Resumen
Capítulo 2: Órdenes, costumbres y caprichos
No siempre está claro qué cosas nos convienen para vivir y cuáles no. Cuando hacemos algo, es porque preferimos hacer eso antes que otra cosa. Esto no quiere decir que siempre hacemos lo que queremos.
El narrador habla de Aristóteles para citar su ejemplo en torno a este tema: un navegante lleva mercadería de un puerto a otro y, en medio del trayecto, una tempestad amenaza el barco. La única forma de salvar el barco y la tripulación parece ser arrojar el cargamento. El capitán se pregunta si debe tirar la mercadería o arriesgarse a capear el temporal así, con el barco pesado. Lo que hará, lo hará porque lo prefiere, no porque lo quiera hacer (lo que quiere es llegar con tripulación y la mercadería al puerto). La tormenta es algo que le pasa, que no puede elegir. Lo que puede elegir es el comportamiento a seguir en el peligro que le amenaza. Elegirá lo que crea más conveniente. Es libre de optar en circunstancias que no ha elegido padecer.
Afortunadamente, no estamos tan seguido en la situación del capitán del barco. De hecho, hacemos automáticamente la mayoría de nuestros actos. Lo más cómodo y eficaz es actuar instintivamente y sin hacerse demasiadas preguntas. Tenemos diferentes motivos para las acciones que realizamos. Un motivo es “la razón que tienes o al menos crees tener para hacer algo, la explicación más aceptable de tu conducta cuando reflexionas un poco sobre ella” (43). Cuando actuamos de determinada manera porque alguien nos lo manda o impone, se llama "orden"; cuando el motivo es que solemos hacer siempre eso, que nuestro entorno así lo hace también, y ya lo repetimos sin pensar, se llama "costumbre". Cuando no parece haber un verdadero motivo más que las ganas de actuar así en ese momento, le llamaremos "capricho".
Cada uno de estos tres motivos (órdenes, costumbres, caprichos) inclina nuestra conducta en determinada dirección y explica nuestra preferencia por hacer una cosa antes que otra.
No todos tienen el mismo peso. Hay algunos motivos más “obligatorios” que otros. Las órdenes pesan por el miedo a represalias si uno no obedece, pero también por el afecto o la confianza hacia quien las da, la creencia de que lo hacen por nuestro bien (como las órdenes de los padres). Las costumbres vienen de la comodidad de seguir la rutina y del interés de no contrariar a los demás. Las órdenes y las costumbres tienen una cosa en común: parece que vienen de fuera, que se te imponen sin pedirte permiso. En cambio, los caprichos te salen de dentro, brotan espontáneamente sin que nadie te los mande, y sin que creas imitarlos. Sin embargo, a veces los caprichos surgen, en realidad, de una imitación o de una orden al revés: el deseo de contrariar una orden.
En circunstancias normales puede bastar con hacer lo que le mandan a uno, pero, a veces, lo más prudente es plantearse hasta qué punto resulta aconsejable obedecer. Lo mismo en relación con las costumbres: en algunas situaciones hay que “inventar”, y no limitarse a seguir la moda o el hábito.
El tema del capitán del barco no se soluciona solamente por lo más “funcional”. Funcional sería arrojar del barco a algunos tripulantes y así conservar la mercadería. Y eso, dice Savater, tiene algo repugnante.
Capítulo 3: Haz lo que quieras
La mayoría de las cosas, entonces, las hacemos porque nos las mandan, o porque se acostumbra a hacerlas así, o porque son un medio para conseguir lo que queremos -como tomar un autobús para llegar a algún lado-, o porque nos da el capricho de hacerlas. Sin embargo, en ocasiones importantes, estas motivaciones resultan insatisfactorias.
Hay cuestiones que tienen que ver con la libertad, que es el asunto del que se ocupa propiamente la ética. “Libertad es decidir”, pero también “darte cuenta de que estás decidiendo” (55). Es lo opuesto a “dejarse llevar”. Para eso hay que intentar pensar dos veces qué se va a hacer, preguntarse por qué uno realmente hace algo: por qué hago algo que me mandan si lo considero malo, por qué actúo de determinada manera solo porque los demás así lo hacen, o por qué me dejo llevar por un capricho propio si luego resulta inconveniente para mí mismo.
Puede haber órdenes, costumbres y caprichos que sean motivos adecuados para obrar, pero no siempre. Nunca una acción es buena solo por ser una orden, una costumbre o un capricho. Hay cosas que tengo que razonar, examinar por mí mismo. Nadie será libre por mí. Ser adulto es ser capaz de inventar, en cierto modo, la propia vida, y no simplemente vivir la que otros han inventado para uno. La ética de un hombre libre nada tiene que ver con los castigos ni con los premios repartidos por la autoridad que sea, ya sea humana o divina.
Es fácil ponerse de acuerdo en determinar qué es un “buen” futbolista, pero no cómo es una persona buena en términos morales o éticos. Hay muchas opiniones. A veces se le llama “bueno” a alguien simplemente dócil, que no lleva la contraria y no causa problemas. Para algunos, ser bueno es ser resignado y paciente; para otros, ser emprendedor, original, valiente.
No es sencillo decir cuándo un ser humano es “bueno” y cuándo no lo es. No hay un único “reglamento” para ser buen humano, ni la perona es “instrumento” para conseguir nada. Para determinar si alguien es bueno o malo hay que estudiar las circunstancias particulares, y también las intenciones que mueven los actos, no solo los actos en sí mismos.
La ética se trata, en realidad, de hacer lo que uno quiera.
Análisis
Savater instala en el tercer capítulo una frase que repetirá en varias ocasiones: el “haz lo que quieras”. El objetivo de esta prerrogativa es ir en contra de lo que popularmente puede ser concebido cuando se habla de moral o de ética: un manual de instrucciones o leyes, unos pasos a seguir para ser moral o éticamente bueno en una sociedad. El autor de Ética para Amador quiere enfatizar justamente en la idea contraria, o al menos en la importancia de asumirse a uno mismo responsable de las propias decisiones. No se trata de seguir instrucciones, incluso cuando parece que se las está siguiendo, si no de preguntarse verdaderamente qué significa obrar bien o mal, y qué es conveniente para la propia vida y la de los demás.
“Libertad es decidir, pero también, no lo olvides, darte cuenta de que estás decidiendo. Lo más opuesto a dejarse llevar” (55), dice el autor. Savater hace especial hincapié, a lo largo del libro, en la responsabilidad que otorga la libertad. Vivir una vida ética implica, entre otras cosas, que a la hora de obrar haya que preguntarse por qué se obra de esa manera, pero no detenerse en la primera respuesta. Uno no debe contentarse con pensar que hace algo porque se lo ordenan, o porque está acostumbrado a hacerlo, o porque simplemente le dieron ganas de hacerlo, justamente porque esas respuestas se saltean el hecho de que en verdad hay una libertad que no estamos viendo. Si se lo piensa una segunda vez, aparecen otras preguntas que uno debe hacerse en tanto persona éticamente libre. En el caso de que esté haciendo algo porque me lo ordenaron, según Savater, debería avanzar en cuestionamientos: ¿Por qué obedezco a lo que me ordenan? ¿No debería informarme y decidir por mí mismo? ¿No debería evaluar la conveniencia de seguir una orden, más allá de que esta se proponga como supuestamente “buena” o “mala”? Para Savater, “nunca una acción es buena sólo por ser una orden, una costumbre o un capricho” (57), lo cual empuja a cuestionarnos incluso cuando, en una primera respuesta, la propia acción parece legitimada o justificada por el entorno.
Esa es la libertad que aparece con la adultez. El autor recurre varias veces al ejemplo de la infancia para contrastar con lo que sucede en la vida adulta. Cuando se es un niño pequeño, dice, con poco conocimiento de la vida y de la realidad, basta con la obediencia, la rutina o el capricho. Eso es justamente así porque aún se está dependiendo de alguien. La adultez requiere “inventar” (57). Esta palabra es utilizada reiteradamente por Savater y, en gran medida, ilustra lo que le exige a un adulto que quiera vivir una vida ética: no contentarse con lo que el entorno o la cultura ofrecen (es decir, con la vida que otros han inventado para uno), sino ser capaz de generar pensamientos propios que lleven a la acción.
En el tercer capítulo, Savater ofrece una definición que distingue a la moral de la ética: “La Moral es el conjunto de comportamientos y normas que tú, yo y algunos de quienes nos rodean solemos aceptar como válidas”, señala, mientras que “Ética es la reflexión sobre por qué los consideramos válidos y la comparación con otras morales que tienen personas diferentes” (59). Aunque el interés de Savater que será desarrollado en el ensayo tiene que ver con la Ética, el autor se detiene para definir la moral haciendo una distinción entre el origen etimológico de la palabra, que tiene que ver con las costumbres y las órdenes, y lo que realmente implica emplear bien la libertad, que sería el verdadero significado, ligado al pensamiento ético. Para ello, hace gran hincapié en que “la ética de un hombre libre nada tiene que ver con los castigos ni los premios repartidos por la autoridad que sea, autoridad humana o divina, para el caso es igual” (59). En este sentido, vemos cómo Savater iguala en términos jerárquicos la religión y la Ley, y así profundiza en un sentido que caracteriza su postura filosófica: no es digno de un hombre libre recurrir a ningún tipo de autoridad como justificación de sus actos.
Como mencionamos anteriormente, el título del libro hace referencia explícita a la Ética para Nicómaco o Ética Nicomaquea de Aristóteles. Se trata de una obra escrita en el siglo IV a. C., y es uno de los primeros tratados conservados sobre ética y moral de la filosofía occidental. Su autor, Aristóteles, nacido en Grecia en el 384 a. C. y fallecido en 322 a.C, es considerado uno de los más relevantes filósofos de la Antigüedad, y reconocido como el creador de la ética como disciplina filosófica. El griego utilizó por primera vez el término ética para nombrar un campo de estudio desarrollado por sus predecesores Sócrates y Platón, y que buscaba ofrecer una respuesta racional a la pregunta de cuál es la mejor forma de vivir de los seres humanos. Entre los principales aportes de Aristóteles se encuentra lo que hoy se llama su ética de las virtudes. El filósofo griego enfatizó en la importancia práctica de desarrollar la excelencia (virtud) del carácter, como la forma de lograr lo que finalmente es más importante: una conducta excelente (praxis). Según Aristóteles, las virtudes más importantes son las del alma, principalmente las que se refieren a la parte racional de las personas, y quien posee la excelencia del carácter tenderá a hacer lo correcto, en el momento adecuado y de la manera correcta. La valentía y la correcta regulación de los apetitos corporales son ejemplos de excelencia o virtud de carácter. Así, actuar con valentía y actuar con moderación son ejemplos de actividades excelentes. En la Ética nicomáquea encontramos, por ejemplo, este pasaje:
Tanto la virtud como el vicio están en nuestro poder. En efecto, siempre que está en nuestro poder el hacer, lo está también el no hacer, y siempre que está en nuestro poder el no, lo está el sí, de modo que si está en nuestro poder el obrar cuando es bello, lo estará también cuando es vergonzoso, y eso está en nuestro poder el no obrar cuando es bello, lo estará, asimismo, para no obrar cuando es vergonzoso. (Aristóteles, 2010: 109)
Queda clara la alineación filosófica y ética de Savater para con el filósofo griego, fundamentalmente en la asociación entre ética y libertad: Aristóteles ya postulaba que el obrar bien o mal siempre está “en nuestro poder”, es decir, es una decisión que podemos (y por ende, debemos) tomar por nosotros mismos.
En términos de influencias, también notamos la insistencia de Savater en la expresión “arte de vivir” para hacer alusión a la ética. Esto bien puede conjugarse con la alusión que el autor hace en algunas ocasiones a Erich Fromm, pensador y psicoanalista alemán, y autor de títulos como El arte de amar o El miedo a la libertad. En su libro Ética y psicoanálisis, Fromm declara que “en el arte de vivir, el hombre es al mismo tiempo el artista y el objeto de su arte, es el escultor y el mármol, el médico y el paciente” (Fromm, 1953: 12). Savater parece tomar de este autor, no solamente la expresión del “arte de vivir” y, con él, su implicancia de que vivir es una disciplina que requiere de un saber específico, sino también el hecho de que, en el camino ético, el trabajo no es solamente sobre el objeto, si no también sobre el sujeto mismo. Es decir, es la persona quien, al obrar, diseña al mismo tiempo su comportamiento y su ser; es la persona quien, decidiendo su accionar, se define a sí misma, se moldea éticamente. Al mismo tiempo, la idea de libertad ligada a la autonomía que sostiene Savater puede encontrarse, en gran medida, en el mismo libro de Fromm, donde el alemán declara que “la ética humanista, en contraste con la ética autoritaria, se basa en el principio de que sólo el hombre por sí mismo puede determinar el criterio sobre virtud y pecado, y no en una autoridad que lo trascienda” (Fromm, 1953: 47).
Es en línea con lo anterior que Savater enfatiza en que no puede determinarse qué es ser una persona buena en términos de su “funcionamiento”. Porque no hay un único “reglamento” para ser buen humano, ni las personas son “instrumentos” para conseguir nada. En ese sentido, la ética se distingue de todos los otros saberes, y es en esa especificidad en la que ahonda Savater a lo largo del libro.