El laberinto de la soledad reúne ocho ensayos y un apéndice en los que Octavio Paz reflexiona sobre la forma de ser del mexicano y sobre las circunstancias históricas que condicionaron sus comportamientos y actitudes, en los que predomina el sentimiento de soledad.
En “El pachuco y otros extremos”, Paz inicia su reflexión sobre el mexicano indagando una de sus expresiones extremas: el pachuco, joven de ascendencia mexicana que vive en Estados Unidos. El pachuco adopta un modo de hablar, de comportarse y de vestirse por el que se convierte en una figura marginal dentro de la sociedad norteamericana. El pachuco quiere estar integrado y ser excluido al mismo tiempo, lo que se relaciona con el carácter contradictorio del mexicano, que se sabe ser solitario y se encierra sobre sí mismo mientras anhela abrirse y ser parte de la comunidad.
En “Máscaras mexicanas”, Paz desarrolla los modos en que se expresa el hermetismo del mexicano, que se oculta detrás de una máscara de hombría, tradicionalismo y desconfianza. El mexicano cree que abrirse ante un semejante es un signo de debilidad, se apoya en la estabilidad de las formas tradicionales y acude a la simulación para resguardarse y engañar a los otros, pero también para engañarse a sí mismo. La mirada masculina le exige a la mujer que sea reservada y sufrida, la convierte en un objeto de su deseo que no puede tener voluntad propia y deposita en ella el deber de preservar el orden social.
En contraste con este cerramiento del carácter mexicano, las fiestas se presentan como momentos de apertura, exceso y liberación, en los que el mexicano se anima a quitarse las máscaras, a romper con las jerarquías sociales y a comulgar con sus pares. Esto analiza Paz en el ensayo “Todos Santos, Día de Muertos”, en el que describe el vínculo festivo del mexicano con la muerte. Para el mexicano moderno, la muerte ha dejado de tener la trascendencia que tenía en la cosmovisión azteca o en la religión cristiana, y la trata con irreverencia, del mismo modo en que trata su propia vida.
Esta forma de comportarse ante la muerte pone de manifiesto la presencia culposa de una mancha en el mexicano, que engendra el sentimiento de soledad. En “Los hijos de la Malinche”, Paz sostiene que el comportamiento servil del mexicano y su división de la sociedad en fuertes y débiles se explica por su condición de “hijo de la Chingada”, es decir, de descendiente de la indígena sometida por el conquistador español. El mexicano reniega de este origen violento, no quiere ser español ni indígena, lo que se traduce en una ruptura con el pasado que se vive como una herida abierta.
En “Conquista y colonia”, Paz ahonda en las circunstancias históricas de la fundación de México como fruto de una doble violencia: la del pueblo azteca sobre los otros pueblos mesoamericanos, y la de los conquistadores españoles sobre el pueblo azteca. Los aztecas conciben la llegada de los españoles como el fin de un ciclo cósmico que implica el abandono de sus dioses y la destrucción de su imperio. Ante esta situación de desamparo, el catolicismo se convierte en un refugio del indígena y le otorga un lugar en el mundo. España trasplanta a América la apertura hacia lo universal y lo ultraterreno que reconecta al indígena con el cosmos, pero también le impone un orden en decadencia, que ahoga su curiosidad creativa e intelectual.
La Independencia es entonces un intento de salir de ese sistema caduco, impulsado por tendencias liberales, pero también tradicionales, por las que surgen las naciones hispanoamericanas, que heredan el viejo orden desintegrado. Esto indaga Paz en “De la Independencia a la Revolución”, ensayo en el que revela que las reformas liberales consuman la Independencia como negación de todo vínculo con el pasado. El porfirismo continúa este proceso acentuando la distribución desigual de tierras e imponiendo formas jurídicas y culturales que sofocan al mexicano hasta hacerlo estallar en la fiesta de las balas que es la Revolución mexicana. Explosión de realidad, la Revolución reclama la restitución y el reparto de tierras como una vuelta a la propiedad comunal indígena, manifestando el deseo del mexicano de reconectar con su pasado.
En “La ‘inteligencia’ mexicana”, Paz hace un recorrido por diferentes intelectuales que buscaron desentrañar la historia de México para comprender al mexicano y mejorar sus condiciones de vida. Algunos intelectuales intentaron continuar lo comenzado con la Revolución, pero erraron al pretender regresar al pasado con leyes y reformas que no se podían implementar en una sociedad capitalista. Por eso, Paz llega a la conclusión de que es necesario hallar nuevas formas de expresión para que el mexicano pueda trascender sus máscaras y concretar su pretensión de universalidad.
Para que esto ocurra –sostiene Paz en “Nuestros días” – México debe darse cuenta de que su situación es la misma que la de otros países periféricos, que se hallan en una situación vulnerable frente al poder y el dominio de los países desarrollados. Es en estos países subdesarrollados donde ocurre la verdadera insurrección de las masas, puesto que, en Europa, en vez de darse la revolución proletaria, surgieron regímenes totalitarios que pusieron en crisis a la humanidad. El mexicano debe sumarse a esta insurrección convirtiéndose en agente del cambio histórico, por lo que debe renunciar a sus máscaras y mostrarse en su soledad, que es la soledad de todos los seres humanos.
Por último, en el apéndice titulado “La dialéctica de la soledad”, Paz reflexiona sobre la contradicción humana de sentir soledad y anhelar comunión, que lleva al individuo a querer ahondar dentro de sí y salirse de sí. La necesidad de volver a un tiempo mítico en el que las personas estaban unidas como los miembros de un mismo cuerpo social, hace que el ser humano experimente su soledad como un laberinto que debe atravesar hasta alcanzar ese estado de comunión perpetua. La fiesta, el amor y la poesía son momentos fugaces en los que el individuo puede acceder a ese tiempo mítico donde soledad y comunión se funden.