La religión
La mirada sobre la religión en esta novela es crítica. Los personajes que son parte de la Iglesia son quizá aquellos cuya fibra moral resulta más cuestionada en la obra. Aún aquellos que no cumplen un papel oficial dentro de la institución utilizan la religión para su propia conveniencia, de un modo que carece de autenticidad y que ha perdido todo vínculo con los auténticos valores cristianos.
Uno de los ejes en las reformas religiosas que aparecen a partir de Lutero y Erasmo es el ejercicio de lo religioso en el ámbito privado. Durante la Edad Media no hay una separación entre lo privado y lo público, pero, a partir de la fuerza que cobra el individualismo en el Renacimiento, ambos mundos se escinden y el espacio privado es donde el individuo se puede encontrar verdaderamente con lo divino.
Está ampliamente documentada la influencia que ejerció Erasmo en España. Sus escritos se difundieron rápidamente por el territorio y pronto fueron prohibidos por la Inquisición. Para Erasmo, la Iglesia promueve un ejercicio de la religión ceremonial y supersticiosa que se contrapone a un verdadero cristianismo. El camino que propone Erasmo es el ejercicio privado de la religión, en el que hay lugar para un diálogo íntimo con Dios, para una lectura personal de las Escrituras y para la imitación de las enseñanzas del Evangelio en las relaciones sociales. El uso de la ironía y la sátira, acorde al tono que utiliza Erasmo en sus escritos, nos llevan a pensar que el autor de El Lazarillo tenía en mente sus ideas, particularmente las expuestas en Elogio a la locura, al momento de escribir su novela.
En El Lazarillo de Tormes, los personajes que cumplen una función dentro de la Iglesia viven la religión desde un lugar que carece de autenticidad. Incluso, por momentos su acercamiento es mercantilista. Otros personajes, como el mendigo, también utilizan la superstición y las plegarias anquilosadas para lucrar.
Por su parte, Lázaro parece establecer una relación privada con la religión, como cuando habla de realizar una “secreta oración”. Asimismo, en sus pedidos a Dios podemos apreciar un lenguaje llano, desprovisto de las formas fijas o habituales de las plegarias. No obstante, Lázaro está lejos de ser un ejemplo de virtud en este aspecto, porque muchas veces sus plegarias son contrarias a los valores cristianos y buscan únicamente su provecho.
La movilidad social
La capacidad de medrar (mejorar la situación económica o social) atraviesa toda la obra. Es más, el camino que hace el protagonista es precisamente ese: consigue encontrar su lugar dentro del entramado social a partir de los aprendizajes que adquiere a lo largo del camino.
En el siglo XVI, España experimenta una serie de cambios en las relaciones económicas que lo acercan a un sistema capitalista. Como consecuencia, el modelo social cerrado y estamental se transforma en uno abierto y competitivo en el que el ascenso social es posible. De todas maneras, la obra retrata una época en la que todavía conviven los viejos valores aristocráticos conservadores con esta nueva concepción en la que el mérito personal puede conducir a una mejora en la posición de un individuo dentro de la sociedad.
En comparación a otros países en Europa, a España le va a llevar más tiempo alejarse de un modelo estamental. En parte, la persecución a los judíos contribuye a la valoración del linaje, por lo menos en cuanto a la limpieza de la sangre. Basta con probar que se es “cristiano viejo” para poder participar de actividades productivas y, por ejemplo, ser parte de las empresas de conquista. Sin embargo, no es poca cosa tal demanda y, por ese motivo, se genera un comercio en torno a los documentos que certifican el origen. Asimismo, una gran porción de la sociedad todavía se aferra en esta época a las costumbres que establecen que quienes tienen un linaje noble no deben participar de tareas manuales, tradicionalmente reservadas para judíos conversos o musulmanes. Este mismo sector de la sociedad se aferra también a valores aristocráticos anacrónicos que parecen anular o contradecir la posibilidad de un ascenso social.
Desde una perspectiva aristocrática, Lázaro no medró porque, si bien es innegable que su situación económica mejoró, la deshonra en la que está envuelto (recordemos que hay rumores de que su esposa es amante del arcipreste) niega la posibilidad de un auténtico ascenso social. Para Lázaro, sin embargo, ser “cornudo” de ninguna manera anula su duro camino a la cima.
La pobreza
A partir del siglo XVI, las ciudades se convierten en centros productivos y su población crece aceleradamente. El modelo capitalista requiere mano de obra, lo que contribuye al crecimiento poblacional en los centros urbanos. Esto genera un nuevo tipo de pobreza, que se torna tan problemático en algunas ciudades que el Estado se ve obligado a regular la mendicidad.
Durante la Edad Media, la mirada sobre la pobreza era más benévola, dado que a los pobres les estaba prometido el cielo. Además, los estamentos no permitían que el pobre cambiara su condición. Sin embargo, a partir de los cambios económicos que posibilitan el ascenso social y demandan mano de obra, la concepción de la pobreza cambia. Para el siglo XVI, la mendicidad estaba institucionalizada: aquellos que no podían trabajar debían vivir de la limosna y el resto de la sociedad asumía esa carga a través de la caridad. El mendigo no era indeseable y la caridad era un modo de mostrar la holgura económica y la práctica de la caridad como valor cristiano. Es decir, la relación entre mendigos y quienes daban limosna era recíproca.
No obstante, la creciente pobreza de las ciudades genera un nuevo tipo de mendigo, que no goza del mismo reconocimiento social. Se trata de los “falsos mendigos” que simulan enfermedades, se disfrazan de peregrinos e intentan evitar a toda costa el trabajo. Para finales del siglo XVI, era tal el número de mendigos en algunas ciudades que se tuvo que regular a través de licencias que permitían a un número reducido de personas vivir de la limosna. Los huérfanos constituían gran parte de la población mendicante.
Todo esto lo vemos plasmado con realismo en la obra. El primer amo de Lázaro es un ciego, un tipo de mendigo que gozaba de especial consideración en la sociedad. El mismo Lázaro, por su parte, pasará a pedir limosna cuando se convierta en huérfano de padre y su madre se vea obligada a encargarle su cuidado a este ciego. Asimismo, como mencionamos anteriormente, la historia del protagonista lo llevará a ascender socialmente y lo veremos ejercer, a lo largo del camino, distintos oficios que el nuevo orden económico y social habilita para personas como él.
El individualismo
Los cambios económicos y sociales dan lugar a un nuevo valor: el mérito personal. La concepción vital que se inaugura en la época pone en el centro las libertades individuales, ya que la persona no está más determinada por la jerarquía que heredó, sino que puede transformar su realidad a partir de su propia capacidad. Asimismo, la revitalización de la cultura clásica, que el humanismo instala, pone al hombre en el centro y contribuye a elevar la figura del individuo.
Sin embargo, el individualismo y la exaltación de la libertad personal no se pueden leer únicamente en clave positiva. No solo los propios méritos determinan el medrar; los propios pecados conducen a las dificultades con las que le individuo se enfrenta. La conciencia de la libertad personal hace a cada individuo responsable de sus actos. En este sentido, Lazarillo reconoce constantemente a lo largo del relato los pecados de los que es culpable, y que él considera son la causa de gran parte de los males que experimenta. Es decir, el individualismo conduce al reconocimiento del papel que cada uno juega en su propio destino, tanto para bien como para mal.
El Lazarillo de Tormes es una obra cuyo fin es pedagógico. Esto quiere decir que, al finalizar la lectura, hay una serie de aprendizajes que el lector atento puede llevarse consigo. En consonancia con el individualismo como tema central de la obra, uno de ellos es la conciencia de la responsabilidad que cada individuo tiene con respecto a su propio destino.
La honra
En el siglo XVI, en España, una gran porción de la sociedad se encuentra a medio camino entre las estructuras estamentales medievales y el nuevo orden que empieza a moverse hacia el capitalismo, donde impera el burgués. Se trata de la figura del hidalgo, cuyo origen noble no le permite trabajar para vivir, pero cuya función social y política es obsoleta. Esa porción de la sociedad todavía atesora valores que resultan anticuados, pues en un mundo donde el ascenso social y el mérito personal es altamente valorado, los hidalgos todavía valoran la honra.
¿Por qué resulta anticuado o anacrónico el valor de la honra? Principalmente, porque se trata de un valor enraizado en el linaje. Pensemos que, durante este siglo, por miedo a la persecución de todos aquellos que no pudieran probar ser cristianos viejos, se falsificaban e incluso se comerciaban papeles que probaban un origen falso. A ese punto se había degradado el valor del linaje. Por otra parte, de poco servía tener un origen noble si se estaba sumido en la pobreza y la inactividad. Es por eso por lo que los viejos valores se ponían en duda, entre ellos, la honra.
En la novela se ve reflejada la transformación de los valores en un momento coyuntural en la historia de España a través del contraste entre dos actores de la época: uno, que ha perdido su vigencia y cuyos valores ya no lo ayudan a sobrevivir; otro, que es plenamente contemporáneo y cuya falta de valores le permite encontrar maneras para medrar. Podemos decir que Lázaro está en una posición privilegiada con respecto a la honra, porque nada en su origen lo obliga a aferrarse a ella, que le es absolutamente ajena. Es decir, a Lázaro la deshonra no lo desvela porque la alternativa es morirse de hambre. En la novela, esa posición “privilegiada” contrasta con lo que le sucede a uno de sus amos: el escudero. Al tratarse de un hidalgo, el escudero se encuentra en una posición que sí demanda evitar la deshonra a como dé lugar, aun eligiendo el hambre.
El relativismo moral
Este tema está vinculado con el individualismo. En la novela escuchamos una voz individual ensimismada porque considera que su historia personal es importante y, sobre todo, esencial para poder comprender sus acciones. Lázaro ataja cualquier juicio que se pueda hacer de su condición de cornudo relatándonos sus adversidades que, según él, deben servir para comprender por qué su situación presente es afortunada.
Ya en el primer capítulo, Antona, madre de Lázaro, le aconseja: “válete por ti”. Aquel consejo parece echar raíces en Lázaro progresivamente y, a partir del Tratado Quinto, este va a demostrar que aprendió las lecciones de todos sus amos, que lo han llevado a buscar solamente su propio provecho. Dadas las circunstancias en las que vive Lázaro, y dados sus modelos a seguir, el eje moral de Lázaro no podía ser distinto.
Sin embargo, el relativismo moral de Lázaro es extensivo a otros. Su relato desea dar cuenta de cómo es que ha llegado a buen puerto, aun participando de acciones que son, sin duda, cuestionables. De todas formas, a pesar de que Lázaro identifica y critica los vicios de sus amos, no los termina de condenar. De hecho, aprecia lo que aprendió de ellos, aunque en su gran mayoría son lecciones en el engaño y la trampa. Desde el primer tratado, en el que Lázaro ve a su hermano alejarse de Zaide porque es negro, sin saber que él también tiene tez morena, el narrador reflexiona con mucha sensibilidad en cuántos otros son capaces de ver la paja en el ojo ajeno.
En ese sentido, Lázaro actúa coherentemente, porque, así como se niega a ser juzgado sin conocimiento de causa, tampoco condena a los individuos. Sus más duras críticas son al espacio dentro del sistema en el que cada amo, en particular los tres primeros, se inserta. Del clérigo, por ejemplo, dice que es el hombre más avaro que conoció, pero después aclara que eso puede deberse precisamente a que es clérigo. En el caso del escudero, su posición indigna es producto de los valores heredados. Lázaro considera que para juzgar a un individuo debemos tener en cuenta al hombre y sus circunstancias.
El camino de aprendizaje vital
En la novela, que toma la forma de una autobiografía, los lectores acompañan a Lázaro es su camino de transformación. Su desarrollo está dado por una sucesión de experiencias que modifican su posición frente a sí mismo y ante el mundo. Como lectores, somos testigos del cambio moral, psicológico, físico y social que experimenta el protagonista.
Lo primero que obliga a Lázaro a crecer es producto de una injusticia: en la época, para una madre viuda de los estratos más bajos de la pirámide social era casi imposible hacerse cargo de sus dos hijos. Eso obliga a Lázaro a vivir una separación de su estado anterior, desapegarse de lo conocido y asumir una posición vulnerable en cuanto a su propia identidad. Todo esto va a dar lugar a que Lázaro absorba lo que ve a su alrededor y aprenda del mundo al que es arrojado abruptamente.
Son tales las dificultades que experimenta en esos primeros años de separación, en los que debe valerse por sí mismo, que todas sus energías se ven volcadas a la mera supervivencia. La estructura económica y social deja a individuos como Lázaro en los márgenes, incomprendidos y relegados. Bajo esas condiciones, el individuo deberá conocerse a sí mismo y construirse a partir de nada más que sus experiencias. Los tres primeros tratados son los más importantes respecto al desarrollo psicológico, moral y social del protagonista.
Con su primer amo, Lázaro aprende casi todo lo necesario para sobrevivir y empieza a usar el engaño como modo de subsistencia. El arco de aprendizaje en ese primer tratado es claro porque, al final, con el golpe y la burla del ciego contra la columna de piedra, el discípulo muestra que ha superado al maestro.
Con el segundo amo, el protagonista debe refinar sus trampas para hacer frente a un antagonista que supone un reto mayor. El clérigo es más cruel y, además, cuenta con sus cinco sentidos. El Tratado Tercero es determinante en su formación moral, porque lo pone en contacto con valores que eran absolutamente desconocidos para él, en particular, la honra. El primer contacto que tiene Lázaro con dicho valor contrasta fuertemente con lo que ha venido aprendiendo hasta el momento, pues toda su formación ha sido en pos de superar el hambre y, de pronto, se encuentra con un hombre que está dispuesto a poner en riesgo su misma subsistencia para preservar la honra.
Debemos reparar en la ironía que supone hablar de formación en un personaje que aprende, a través del ejemplo, el arte del engaño, la trampa y la hipocresía. Aprende también que más vale el parecer que el ser y, sobre todo, que en el mundo el individuo está solo y debe valerse por sí mismo y mirar por su provecho. Dado el ambiente cultural, social y moral que lo rodea, la formación de Lazarillo resulta en un tipo de degradación que lo lleva a alegrarse de haber llegado a la cima de su fortuna a costa de ser un cornudo.