Resumen
Una vez que Lázaro abandona al ciego, sigue su camino y llega a Maqueda. En ese lugar, mientras pide limosna, conoce a un clérigo que le pregunta si conoce el oficio de ayudar en misa. Lázaro está en condiciones de servir al clérigo gracias a las enseñanzas del ciego, con quien experimentó muchas adversidades, pero de quién aprendió muchos oficios útiles.
Lázaro empieza el relato de sus peripecias con el clérigo aclarando que fue peor amo que el ciego: “escapé del trueno y di en el relámpago”, afirma. El clérigo es aún más mezquino que el ciego y Lázaro pasa más hambre que antes. En casa del clérigo no hay nada que comer, excepto por los panes que los feligreses ofrendan al cura y una horca de cebollas. Ambos alimentos permanecen bajo llave y Lázaro únicamente accede a una cebolla cada cuatro días, mientras el clérigo se permite algunos banquetes que no comparte con el joven. Solamente cuando ha terminado de comer, le regala a Lázaro unos huesos roídos o un poco de pan.
Como consecuencia del hambre que pasa, Lázaro se siente debilitado y lamenta que el clérigo tenga intactos sus sentidos. Muchos de los engaños que podía hacer pasar con el ciego no sirven con “tan aguda vista”. En misa, por ejemplo, el cura lleva la cuenta de las ofrendas para que Lázaro no pueda llevarse ni una moneda.
El protagonista y narrador repara en la hipocresía del clérigo, que sostiene que los curas deben ser medidos en la bebida y la comida, pero cuando asisten a velatorios, Lázaro ve cómo su amo come hasta hartarse. El chico también aprovecha para compensar en esas ocasiones el hambre que pasa en casa del clérigo. Confiesa en su relato que reza para que mueran más personas y así poder comer bien en los velatorios. Según él, Dios se compadece de él y responde a sus plegarias aumentando el número de muertos.
A pesar de las malas condiciones en las que vive con el clérigo, Lázaro se queda porque siente que está tan debilitado por el hambre que no es capaz de escapar y, por otro lado, teme encontrarse con un peor amo, dado que esa ha sido su experiencia hasta el momento. El ciego, aunque cruel, lo mantenía en mejores condiciones.
En una ocasión, llega a la puerta de la casa del clérigo un herrero solicitando trabajo. Lázaro le dice que ha perdido la llave del baúl de su amo y que tiene miedo de los azotes que recibirá si el amo se entera. El herrero decide ayudarlo y le entrega una llave que le permite abrir el arca. Como pago, Lázaro le entrega uno de los panes que están ahí guardados.
Durante dos días, Lázaro disfruta de los panes que saca del arca con su nueva llave pero, al tercer día, el clérigo sospecha que hay menos panes de los que debería y empieza a llevar la cuenta. Ese revés obliga a Lázaro a ideárselas para seguir comiendo. Resuelve desmigajarlos de modo que parezca que los culpables son ratones. El baúl es viejo y está agujereado, por lo que no es poco creíble que puedan entrar ratones y roer el pan. El amo decide, entonces, tapar los huecos con madera y clavos.
Nuevamente, Lázaro se ve obligado a buscar una solución para acceder al pan: cada vez que el amo cierra un agujero, Lázaro abre uno nuevo. El clérigo también busca una solución y decide que la única manera de librarse de los ratones es incluir trampas dentro del arca. Para su sorpresa, encuentra las trampas vacías: sin queso y sin ratón. Por ahora, Lázaro sale beneficiado por su engaño, porque acompaña con queso el pan. Los vecinos a quienes consulta el clérigo concuerdan que no puede tratarse de un ratón, sino de una culebra que puede tomar el queso dejando sin efecto la trampa.
Durante muchas noches el clérigo no duerme, sino que permanece despierto, intentando ahuyentar la culebra. Su constante vigilancia no le permite a Lázaro robar del arca. Además, teme que el amo encuentre la llave, porque las noches en las que vigila, revuelve las pajas donde duerme Lázaro, buscando la culebra. Por eso, el joven decide guardar la llave en su boca mientras duerme. Desgraciadamente, esa decisión es equivocada: la respiración profunda de Lázaro dormido y la llave en su boca producen un silbido que el amo confunde con la culebra. Cuando el clérigo se acerca al lugar desde el que se emite el sonido, da un golpe feroz con un palo y golpea a Lázaro. Cuando logra ver más de cerca a Lázaro, malherido, encuentra la llave que sale de su boca y descubre el engaño.
Durante tres días permanece Lázaro inconsciente, en cama. Cuando despierta, descubre la gravedad de los golpes. Los vecinos y una curandera cuidan de él. Tan pronto Lázaro se recupera, el clérigo lo echa de su casa.
Análisis
Hasta ahora, la historia de Lázaro es una catábasis, es decir, se trata de un descenso en lo social y moral. El Tratado Segundo presenta circunstancias aún peores para el protagonista de aquellas que vivió mientras sirvió al ciego. Asimismo, sus pecados y engaños también son peores y nos muestran su progresiva degradación moral.
Para empezar, su situación empeora porque ahora sirve a un peor amo. Lázaro utiliza un proverbio para mostrar el descenso en su situación vital: “escapé del trueno y di en el relámpago”. A continuación, utiliza una alusión para referirse a la relativa generosidad del ciego en comparación al clérigo cuando menciona a Alejandro Magno, quien simboliza esa virtud. Por el contrario, el clérigo es un avaro.
Es significativo que el declive en su vida coincida con una mayor cercanía con la Iglesia; hemos insistido en la actitud anticlerical del autor, que posiblemente lo lleva a publicar la novela bajo el anonimato. Muy temprano en el capítulo, Lázaro lanza su primer ataque contra el clero cuando duda si la avaricia de su nuevo amo es una característica personal o algo que viene dado con el hábito de clerecía. Es decir, Lázaro asocia la miseria y la avaricia con el clero en general, del que este amo es solo un ejemplo particular.
Esa primera crítica ácida y abierta a los curas se ve intensificada con otras características que ostenta el amo. Por ejemplo, el clérigo sostiene que los sacerdotes deben mostrar mesura en el comer y el beber. Sin embargo, en los velatorios come de manera desmedida. Además, acumula bodigos en el arca. Asimismo, el clérigo no muestra virtudes como la caridad y el servicio cada vez que le niega el mínimo alimento a Lázaro o le regala nada más que las sobras. En una única ocasión se muestra “generoso” con el chico, cuando le da un poco más de pan, pero nos damos cuenta de la hipocresía de su gesto cuando elige las partes que fueron supuestamente roídas por los ratones y disfraza su verdadera intención mintiéndole a Lázaro y diciéndole que los ratones son limpios.
La supervivencia de Lázaro no se hace más difícil solamente por la crueldad y amoralidad de su amo, sino porque se trata de alguien que tiene sus cinco sentidos intactos, a diferencia del ciego. A pesar de ello, Lázaro encuentra la manera de sobrevivir a través del engaño y se ve forzado a reinventar sus métodos constantemente. Él mismo reconoce que el hambre agudiza su ingenio. Todas las trabas que el amo pone en su camino lo obligan a buscar nuevas oportunidades. Lázaro interpreta de una manera cómica el proverbio “Donde una puerta se cierra, otra se abre”: a medida que el clérigo cierra “puertas” o agujeros en el baúl, Lázaro se ve forzado a encontrar nueva “puertas” u oportunidades para engañar. Sin duda, el protagonista no se da por vencido, movido por su instinto de supervivencia.
Conviene detenerse en los términos con los cuales Lázaro describe cómo logra franquear los obstáculos para poder alimentarse. Cuando el calderero le da la llave del arcaz, Lázaro se refiere a él como “un ángel enviado por la mano de Dios” y, después, insiste llamándolo “angélico calderero”. Una vez que logra abrir el arcaz que contiene los bodigos, Lázaro se alegra de tener acceso a su “paraíso panal”. Hay dos sentidos en los que podemos analizar estas imágenes referidas a lo religioso. Por un lado, observamos un uso irreverente de "angélico" y "paraíso", porque tanto lo que hace el calderero como lo que hace Lázaro es, en realidad, inmoral, constituye robo y, además, monetiza algo "sagrado", los panes de ofrenda, cuando Lázaro paga la llave con uno de los bodigos. Por otro lado, el uso de los religioso cumple una función expresiva porque, a través de la hipérbole, muestra hasta qué punto esa trampa constituye para Lázaro la salvación de la muerte a causa del hambre.
En cuanto al declive moral y la pérdida de inocencia del protagonista, ya en el Primer Tratado hay un cambio significativo entre el chico que al principio se deja maltratar por el ciego, mostrando su inocencia, y el que, al final, es capaz de vengarse y burlarse de su amo. Asimismo, en el Tratado Segundo, su pérdida de inocencia aparece claramente representada en sus plegarias en pos de más velatorios en los que comer hasta hartarse. Tenemos suficiente evidencia de que Lázaro reconoce el bien y el mal con claridad, es capaz de ver en otros y en sí mismo comportamientos rectos y pecaminosos. Si no parece disculparse con demasiado remordimiento es porque reconoce también que las circunstancias lo llevan a comportarse como pícaro, y que no incurre en pecados y actitudes cuestionables por vicio sino por necesidad. La siguiente cita muestra con claridad que, desde la mirada del protagonista, la virtud es privilegio de los que no pasan necesidades: “jamás fui enemigo de la naturaleza humana, sino entonces; y esto era porque comíamos bien y me hartaban”. Al convertirse los velatorios en su única fuente para sobrevivir, Lázaro no duda en convertirse en “enemigo de la naturaleza humana”.
Tal es el camino de descenso que el protagonista experimenta en este Segundo Tratado, que una vez que despierta, después de quince días de convalecer, sigue padeciendo hambre y es echado de la casa del clérigo.