“(...) los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando salieron a buen puerto”.
Este pasaje cierra el Prólogo de la obra y condensa en buena medida su sentido. La historia de Lazarillo recorre todos los modos en los que la suerte le es contraria y da cuenta de cómo, a pesar de ello, logra mejorar su situación y “salir a buen puerto”. No debemos perder de vista que quien narra la historia es Lázaro adulto, quien está en boca de todos por la situación, poco honrosa pero holgada, en la que se encuentra. Recordemos que Lázaro está casado con una mujer que es, aparentemente, la amante del arcipreste. Las críticas y los rumores de las que es blanco se sustentan en una mirada conservadora que preserva los valores propios de la nobleza, en particular, la honra. La mirada de Lázaro sobre dicho valor, sin embargo, es otra, porque, al ser un hombre sin suerte, mantener su honra es un lujo al que no puede aspirar. Entre tener honra o no tener hambre, Lázaro elige la segunda, porque su historia de vida no le permite otra elección. En cambio, los nobles pueden ocuparse de esos valores caducos: la suerte siempre estuvo de su lado.
"Hijo, ya sé que no te veré más; procura ser bueno y Dios te guíe; criado te he y con buen amo te he puesto, válete por ti".
Este fragmento está en el Tratado Primero, cuando madre e hijo de despiden. La madre le recomienda ser bueno al chico, pero recordemos que eso no quiere decir moralmente recto. La madre también describe al padre de Lázaro como un buen hombre, a pesar de que había confesado ser ladrón. Temprano en su vida, para Lázaro, el concepto de bondad no está necesariamente vinculado a la virtud. Recordemos que también se utiliza el mismo adjetivo para describir la situación que vive la madre cuando enviuda, y debe "arrimarse a los buenos". Acá, el adjetivo tampoco tiene la connotación de recto.
El aspecto más importante de la cita, sin embargo, está en el consejo final: "válete por ti". Tanto las palabras de su madre como la dolorosa primera lección que recibe del ciego le dejan en claro al personaje que se encuentra solo. A lo largo de la obra vamos a ver cómo el individualismo va a aparecer marcadamente en el texto, y todos los personajes van a valerse por sí mismos, en cuanto a que van a velar, ante todo, por su propio provecho.
"Parescióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño, dormido estaba".
Con estas palabras, Lázaro reconoce que dejar atrás su hogar para empezar a servir a su nuevo amo, el ciego, lo obliga a crecer. La historia de Lázaro es, en cierta medida, la historia de la formación de un chico que se ve enfrentado a una serie de dificultades que deberá sortear con ingenio y que lo llevará a cambiar. A partir de esa primera experiencia sirviendo a un amo, los aprendizajes de Lazarillo no cesarán.
"Calla, sobrino, que algún día te dará éste que en la mano tengo alguna mala comida y cena".
En su estadía en Escalona, el ciego hace dos predicciones sobre el futuro de Lázaro a partir de objetos que percibe en la casa del zapatero y fuera del mesón por el que pasan. El primer objeto es la soga, una líneas antes de este fragmento, que le llevan a decir al ciego que, si Lázaro sigue por el camino que va, va a tener que lidiar con las sogas. En el Tratado Séptimo, mientras asiste en una condena a un ladrón y tiene en sus manos la soga, Lázaro va a recordar estas palabras.
El segundo objeto que el ciego utiliza para prevenir a Lázaro sobre su futuro son unos cuernos en la pared del mesón que se utilizan para atar las mulas o asnos de los que asisten al lugar. En ese caso, el ciego predice que los cuernos le serán un problema en su vida, aludiendo a su condición de cornudo. Estas palabras también las va a recordar Lázaro en el Tratado Séptimo, cuando tiene que lidiar con los rumores sobre su mujer y el arcipreste. Ambas predicciones están en boca del ciego, quizá, porque era un lugar común en la literatura, desde la Antigüedad, que el ciego tenga poderes de adivino.
“No digo más sino que toda la laceria del mundo estaba encerrada en éste; no sé si de su cosecha era o lo había anexado con el hábito de clerecía”.
Lázaro describe así a su segundo amo, el clérigo. Al extender los rasgos personales del clérigo, al que considera “la mesma avaricia”, a todos los de su oficio, Lázaro también extiende la crítica que va a hacer de su amo a toda la clerecía. También podemos reparar en la decisión de hablar de hábito, que subraya la superficialidad del oficio. Este se trataría únicamente de un hábito o disfraz que no requiere ninguna de las virtudes que debería. Más tarde, el clérigo muestra su hipocresía cuando dice que los sacerdotes deben ser medidos en la comida y la bebida, pero luego come “como un lobo”. La falta de autenticidad es una constante en los personajes que forman parte de la Iglesia. En esta cita, esto aparece expresado de manera sucinta y efectiva con el uso de este término.
"Y pienso, para hallar estos negros remedios, que me era luz el hambre, pues dicen que el ingenio con ella se avisa y al contrario con la hartura, y así era por cierto en mí.".
Esta reflexión la hace Lázaro cuando se encuentra sirviendo al clérigo, pero es relevante para todas las peripecias que vive a lo largo de su vida. El hambre y la necesidad son motores que impulsan a Lázaro a actuar con ingenio para sobrevivir. De hecho, la comida es un motivo recurrente en la obra y sus mejores trampas el protagonista las ingenia para poder comer o beber. La cita incluye dos oxímoron, cuando dice que el hambre es luz y que los remedios son negros. En cuanto al segundo oxímoron, se refiere a los pecados o engaños a los que debe recurrir para remediar el hambre. En cuanto al primero, el hambre es para Lázaro un motor vital y también el origen de su “luz”, o inteligencia, al momento de procurarse comida.
“Con todo eso, yo le satisfice de mi persona lo mejor que mentir supe, diciendo mis bienes y callando lo demás, porque me parecía no ser en cámara”.
Para el momento en que Lázaro debe servir a su tercer amo, ya no es el mismo chico que fue entregado por su madre al ciego. Si bien experimentó una serie de infortunios, también se llevó consigo una serie de aprendizajes. Lo paradójico es que estos aprendizajes no son formativos, pero sí prácticos. Cuando se debe presentar ante el escudero, el protagonista calla sus defectos y solo cuenta sus virtudes. Esto nos muestra que aprendió el arte del engaño y de la conveniencia.
"¡Oh, Señor, y cuántos de aquéstos debéis Vos tener por el mundo derramados, que padescen por la negra que llaman honra, lo que por Vos no sufrirán!"
Esta cita aparece en el Tratado Tercero, en el que el tema central es la honra. Lázaro observa y comenta lo que le sucede al escudero con una mirada crítica. Si bien este amo en particular se gana el afecto y la empatía de Lázaro, los motivos que lo mueven a vivir en tan malas condiciones le resultan incomprensibles al chico. La pregunta que se hace Lázaro sobre cuántos hay como el escudero es razonable cuando tomamos en cuenta que estos hombres hacen todo lo posible por mantener las apariencias. Es imposible saber si algunos de estos hombres elegantes y bien vestidos no padecen las mismas necesidades que el amo a quien él sirve. Por otro lado, Lázaro no disfraza su desdén por ese valor que para él es absurdo cuando utiliza la palabra “negra” y “padescen”. Los nobles que han perdido su lugar en la sociedad y están atados por valores anacrónicos no “ostentan” o “gozan” de honra, sino que la padecen. El costo de mantener una apariencia que no condice con su verdadera situación la convierte en un peso inmenso. Lázaro también subraya el error que supone aferrarse a este valor al asociarlo al pecado, ya que estos hombres están más preocupados por la honra que por Dios mismo.
“Yo ansí lo hice porque me cumplía, aunque, después que vi el milagro, no cabía en mi por echallo fuera, sino que el temor de mi astuto amo no me lo dejaba comunicar con nadie, ni nunca de mi salio, porque me tomo juramento que no descubriese el milagro.
Y ansí lo hice hasta agora. Y aunque mochacho, cayóme mucho en gracia, y dije entre mí: '¡Cuantas destas deben hacer estos burladores entre la inocente gente!'
Finalmente, estuve con este mi quinto amo cerca de cuatro meses, en los cuales pase también hartas fatigas, aunque me daba bien de comer a costa de los curas y otros clérigos do iba a predicar”.
Este fragmento cierra el Tratado Quinto. A partir del Tratado Cuarto, que articula dos momentos diferentes en la evolución del personaje, empezamos a ver a Lázaro como un personaje más desvergonzado, a quien sus adversidades han endurecido. El Tratado Tercero es el punto más alto en el desarrollo moral del personaje, porque este es capaz de sentir compasión por su amo, aun sin conseguir comprender los valores a los que se aferra. La crítica presente en este tratado no está dirigida al escudero sino a la estructura social anticuada que lo ata a la honra y lo obliga a morirse de hambre.
En el Tratado Quinto llama la atención que la mirada crítica no surge de los comentarios o las valoraciones de Lázaro, sino de la vileza en sí de las tretas de su amo. En este tratado, Lázaro toma distancia de los hechos; no protagoniza el capítulo, pero al final parece reparar en su propia participación encubridora. Lo que es llamativo es el modo en que plantea su “defensa”: dice que no denunció a su amo, el buldero, primero, por miedo. En segundo lugar, alega que, al ser nada más que un muchacho, su inocencia hacía que le causaran gracia los engaños de su amo. La tercera razón apunta a un vicio más extendido que observa Lázaro, porque dice que debe haber muchos otros tan falsarios como el buldero. No obstante, la verdadera razón por la que es cómplice, que podemos dilucidar a partir de esta cita, es que este amo le daba de comer. Para este punto en el relato, el eje moral de Lázaro está puesto en el provecho personal; ninguna otra consideración es válida.
“—Lázaro de Tormes, quien ha de mirar a dichos de malas lenguas, nunca medrara. Digo esto porque no me maravillaría alguno, viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir della. Ella entra muy a tu honra y suya, y esto te lo prometo. Por tanto, no mires a lo que pueden decir, sino a lo que te toca, digo a tu provecho.
—Señor —le dije—, yo determiné de arrimarme a los buenos”.
En las palabras del arcipreste se expresa uno de los aspectos de la sociedad española del siglo XVI que la obra critica con más fuerza: el único modo de medrar es deshonesto. En su camino de transición hacia una economía más capitalista, España debe lidiar con su tradicionalismo y con el poder que ejerce la Iglesia. Por ese motivo, el privilegio por herencia, los valores feudales y la estructura esencialmente estamental todavía están instalados. Además, las nuevas formas de movilidad social, asociadas en particular la burocracia imperial, es corrupta e injusta. Acá las “malas lenguas” se refieren, en realidad, a los juicios morales. Es decir, lo que podemos concluir de sus palabras es que, para medrar, es necesario no preocuparse por cuidar la honra.
En su discurso, el arcipreste muestra que hay un valor que está muy por encima del respeto y la estima con que la sociedad trata a un individuo: el provecho. Para Lázaro, cuya vida ha estado marcada por las adversidades; quien no pudo nunca preocuparse por la honra, al estar demasiado ocupado en sobrevivir; quien presenció la vida indigna que llevaba su amo, el escudero, por fijarse demasiado en la propia honra; para él las palabras del arcipreste resuenan. Su respuesta, “determiné de arrimarme a los buenos”, reafirma su propósito de medrar a toda costa. Arrimarse a los buenos acá quiere decir aprovecharse de los ricos. Esa determinación lo va a llevar a valorar su nueva posición en la sociedad sin ningún escrúpulo.