Resumen
La “inteligencia” mexicana
Octavio Paz comienza este ensayo cuestionando la asunción de que la cultura mexicana es un reflejo de los cambios históricos provocados por la Revolución mexicana. Sugiere que tanto esos cambios como la cultura expresan tentativas de formular y construir México o la mexicanidad que no siempre coinciden con la verdadera naturaleza del pueblo mexicano. Habiendo hecho esta observación, se detiene a describir aquel sector de la sociedad mexicana que se dedica a construir pensamiento crítico: la “inteligencia” mexicana.
Inicia su descripción con José Vasconcelos, a quien llama “el fundador de la educación moderna en México” (p.136). Vasconcelos creía que la Revolución les permitiría a los mexicanos redescubrir el sentido de su historia, y concibió una educación basada en la tradición y en la participación viva del pueblo, impulsando la reaparición de las olvidadas artes populares. El tradicionalismo de Vasconcelos significó una vuelta a aquella parte del pasado hispánico abierto, heterodoxo y universal, que se manifestó en la concepción de Hispanoamérica como unidad superior que debía construirse a futuro. Pero el problema de la “filosofía de la raza iberoamericana” (p.138) de Vasconcelos es que era ante todo una obra personal que no generó una escuela ni un movimiento.
A continuación, Paz se detiene a analizar la obra de Lázaro Cárdenas, cuyo gobierno es responsable de reformar la Constitución para impartir la educación socialista en México. El problema de esta tentativa es que quiso imponer ideas con decretos, sin invitar a la participación creadora del pueblo ni fundar las bases de la nación. El mismo problema tiene la creación de ejidos para la socialización de la tierra como un retorno al calpulli, que era una forma de organización económica natural al mundo precortesiano difícil de implementar en el seno de una sociedad capitalista. Ante la imposibilidad de expresar la universalidad de la tradición mexicana con las antiguas formas en las que se expresó en el pasado, la cuestión es reconocer e inventar formas nuevas que sean orgánicas a su ser.
Finalizado el período militar de la Revolución, muchos intelectuales empiezan a colaborar activamente en los gobiernos revolucionarios. Dicha participación gubernamental los distancia de la posición crítica que le deben al pueblo como intelectuales y los obliga a comprometer sus ideas. En este contexto crecen la demagogia, la corrupción y el escepticismo. Algunos intelectuales se alejan de la colaboración y se acercan al marxismo para integrarse al movimiento obrero mundial. Otros realizan una revisión crítica de México y descubren, como Samuel Ramos y Jorge Cuesta, que el mexicano es un ser que se enmascara y que reniega de su pasado. Daniel Cosío Villegas, fundador del Fondo de Cultura Económica, y los intelectuales españoles que llegan refugiados de la guerra civil, reaniman el espíritu crítico del mexicano, enseñándole a pensar y a encontrar una forma de expresar y de trascender lo propiamente mexicano.
La Revolución fue –dice Paz– “un descubrimiento de nosotros mismos y un regreso a los orígenes” (p.150), pero ni ella ni la inteligencia mexicana pudieron resolver el conflicto “entre la insuficiencia de nuestra tradición y nuestra exigencia de universalidad” (ibid.). Por eso es necesario que la reflexión filosófica, que hasta entonces sirvió para examinar el pasado y describir las actitudes y características mexicanas, avance hacia el encuentro de una solución a este conflicto, que le dé sentido a la existencia del mexicano. Tal solución debe trascender las máscaras de la mexicanidad y asumir el carácter universal del mexicano. Si antes las ideas universales en América eran herencia europea, ahora –el momento de posguerra en el que escribe Paz (c.1950)– la situación de México no es distinta a la de otros países: Europa ya no tiene ideas; las crisis contemporáneas son, todas juntas, la crisis de la especie humana. La soledad es la realidad de todas las personas modernas.
Nuestros días
Octavio Paz vuelve a reflexionar sobre la Revolución mexicana como un fenómeno que significó para los mexicanos un hallazgo de su propio ser, pero que no pudo crear una comunidad justa y libre. Se suponía que la Revolución “iba a inventar un México fiel a sí mismo” (p.157), pero eso no sucedió. Lo que propone entonces es indagar la situación contemporánea para explicar esa falta de adecuación a la realidad de los diversos proyectos políticos y filosóficos modernos e inscribir la Revolución dentro de un proceso general que en 1950 no ha terminado.
El tránsito del capitalismo primitivo al internacional y la expansión imperialista unifican el planeta por medio de la concentración de riquezas y de poder en torno a los países desarrollados, dejando a los otros pueblos en condición de dependencia como productores de materia prima y de mano de obra barata. México logra eliminar el régimen feudal con la reforma agraria, pero carece de suficientes tierras cultivables y de recursos económicos y técnicos, lo que la deja del lado de los países “subdesarrollados”. Empieza a surgir una clase obrera y una burguesía que crecen bajo una tutela gubernamental que crea nuevas industrias, pero que fragua la posibilidad de armar un partido obrero independiente del Estado. La burguesía, por su parte, trata de convertir el gobierno en la expresión política de sus intereses, mientras el capital norteamericano se vuelve más poderoso y determinante en la economía mexicana. Todo esto coloca a México en una posición vulnerable, dependiente de las oscilaciones del mercado mundial y limitado internamente por las “diferencias atroces entre la vida de los ricos y los desposeídos” (p.163).
Octavio Paz se pregunta dónde y cómo se pueden obtener los recursos indispensables para el desarrollo de México. Descarta remedios como el que sugiere Estados Unidos, el de las inversiones privadas extranjeras, porque implica más dependencia económica e injerencia política del exterior. Luego se detiene a analizar el caso de la Unión Soviética, que gracias a una economía dirigida se convirtió en pocos años en una potencia rival a la norteamericana. El problema del control racional de los recursos y de la mano de obra soviética es que es eficaz para mejorar la economía de un país, pero limita la libertad de las personas como sistema totalitario. Sería errado, para Paz, creer que este sistema podría transitar hacia un verdadero socialismo una vez alcanzada la abundancia, porque “nunca una clase ha cedido voluntariamente sus privilegios y ganancias” (p.165).
Paz considera entonces que la historia del siglo XX obliga a revisar las hipótesis revolucionarias y el supuesto de que la clase obrera de los países desarrollados es la destinada a transformar el mundo. Europa cuenta con el proletariado más culto, pero allí, en vez de darse una revolución, se ha visto el ascenso de Hitler y con él, el regreso al nacionalismo y la barbarie. En cambio, la nueva oleada revolucionaria ocurre en Asia, África y América Latina, donde se ven gobiernos que quieren llevar a cabo la industrialización y “saltar de la época feudal a la moderna” (p.168). Es allí donde ocurre no la revolución proletaria, sino la insurrección de las masas y de los pueblos, dirigidos por líderes fuertes y soñadores, aunque a veces demagogos. En estos países, rasgos modernos y arcaicos se confunden, y la desaparición de la propiedad privada y la economía dirigida van de la mano con la sacralización del Estado y la divinización de los jefes. Esta es la realidad presente que las teorías marxistas no supieron prever y que la inteligencia latinoamericana no se detiene a cuestionar.
Es necesario comprender que la situación de México es la de todos los países latinoamericanos y la de los pueblos de la periferia. Ahora, dice Paz en la primera del plural, empezamos a ser agentes del cambio histórico y es necesario darse cuenta de que “nuestra situación de enajenación es la de la mayoría de los pueblos” (p.173). Habiendo agotado todas las formas históricas que poseía Europa, el mexicano debe renunciar a las máscaras y mostrarse en su soledad. Tal desnudez y desamparo lo hará trascender y ser contemporáneo a su tiempo y sus semejantes.
Análisis
En los ensayos de esta sección, Octavio Paz se acerca a las circunstancias de su presente y empieza a esbozar una solución a la situación de México y a la condición solitaria del mexicano. En “La ‘inteligencia’ mexicana”, realiza un recorrido por las tentativas de diferentes intelectuales mexicanos para resolver esta cuestión, lo que le permite colocarse a sí mismo en relación con esta tradición de pensamiento crítico. Esta tradición acompañó los cambios históricos creando ideas sobre lo mexicano que no siempre se adecuaron a la realidad.
Paz primero analiza las propuestas de aquellos intelectuales que quisieron continuar el proceso abierto por la Revolución mexicana, que significó un regreso a los orígenes. Rescata de Vasconcelos el intento de recuperar aquella parte de la tradición hispánica que tenía pretensión de universalidad –pretensión que, como veremos, es clave para comprender al mexicano– y de educar al pueblo para que tuviera una participación viva en la construcción de México. El gobierno de Lázaro Cárdenas también buscó una vuelta al pasado con la creación de ejidos que imitaban el calpulli indígena, aunque su mayor problema fue que quiso imponer decretos sin hacer parte a la población de su proyecto. Asimismo, los intelectuales que se vieron involucrados en agendas gubernamentales no pudieron pensar libremente sin que eso significara un compromiso de sus principios. De esta forma, la Revolución mexicana termina apagándose, habiendo sido una explosión que no pudo articular una “visión de mundo” (p.150).
Acudiendo a la primera del plural, Paz afirma que “toda la historia de México, desde la Conquista hasta la Revolución, puede verse como una búsqueda de nosotros mismos, deformados o enmascarados por instituciones extrañas, y de una Forma que nos exprese” (p.148). En este sentido, tanto los movimientos de ruptura con la tradición como los intentos de reconectar con el pasado se manifiestan como parte de una misma búsqueda, que a veces desvía el camino imponiendo formas que sofocan al mexicano. Según Paz, fueron Samuel Ramos y Jorge Cuesta los primeros en descubrir esta condición enmascarada y renegadora del mexicano. Este sería el punto de partida de la reflexión de Paz, que revisa la historia mexicana desde una mirada filosófica para entender el carácter mexicano. Lo que debe hacerse a continuación es hallar una manera de trascender los condicionamientos históricos y culturales que limitan la existencia del mexicano.
En “Nuestros días”, Paz afirma que “ser uno mismo es, siempre, llegar a ser ese otro que somos y que llevamos escondido en nuestro interior, más que nada como promesa o posibilidad de ser” (p.156). La Revolución mexicana fue ese encuentro con lo otro que está en el interior del mexicano, pero no pudo hacer de México una comunidad y esto se debe no solo a las circunstancias locales, sino también a las vinculadas con la historia mundial contemporánea. En este punto, Paz vuelve sobre la crítica del capitalismo y de la vida moderna, que han dividido al mundo en países “desarrollados” y países “subdesarrollados” (países menos desarrollados o en desarrollo). Esta situación le revela a Paz la insuficiencia de las teorías marxistas y de los proyectos socialistas que imaginaban una revolución del proletariado en los países desarrollados, donde, por el contrario, han emergido sistemas totalitarios como el nazismo, que son la expresión más descarnada del capitalismo. Paz también critica modelos como el de la Unión Soviética, que pudo salir del subdesarrollo, pero no logró la libertad del hombre, que para Paz es “lo único que nos interesa y lo único que justifica una revolución” (p.165).
Es importante que México se dé cuenta de que comparte con otros países latinoamericanos, africanos y asiáticos esta situación de vulnerabilidad y que es en esos países donde está ocurriendo la insurrección de las masas que, si bien no está exenta de contradicciones, intenta superar las formas heredadas de Europa en la búsqueda activa de formas nuevas que la expresen a futuro. Y esta búsqueda manifiesta la necesidad de “crear un mundo en donde no imperen ya la mentira, la mala fe, el disimulo, la avidez sin escrúpulos, la violencia y simulación” (p.173), es decir, un mundo sin máscaras. Paz cree que los mexicanos deben reconocer que su crisis existencial es universal, y que su soledad es la de todas las personas. Tal reconocimiento significa la apertura hacia el encuentro con el otro, que le revelará su propio ser.