La vida de Lazarillo de Tormes

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La casa del escudero

Cuando Lázaro llega a casa de su tercer amo, el escudero, todavía se aferra a la esperanza de que su suerte haya cambiado. No obstante, una vez dentro de la casa, el muchacho se encuentra con que no hay nada dentro. Para enfatizar cuán vacía estaba, el narrador utiliza polisíndeton —figura retórica en la que no se omite la conjunción y tiene como efecto el énfasis— para crear una imagen visual de lo despojado del lugar: “sin ver en ella silleta, ni tajo, ni banco, ni mesa, ni aun tal arcaz como el de marras”. Lázaro incluso dice que parece una casa encantada. Tal es el efecto que tiene el panorama de la casa de su amo que Lázaro se echa a llorar comprendiendo que le esperan más miserias.

El rezo del ciego

Lázaro se sorprende del talento que muestra su amo, el ciego, al momento de recitar las oraciones que se sabe de memoria. Lázaro describe el rezo del ciego: con "tono bajo, reposado y muy sondable que hacía resonar la iglesia donde rezaba". Con esta imagen auditiva, el lector se puede imaginar la acústica de la iglesia y el modo en el que el ciego logra captar la atención de los feligreses.

Además, Lázaro describe los gestos que acompañan ese rezo de la siguiente manera: el ciego se mostraba con "un rostro humilde y devoto, sin hacer gestos ni visajes". Luego, Lázaro contrasta esta forma con la manera en que otros mendigos rezan, exagerando los gestos con los ojos y la boca.

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