Resumen
Capítulo IV
Jacob y Wanda amanecen juntos en el establo después de haber tenido relaciones. Como todas las mañanas, él reza sus plegarias, aunque se siente incómodo. En medio del rezo, recuerda su vínculo con su esposa judía, Zelda. Este recuerdo le resulta completamente diferente a su relación con Wanda, gracias a la que descubrió “los misterios del cuerpo” (p.61).
Un tiempo después, Jan Bzik y sus hijos, Antek, Basha y Wanda, suben a la montaña, ya que es momento de llevar el ganado al pueblo. Jacob se queda en el granero de la familia, a pesar de que lo invitan a la cabaña. Wanda está muy entusiasmada por estar cerca de él.
El administrador del conde, Zagayek, está en un viaje de caza. Por lo tanto, su hijo, Stefan, se encarga de requisar las casas del pueblo. Visita la casa de la familia Bzik, donde encuentra a Wanda recitando una lección que Jacob le dio sobre judaísmo. Stefan intenta convencerla de que Jacob es un hechicero y, como ella se resiste, él le plantea: “Si su Dios es tan poderoso, ¿por qué permite que él sea un esclavo?” (p.68). Ella no sabe qué responder y solo piensa en repetirle esa pregunta a Jacob más tarde. Stefan pretende casarse con Wanda, pero ella lo rechaza. El único miembro de la familia Bzik que la apoya es su padre, Jan, que está muy mal de salud.
Wanda le hace muchas preguntas a Jacob por la noche, antes de dormir juntos en el granero. Ella está ideando un plan para que escapen juntos. La estrategia depende principalmente de que ella pueda pasar por judía, así que pretende disfrazarse y comienza a aprender yiddish. Jacob, por su parte, nota que le cuesta cada vez más concentrarse en sus oraciones.
Una noche, Wanda llega al granero para avisarle a Jacob que Jan ha muerto. Este suceso es una mala noticia para los amantes: “Han empezado malos tiempos para nosotros. Antek no te quiere. Está deseando matarte” (p.75), le cuenta ella. Jacob acude a la cabaña para el funeral. Más tarde, Wanda va a visitarlo al establo y, entre sollozos, le dice que ahora solo le queda él.
Capítulo V
Llega la Navidad, en medio de un invierno aciago para el pueblo. A pesar de las reiteradas invitaciones de Wanda, Jacob se resiste a entrar en la cabaña de la familia Bzik y participar de la fiesta. La gente se burla de ellos, y Wanda tiene que ser cuidadosa cuando va a visitarlo al granero por las noches, porque sabe que quieren matar a Jacob.
Una noche, Basha, la hermana de Wanda, va a buscar a Jacob al granero para informarle que Zagayek quiere verlo. “'Bien, ha llegado mi hora’” (p.85), piensa Jacob, convencido de que lo matarán. En la casa del administrador, sin embargo, encuentra a tres judíos que fueron a pagar por su rescate. Inmediatamente emprenden viaje a Josefov: “Acababan de rescatarlo con la misma rapidez con que lo habían esclavizado” (p.88).
Los judíos le cuentan en el carro que fue el dueño del circo el que les informó dónde estaba Jacob. De su familia, según dicen, solo queda viva su hermana, Miriam. Jacob logra reconocer que uno de ellos es Reb Moishe Zakolkower, un ciudadano prominente de Josefov. Mientras le cuentan de todos los muertos, se preguntan “¿Por qué tuvo que ocurrimos esto a nosotros?” (p.90), y Jacob recuerda las preguntas de Wanda. Luego piensa en sus hijos muertos, y se siente culpable por haberlos olvidado.
Capítulo VI
En Josefov esperan a Jacob su hermana Miriam y su sobrina Binele. Los notables del pueblo le brindan una habitación y lo designan docente de yeshivá, el seminario de estudio del Talmud. Así, Jacob se aboca a las actividades religiosas, pero le cuesta conectar con su fe. No puede dejar de pensar en las torturas sufridas por sus padres, parientes y amigos.
A su vez, lo atormenta lo mucho que extraña a Wanda. Como no consigue dejar de pensar en ella, decide castigarse: “cada vez que pensara en Wanda, ayunaría hasta la puesta del sol” (p.97). Sueña con ella a menudo. Al no poder adaptarse a la vida en Josefov, Jacob se da cuenta de que añora volver a vivir en la montaña.
Moishe Zakolkower pretende que Jacob contraiga matrimonio, y con ese fin organiza un encuentro con una viuda de Hrubyeshoiv, un pueblo cercano. Al entrar en la casa de Moishe Zakolkower, Jacob descubre que esta ha sido renovada por completo: “Allí todo era nuevo: las paredes, los suelos, las mesas, las sillas y, en las estanterías, libros llegados de Lublín, recién encuadernados. Los malvados destruían, los judíos creaban” (p.100).
La viuda, dueña de una tienda de granos, encuentra a Jacob atractivo de inmediato. La boda se acuerda para el viernes siguiente a Tisha Bov, y los habitantes de Josefov envidian y elogian la suerte de Jacob de poder casarse con una mujer rica.
En un sueño, Jacob ve a Wanda, embarazada, preguntándole por qué la dejó. Cuando despierta, comprende que “la ley lo obligaba a rescatar a Wanda y a su hijo de los idólatras” (p.106), de los paganos del pueblo. Se dirige a la casa de Zakolkower y le da una parte de la herencia que recibió de su suegro para cubrir parcialmente su rescate. Esa misma mañana viaja en carro hasta Lublín.
En Lublín contempla un modo de vida citadino que le es muy ajeno: hay un enorme contraste entre ancianos judíos ricos y codiciosos, y una gran cantidad de personas que viven en la miseria. Una vez más, se pregunta cómo Dios puede permitir estas situaciones.
Capítulo VII
Jacob viaja de Lublín a Cracovia y, desde allí, disfrazado de campesino, se dirige por la noche hacia las montañas. En el camino se encuentra con un anciano que lleva un crucifijo. Este le da indicaciones y lo bendice. Jacob piensa que “tal vez fuera emisario de Esaú, enviado por los poderes que querían que judíos y gentiles se mezclaran” (p.116-117).
Al entrar en el pueblo, se dirige a la cabaña de la familia Bzik y siente un olor familiar en el granero. Allí está Wanda, que, aunque Jacob le pide que no grite, se sorprende enormemente cuando lo ve. Él le dice que tienen que escapar de inmediato, pero antes Wanda va a buscar algunas pertenencias a la cabaña. Jacob se sorprende porque la ve muy delgada.
Cuando Wanda regresa, se aventuran en las montañas. En un momento, se detienen en una cueva, y allí Wanda le cuenta que está muy enferma. A su vez, le dice que ella ya sabía que él se había ido a Josefov antes de regresar al pueblo, el día que lo rescataron los judíos: “Yo lo sé todo, todo. Iba andando al lado de Antek y el sol se volvió negro como la noche” (p.123). Los pueblerinos se burlaban de ella, que decidió exiliarse a las montañas y comer únicamente nieve. Sólo pensaba en morir.
Para Jacob se vuelve evidente que lo que vio en el sueño no es cierto: Wanda no está embarazada. Incluso ella le confiesa que hizo un pacto con las brujas: “No has venido por voluntad propia, Jacob. Hice un muñeco de barro con tu imagen y lo envolví en mis cabellos. Compré un huevo de gallina negra y lo enterré en el cruce de caminos, con un pedazo de espejo” (p.124). Aunque él rechaza que Wanda se haya volcado a la brujería, ella lo abraza y le implora que no vuelva a dejarla.
Análisis
La vida de la pareja principal cambia rotundamente después de la primera noche que pasan juntos, principalmente porque Jacob se ve obligado a bajar el ganado y quedarse en el granero de la familia Bzik. Si tenemos en cuenta la disposición espacial que comentábamos en la sección anterior, este descenso del personaje principal refleja el acto de sucumbir al deseo y un consecuente descenso al infierno.
Esta cercanía entre los amantes propicia la instrucción de Wanda en las escrituras judías: “Ella nunca había recibido instrucción, y las palabras de Jacob caían en su cerebro como la lluvia en la tierra seca” (p.71). Este símil condensa la importancia que tienen para ella las lecciones de Jacob al asociarlas al agua, un elemento que recorre su historia de amor. Recordemos que Jacob, para intentar aplacar su deseo, muchas veces se bañaba en el río, y que obliga a Wanda a hacerlo antes de tener relaciones. El agua, entonces, funciona como expiación, como contraparte fría del deseo pecaminoso que los dos comparten. Aquí, da cuenta del afán de Wanda por convertirse en una mujer civilizada, como Jacob.
Sin embargo, en esta parte de la novela es crucial tener en cuenta dos cuestiones que todavía alejan a Wanda de su objetivo. Por un lado, su actitud desafiante con respecto al contenido de las escrituras muchas veces incomoda a Jacob, ya que lo hace enfrentarse a sus propias dudas con respecto a la fe. En particular, los cuestionamientos de Wanda se condensan en el desconcierto ante la posibilidad de que Dios permita que exista el sufrimiento.
Por otro lado, gana terreno en la conversación entre los amantes la descripción de los sueños que cada uno tiene. A lo largo de la novela, Wanda demuestra una gran capacidad de premonición, tanto en el sueño como en la vigilia: ella sabía que Jacob llegaría a su familia antes de que lo esclavizaran, y en el último capítulo de esta sección afirma haber sabido de su rescate antes de comprobarlo. Esta confianza ciega que demuestra sobre sus propias visiones refleja una concepción pagana del misticismo y la revelación. El hecho de que acuda, en el momento de mayor desesperación, a los métodos de la brujería para hacer volver a Jacob opera, por su parte, como culminación material de esta tendencia que la distancia de la ortodoxia de Jacob.
Jacob, igualmente, decide anular sus proyectos de reinserción en la comunidad judía justamente porque sueña con Wanda. Sin embargo, este suceso es el detonante de lo que en realidad se gesta desde que retorna a Josefov: “Los judíos lo habían rescatado, pero él seguía siendo esclavo” (p.99). En esta metáfora se pone de relieve una nueva dimensión del tema de la esclavitud, evidentemente central en esta novela. Al encontrarse en libertad, Jacob descubre que, ante todo, es esclavo de su deseo; le es imposible dejar de extrañar a Wanda. Ni la culpa ni el lamento por la pérdida de sus seres queridos es tan fuerte como la pasión que lo aprisiona.
El regreso de Jacob marca, entonces, el máximo clímax de El esclavo, ya que significa el punto de quiebre en la voluntad de los amantes de continuar juntos asumiendo las consecuencias de sus actos. Este punto coincide con la revelación, para Jacob, de que está siguiendo el camino de la Providencia: “Jacob percibía todos los engranajes celestes que conducían a cada astro por su órbita, haciéndole cumplir su misión” (p.117).
La descripción de las dinámicas de las ciudades que Jacob visita (Josefov y Lublín) da cuenta de muchas similitudes respecto a lo que sucede en el pueblo en el que el protagonista era esclavo. Lo llamativo, sin embargo, es que estas ciudades están mayormente habitadas por personas judías. El recorrido de Jacob introduce en la novela características típicas del génerro picaresco, en el que comunmente se incluyen críticas sociales. Jacob se horroriza al descubrir, en Lublín, la falta de caridad de los judíos ricos y la hipocresía que reina entre ellos. No obstante, también le asombra encontrar, en la casa de Moishe Zalkokower, un ejemplo de creación frente a la destrucción de las matanzas. En una novela donde todo parece organizarse a partir de conjuntos de opuestos radicales, Singer igualmente introduce matices a la hora de referirse al complejo comportamiento ético y político de sus personajes.