Lo mexicano
El tema principal de El laberinto de la soledad es la búsqueda de aquello que define al mexicano, algo oculto y enterrado que debe salir a la luz para descubrir lo que sería propio de México. La forma de ser hermética del mexicano, su cerramiento ante el mundo y ante sí mismo, no es una manifestación de la esencia mexicana, sino que revela la negación del mexicano de sí mismo y de su pasado. El mexicano se esconde tras una máscara de recelo y desconfianza que se quita momentáneamente en las fiestas. Es entonces cuando aparece su anhelo de comunión con el universo y con su semejante, el otro mexicano.
Octavio Paz no pretende ofrecer en estos ensayos una definición ahistórica y esencialista de lo mexicano. Por el contrario; él cree que las circunstancias históricas condicionan el carácter mexicano, aunque tal carácter las trascienda. Paz afirma que el mexicano, en el momento en que escribe (c.1950), se encuentra en busca de su ser, y los ensayos son una expresión de esta búsqueda, en los que Paz –como mexicano– ahonda en la historia de México para hallar esos momentos determinantes que explicarían los traumas de su pueblo. Esta búsqueda lo lleva a descubrir que la verdadera naturaleza del mexicano es la pretensión de universalidad, que solo puede ser alcanzada quitando las máscaras y hallando formas nuevas de expresar la mexicanidad.
La soledad
El otro tema central del libro es la soledad, un sentimiento propio del mexicano, que se reconoce solitario en la singularidad de su ser. El mexicano abraza la soledad como refugio ante el mundo. En este sentido, el hermetismo es una manifestación de la soledad, su negación a abrirse al exterior y a su pasado. Pero la soledad no es una condición exclusiva del mexicano, es una condición humana: las personas nacen y mueren solas, y su vida es un constante saberse en soledad y búsqueda de encuentro con el otro. Por eso, la soledad es una dialéctica: porque estamos solos, aspiramos a salirnos de nosotros mismos y a realizarnos en unión con el mundo como parte de un mismo organismo viviente. Esta aspiración no pretende negar la soledad humana, sino acceder a un tiempo mítico en el que soledad y comunión se funden. Paz define así la dialéctica de la soledad como un anhelo de retorno a un tiempo de unidad plena entre el individuo y la sociedad.
Historia y Mito
Octavio Paz piensa la historia de México desde una perspectiva mítica, por la que halla en el transcurso lineal del tiempo momentos que dan origen a la forma de ser del mexicano. La Conquista, la Colonia, la Independencia y la Revolución mexicana son abordadas de esta manera como experiencias míticas fundacionales de la realidad mexicana. En última instancia, el Mito busca eliminar el tiempo cronométrico y regresar a una suerte de edad de oro en la que la realidad era un presente continuo y en el que las personas vivían en salud y comunión. La fiesta, el amor y la poesía son, para Paz, vías de acceso a ese tiempo mítico, y la tarea del mexicano moderno es comulgar con su propia soledad para reconocerse ser humano universal y trascender la historia.
Espiritualidad y sincretismo
En la mirada de Octavio Paz, la unidad religiosa del pueblo mexicano se logra por imposición de dos cosmovisiones escatológicas, la azteca y la católica. El Imperio azteca logra la homogeneidad cultural absorbiendo las creencias y tradiciones de los pueblos indígenas sometidos, conformando una concepción de la muerte y de la vida como parte de un movimiento cíclico de destrucción y reencarnación. La llegada de los españoles es interpretada por los aztecas como instancia de destrucción y abandono de sus dioses, que serán remplazados por otras divinidades. Ante esta situación de desamparo, el catolicismo les devuelve a los indígenas su lugar en el mundo. Ser espiritual, el mexicano abraza la religión católica porque ve en ella la apertura a lo universal y a lo ultraterreno que lo reconcilia con el cosmos. Sin embargo, durante la colonia el catolicismo entra en decadencia y se convierte en un orden estable pero cerrado que le exige al creyente una adhesión pasiva, ahogando su curiosidad y creatividad. Esta situación conduce al mexicano a un proceso de ruptura con el orden caduco para encontrarse a sí mismo, proceso que se inicia en la Independencia y tiene su expresión más plena en la Revolución, pero que, para 1950, de acuerdo con Paz, no ha terminado.
El capitalismo y la vida moderna
En los ensayos de El laberinto de la soledad, Paz realiza una crítica del capitalismo y de las condiciones de vida en las sociedades modernas, en los que las formas de gobierno y los sistemas económicos totalitarios sofocan al individuo y construyen un falso sentido de comunidad. El capitalismo moderno enajena al individuo, lo reduce a fuerza de trabajo y deshumaniza su relación con la muerte. El país que mejor encarna esta situación del capitalismo y la vida moderna es Estados Unidos, por lo que Paz se detiene en varias ocasiones a definir el carácter norteamericano en contraste con el mexicano, cuya naturaleza se opone al optimismo y la apertura estadounidenses.
Paz también cuestiona los proyectos socialistas como el del México revolucionario, en el que se quiso imponer ideas con decretos y alcanzar la socialización de la tierra acudiendo a formas de organización económica precortesianas que no tenían asidero en un mundo capitalista. Su punto de vista sobre lo que ha ocurrido hasta ese momento del siglo XX propone revisar las premisas de la revolución proletaria e indagar el modo en que los países periféricos lidian con las condiciones de subdesarrollo que los ponen en desventaja respecto de las potencias mundiales. México, en este sentido, debe darse cuenta de que se encuentra en la misma situación que otros países de Latinoamérica, África y Asia para convertirse en un agente del cambio histórico, acompañando la insurrección popular y global que cuestiona las bases del capitalismo y la sociedad modernas.
El machismo
El modo en que Octavio Paz define al mexicano en relación con la mexicana pone de manifiesto el machismo que atraviesa la cultura y las costumbres mexicanas de su tiempo. La mujer se presenta como un objeto de deseo y de conquista masculina que no tiene deseos propios y que debe someterse a la manera de ser que impone la sociedad. Al igual que el mexicano, la mexicana se oculta y se encierra en la decencia y el recato, convirtiéndose en una figura enigmática, imagen de fecundidad, pero también de muerte. El machismo se revela también en el modo en que el mexicano divide la sociedad en fuertes y débiles, donde el hombre es el chingón –el que abre y violenta– y la mujer es la chingada, la herida y violentada.
La fiesta, el amor y la muerte
Como se dijo anteriormente, las fiestas mexicanas son momentos fugaces de redención, donde el mexicano se anima a mostrarse y a comulgar con otros mexicanos, estallando de alegría, pero también de lamento, desgarrando y desgarrándose. Es en estas celebraciones donde se revela la relación del mexicano con la muerte, que es indisociable de su relación con la vida. El mexicano no niega la muerte como ocurre en gran parte de las sociedades modernas, pero no le muestra respeto; se burla y la trata con indiferencia, de la misma manera en que se muestra indiferente ante la vida. No se entrega a ella por completo, le fascina y la trata con naturalidad, aunque la muerte permanece siempre lejos de su ser. La muerte, como la fiesta, aparece como posibilidad de resolver la dialéctica de la soledad, de volver a la vida anterior a la vida, una vida “verdadera” o “prenatal” en la que soledad y comunión se funden. El amor también es una instancia de redención en este sentido, la posibilidad de quitarse la máscara frente al otro y de acceder, aunque sea por un instante, a esa vida donde los contrarios se funden.