La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades se publica en 1554, aunque no hay certeza sobre la fecha en la que fue escrita. De hecho, en torno a la novela existe una serie de incógnitas: quién la escribió, por qué se desvía tanto de otras novelas populares en la época, por qué pasaron cincuenta años antes de que el subgénero que la novela inaugura se popularice.
En cuanto a la autoría, si bien algunos críticos han hecho estudios extensos sobre posibles autores, esa pregunta no ha podido ser respondida aún de manera definitiva. Lo que sabemos es que la decisión de publicar la obra de manera anónima probablemente se debe a la persecución de la que podía ser víctima su autor al escribir un libro que satirizaba y denunciaba los vicios de la Iglesia Católica.
Si bien esta institución se lleva la peor parte de la sátira en la novela, otras instituciones tradicionales también son aquí blanco de críticas. Aún así, sabemos hoy que el libro gustó y fue popular entre sus contemporáneos. A partir de 1559, la obra sigue circulando, aunque de manera clandestina, porque ingresa al índice de libros censurados. Uno de sus censores, Juan López de Velasco, publica una versión revisada, Lazarillo castigado, que elimina aquellas partes que critican dura y abiertamente a la Iglesia, como el Tratado Cuarto y el Tratado Quinto.
En torno a la novedad de su estilo, debemos reparar en los subgéneros de la novela que eran populares en la época. En primer lugar, están los libros de caballería. Estas novelas derivan de las grandes épicas medievales, pero, a medida que se popularizan, se alejan de sus modelos; más aún en el caso español, cuya épica tiende al realismo mucho más marcadamente que otros poemas épicos de la región. Para el siglo XVI, estas novelas eran un éxito y ocupaban un lugar central en el gusto literario de la época. A pesar de ello, eran blanco de críticas por parte de algunos intelectuales, así como de la Iglesia, porque exaltaban la imaginación y la fantasía. Estos libros de caballería incluían elementos sobrenaturales, sucedían en lugares exóticos y exaltaban los valores propios de la Edad Media y el sistema feudal: la fidelidad, la lealtad, la valentía, el espíritu guerrero, la religiosidad, el honor.
En segundo lugar, durante el siglo XVI, la novela pastoril también atraía a un público amplio. Al igual que la novela caballeresca, la novela pastoril invitaba a escapar de la realidad. Sin embargo, el espacio representado no era exótico ni lejano, aunque sí idílico. Con el desarrollo del Humanismo y el estudio de los autores de la Antigüedad, la novela pastoril, que había sido cultivada por poetas clásicos como Virgilio, vive también su propio renacimiento. Este subgénero presentaba una sucesión de episodios que exaltaban la vida rural y los sentimientos de los personajes, en particular, el amor.
A la par de estos géneros literarios, surge una única obra que presenta una serie de características que la distinguen de otras producciones de la época. Se ha discutido largamente por qué irrumpe así, de repente, una novela como El Lazarillo, en tanto se deberá esperar cincuenta años para que se escriban obras equiparables en cuanto al género. En torno a este enigma tampoco hay consenso. Los elementos más novedosos de la obra tienen que ver con el asunto: la vida de un individuo marginal que se enfrenta con lo más mísero, vulgar y desdeñable de la sociedad. Nada tienen que ver estos elementos con el amor idílico de lo pastoril ni con lo heroico de lo caballeresco.
Es posible conjeturar que el autor estaba interesado en dar cuenta de la realidad circundante que se encontraba en un momento de transición y crisis. El gusto por los libros de caballería refleja la situación histórica de la conquista, mientras que el gusto por lo pastoril refleja la nostalgia de la vida del campo, empobrecido y progresivamente despoblado. Por su parte, esta nueva picaresca refleja lo que sucede en las ciudades, que parecen concentrar tal variedad de actores sociales que le permite al autor hacer una radiografía crítica de su época, en la que conviven los vicios que se arrastran del pasado, como la corrupción clerical, con otros que apenas empiezan a manifestarse, como el desarrollo de la marginalidad urbana.
Sobre las ramificaciones de esta obra, tal vez los cincuenta años que median entre esta obra y otras del género hicieron madurar algunos temas que en El Lazarillo sorprenden, pero que más tarde, en el Barroco, se convierten en temas recurrentes. Pensemos, por ejemplo, en el tema del ser y el parecer, que en El Lazarillo cobra importancia en el Tratado Tercero y también en el Tratado Sexto: en algunas de las mejores obras del siglo VII, este tema va a ser materia central.
El Lazarillo sigue captando a lectores y estudiosos al presentarnos a un personaje complejo a quien acompañamos en su camino de aprendizaje vital. Este individuo se perfila ante sus lectores con tanta claridad como las circunstancias que lo rodean y que componen una imagen precisa de la época.