Resumen
Capítulo 4: Date la buena vida
Savater declara que hay que dejarse de órdenes y costumbres, de premios y castigos, y pensar a partir de uno mismo. Agrega, además, que no somos libres de no ser libres; no tenemos más remedio que serlo.
Narra la historia bíblica de Esaú y Jacob (Génesis), en la que Esaú cede sus privilegios de primogénito a su hermano Jacob, movido solo por un deseo inmediato de conseguir algo a cambio. A veces los hombres queremos cosas contradictorias, que entran en conflicto entre sí. Hay que diferenciar entre lo que a uno en un momento le apetece y lo que uno realmente quiere. La ética es el intento racional de averiguar cómo vivir mejor como humano.
Ser humano, por su parte, consiste principalmente en tener relaciones con otros seres humanos. Contrario a otros animales, que ya nacen sabiendo cómo ser lo que son, el ser humano es ser humano porque los demás le ayudan a serlo. No es solamente una realidad biológica y natural, sino también cultural. No hay humanidad sin cultura y sin su base, el lenguaje. Nadie aprende a hablar por sí solo, porque el lenguaje no es una función natural, sino una creación cultural que heredamos y aprendemos de otras personas. La humanización es un proceso recíproco. Darse la buena vida no es muy distinto a dar la buena vida.
Capítulo 5: ¡Despierta, baby!
Está claro que queremos darnos la buena vida; lo que no está tan claro es en qué consiste eso. La vida es compleja. No se trata de tener cosas. Hay quienes, como el protagonista de la película Ciudadano Kane, de Orson Welles, se obsesionan por las cosas y el dinero al punto de tratar a las personas como si fueran cosas. Y el mismo trato terminan recibiendo. El tema es que, como no somos cosas, necesitamos más que cosas de los demás. Necesitamos amistad, respeto, amor, y solo las personas pueden brindárnoslo. Tratando a los demás como personas tendremos, a priori, el respeto de una persona, esto es, de nosotros mismos, ya que estamos defendiendo nuestro derecho a no ser cosas. Kane, el protagonista de la película, consiguió todo lo que había oído decir que hacía feliz a una persona -dinero, poder, influencia, servidumbre-, y descubrió finalmente que a él le faltaba lo fundamental: el auténtico afecto, el respeto y el amor de personas libres, personas a las que él tratara como personas.
Se trata de intentar comprender: comprender por qué ciertos comportamientos nos convienen y otros no; comprender de qué va la vida y qué puede hacerla buena para nosotros, los humanos.
Análisis
En estos capítulos, Savater comienza a profundizar en el hecho de que “no se trata de pasar el tiempo, sino de vivirlo bien” (70). Para ello, ahonda en la noción de “vivir bien”, procurando explicar qué significa en términos éticos. Por supuesto que, como a lo largo de todo su ensayo, tendrá un papel preponderante la libertad: “No somos libres de no ser libres” (70), afirma ahora más rotundamente. Incluso si se opta por obedecer a un tirano, o actuar de tal manera solo porque lo hace la gente a tu alrededor, uno sigue optando. Eso que hacemos lo hacemos porque queremos, en pleno uso de nuestra libertad. No renunciamos a elegir, sino que elegimos no elegir por nosotros mismos. Este concepto filosófico alude a la célebre frase del francés Jean Paul Sartre, quien, en El existencialismo es un humanismo, sentencia que estamos condenados a la libertad. Sartre es uno de los más importantes filósofos y escritores del siglo XX, exponente del existencialismo y del marxismo humanista. La filosofía sartriana se centra en el concepto de libertad y en su sentido concomitante de la responsabilidad personal. En su ensayo, Savater retoma y enfatiza las ideas sartrianas: siempre somos libres, incluso cuando creemos que no lo somos, porque no podemos sino ser libres: es una condición humana, es aquello que justamente, como se decía en el primer capítulo, nos distingue del resto del mundo animal.
Cuando Savater dice que la ética es “hacer lo que uno quiera”, está hablando de tomarse en serio el problema de la libertad. No se trata de una cuestión restrictiva: “no hagas caso a los tristes ni a los beatos, con perdón: la ética no es más que el intento racional de averiguar cómo vivir mejor” (76). Ese vivir mejor implica un saber, ya que el hacer lo que uno quiera no es hacer lo primero que a uno le den ganas de hacer: muchas veces, ambas cosas no coinciden.
En el libro son comunes las anécdotas o historias a las que recurre Savater a modo de analogías, de ejemplos de aquello que quiere explicar. En este caso, para explicar la diferencia entre lo que se quiere en el momento y lo que realmente se quiere, Savater recurre a un relato bíblico, en el uno de dos hermanos cede al otro el privilegio de la primogenitura por tan solo una cena, puesto que en ese momento tiene hambre. “¿Eran esas lentejas lo que Esaú quería de veras o simplemente lo que le apetecía en aquel momento?” (73), se pregunta Savater. En el relato, el primogénito pierde algo muy valioso por el solo hecho de ceder ante su deseo inmediato. Este ejemplo es bastante ilustrativo para explicar las consecuencias de confundir aquello que se quiere con aquello que solo se anhela en el momento. “A veces los hombres queremos cosas contradictorias que entran en conflicto unas con otras”, dice el filósofo, para establecer que “es importante ser capaz de establecer prioridades y de imponer una cierta jerarquía entre lo que de pronto me apetece y lo que en el fondo, a la larga, quiero” (74). Esa capacidad de establecer prioridades y jerarquías a la que hace alusión el autor es justamente parte importante del aprendizaje del camino ético. Ese saber debe desarrollarse al interior de cada uno, y debe comprender y analizar las circunstancias de cada caso.
Este tipo de cuestiones vuelven complejo el pensamiento ético: no hay manuales ni instructivos capaces de establecer lo que debe elegirse en cada caso, sino que la ética se trata de desarrollar el saber que permite distinguir la mejor opción en cada oportunidad.
Este tema le permite a Savater introducir otro asunto importante para la ética: la muerte. Según él, Esaú, en el relato bíblico, malentiende la idea de la muerte: el hecho de saber, de ser conscientes de que moriremos, no debería quitarle sentido a la vida, sino todo lo contrario. En este sentido, el posicionamiento de Savater puede estar apoyándose en la Ética de Baruch Spinoza, filósofo neerlandés del siglo XVII y uno de los principales pensadores de la Ilustración, quien afirmaba que “un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida” (Spinoza, 2012: 103).
Savater explicita conceptos fundamentales, como que el hombre no es solo una realidad biológica, sino también cultural, y que, por ende, se desarrolla gracias a una cultura y un lenguaje que le permiten comunicarse con otros y hacerse a sí mismo en esa comunicación. Es la realidad social del humano la que le hace afirmar que “la buena vida humana es buena vida entre ser humanos o de lo contrario puede que sea vida, pero no será ni buena ni humana” (77). El ejemplo que toma es el del argumento de la película Ciudadano Kane, de Orson Welles. La película sigue la vida de un multimillonario que durante toda su vida solo aspira a conseguir más dinero y más poder, para, al final, en su lecho de muerte, acabar pronunciando como última palabra el nombre del humilde trineo que poseía en su infancia. Savater retoma de la película el hecho de que es imposible, para el ser humano, una felicidad individual: quien usa a los demás o procura tratarlos como objetos sufre luego las consecuencias de esa infelicidad, de la falta de amor y relación humana. “Los humanos nos humanizamos unos a otros” (91), afirma Savater en el quinto capítulo, y es eso lo que, según él, se le olvidó al protagonista de la película de Welles. Al final de su vida, Kane descubre que “le faltaba lo fundamental: el auténtico afecto, el auténtico respeto y aun el auténtico amor de personas libres, de personas a las que él tratara como personas y no como cosas” (92). Ese concepto Savater lo retoma de Hegel, filósofo alemán de principios del siglo XIX. En la Fenomenología del espíritu, Hegel concibe un proceso de formación a partir del cual el sujeto se produce como sujeto ético. Solo a través de la experiencia este se desarrolla espiritualmente, llegando a la verdad. Esa experiencia es intersubjetiva, puesto que la libertad de los sujetos, según Hegel, se realiza en el reconocimiento mutuo; reconocimiento, traduciría Savater, a partir del cual una persona reconoce a la otra como alguien igual de libre y autónomo que uno mismo.