice Savater, para establecer así claramente la contraposición: “a la ética, en cambio, sólo le merecen aprecio verdadero estos últimos, porque son los que entienden mejor el uso de la libertad” (170). La diferencia fundamental, en última instancia, radica entonces en el concepto que Savater destaca en todo su ensayo: la libertad. Este el aspecto de la vida define a las personas ante los ojos de la ética. El carácter políticamente “correcto” o “bueno” de un comportamiento no es necesariamente virtuoso, desde un punto de vista ético, si el hombre que lo realiza actúa movido por una orden, por la rutina, o por mero temor a un castigo. Lo bueno, lo virtuoso, desde el punto de vista ética, radica en que la persona que actúa lo haga consciente de su libertad, y que, sobre esa base, elija actuar de determinada manera.

El epílogo realiza un gesto similar al del “Aviso antipedagógico” que abría el ensayo. Savater enfatiza en que su ensayo no solo no ofrece instrucciones ni soluciones, ni un recorrido por la historia de la filosofía, sino que, además, ni siquiera es un libro realmente importante de ética. “Aquí me tienes, ya acabando estas páginas que te dirijo y sin haber oído el trueno aniquilador de ninguna explosión” (183), dice el narrador, y con la metáfora de la explosión busca aludir al carácter un tanto intrascendente de su ensayo: su libro no es, para la historia del pensamiento o de la filosofía, un verdadero hito desestabilizador, ni un quiebre; ni siquiera algo realmente sonoro o relampagueante en el cielo del pensamiento.

Savater recupera también un pilar del “Aviso antipedagógico”, quizás el punto más importante de aquel apartado, cuando señala: “He intentado enseñarte formas de andar, pero ni yo ni nadie tiene derecho a llevarte en hombros” (188). Mediante la metáfora de un padre que enseña a un niño a caminar pero se niega a cargarlo sobre sus hombros, el narrador busca enfatizar en un aspecto de la ética: cada quien debe pensar por sí mismo, desarrollar un criterio y un “saber vivir” que le permitan hacer buen uso de su libertad y de su vida en cada decisión a tomar. Para eso, es fundamental que cada quien pueda prescindir de una autoridad moral para decidir sobre sus comportamientos. Eso implica ser adulto: caminar por uno mismo y también reconocer la responsabilidad que otorga la libertad.

Algo similar en términos discursivos sucede en el mismo epílogo, cuando el narrador afirma, en relación al “arte de vivir”: “lo que puede enseñarse le viene muy bien a quien tiene condiciones, pero al ‘sordo’ de nacimiento son cosas que le aburren” (187). Savater recurre a otra metáfora para equiparar una capacidad física con una mental, racional: el “sordo” no sería quien efectivamente no puede oír, sino aquel que se niega a escuchar sobre ética o filosofía. Savater cree imposible que su contenido logre llegar a esas personas: el mensaje solo puede ser oído por quien se dispone a escucharlo.

En el epílogo, Savater vuelve a posicionarse en relación con un tema presente en el ensayo: el de la muerte en su contraposición con la vida. Según él, ser conscientes de que moriremos no debería quitarle sentido a la vida, sino todo lo contrario. Ahora, manifiesta: “lo que me interesa no es si hay vida después de la muerte, sino que haya vida antes” (186). En esta frase, se nota una contraposición respecto a posturas religiosas que promueven el sacrificio en la vida en pos de compensaciones en una vida posterior a la muerte. El ensayista hace énfasis en que lo que debe preocuparnos o interesarnos no es si hay vida después de la muerte, sino que haya vida antes, y que dicha vida sea buena, y no simple supervivencia o miedo constante a morir.

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