Resumen
Libro I: Un justo (Capítulo 1 “M. Myriel” a Capítulo XIV “Lo que pensaba”)
La historia comienza con una descripción de monseñor Carlos-Francisco-Bienvenido Myriel, obispo de Digne. Él nació como hijo de la noblesse de robe (nobleza de toga, en español, parte de la aristocracia francesa) impregnada de poder y privilegios. Myriel era un hombre apuesto y querido, que se casó a una edad temprana y del que se esperaba que heredase la posición de su padre. Sin embargo, la tragedia llamó a su puerta: la Revolución Francesa destruyó el prestigio y el poder de su familia, lo que lo obligó a huir de su hogar. Su esposa murió mientras él estaba en el exilio, dejándolo sin hijos y solo. Si bien estas experiencias podrían haberlo convertido en un hombre duro e insensible, tuvieron el efecto contrario. Se hizo sacerdote y dedicó todos sus esfuerzos a la justicia y a mejorar la vida de los pobres, comportándose siempre con humildad, bondad y buen humor.
Una de las historias que se cuentan sobre Myriel es que obtuvo el obispado después de un encuentro casual con Napoleón. "Señor (...) vos miráis a un hombre bueno, y yo miro a un grande hombre. Cada uno de nosotros puede aprovecharse de lo que mira" (p.4), le dijo Myriel a Napoleón. Unos días después, Myriel descubrió que le habían otorgado el prestigioso obispado de Digne.
Llega a Digne acompañado de su hermana, la señorita Baptistine. Ella es alta, delgada e iluminada por la bondad de su espíritu. A ellos se les une su sirvienta, la señora Magliore, una pragmática señora mayor, siempre ocupada y que adora a sus hermanos.
El palacio del obispo de Digne es un lugar magnífico: vastos jardines, suntuosos comedores y numerosos dormitorios de lujo. Está ubicado al lado del hospital, un pequeño edificio estrecho. Después de enterarse del sufrimiento en el hospital durante las epidemias y otros momentos de crisis, el obispo Myriel decide que el hospital se traslade a su palacio mientras él, su hermana y su sirviente se mudarán al antiguo hospital.
El obispo Myriel gasta la gran mayoría de su generosa asignación de obispo en causas caritativas (como alimentos para pacientes de los hospitales, sociedades de maternidad y orfanatos) y reserva una pequeña porción para mantener a su hermana, la señora Magliore, y a él mismo. Cuando le ofrecen dinero para que alquile un carruaje para sus viajes, lo dona inmediatamente a la caridad. Myriel despierta el asombro de muchos cuando viaja a una ciudad cercana en un burro, un medio de transporte inadecuado para un hombre de su alto rango. Al mismo tiempo, Myriel convence a los ricos de su región para que den más de su parte a los pobres, aunque la pobreza y la necesidad de la región son tan graves que este será un proyecto a largo plazo. Myriel es creativo y eficaz en la resolución de problemas entre los muchos distritos de su vasto obispado, y trata a todos como iguales.
Tampoco se siente intimidado por los violentos o peligrosos. Cuando va a la celda de un asesino condenado, que está lleno de rabia y dolor, y totalmente falto de remordimiento por sus crímenes, Myriel se sienta a su lado toda la noche y le habla con la ternura de un padre o un hermano, ayudándolo a reconciliarse con su vida y a afrontar la muerte con calma. Myriel está totalmente en contra de la ejecución del hombre en la guillotina; él desprecia las leyes que exigen la pena de muerte.
Además, el obispo es un hombre erudito y culto. Cuando no está atendiendo a su gente, estudia la Biblia en diferentes idiomas y lee los trabajos de oscuros teólogos. Sus dos únicas indulgencias son mantener una casa impecablemente limpia y conservar en buen estado algunos artículos hechos de plata, incluidos cuchillos, tenedores y dos hermosos candelabros que heredó de una tía abuela. A pesar de estos preciados tesoros, Myriel nunca cierra las puertas por la noche: quiere estar disponible para cualquier persona que lo necesite en todo momento.
Un incidente de lo más particular ocurre cuando el obispo Myriel planea viajar a una aldea remota para predicar: lamentablemente, esta zona está plagada de bandidos tan salvajes que recientemente han robado una catedral. Sin importarle su propia seguridad, el obispo Myriel les dice a sus feligreses preocupados que confía en Dios y parte en este peligroso viaje. Los bandidos no le hacen daño y, lo que es más notable, devuelven los objetos robados de la catedral para que Myriel pueda llevar adelante sus servicios religiosos.
A pesar de su bondad, Myriel no está exento de defectos. Va de mala gana al lecho de muerte de un revolucionario anciano (uno que participó en el violento levantamiento de la Revolución Francesa) para ofrecer los últimos ritos. Discute con el hombre sobre el daño causado por la revolución. El viejo revolucionario sostiene que esto fue un sacrificio necesario para la gente común de Francia, que ha estado oprimida durante demasiado tiempo. Myriel nunca acepta del todo el argumento revolucionario, pero abandona este encuentro con un compromiso aún más profundo con los pobres.
Myriel es un hombre de una fe profunda y sencilla. No le importa mucho la ambición y el esfuerzo que tienen muchos obispos, sino que se centra en amar a las personas que lo rodean.
Libro II: La caída (Capítulo 1 “La noche de un día en marcha” a Capítulo 13 “Gervasillo”)
Un extraño harapiento apa rece en la ciudad de Digne. Intenta encontrar alojamiento y comida en una posada local, pero es imposible: el hombre se llama Juan Valjean y es un ex convicto. Ninguna posada alimentará u hospedará a un hombre con antecedentes penales, y las noticias sobre su estado circulan rápidamente en la pequeña ciudad. Desesperado, llama a la puerta de la prisión para pedir alojamiento para pasar la noche, pero le dicen que la única forma de entrar es que lo arresten nuevamente. Pide un vaso de agua en una casa particular, pero el hombre amenaza con dispararle si no se va. Valjean no puede encontrar comida ni refugio de la noche y el frío.
Valjean se acuesta en un banco del parque. Una mujer amable le ofrece algunas monedas y una sugerencia: que vaya a la casa del obispo Myriel. Valjean llega a la casa justo cuando Myriel, su hermana Baptistina y su sirvienta la señora Magliore se están sentando a cenar. La señora Magliore está horrorizada por la aparición de este extraño andrajoso; ha oído rumores de un vagabundo desaliñado en la ciudad y teme que pueda robarles o lastimarlos. Juan Valjean explica su desesperada situación, y Myriel lo invita a cenar con ellos. Juan Valjean está asombrado por la amabilidad del obispo.
Valjean acaba de cumplir diecinueve años de prisión; cinco por robar una barra de pan para alimentar a sus sobrinos hambrientos y catorce por una serie de intentos de fuga. Su encarcelamiento lo ha llevado a despreciar las desigualdades en la sociedad y a desarrollar una profunda aversión hacia la mayoría de la gente. Incluso su liberación no conlleva satisfacción alguna. Una vez que la gente descubre que es un ex convicto, no quieren contratarlo ni tener nada que ver con él.
El obispo Myriel es la gran excepción. Permite que Valjean se quede en su casa, ofreciéndole una cómoda cama cerca de la suya. Valjean espera hasta que la familia se duerme y luego va al armario donde se almacenan los artículos de plata y los vacía en su mochila, escapando de la casa.
Myriel no se inmuta cuando se descubre a la mañana siguiente el robo de la plata y la repentina desaparición de Valjean. Comenta que la plata se ha ido a beneficiar a gente necesitada. Cuando Valjean es arrastrado a la casa por la policía, Myriel describe públicamente el robo como un regalo; le trae los candelabros de plata a Valjean, reprochándole que se haya olvidado estos valiosos objetos. Los policías liberan al asombrado Valjean. Antes de dejar que Valjean siga su camino, Myriel le dice que debe usar estos fondos para convertirse en un hombre honesto, porque Myriel compró el alma de Valjean del mal y se la dio a Dios. Valjean se encuentra con un niño que lanza una moneda al aire y, sin pensarlo, le roba la moneda. La repulsión que experimenta ante este acto le demuestra que ha cambiado; siente mucha culpa y se da cuenta de que ya no puede vivir una vida delictiva.
Libro III: En el año 1817 (Capítulo 1 “El año 1817” a Capítulo 9 “Alegre fin de la alegría”)
El autor prepara el escenario para este capítulo describiendo los diversos eventos culturales, sociales, políticos e intelectuales del año 1817. El verdadero enfoque, sin embargo, está en la vida de una joven llamada Fantina.
Fantina ha crecido en la pobreza; sin embargo, es una gran belleza, con cabello rubio dorado y dientes blancos. Su belleza es, a su vez, realzada por su pureza y dulzura. Sin embargo, no puede permanecer casta por mucho tiempo. Ella sale con un joven llamado Tholomyes, mientras sus amigas Dahlia, Favorite y Zephine hacen lo propio con otros amigos de Félix. Tholomyes es un estudiante en París y es conocido tanto por su humor grosero como por su dedicación a una vida de indulgencia.
Los cuatro jóvenes invitan a las cuatro jóvenes a pasar un día agradable en el campo y una cena romántica a la luz de las velas. Los hombres insinúan que tienen una sorpresa para las damas, pero continúan ocultándola. Durante la cena, Tholomyes expone algunas de sus ideas: cree que todos los hombres deberían acostarse con muchas mujeres, y que las mujeres deberían abandonar el matrimonio. Los hombres salen de la habitación, diciendo que es hora de mostrarles a las mujeres su sorpresa. Pasa un rato y luego llega una carta. La carta dice que los hombres han vuelto con sus padres para asumir su fortuna y que nunca volverán a ver a las damas. Dahlia, Zephine y Favorite se ríen de esta broma cruel pero ingeniosa. Sin embargo, Fantina está devastada: ha dado a luz al hijo de Tholomyés, un bebé de aproximadamente un año.
Libro IV: Confiar es, a veces, entregarse (Capítulo 1 “Una madre que se encuentra con otra” a Capítulo 3 “La alondra”)
Dos niños juegan con los restos de una máquina de guerra que quedó de la batalla de Waterloo mientras su madre (una mujer fuerte y robusta) los cuida. Se acerca una mujer harapienta; es Fantina, reconocible por su cabello rubio y dientes blancos, cargando a su pequeña hija. Después de ser abandonada por Tholomyes, Fantina ha atravesado momentos difíciles. No puede encontrar trabajo y se ha visto obligada a vender todas sus finas posesiones para pagar sus deudas. Ha decidido dejar París y regresar a su pueblo natal, pero no puede llevarse a su hija con ella. No tendrá ninguna posibilidad de encontrar un buen trabajo si se sabe que tiene una hija ilegítima.
Su pequeña hija Cosette va a jugar con las otras dos niñas. Al verlos juntas, Fantina le pregunta vacilante a la mujer si estaría dispuesta a cuidar a su hija por un tiempo. Fantina tiene la esperanza de que su hija sea tratada tan bien como estos niños felices y limpios, y se ofrece a pagarle a la mujer una pequeña tarifa cada mes por este servicio. La mujer, que se llama señora Thenardier, consulta con su marido y le piden a Fantina una suma superior, que ella acepta por desesperación.
Cuando Fantina se marcha, la señora y el señor Thenardier se felicitan por la astuta trampa que le han tendido. Los Thenardier son gente codiciosa y egoísta. Si bien no son del todo criminales, son aptos para engañar a la gente y actuar de manera cobarde. Sin embargo, adoran a sus hijas, que se llaman Eponina y Azelma.
Los Thenardier valoran a Cosette únicamente como fuente de ingresos y como sirvienta. A pesar de su corta edad (todavía no ha cumplido los cinco años), la obligan a realizar la mayoría de las tareas del hogar. La gente del pueblo a menudo la ve temprano en la mañana, barriendo el suelo frente a la casa. Los Thenardier extorsionan cada vez más a Fantina, especialmente cuando descubren que Cosette es una hija ilegítima. De esta forma, la niña crece privada de afecto, y se le da solo lo suficiente para comer y vestirse, es decir, para sustentar las necesidades más básicas.
Análisis
Puede parecer extraño dedicar varias de las primeras páginas de una novela a la caracterización de un personaje relativamente menor (Myriel solo aparece en estos capítulos). Así y todo, este obispo de buen corazón nos ofrece los lineamientos generales de algunos conceptos que serán muy importantes a lo largo de toda la novela como, por ejemplo, el de bondad y el de integridad moral.
El autor utiliza una serie de anécdotas para desarrollar el personaje de Myriel. El lector se queda con una imagen inolvidable de abnegación, amabilidad, buen humor y generosidad. Aun así, Myriel no es una caricatura; actúa con frialdad hacia el revolucionario moribundo, quizás porque este hombre participó en el violento levantamiento que destruyó a la familia de Myriel y causó miles de muertes en Francia. A partir de este episodio de Myriel con el moribundo, Víctor Hugo también nos está anticipando cuál será el tratamiento que le va a dar a los acontecimientos históricos de Francia: los analizará desde todo punto de vista, es decir, tanto a partir de sus consecuencias positivas como negativas. Parte del realismo que podemos encontrar en esta novela está relacionado con la sinceridad y honestidad intelectual con la que se analizan estos procesos históricos de Francia que, por supuesto, beneficiaron a unos, pero también perjudicaron seriamente a otros. En palabras del crítico literario Fernando Gregh: "(...) con él [Víctor Hugo], por primera vez un gran escritor bajaba a comprender la hez de la sociedad" (p.XXIII). De esta forma, podemos decir que Los miserables es una de las primeras novelas en reflejar de una manera tan realista el complejo entramado social de la Francia del siglo XIX, y no solo lo hace narrando las diferentes clases sociales a las cuales pertenecen los personajes, sino también exponiendo las contradicciones internas de cada uno de ellos.
Valjean, por su parte, es un ejemplo de las muchas vidas que se ven asfixiadas por la pobreza. Es difícil condenar su crimen original (el robo de pan para alimentar a los hijos de su hermana); también es difícil culparlo por el enojo que siente por su duro castigo por esta infracción menor. Ha perdido diecinueve años de su vida por este pequeño robo y por los intentos de fuga alimentados por la desesperación. Para cuando es liberado, la mayor parte de su vida se ha desvanecido. Incluso después de conocer al obispo Myriel, la decisión de Valjean de llevar una vida de bondad no le resulta fácil. Tiene muchas razones para odiar a la sociedad y para ganarse la vida delinquiendo. Aquí se pone en relieve uno de los grandes temas de la novela: la injusticia social. Valjean robó un pedazo de pan para dárselo a sus sobrinos porque la pobreza y la desigualdad social que hay en ese momento lo forzó a hacerlo. Diecinueve años en prisión por ese delito resulta una exageración. En este ejemplo podemos ver cómo la injusticia social, reflejada en el desempleo y la pobreza, lleva a las personas a un estado de desesperación tan que acaban delinquiendo. Así y todo, la injusticia social también se refleja en el abuso de poder del sistema judicial, que condena a diecinueve años de prisión a un hombre simplemente por robar un pedazo de pan para que sus sobrinos no pasaran hambre.
La novela luego enfatiza respecto de la inocencia y la bondad de Fantina, a pesar de su complacencia en el sexo extramarital. Se convierte en víctima del sexismo y el clasismo; ama profundamente a Tholomyes, pero él la ve como desechable debido a su falta de posición social. Ella no tiene absolutamente ningún recurso para hacerle asumir la responsabilidad de su pequeña hija. Debido al terrible estigma de la maternidad en soltería, solo puede ganarse la vida dejando a su hija con extraños. En ese sentido, está claro que son las circunstancias las que fuerzan a Fantina a actuar de esa forma. La injusticia social también se refleja en el poder y la impunidad que tiene una clase social sobre otras. Por ejemplo, el hecho de que Tholomyes pueda abandonar a Fantina, madre de su pequeña hija, sin ninguna consecuencia está relacionado con el hecho de que él es hombre y pertenece a la clase social alta mientras que Fantina es mujer y es de clase social baja. Dicho de otra forma, el orden social de aquella época era definitivamente injusto para con los pobres y las mujeres, relegándolos a una posición casi sin derechos. Fantina, como mujer pobre, no tiene herramientas ni legales ni sociales para exigirle a Tholomyes que se haga cargo de su hija y, por esa razón, caerá en una pobreza aún más extrema.
A través de las historias de vida de Fantina y Valjean, Víctor Hugo ofrece una poderosa crítica a la sociedad que permite a las personas caer en estados de pobreza y desesperación, en los que la única opción es recurrir a una vida delictiva para sobrevivir. A propósito de esto, podemos observar dos ejemplos bien claros: por un lado, la exclusión social de Valjean debido a su condición de ex convicto, y, por otro, en la lucha de Fantina por mantenerse de forma honesta a pesar de sus penurias. Sin embargo, a pesar de estas fuerzas sistémicas que desgarran el tejido social, Víctor Hugo nos sugiere que es posible elegir una vida de bondad y caridad. La integridad moral jugará un papel decisivo a lo largo de toda la novela y sin duda Valjean será el ejemplo más emblemático de esto. Por otro lado, Víctor Hugo también sugiere que, más allá de la desgracia en la que un personaje pueda caer, siempre hay una elección, siempre se debe elegir entre el camino del mal y del bien, y que nunca es tarde para volver atrás y retomar por la senda de la integridad moral. Lo más interesante de esto es que Víctor Hugo no asocia a este camino de la rectitud moral con lo que determina la justicia o la religión, sino más bien con una idea de sentido común, una fe casi abstracta. O como señala Javier Peñalosa en el prólogo: "Se diría que lo más grande de su fe es su fe en sí mismo" (p.XXIII). De esta forma, Víctor Hugo tocará temas como la religión y la justicia, pero lejos de tomarlas como una brújula moral para la sociedad, las analizará exhaustivamente, poniendo en evidencia sus virtudes, sus defectos y sus contradicciones. La integridad moral tendrá que ver con otra cosas, con un sentimiento mucho más profundo y personal.