Resumen
La dialéctica de la soledad
En el apéndice a El laberinto de la soledad, Octavio Paz profundiza sobre el tema de la soledad como condición del ser humano. La dialéctica de la soledad consiste en que sentirnos solos nos lleva constantemente a buscar comunión, que es un “aspirar a realizarse en otro” (p.175). La soledad da al ser humano conciencia de sí y deseo de salirse de sí. Por lo tanto, se presenta como un laberinto que las personas deben atravesar para reunirse de forma plena con el mundo.
Para Paz, nacer y morir son los contrarios que definen la vida del ser humano en soledad. Aspiramos a la muerte como un volver a la vida prenatal, vida verdadera en la que pactan los contrarios, donde “reposo y movimiento, día y noche, tiempo y eternidad, dejan de oponerse” (p.177). El amor aparece como una posibilidad de acceder a esta vida por un instante, en la que soledad y comunión se funden. Manifiesta esa doble necesidad humana de ahondar dentro de sí y salirse de sí. Pero la experiencia del amor en nuestro tiempo, dice Paz, está fraguada por la moral, las clases, las leyes y los preceptos sociales, que impiden que el amor sea libre elección. El hombre busca a la mujer como anhelo de “lo otro” (p.177), pero la imagen que de la mujer han dictado la mirada masculina, la familia, la clase, la escuela, la religión, la han convertido en un instrumento para un fin (obtener placer, adquirir conocimiento, alcanzar la supervivencia). De esta manera, la mujer no puede ser nunca ella misma y no puede elegir rompiendo consigo misma.
La prohibición social y la idea cristiana del pecado también imposibilitan que el hombre pueda elegir. La culpa frena su deseo y lo somete a la imagen femenina impuesta por lo social. La sociedad identifica el amor con el matrimonio, es decir, con una unión estable destinada a procrear y conservar las bases sociales. Nada más alejado del amor, que para Paz es “la revelación de dos soledades que crean por sí mismas un mundo que rompe la mentira social, suprime tiempo y trabajo y se declara autosuficiente” (p.179). Por eso el amor, como la poesía, es un acto antisocial, perseguido y arrojado al mundo de lo prohibido y de lo anormal. De esta manera, la sociedad moderna se manifiesta como un engaño de unión que contradice los verdaderos deseos y necesidades de las personas que la integran. La sociedad moderna intenta suprimir la dialéctica de la soledad imponiendo un orden armonioso que elimina los contrarios, y al hacer eso niega la posibilidad de comunión y la posibilidad de experimentar la realidad “como una totalidad en la que los contrarios pactan” (p.181).
En la vida de cada persona existen diferentes momentos de rupturas y reconciliaciones. En la niñez, el ser humano resuelve su soledad por medio del juego y del poder mágico de la palabra, con los que crea un mundo a su imagen. En la adolescencia, deja de creer en el poder del lenguaje y se descubre a sí mismo como ser solitario. Surge así la dialéctica como conciencia de soledad y anhelo de comunión, que la adolescencia manifiesta como época de grandes amores, de heroísmo y de sacrificio. La madurez, dice Paz, no es una etapa de soledad. La persona adulta se olvida de sí en el trabajo y en la creación de objetos, ideas e instituciones, y su singularidad, si bien no desaparece, queda atenuada por la inserción en el tiempo como “relación viviente y significativa con un pasado y un futuro” (p.183). Sin embargo, en la época de Paz, el hombre maduro padece la soledad, una soledad creada por la vida sin finalidad de la sociedad moderna.
En las sociedades antiguas, los ritos, las reglas y las prohibiciones tenían el objeto de asegurar la unidad y permanencia del grupo y de preservar al individuo de la soledad. Estar solo equivalía a estar enfermo y ser desterrado era lo mismo que ser sentenciado a muerte. Una vez que el grupo se divide, cada miembro fragmentado se encuentra en una nueva situación de soledad, que pasa a ser la condición de su existencia. Salud y comunión se ubican entonces en un pasado remoto, edad de oro a la que se puede acceder por medio de la redención y la eliminación del tiempo cronométrico. Volver al tiempo mítico –a la realidad como continuo presente– es también volver al lugar de origen del que fuimos expulsados, el centro del laberinto. La fiesta, el amor y la poesía son manifestaciones fugaces de ese tiempo original y acceso al mundo donde los contrarios se funden. El Mito y la fiesta prefiguran el fin de la Historia y el regreso del presente eterno, en el que “la realidad arrojará sus máscaras y podremos al fin conocerla y conocer a nuestros semejantes” (ibid.).
Análisis
En el ensayo apéndice que se agrega en la segunda edición de 1959, Octavio Paz cierra El laberinto de la soledad con una reflexión sobre la dialéctica de la soledad, pensando esta dialéctica no como condición exclusiva del mexicano, sino como condición del ser humano en general. Por otra parte, agrega al panorama histórico del último ensayo, en el que piensa la historia de México desde una perspectiva mundial, un análisis filosófico más del lado del Mito que de la Historia, porque aquí no repone circunstancias históricas, sino que compone una visión mítica del individuo como parte de un mismo organismo social que ha sido desmembrado y que debe volver a integrarse en un todo.
En la mirada de Paz, la vida del ser humano es una vida en soledad, que se vive en constante anhelo de comunión con el otro. Por eso la soledad es una experiencia dialéctica, un constante vivir en la contradicción de estar solo y querer unirse. La muerte aparece como la posibilidad de volver al momento anterior a nacer, retorno a la vida prenatal que se figura como solución de los contrarios o como síntesis de la dialéctica de la soledad. Aquella vida antes de la vida es también el mundo mítico de las sociedades antiguas. Desde una perspectiva que trasciende la Historia, Paz sostiene que en una edad de oro fuera del tiempo cronométrico el individuo estaba en comunión con su sociedad, que lo preservaba de su soledad como si fuera una enfermedad. Para volver a ese tiempo mítico, Octavio Paz imagina un laberinto que debe ser atravesado hasta llegar al “centro del recinto sagrado […] capaz de devolver la saludo o la libertad al pueblo” (p.188). De esta manera, el símbolo del laberinto representa el tortuoso camino que debe transitar el ser humano para asumir, y así superar, la dialéctica de la soledad.
Para Paz, existen momentos fugaces dentro de la vida por las que el ser humano puede acceder a ese tiempo mítico. La fiesta es uno de esos momentos de comunión en el que el mexicano se encuentra con el otro, como se vio en el ensayo “Todos Santos, Día de Muertos”. Aquí Paz agrega que el amor y la poesía –como testimonio del amor– también son instancias de redención que pueden resolver la dialéctica de la soledad. El problema consiste en que, en la modernidad, se ha construido una idea falsa del amor: “la sociedad concibe el amor, contra la naturaleza de este sentimiento, como una unión estable y destinada a crear hijos. Lo identifica con el matrimonio […], una forma jurídica, social y económica que posee fines diversos a los del amor” (p.179). En esta crítica de la vida moderna, que se relaciona con el tema del machismo, Paz reconoce que el amor está lejos de ser unión con el otro, porque los preceptos morales y la imposición de la mirada masculina impiden la expresión individual de la mujer –que es vista como objeto de deseo del hombre, y no como sujeto que desea– pero también del hombre, que debe acomodar su deseo a las imposiciones sociales. Superar la dialéctica de la soledad no es lo mismo que negarla, y eso es lo que hace la sociedad moderna, que intenta suprimir los contrarios imponiendo un orden que limita al individuo.
Por último, Paz piensa cómo el ser humano, en su desarrollo, toma conocimiento de su propia soledad e intenta superarla por medio del juego en la niñez, por el amor y el sacrificio en la adolescencia, y por el trabajo y la creación en la adultez, que no es una etapa de soledad. Por lo tanto, el hecho de que los adultos contemporáneos a Paz padezcan la soledad se debe a las condiciones de vida en las sociedades modernas, donde el individuo “no se entrega a nada de lo que hace” (p.184), porque su trabajo “ha cesado de ser creador” (ibid.). Pero oculto detrás de las imposiciones sociales y de las máscaras se encuentra el Mito, que “reaparece en casi todos los actos de nuestra vida e interviene decisivamente en nuestra Historia: nos abre las puertas de la comunión” (p.190). El Mito sería esa posibilidad de redimirnos quitándonos las máscaras y hallando “una nueva Forma de participación creadora” (p.191) que nos permita darle fin al tiempo histórico y volver al “presente fijo, de la comunión perpetua” (ibid.).