Troya cayó y los exiliados buscaron un lugar donde establecerse. Anquises les dijo de ir hacia el mar y llegan a Tracia, donde encuentran una ciudad. Cerca encuentran un espeso grupo de arbustos. Eneas comenzó a arrancar las raíces y fluyó sangre desde la tierra. Cuando arrancó más, una voz subió desde las raíces:
“'¿Por qué desgarras, Eneas, a un desgraciado? Deja ya en paz a un muerto,
deja de profanar tus manos piadosas. Troya no me hizo
extraño a ti ni mana esta sangre de la madera.
Huye, ¡ay!, de esta tierra despiadada, huye de una costa tan avara,
que soy Polidoro. Aquí, atravesado, férrea me sepultó
mies de lanzas que aumentó con agudas jabalinas'”
Book 3, líneas 41-46
Polidoro le contó que había sido enviado por Príamo con oro para suplicar ayuda al rey de la región. El rey, ya había sido seducido por ofertas de los griegos y por temor a oponerse a ellos, mató al mensajero. Eneas hizo un funeral para Polidoro y volvió al mar. Permanecieron en una isla donde los recibió un hospitalario rey. En un templo Eneas le preguntó a los dioses si le permitíam quedarse allí. Una voz subió desde el trípode de sacrificio y les dijo que debían ir a la tierra de sus ancestros. Anquises interpretó que era Creta porque ese era el lugar del que, según él, provenía Teucro. Habían escuchado que Creta había sido abandonada por su soberano y entonces los troyanos decidieron volver a navegar. Cuando encontraron tierra ubicaron una ciudad que fue llamada Pergámea. Mientras construían la comunidad los azotó una sequía. Anquises pensó que debían irse. Más tarde, por la noche, Eneas tuvo una visión. Los dioses de su casa volvieron a la vida y le dijeron que debía irse a Italia, de dónde era originario Dárdano. Eneas se despertó y bebió frente al fuego sagrado y luego le contó su visión a su padre. Anquises recordó que Casandra había predicho lo mismo.
Volvieron al mar y una tormenta los azotó durante tres días. Al cuarto día, recalaron en una infortunada isla gobernada por las Harpías. Cuando los barcos llegaron a la playa, vieron manadas de ovejas y cabras y las mataron y prepararon un banquete. Cuando comenzaron a comer, las harpías descendieron y les arrebataron la comida. Los troyanos se defendieron y las reprimieron. Una de ellas, su líder, Celeno, permaneció allí. Predijo que llegarían a Italia pero que no deberían fundar la ciudad hasta “antes de que un hambre terrible y el pecado de atacarnos os obliguen a morder y devorar con las mandíbulas las mesas.” Libro 3, líneas 255-6. Los troyanos se asustaron y sus almas se quebraron mientras Anquises suplicó a los dioses que la profecía fuera falsa. Abandonaron la isla y navegaron hasta Leucata, pasando Itaca, donde realizaron juegos como un triunfo por haber pasado por varias ciudades griegas sin haber sido detectados. Eneas ató un escudo en la puerta de un templo con un mensaje inscripto que afirmaba esto.
Navegaron hasta la ciudad de Butroto donde escucharon que, por vicisitudes del destino, el troyano Héleno gobernaba con su esposa, Andrómaca. Cuando Andrómaca vio a los troyanos, en particular a Eneas, lloró, asombrada, dudando entre si era un dios o un fantasma. Eneas habló con ella y le preguntó cómo se habían dado los hechos para que dos troyanos estuvieran a cargo de una ciudad griega. Ella le dijo que las mujeres troyanas habían sido llevadas por mar y que Pirro la había entregado a Héleno, su esclavo, cuando este quiso tener otra esposa. Cuando Orestes mató a Pirro, parte de su reino fue dado a Héleno. Había muchos exiliados troyanos con Héleno. Esa noche festejaron. Eneas le preguntó a Héleno, que también era un profeta, cómo debía interpretar las palabras de Celeno. Héleno hizo un sacrificio y luego habló, admitiendo que él era mayormente ignorante pero que sabía que de algún modo ellos debían ir a Italia. Le dijo que debían evitar las costas del este de Italia, donde los griegos tenían varios asentamientos y que debían hacer su asentamiento cuando encontraran:
“...junto a las aguas de un río escondido
encuentres bajo las encinas de la orilla una enorme cerda
blanca echada en el suelo, recién parida de treinta
cabezas, con las blancas crías en torno a sus ubres,
éste será el lugar de tu ciudad, éste el seguro descanso a tus fatigas.”
Libro 3, líneas 389-393
Les dijo que una vez que encontraran un sudario púrpura establecieran la costumbre de orar frente a él. Luego les advirtió sobre los peligros del mar: Escila y Caribdis. Les aconsejó que el camino más largo a Sicilia era más seguro que navegar entre esos peligros. Finalmente les advirtió que aplacaran principalmente a Juno, de entre todos dioses. Cuando estuvieran por llegar a Italia debían encontrar a la profetiza Sibila en Cumas. La profecía de ella les daría las instrucciones finales para su asentamiento en Italia.
Héleno dejó de profetizar y le ofreció a los troyanos obsequios en marfil, oro y plata. Anquises aprontó los barcos y Héleno lo instruyó sobre cuál dirección seguir. Andrómaca, lamentando su partida, les obsequio ropa para Ascanio, que le había hecho recordar a su hijo muerto. Eneas le prometió un tratado a Héleno, una vez que su propia ciudad fuera fundada. Se hizo la noche y el timonel, Palinuro, dirigió la nave. Durante el viaje, vieron caballos pastando y un templo y reconocieron el trabajo de colonos griegos. Anquises leyó esto como el cumplimiento de un presagio, porque estos eran caballos de guerra o de paz: que podían usarse para el calvario o para cultivar. Cuando navegaban hacia la punta de Sicilia, oraron a Minerva. Desde lejos pasaron frente a Escila y Caribdis y desembarcaron en la isla de los Cíclopes. Se escondieron en el bosque, temerosos del sonido de los Cíclopes. De pronto, se asombraron con la aparición de un extraño. Estaba aterrado porque se trataba de troyanos, pero igual habló. Admitió que era griego y pidió clemencia o por lo menos que lo mataran así tendría el beneficio de morir a manos de los hombres. Anquises le ofreció su mano y le preguntó su nombre. Respondió, “Ítaca es mi patria, compañero del infortunado Ulises, de nombre Aqueménides, que a Troya por la pobreza de mi padre, Adamasto marché”, Libro 3, líneas 615-616.
Aqueménides les contó que había sido dejado por Ulises en la cueva de los Cíclopes. Vio como había comido a sus compañeros y se mantuvo detrás de Ulises cuando salió a hurtadillas. Los troyanos vieron a la distancia los cíclopes ciegos conduciendo sus rebaños a pastar. Prepararon en silencio los barcos para partir, pero los cíclopes los escucharon. Rugió y los otros cíclopes vinieron corriendo y arrojando piedras a los troyanos mientras se escabullían. No querían navegar por Escila y Caribdis, por lo que navegaron alrededor de Sicilia y se detuvieron en una ciudad. En ese lugar muere Anquises y Eneas lamenta haber llegado al final de la historia. Al volver a partir, fue cuando los alcanzó la tormenta que los llevó a África.
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Seguimiento de Tema: Mujeres 3
Seguimiento de Tema: Presagios 3
Seguimiento de Tema: Intervención divina 3