Antes de ordeñar las vacas, Jacob rezó su plegaria introductoria. Al llegar a la frase: «Tú no me hiciste esclavo», se interrumpió. ¿Podía él pronunciar esas palabras? Él era esclavo de Jan Bzik. Si bien de acuerdo con la ley polaca ni siquiera los nobles tenían derecho a esclavizar a un judío, ¿quién obedecía la ley en aquel remoto pueblo?
En las primeras páginas de la novela, ya resuena para Jacob esta pregunta, que se hace eco más tarde en Stefan y en la propia Wanda. Los límites de la fe se hacen presentes en la realidad del personaje principal, que no consigue conciliar el sufrimiento que tuvo y tiene que atravesar con las plegarias que metódicamente pronuncia todos los días.
Costaba trabajo creer que esas melodías surgieran de la garganta de unos hombres que comían perros, gatos o ratones de campo y caían en todas las abominaciones imaginables. Aquellos campesinos ni siquiera habían alcanzado el nivel de los cristianos. Seguían aún las costumbres de los antiguos paganos.
Los habitantes del pueblo de la familia de Jan Bzik son caracterizados como salvajes a los ojos de Jacob, un hombre que respeta y sigue sus creencias de manera intachable. Sin embargo, en el inicio de esta cita, el hecho de que "cueste creer" que de ellos pueda surgir una bella melodía pone de relieve una contradicción. Si son capaces de generar algo bello, entonces no son tan evidentemente bárbaros. Aquí se refleja, entonces, un matiz que da cuenta de la complejidad de estos personajes. Se genera una situación similar con la admiración que despiertan entre los campesinos las historias que cuenta Jacob durante la recolección.
—¿Nunca ves nada bueno en tus sueños?
—Sí, ya te lo he dicho. Vi que llegabas tú. Pero no soñaba, sino que estaba despierta. Mi madre freía tortas de centeno y mi padre había matado a una gallina que se moría de hambre porque le había salido una verruga en el pico. Mojé las tortas con caldo y miré en el cuenco, en que flotaban círculos de grasa. Entre el vapor que se elevaba, te vi como te veo ahora.
En esta cita, Wanda le cuenta a Jacob sobre la primera visión de él que tuvo. Las premoniciones ocupan un lugar central en la novela, pero Wanda en particular tiene "el don de la profecía" (p.208). Este presagio de la llegada de Jacob se vincula con el que tiene luego, cuando los judíos van a rescatarlo. La prioridad de Wanda es Jacob, y demuestra tener la capacidad de prever sus movimientos instintivamente.
En el fondo, reprochaba al Creador que obligase a una criatura a aniquilar a otras. De todas las preguntas que se formulaba sobre el Universo, ésa era la que le parecía más difícil de responder.
Así como explicábamos en la primera cita, Jacob se ve incomodado por la incompatibilidad entre la doctrina religiosa que sostiene y la realidad que le toca vivir. Poco después, Wanda replicará estos cuestionamientos. Esta actitud refleja las propias dudas del autor, Isaac Singer, que si bien reivindica su religión en el uso del yiddish, no por eso acalla las preguntas difíciles que le suscita la comparación entre las escrituras y la historia de los judíos.
Por un instante Jacob vislumbró una escena del pasado, y entonces se abrió la puerta de la sala y Moishe, el hombre que había pagado las monedas de oro a Zagayek, lo invitó a entrar. Allí todo era nuevo: las paredes, los suelos, las mesas, las sillas y, en las estanterías, libros llegados de Lublín, recién encuadernados. Los malvados destruían, los judíos creaban.
En un momento de la novela en el que Jacob debe aceptar que la comunidad de judíos está viciada por la hipocresía, encuentra en la casa de Zakolkower una suerte de renacimiento. El hecho de que este nativo de Josefov haya podido reconstruir su casa le hace pensar a Jacob que existe la posibilidad de un resurgimiento después de la tragedia. La oposición enunciada en la última oración de la cita, "los malvados destruían, los judíos creaban", condensa ese impulso que él lee como propio de la naturaleza de los judíos.
Muchas veces había reparado en la analogía existente entre él y el Jacob de la Biblia. Éste, por el amor de Raquel, se fue de Berseba a Harán y trabajó siete años para conseguirla. ¿No era ella hija de un pagano?
Esta es la primera vez en la que se menciona la asociación entre Jacob, el protagonista, y el personaje bíblico homónimo. Es curioso que lo que despierta esta alegoría no surge por alguna característica personal de ninguno de ellos, sino que se debe a las analogías que se establecen en función a sus vínculos amorosos, Wanda y Raquel, respectivamente.
Jacob percibía todos los engranajes celestes que conducían a cada astro por su órbita, haciéndole cumplir su misión.
Al final de la primera parte, queda asentado mediante esta cita que Jacob siente estar cumpliendo con lo que la Providencia le indica. Luego de un tiempo de debate consigo mismo, él se dirige a reencontrarse con Wanda. El sueño que tuvo con ella le da la certeza de que Dios espera que estén juntos, pero luego se entera de que Wanda recurrió a la brujería para atraerlo.
Un día llegaron a Pilitz un hombre y una mujer con sacos al hombro y sendos hatillos en la mano. Los judíos salieron de sus tiendas y talleres para recibirlos. El hombre era alto, de hombros anchos, ojos azules y barba castaña. La mujer, que llevaba pañuelo a la cabeza y era bastante más joven que él, casi parecía gentil. Él se llamaba Jacob. Cuando le preguntaron de dónde procedía, nombró una ciudad lejana. Las mujeres pronto averiguaron que la esposa era muda, y se asombraron de que un hombre tan apuesto hubiese hecho semejante casamiento (...). Jacob dijo que su mujer se llamaba Sara, y de inmediato la apodaron Sara la Muda.
Al comienzo de la segunda parte, el narrador abandona el punto de vista de Jacob para asumir una posición no focalizada, es decir, su punto de vista deja de estar asociado a un personaje. Tras presentar las características del pueblo de Pilitz, en este párrafo aparecen Jacob y Wanda, aunque se describen como personajes nuevos, de acuerdo con la transformación que asumen para empezar una nueva vida en Pilitz. Wanda, además, cambia de nombre, pero dado que es la acompañante de Jacob, y que "casi parecía gentil", para el lector de los capítulos previos se vuelve evidente que se trata de ella.
De pronto, Sara se puso a entonar una canción que Jacob había oído muchas veces cuando vivía en las montañas. Era la balada de una huérfana que caía en poder de un espíritu del bosque, el cual la llevaba a la cueva de un duende. Éste la convertía en su concubina, y ella, obligada a sufrir su demoníaco amor, sentía añoranza de las montañas, de los montañeses y de su novio.
En su lecho de muerte, Sara, ya admitiéndose Wanda delante de los habitantes de Pilitz, entona por primera vez una canción. Si bien la letra de la canción indica que la huérfana de las montañas va en contra de su voluntad a la cueva del duende, el personaje de Wanda comparte con ella esa añoranza por una vida anterior. Sara, como la huérfana, no pudo renunciar a su lengua, a la brujería ni al recuerdo de su difunto padre. Justo antes de cantar esta pieza, pone de manifiesto esa distancia que siente con respecto a Pilitz denunciando la hipocresía de su gente.
Otra vez estaba con ella, pero ahora era Wanda y era Sara; Sara-Wanda, la llamaba, asombrado por la combinación de los dos nombres. Qué extraño, también Josefov y la aldea de las montañas se habían convertido en un solo lugar. Wanda era su esposa, y él estaba en la biblioteca de su suegro cuando ella le llevaba la fruta del Sabbat. Las matanzas y los años de esclavitud no eran más que un sueño; pero cuando se lo decía a Wanda, ésta palidecía y los ojos se le llenaban de lágrimas.
—No, Jacob; todo ocurrió.
Al oírla hablar, supo que estaba muerta.
—¿Qué debo hacer ahora?
—No temas, Jacob, esclavo mío.
—¿Adónde debo ir?
—Llévate al niño.
Este sueño que tiene Jacob al final de la segunda parte de la novela marca la confusión de espacios e identidades para dar fuerza a la revelación que le pronuncia su mujer: que debe ir a buscar a su hijo. "Sara-Wanda" es la unión de las dos identidades, pero también de las dos partes de la novela. La mezcla de tiempos y espacios brinda el efecto de que lo que se dice es una verdad que vale en todo momento y lugar. El hecho de que "Sara-Wanda" esté presente en todos los espacios importantes para la vida de Jacob la convierte en una suerte de guía omnipresente para él. Dicho de otra manera, una lectura posible del sueño es que todo lo recorrido por Jacob lo condujo a reunirse con su hijo.